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Autor Tema: Matar por diversión....  (Leído 1799 veces)
Iranzo
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Prefiero vivir soñando,que morir sin haber soñado.


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« : 16 de Enero 2006, 20:35:56 »


Os dejo este artículo que viene esta semana en la revista XLSemanal:


No lo hacen por robar ni por racismo ni por pertenecer a una pandilla. Lo hacen, y ésta es la terrible novedad, por pasar el rato. Es la violencia lúdica a la que se entregan chicos de 15 a 20 años cada fin de semana y que sólo salta a los titulares cuando se les va de las manos. Viajamos a la mente de uno de estos jóvenes y a su entorno, mucho menos marginal de lo que pueda parecer.

Viernes, seis de la tarde, barrio de Salamanca, uno de los más selectos de Madrid. Lucas, de 15 años, está tumbado en su habitación, sobre la cama deshecha, haciendo zapping. A un lado, el salvapantallas de su ordenador repite su nombre bajo diversas formas cambiantes. Sobre el televisor, varios DVD y, más allá, unas mancuernas, ropa sin ordenar, varias revistas. Apaga el televisor y se queda mirando la pantalla en negro. Parece aburrido. Se levanta y se acerca a la ventana. Abajo, en el parque interior del edificio, unas madres juegan con sus chicos.

Lucas se aparta y coge la cazadora, su móvil última generación, un mechero, sus cigarros y un folio doblado por la mitad que tenía sobre el escritorio. Se mira varias veces en un espejo, sale de su habitación y se dirige hacia la de sus padres. Ya en ella, se acerca a la cama y deja sobre ésta el folio. Hurga ahora en el bolso de su madre y saca de su cartera un billete de 20 euros y otro de diez. La cartera queda abierta sobre la mesilla y el bolso, también, en el suelo. No parece preocupado por dejar las cosas desordenadas.

Regresa al pasillo y avanza hasta el salón, donde su madre habla por teléfono. Al verlo pasar, ella se interrumpe. «Espera un segundo, no cuelgues.» Tapa el micrófono y dice: «Lucas, ¿dónde vas…? Lucas…». Por toda respuesta recibe el ruido de la puerta al cerrarse. La madre niega con la cabeza y vuelve a hablar. «Oye, ¿puedo llamarte luego? Debo irme.» Tras colgar, la mujer se dirige a su habitación y, nada más entrar, nota los cambios: el folio sobre la cama y su bolso y su cartera abiertos. Desdobla el papel y lo lee, se lleva una mano a la frente. Vuelve al salón, coge el teléfono y marca un número. «Pedro, joder. Soy yo, de nuevo. ¿No oyes mis mensajes? Llámame, coño.»

Se le quiebra la voz. «Lucas acaba de irse y ha vuelto a dejar otra nota: `Espero ver pronto progresos vuestros. Quiero que me dejéis una lista con las posibles vías de financiación que estéis estudiando para comprar mi moto. Sois los peores padres del mundo. Si no tengo noticias pronto, esperad consecuencias terribles´. Esto último, en mayúsculas. Además, ha vuelto a faltar al instituto y no me habla. Pedro, llámame, haz algo. A mí no me hace caso.»

Lucas sale del edificio, enciende un cigarro y, mientras camina, escribe un SMS. Unas calles después llega al cibercafé. Entra sin saludar, busca y encuentra un ordenador libre, se sienta e introduce su clave y su usuario; en su pantalla se inicia The Warriors, uno de los diez juegos más violentos de 2005, según la Family Media Guide de Estados Unidos. Él lo ignora; sólo sabe que es uno de sus favoritos.

Se coloca unos auriculares, coge el mando y comienza a jugar, cuando suena su móvil. En el visor de la pantalla ve escrito: «Papá». Decide no atender y sigue jugando. La acción se repite tres veces y Lucas sólo deja de jugar cuando llega su amigo Chema y se pone a su lado. «¿Qué tal, tío?» «Bien, ¿tú?» «Aquí me ves…» Su móvil vuelve a sonar. «Es el plasta de mi padre. Salgamos a fumar.» «¿Y qué quiere tu padre ahora?», pregunta Chema. «Pues lo de siempre: apretarme las clavijas porque se lo ha pedido mi madre. Mañana, además, nos toca volver al psicólogo de la Fiscalía.» «Joder… Vaya palo del que me he librado.» «Sí, has tenido suerte de no estar con nosotros aquella noche.» Silencio.

