Canela
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PeterPaulistic@
   
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Saber que existes me llena de vida.
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« : 24 de Junio 2006, 12:47:55 » |
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Me mordió los labios. “Cállate”. Me arrojó sobre las sábanas arrugadas y media hora después se hundió en mí, como un criminal adentrándose por la trampa de un callejón mil veces recorrido. Huías de ti una vez más, y ya no eran sirenas nocturnas las que te alentaban sino mis gemidos que te pedían morir una vez más.
Cuando desperté estabas sentado sobre la colcha, las manos en las rodillas. Parecías extraviado. Agradecí tu olor mezclado con los de la cerveza y el tabaco. Desee de nuevo rodear tu cuello con mis manos y fue de nuevo el deseo, y éste vino a perderse al minuto, furtivo como un vigía abriendo puertas de muralla al enemigo. Así no podrás perdonarte. Pensé que tenías el perfil más perfecto del mundo y los ojos de un castaño suave. Te mordí la nuca y reíste satisfecho.
Me alejé para mejor verte y por fin tu voz. “No te vayas”. Palabras rebotando contra las sucias pareces del cuarto, contra las heridas que no cicatrizaran nunca. Yo iba espiándole las reacciones y así supe que iba a revolverme el pelo con sus dedos amarillos de melancolía, supe que iba a herirme una vez más.
“Te amo, porque cuando te dejo, pareces terriblemente triste”, hablaba y yo no lo oía, tan ocupada estaba en cortarle el humo deslizándose por entre los labios. Tienes madera de perdedor, amor, y yo amo a los perdedores. A ellos más que a los perdidos. Palabras apócrifas porque no te iban describiendo. “Tú eres lo mejor que me ha pasado”, me cruzó por la mente el artero estribillo y me mordí el pulgar, ni furiosa ni complaciente. Te besé para que te callaras y para evitar que de mi boca salieran frases inconexas, hijas del deseo, del delirio, de esta manera de ser y morir en cada palabra.
En ocasiones me digo que no hay engaño mayor que las palabras. Y sé, sin embargo, que somos sólo eso… una suma de instintos que eligieron palabras para disfrazarse, travestirse de ellas, y sobrevivirnos, antes, después, a nosotros, tan fatuos, tan débiles, tan felizmente desdichados. A veces, me da pena la especie. No yo, en realidad. Porque yo tengo que estar muy borracha para apiadarme de mi misma. Ahora, lejos de mí, el dolor es soportable porque puedo apiadarme de otra, de ti, algo así como el personaje de un cuento, alguien que no le pertenece a nadie y es de todos, y todos pueden soñar que la matan, que la arrullan, que la aman.
Ya no me mirabas. No mirabas nada. Imaginé que tampoco me escucharías. Te susurre, “te he esperado tanto tiempo, tanto tiempo. Todo el tiempo es inútil…”, no pude seguir hablando, ahora era tu boca la que no quería oír. Me mordió los labios. “Cállate”.
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