El problema que yo apenas vislumbraba aquella tarde mientras permanecía de pie, inmóvil entre el polvo, las sombras y los olores de aquel viejo y cerrado edificio, era que ser un urbanícola progresista, escéptico y tecnológicamente desarrollado de principios del siglo xxi me incapacitaba para tomar en consideración cualquier cosa que quedara fuera del ámbito de los cinco sentidos. En aquel momento, la vida, para un hacker como yo, sólo era un complejo sistema de algoritmos escritos en un lenguaje de programación para el cual no existían manuales. Es decir, que, aquella tarde, yo era de los que creían que vivir era aprender cada día a manejar tu propio e inestable programa de ordenador sin posibilidad de asistir a cursillos previos ni tiempo para pruebas y ensayos. La vida era lo que era y, además, muy corta, así que la mía consistía en mantenerme permanentemente ocupado, sin pensar en nada que no tuviera que ver con lo que llevaba a cabo en cada momento, sobre todo si, como entonces, lo que estaba haciendo era, entre otras cosas, un delito penado por la ley.
Recuerdo que me detuve un segundo para contemplar con extrañeza los ajados detalles de aquel plató que, en un tiempo para mí muy lejano (veinte o, quizá, treinta años), había resplandecido y vibrado con las luces de los focos y la música de las orquestas en directo. Aún no habían transcurrido por completo las últimas horas de aquel día de finales de mayo y ya no podía verse el sol por detrás de los contrafuertes de los antiguos estudios de televisión de Miramar, en Barcelona, que, aunque clausurados y abandonados, gracias a mis amigos y a mí estaban a punto de servir de nuevo al que fuera su propósito original. Mirándolos desde dentro, como hacía yo, y escuchando el eco de las famosas voces que siempre los habitarían, parecía imposible pensar que en pocos meses fueran a convertirse en otro hotel más para turistas de lujo.
aki os dejo este...no t preocupes k yo los libros los devoro jejeje