Lucas se muerde las uñas mientras fuman; Chema insiste: «¿Y qué puede pasarte si dejas de ir?». «Pues lo mismo les da por meterme en un centro; no sé.» «Ya…» Otra vez silencio. «¿Y cómo va el asunto de tu moto?», pregunta Chema. «Un poco chungo –responde Lucas–, pero caerán. Mi madre ya está bastante acojonada. En fin, tío; déjalo. ¿Llamamos a Luisma? Podríamos darnos una vuelta por debajo del viaducto a ver qué pillamos. Siempre hay alguno durmiendo allí, pero tendríamos que estar los cuatro.» «Vale… –titubea Chema– Vale. Vamos a llamarlo a ver qué dice.»

Al día siguiente, Lucas y sus padres llegan a la Fiscalía del Menor. Lucas entra primero, mascando chicle, y se sienta, medio tumbado, con las piernas estiradas, en una de las dos sillas que hay frente al escritorio del psicólogo. Después, pasa su padre y detrás, su madre. El psicólogo le dice a Lucas que deje sentarse a sus padres, que ahora le acercará otra silla. «No, no –interviene el padre–. Déjelo: el chaval está cansado. Siéntate tú, Luisa.» La madre obedece y el psicólogo acerca una tercera para el padre.

«Bueno, qué tal –pregunta el especialista–. ¿Cómo ha ido todo?» Lucas se adelanta a responder: «Pues ahí estamos; tranquilos.» «Ajá –dice el psicólogo–. ¿Y qué tal el instituto?» «Bien –afirma Lucas–, bien.» «¿Estás yendo..?» «Sí, sí. Siempre», subraya el menor. Al ver que la madre baja la mirada, el psicólogo insiste: «Tu madre, al parecer, no piensa lo mismo». «En general, no ha estado faltando –dice ella–; sólo hoy...» «Ya, ya… –responde el especialista mirando al padre–. ¿Puedo hacerle unas preguntas, Pedro?» «Sí, claro.» «Dígame tres cosas positivas de su hijo.» Silencio.

«Bueno… –continúa tras unos segundos–. Tiene carácter… Sabe qué quiere en la vida. Quiere ser médico, lo cual habla bien de él; es independiente y… eso…» «Ya –responde el psicólogo–. Y ¿sabe cómo se llama el tutor de Lucas en el instituto?» «Eh… –cierra los ojos– No lo recuerdo ahora. Luisa es la que más va al instituto porque, como yo viajo tanto, la mayoría de las veces no puedo ir.» «Ajá… Ya, ya. Y tú, Lucas, cuéntame. ¿Te preocupa el estado del chaval al que golpeasteis aquella noche?» «Bueno, sí…», dice desganadamente. «¿Pero has ido a verlo o lo has llamado?» «No.» «Pero ¿te arrepientes, sientes remordimientos por lo que le habéis hecho?» «Quizá se nos fue la mano, pero él nos miró mal.» «¿Él sólo os miró desafiante a vosotros cuatro?» «Si no quiere creerlo…» «¿Sabes que de no haber llegado la Policía podríais haberlo matado?» Lucas permanece callado.

«¿Por qué lo hicisteis?» «No sé, nos dio el punto.» «¿Cómo es eso?» «Bueno, joder; habíamos bebido un poco, estábamos aburridos y, vale, sí, nos pasamos un poco. No quisimos dejarlo así.» «Ya –dice el psicólogo–. Ahora, dime algo: qué harías si yo y tres amigos le gastamos la misma broma a tu padre». «Te mataría», responde Lucas sin vacilar. El psicólogo calla y abre una carpeta. «Lucas, por favor, sal un momento. Quiero hablar con tus padres.» «Oye, no me iréis a meter en un centro, ¿verdad?» «Anda, anda, sal un momento. Ahora hablamos», dice el especialista, quitándole hierro al asunto. Lucas se endereza: «Oiga, no, por favor –se le llenan los ojos de lágrimas–, no me enviéis a un centro. Por favor, no hagáis eso, decidle que no. Vamos, no exageréis tanto las cosas».

