
Febrero me despertó
con una fría y soleada mañana,
y con un laberinto de pesares
que se interponían en mi camino.
Te buscaba en la nieve de las montañas,
en las zarzas, blancas por el invierno,
en los reflejos del agua en la carretera,
en el espacio de mi mente que siempre ocupas.
Corrí desesperado
gritando tu nombre,
escupiendo mi angustia por ti,
reclamando la prisa.
Las rosas que llevaba
por mi correr acelerado
iban perdiendo sus pétalos,
todas los perdían, todas menos una, la más bella.
Subí los escalones de dos en dos,
abrí puertas, recorrí pasillos,
pregunté a unos y otros
y no sabían de ti.
Al fondo del corredor, sentada en un banco,
estabas tu, como siempre, esperándome.
Me ofreciste tus manos y tu sonrisa,
yo te entregué la última rosa, la más bonita, como tú.
Y nos besamos.
