
Mentiras mentiras y verdaderas mentiras
Una modesta guía para reconocerlas.
Es probable que las verdaderas mentiras sean muy parecidas a las verdades. Convengamos, hay mentiras que son mentiras y otras que son tan mentira que parecen en realidad, verdaderas. Las mentiras mentiras tienen un alto índice de ser descubiertas mientras que las verdaderas mentiras son mucho más peligrosas porque pueden ser la base de construcción de enormes teorías, de enormes imperios de la razón que, de manera obvia, carecen de sustento.
Las mentiras mentiras podrían asimilarse a lo que la maestra de religión fatigaba en nuestros oídos sobre los pecados veniales, esas faltas falladas que no alcanzaban el estatus de pecados a secas, que constituían, como dicen los abogados, semiplena prueba de un delito y que, por lo tanto, merecen ser castigadas pero sin la severidad de todo el peso de la ley. Las mentiras de este tipo son mentiras de macaneadores, de pequeños mitómanos autodidactas que necesitan exagerar un poco, mandarse la parte, alardear para no caer en melancolías ni en frustraciones. Son, por su parcial cristalinidad, códigos de convivencia y marcas registradas, pequeños traspiés que buscan embaucar sin mayor daño.
Las verdaderas mentiras, en cambio, son profundas y sinuosas, letales, venenosas y arteras. Esconden la ponzoña entre el ropaje falso y pueden causar más daño que maremotos o sismos. Quien lanza una verdadera mentira tergiversa la realidad para ponerla de su lado aún a costa de sacrificios indecibles y siempre con costos altísimos, para si y para los ajenos. Las mentiras son, cuando son verdaderas mentiras, un arma que apunta al corazón de la confianza y que busca taladrar la buena fe y hacer errar el camino.
Lo difícil es saberlas mentiras, y también evitar que sobre sus ancas se trepen los dislates que lleven a equivocar a los buenos de corazón, porque a los malos, que también son emisores de verdaderas mentiras, no hay quién los redima. Son la base del sofisma y de la blasfemia, de los comentarios malintencionados de la chusma, el pasto que quiere darnos de comer el ninguneador profesional, la carroña que expanden los que saben que tienen la conciencia perturbada. Las verdaderas mentiras penden de nosotros como espadas de Damocles sobre las cabezas, seguras de que asestarán el golpe sin fallar.
Las verdaderas mentiras son patéticas y tristes, y nos hacen oscurecer el corazón. Debemos tener cuidado de los iluminados, de los conjuradores, de los retorcidos y de los pérfidos porque su campo de batalla y su natural hábitat se sitúa entre ellas.
Gilez
He aquí una triste mentira..... la de la enfermedad la que solía hacer cuando tenía depresión..... al llamarme mis amigas para reunirnos... siempre tenía una mentira piadosa.... para salvarme de la situación, tan complicada para mí que era "salir de casa", no fué solo una vez si no varias ... durante mucho tiempo, lo peor era q´no quería reconocer la enfermedad, el final de la historia es que mis amigas nunca lo supieron.... nos llamamos por teléfono pero dejaron de invitarme a sus reuniones..... y las comprendo perfectamente.... un "no" por respuesta durante tanto tiempo, llega a cansar..... Hoy puedo decir que estoy mejor, no necesito mentir.........