Este mismo cuadro, reproducido a partir de casos reales tratados por el psicólogo de la Fiscalía del Menor Javier Urra y el también psicólogo y profesor de la Universidad de Valencia Vicente Garrido, se da, según la estadística, en casi un millón de familias españolas. Los casos permanecen, no obstante, muchísimo tiempo adormecidos, latentes, casi al margen de la realidad, hasta que una noche, como en el reciente suceso con la indigente de Barcelona, unos chavales se exceden —fallan en el grado, no en la acción—, alguien muere y el asunto salta a los titulares. Son casos de violencia lúdica, llamada también `gratuita´, aunque el coste a pagar por todos sea demasiado alto: una plaza en un centro de menores asciende a 252 euros diarios, sólo por mencionar el coste más indolente de esta historia.

Una violencia, en suma, sin móviles delictivos –como robar– ni racistas –como el de los skins– ni pandilleros, como el de los Latin King y los Ñetas. Los móviles, aquí, son exclusiva y siniestramente recreativos: el plan del fin de semana de jóvenes de entre 15 y 20 años, de clase media, media alta y alta, que encuentran una satisfacción personal en el dominio, el control y la vejación del otro, elegido siempre por débil, en número o condición. Jóvenes que, en determinado momento, teniéndolo casi todo, entienden que el tipo de vida que llevan no les satisface y necesitan algo –no saben bien qué– que les llene, llevando a cabo algo muy arriesgado, que no haga nadie, que los sitúe, ante todo, en una posición de un gran poder respecto a otra persona. Los expertos no dudan: psicopatía. Y en la antesala de esta temible forma de diversión, como primer fondo reconocible del problema: el aburrimiento, el «deseo de desear», según la definición del novelista ruso Leon Tolstoi y que, etimológicamente, proviene de `horror´. ¿Horror a qué?

«Cuando te pones a rascar en la epidermis de estos casos –explica Javier Urra, que fue el primer Defensor del Menor–, salen muchas cosas. Se dice: `provienen de familias normales´. ¿Qué significa eso? ¿Familia propietaria de un piso, dos coches y con hijos en un buen colegio? ¿Eso basta? Detrás de esa realidad parcial, sólo socioeconómica, lo `normal´ es: matrimonios mal avenidos, separaciones mal llevadas –que son la inmensa mayoría– y un constante mensaje a los menores: `No me quites tiempo´, `no sé para qué te he traído al mundo´. Normal, entonces, es casi no dedicarles tiempo a los hijos, no conocerlos. `Normal´ es el padre que se mete cocaína y se va de putas, algo que, en la batalla conyugal, la propia madre le cuenta a su hijo. Y esto, que habrá que ver si es normal, sí es, lamentablemente, muy frecuente.

Esas pequeñas cosas te dan la explicación de todo. Porque en las familias normales también hay, a veces, mucha psicopatía. Así tenemos cada vez más chavales, nada marginales, que actúan violenta y antisocialmente en las calles porque no están ilusionados por el presente ni por el futuro. Sienten una auténtica náusea y la vomitan. Se ponen a la salida del Metro y dicen: `Al que salga el quinto, le damos una paliza´. Van buscando a alguien a quien pegar, a quien desplazar su dolor. Y esta violencia comienza en las casas. Se habla mucho del bullying, de la violencia en la escuela, pero es muchísimo menor de la que se produce en los hogares hacia las madres. Esto es lo más destacable y atendible, porque cada vez más jóvenes de 16 y 17 años agreden a sus madres, alertándonos de que mañana, cuando vivan en pareja, agredirán a sus mujeres.»

