Alkawueto
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Libertad no es tener un buen amo, sino no tenerlo
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« Respuesta #22 : 2 de Febrero 2005, 12:38:03 » |
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Creo que tiene su interés...
(MANUEL ALCARAZ RAMOS/PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL EN LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE)
Hace varios meses escribí en estas páginas un artículo sobre cómo se veía el plan Ibarretxe desde fuera del País Vasco. Sé que no se ve igual la cuestión desde el País Valenciano que desde Cataluña o Madrid. O desde Bruselas. Aunque, sin embargo, lo importante es apreciar que las visiones desde fuera, en muchos aspectos, a tenor de las encuestas, se parecen bastante. Debo ahora insistir en la idea, dadas las circunstancias.
Para ser honesto debo primero responder a una pregunta: ¿creo que necesitan los vascos ese enfoque foráneo? Pienso que sí, que puede ser útil, necesario y hasta imprescindible -aunque no necesariamente mi punto de vista-. Y sobre todo para los defensores del mencionado plan. Sólo así, aceptando que la sociedad civil española trate de establecer una opinión no histérica, podrá tener alguna validez moral la propuesta y la posición del lehendakari, que una y otra vez insiste en su voluntad de diálogo.
Podría apuntar que esas opiniones podrán ser mejor valoradas si no se establecen desde un nacionalismo español y ésa es la posición que trato de mantener en mi tierra. Pero no puedo enunciarla, sin más, aquí: que existe un nacionalismo español lleno de prejuicios es evidente, pero el nacionalismo vasco deberá aceptar que es, también, legítimo. Planteadas así las cosas, como enfrentamiento entre nacionalismos, me temo, la posibilidad de acuerdo político e intelectual es mínima.
Intentaré huir de ese círculo vicioso, usando de otros razonamientos. Mi posición personal, de esta manera, sólo puede fundarse en la Constitución. Porque sin esa Constitución el escape a los demonios familiares de cada uno haría la convivencia imposible. Y porque, incluso, sin ese suelo constitucional ni la formulación del plan sería plausible. Se argüirá que la Constitución podría haber sido distinta y que su apoyo en el País Vasco fue inferior al obtenido en otros lugares. Es verdad. Pero no es argumento definitivo porque los resultados de la Historia se tejen y destejen con los hilos disponibles. Y, sobre todo, porque diga cada cual lo que diga, nunca el pueblo español y el pueblo vasco han disfrutado de tanta estabilidad democrática.
El factor Constitución, pues, no es mera retórica accesoria. Y el plan es manifiestamente inconstitucional y nadie puede afirmar lo contrario. Es más, se elabora conociendo su inconstitucionalidad y, me parece, esa inconstitucionalidad es, en sí, un elemento político a usar en las endiabladas disputas políticas. ¿Habría lanzado el Gobierno vasco este mismo proyecto con el actual Gobierno? Seguramente no. Y otros elementos como el deseo de unificar al nacionalismo no son desdeñables en este pulso. Pero es que la Constitución es mi Constitución, la que me aporta un determinado estatuto de ciudadanía. Y creo que debe ser reformada -también en un sentido federalista que incluya elementos de asimetría- pero no deseo que sea vulnerada. Y no por ser español, sino porque no tengo ninguna garantía de que una vulneración unilateral no afecte a mi realidad vital. Y porque si aprendo de la Historia, toda vulneración constitucional acaba por traer resultados desastrosos.
Algún dirigente del PNV ha dicho que las constituciones no pueden limitar la evolución de la vida social. De acuerdo. Pero el argumento se convierte en falso e hipócrita cuando no se alude a que el cambio constitucional sólo puede hacerse según los mismos mecanismos previstos en la Constitución. Porque ningún Derecho asiste a nadie -persona, partido, grupo o comunidad- para evadir ese suelo jurídico común, que es consustancial al principio democrático. Sería la cosa creíble si se hubiera elegido otro camino: reforma estatutaria amplia en el marco de la Constitución -con esa hipótesis se trabaja en Cataluña- y propuestas paralelas explícitas de reforma constitucional para, por así decir, una segunda fase. ¿Que eso -una reforma constitucional en la que encajase en el futuro el plan- es casi imposible? Claro que sí. Igual de difícil, exactamente igual de difícil, que haber conseguido que se aprobara el plan. Pero, en todo caso, se obtendrían algunas ventajas: los beneficios inmediatos de una reforma estatutaria posible, no agudizar los enfrentamientos entre vascos y no tensar la cuerda de las relaciones con los ciudadanos españoles.
Este último punto es relevante y, para hablar de él, me remitiré a lo que percibí en mis alumnos de Derecho Constitucional cuando se suscitó un debate sobre el papel del Tribunal Constitucional en el proceso. Me limité a explicar dos cosas. La primera, que la petición del PP de acudir al Tribunal Constitucional era absurda, y eso los alumnos lo entendieron bastante bien una vez les expliqué las funciones de este órgano. La segunda, la evidente inconstitucionalidad del plan. Los alumnos me creyeron a pie juntillas. Digo esto porque no tuve tiempo de razonar mi aseveración. Pero daba igual, por encima del presunto respeto al profesor, los alumnos -¿los españoles?- ya saben que es inconstitucional. No es extraño si los propios dirigentes del PNV lo reconocen. Pero lo importante no es eso: lo importante es que inspiraba un rechazo frontal aunque, en realidad, ningún alumno -y muy pocos españoles ¿y cuántos vascos?- se haya leído el plan. Puestas así las cosas, francamente, prefiero que mis alumnos rechazaran el plan por ser inconstitucional antes que por 'separatista', 'nacionalista', etcétera.
De hecho, la mayoría de las preguntas y opiniones fueron mesuradas. Mis alumnos, globalmente, rechazaron las actitudes que relacionaban el plan con una crisis política irreversible que afectara a sus condiciones de vida o a su identidad. Eso sí, tuve que explicar que el procedimiento seguido, como reforma estatutaria, era constitucional y que no era 'cosa de los vascos', sino que también en su propia comunidad hay abierto un proceso de reforma.
Con todo, una alumna expresó un nivel de inquietud que también está muy presente en la sociedad española, y en varias intervenciones mezcló tres elementos: profirió expresiones despreciativas al lehendakari -fue amonestada por ello-, asoció lo que hacen 'los vascos' a lo que hacen 'los catalanes' -se le explicó la diferencia- y mostró su perplejidad horrorizada por la posibilidad de que, algún día, en el mapa de España no estuviera el País Vasco -sobre ello no tuve nada que decir-.
Esas actitudes están ahí y quizá muchos sectores del nacionalismo vasco puedan despreciarlas. Pero no deja de ser un error, visto desde fuera, esa manera de desdeñar la pedagogía política, de no buscar comprensión para proyectos de diálogo de más aliento que el que puede venir provocado por algo que es contemplado, con total fundamento, como un trágala atascado en un callejón sin salida. Y sin salida, también, porque la violencia persevera, porque la libertad no es completa y porque, en esas circunstancias, tanta apelación al diálogo no deja ser adquirir algunas sombras siniestras.
Ser demócrata en una dictadura es fácil desde el punto de vista moral. Serlo en un Estado de Derecho es más difícil. Esperemos altura de miras para hoy, el día después de que el Congreso de los Diputados, constitucional y legítimamente, haya rechazado el plan. Porque negar la realidad es una manera de negar el futuro.
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