Apeman
Novatill@

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El txabal de la peca
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« : 17 de Octubre 2005, 09:10:11 » |
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Hecho real, contado literalmente.
Domingo, 16 de octubre, año 2005; 23:30 horas; en un barrio joven de la zona centro de Madrid...
Como tengo que entrar a trabajar a las 7:00 del día siguiente, intento dormir compartiendo cama con mi pareja, con la cuál la convivencia ha ido deteriorándose desde hace ya un par de años, y no digo nada el sexo que, tras 10 años de relación, nunca ha sido satisfactorio, ni si quiera aceptable.
En el silencio de la noche maldigo la siesta que me eché al mediodía y que impide que concilie el sueño, hasta que otra causa se suma al motivo de mi insomnio: los muelles desgastados de la cama de los vecinos del piso superior empiezan a chirriar con un sonido rítmico y acelerado.
Al principio sonreí y me alegré por ellos. Di media vuelta en la cama esperando a que cesaran los ruidos y pidiera dormirme, pero éstos fueron aumentando en intensidad y frecuencia. Mi sonrisa se fue tornando en desasosiego, y mi respiranción se fue acelerando, aunque intentaba que no fuera así para no quedar en evidencia ante mi pareja que yacía a mi lado, y no hacer ruido para escuchar...
No hacía falta el silencio para oirlo que ocurría en casa de mis vecinos. En seguida comenzaron a escucharse unos gemidos femeninos que pronto fueron gritos. ¡Mierda, me estoy poniendo cachondo!
Y gritaba, y gritaba, ¡Y GRITABA! Y la cama chirriaba, y chirriaba, ¡Y CHIRRIABA! Y entonces empezó él a gemir y a gritar.
La compenetración entre los tres (cama, vecino y vecina) era perfecta, y el hormigueo que recorría mi cuerpo era una mezcla de excitación, envidia y disimulo (no está la cosa como para retomar el sexo con mi pareja). No podía evitar que la imagen de mis vecinos se representara en mi cabeza, desnudos, uno sobre el otro, cabalgando sobre la cama, envueltos en sudor, acariciándose, besándose y penetrándose, gimiendo, gritando y gozando desesperadamente. Mi mente no quería, pero mi mano comenzó a pellizar la punta de mi pene, que fue creciendo rápidamente.
De pronto, tras un gran aullido, el ruido en el piso de arriba cesó. Silencio absoluto. Nada de nada.
Pero yo no iba a poder dormir después de aquello. Y no podía quedarme allí. Me levanté, mentí diciendo que sí cuando me preguntaon si estaba bien, y en el salón terminé masturbándome pensando en mis adorables vecinos.
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