Javier Urra acaba de terminar un nuevo libro, El pequeño dictador (que se editará próximamente), que aborda la misma problemática de Los hijos tiranos. El síndrome del emperador (Ed. Ariel), firmado por Vicente Garrido Genovés, una de las mayores autoridades en la investigación y el tratamiento de la personalidad delincuente y violenta. Ambos abordan la instancia en la cual los padres se convierten en víctimas de sus propios hijos. «Son chicos para los que no hay autoridad –dice Urra–, a los que se les emiten mensajes contradictorios todo el tiempo, chicos que en sus casas sólo oyen hablar mal de la suegra, del jefe, del vecino –de la madre y del padre, según quien hable– y, en ese contexto, aprovechan para ser muy tiranos. Y lo más terrible de todo es que, después, en las fiscalías y en los juzgados, cuando estos chicos han actuado antisocialmente en las calles, los padres son los primeros en defenderlos, pidiendo que no se los sancione. Dicho esto, hay que recordar también que no sólo educan los padres y maestros: educa la televisión, los terribles videojuegos, las películas y un largo etcétera.

La sociedad no puede inyectar violencia por todos lados y sorprenderse luego de que algún joven cometa hechos terribles o decida averiguar qué se siente matando. Estamos haciendo chicos de una gran dureza emocional. Insensibles. Deshumanizados. Pero, por suerte, y esto hay que subrayarlo, la inmensa mayoría de los jóvenes españoles no son violentos. Pueden ser muy poco respetuosos, pero no agresivos y, más que ejercerla, padecen la violencia. Eso sí: cuando los hay, los casos son de una maldad extrema, lo cual demuestra que una parte de nuestro organismo social está muy enfermo y que hay que cogerlo a tiempo para que no se nos convierta en un auténtico cáncer con metástasis. Estamos a tiempo, pero hay que actuar ya.»


Entrevista Vicente Garrido

Vicente Garrido es doctor en Psicología y Criminología por la Universidad de Valencia y una de las mayores autoridades en España en la investigación y el tratamiento de la personalidad violenta. Fue asesor de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias y ejerció de Consultor de Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil en Latinoamérica. Hoy integra un comité internacional para prevenir la delincuencia y acaba de publicar Los hijos tiranos. El síndrome del emperador (Ariel), que aborda la violencia de jóvenes no marginales a sus padres, una tendencia en aumento.

XLSemanal. ¿Por qué algunos jóvenes son violentos sólo fuera de casa, y otros dentro?

Vicente Garrido. No lo sabemos. Quizá porque quieren conservar una imagen que les dé libertad o no les coarte la que tienen, o porque no han roto aún el tabú de golpear a sus padres. Pero, básicamente, la psicología de los chicos que mataron a la indigente en el cajero de Barcelona y del que agrede, amenaza y extorsiona a sus padres es la misma.

XL. ¿Está aumentando esta violencia gratuita realizada por jóvenes no marginales?

V.G. Entre 2000 y 2004, en Cataluña, por ejemplo, las denuncias de padres a sus hijos se multiplicaron por ocho y, en Valencia por 14. Si nos atenemos a la violencia brutal hacia personas de fuera de la familia, la tendencia es al alza, aunque no muy marcada por ahora. Por eso hay que preocuparse cuanto antes, porque esta violencia lúdica denota una problemática de tipo psicopática –su fin es pasarlo bien a costa del sufrimiento ajeno– y es realizada por individuos que necesitan materialmente pocas cosas, pero vivencialmente otras que los pongan en una situación de poder. Y como nos enseña la historia del crimen, estas psicopatías tienden a manifestarse matando a una persona.

XL. ¿Qué dispara estos casos?

V.G. Es complejo responder. Habría que hablar de cada caso en particular porque resulta muy difícil explicar las causas en términos generales. Hay siempre un factor individual. Son chicos que han tenido, ante todo, un problema para desarrollar una conciencia, unos sentimientos de culpa y unos afectos verdaderos. Al margen, la sociedad actual les da unas oportunidades para la desviación, la vida rápida, hedonista y egocéntrica que antes no tenían, haciéndolos a su vez impermeables a cualquier otra actividad que implique sacrificio, tesón, responsabilidad. Por eso, hay un poco de las dos cosas: unos aspectos individuales, que condicionan pero no determinan y otros aspectos socioambientales que, dependiendo de cuáles sean, pueden estimular que se desarrollen y radicalicen esas tendencias iniciales.

XL. Los videojuegos violentos ¿influyen?

V.G. Ante todo, merman el tiempo que los jóvenes dedican a socializarse, lo cual, desde luego, encierra un importante efecto negativo: si no tuvieran esas diversiones, los chicos buscarían otras formas de pasar el rato, más integradoras. Por el contrario, se aíslan, y eso, en chicos con dificultades de socialización, supone un riesgo, ya que ellos pueden encontrar en esa diversión virtual un código lingüístico que valide su forma de pensar, propiciando incluso sus deseos de llevar a la práctica lo que fantasean frente a la pantalla. Ahora bien, un chico bien formado se pone a jugar y no acabará siendo un asesino. El ambiente social puede estimular una predisposición o compensarla, disminuirla o, incluso, puede llegar a neutralizarla por completo.

XL. ¿Son actos de salvajismo a los que se llega sobrio o normalmente existe consumo de algún tipo?

V.G. No es necesario que haya consumo. De hecho, muchos de estos sujetos beben, si beben, para darse valor a la hora de cometer un acto que ya tienen decidido y les seduce. Lo hacen para experimentar `una fiesta completa´. Pero me es difícil justificarlos por el consumo, que nunca es la causa de esta violencia sin conciencia, la cual ha quedado eliminada; no la conciencia de saber lo que uno está haciendo –que lo saben–, sino la que nos genera un sentimiento de culpa y nos impide ver una diversión donde no la hay.

XL. ¿Y cómo es el perfil de estos jóvenes?

V.G. Son personas vacías, sin una meta definida, y hastiadas. Tienen un profundo egocentrismo y un sentimiento de ser superiores a los demás. Y como no tienen lazos afectivos, sustituyen la empatía, el amor y la compasión por el dominio y la vejación impiadosa del otro. Tienen, a su vez, una gran capacidad para dar una imagen distinta de sí mismos, acomodada siempre a la situación que atraviesen. Fingen y aparentan muy bien.

XL. ¿Son buenos alumnos?

V.G. No. Son más bien irresponsables, impulsivos, y trampean con promesas y mentiras las tareas que sus padres les ponen.

XL. ¿Sus víctimas siempre están entre los más débiles?

V.G. Sí. Es difícil que se enfrenten a alguien que les oponga resistencia. No buscan demostrar que son valientes: los demás no cuentan. Sólo quieren sentir plenitud a través del dominio y la explotación del otro.

XL. ¿Son hijos de padres excesivamente permisivos?

V.G. Es lo que se cree, pero lo dudo. Sus padres no resultan precisamente permisivos; únicamente no han puesto la atención que debían en saber qué problemas, características y necesidades tenían sus hijos. Suelen ser los últimos en enterarse de lo que hacen sus hijos, quizá, insisto, porque no quisieron ver. Hay también otros padres muy preocupados que sencillamente no pudieron con sus hijos. Pero ningún chico llega a estos niveles de psicopatía sin tener antes una serie de características individuales.

XL. Estas psicopatías ¿se asocian al trastorno de personalidad?

V.G. Sí, sí. Es lo que son, porque lo que está trastornado es el modo de relacionarse con las personas y con el mundo. A diferencia de una enfermedad mental, en el trastorno de personalidad el sujeto no pierde contacto con la realidad ni tiene alucinaciones o delirios. Sí posee una manera peculiar de relacionarse con su entorno, que, en este caso, excluye la preocupación por el bienestar ajeno.

XL. ¿La violencia está de moda?

V.G. En realidad siempre lo estuvo. Lo novedoso ahora es que la violencia se ha convertido, como nunca antes, en una actividad masiva de diversión.

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Ahora está en titulares la muerte de la indigente de Barcelona pero ha habido otros...

Tres jóvenes matan a golpes a un sin techo
# Madrid, agosto 2002
Francisco José, Rubén y Carlos, de 25, 19 y 18 años, respectivamente, mataron a golpes al indigente Antonio Micol mientras dormía a las puertas de un garaje cerca de Atocha. Lo conocían de vista y le propinaron golpes con una barra metálica y una cadena antirrobo y lo hirieron con una navaja. Murió por hemorragia masiva. Los jóvenes alegaron que «sólo querían darle un susto», pero no convencieron al jurado. Fueron condenados en mayo a penas de entre 20 y 22 años de cárcel.

Graban en vídeo las palizas que propinan
# Barcelona, octubre de 2002
Atacar a ancianos, destrozar mobiliario urbano y golpear a mendigos estaban entre las diversiones de un grupo de siete amigos de entre 18 y 20 años. Pero apedrear a mendigos y lanzarles cócteles molotov no era suficientemente satisfactorio por sí mismo, así que grababan en vídeo sus actividades para poder recrearse después en ello. La Policía se incautó de las cintas y los acusó de delitos contra la integridad moral y de daños.

Unos chicos prenden fuego a un mendigo
# Málaga, diciembre de 2005
El indigente dormía en el suelo de la plaza del aparcamiento municipal de la Alcazaba cuando dos jóvenes de unos 25 años le prendieron fuego. Envuelto en llamas, logró llegar hasta los lavabos y mojarse con agua, pero tuvo que ser un vigilante con un extintor quien sofocase el fuego. El suceso se produjo una semana después de que tres jóvenes fueran detenidos en Barcelona por quemar viva a una mendiga en el interior de un cajero automático. Cabezon



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Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla,más si el hombre que ha cometido un error no lo corrige,comete otro error mayor.
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« Respuesta #1 : 16 de Enero 2006, 23:17:24 »

La verdad que esto no cogue de sorpresa,chicos con 13 años que tienen poder absoluto sobre sus padres,por no haber tenido en su dia unas enseñanzas minimas morales.
« Última modificación: 16 de Enero 2006, 23:25:48 por Iranzo » En línea

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llevo PeterPaulXXX.com en la sangre!!!!!


« Respuesta #2 : 16 de Enero 2006, 23:22:32 »

es impresionante el nivel de descomposición que ha alcanzado a todo el mundo.
Este caso se repite en muchos lugares, y eso es lo que impresiona mas.
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Hazlo  bien sin mirar con quién!
TaH
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« Respuesta #3 : 17 de Enero 2006, 01:07:39 »

Y ya no es cosa de las grandes ciudades, el pasado sabado unos cuantos le dieron una paliza a un conductor de autobus y a un viajero q le fue a ayudar...y todo pq les llamó la atencion por ir haciendo el idiota en el autobus....
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Nunca vayas por el camino trazado...pues conduce hacia donde otros han ido ya.
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cara gochu siempre martir antes que heroe


« Respuesta #4 : 17 de Enero 2006, 02:31:40 »

Lo 1º un karmita para iranzo por su reportaje, de algo que se está convirtiendo en habitual.

Como dice TAH no es exclusivo de grandes urbes, aquí en Oviedo he visto cosas parecidas algunas noches.
Si se reformara de una p.. vez el codigo penal quizás alguna de esas "niñerias" serían castigadas como se merece.
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Todo  el mundo se queja de su memoria pero nadie de su inteligencia
Caronte90
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Aupa PeterPaulXXX.com


« Respuesta #5 : 17 de Enero 2006, 07:41:46 »

La verdad que esto no cogue de sorpresa,chicos con 13 años que tienen poder absoluto sobre sus padres,por no haber tenido en su dia unas enseñanzas minimas morales.

Tienes toda la razon,  toda la educación esta en la casa, y si el hijo siente la libertad de gritar a su padre y saber que nadie la dira nada, no se espera mucho en el futuro de ese niño...

"En una Mano la Miel
Y en otra la hiel"

Nunca fue, nunca es, y nunca será malo, poner mano dura en la educación de un hijo...

Solo espero que esto no empieze a hacerce habitual en el mundo, por que no me gustaria vivir en un lugar, donde un loco, por que se le antojo ese dia, me mate o mate a alguien familiar mio....
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OjO pOr OjO y El MuNdO sE qUeDaRa CiEgO
Iranzo
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« Respuesta #6 : 17 de Enero 2006, 15:02:50 »

Esto que si es un problema que se les va de las manos tanto a los padres como a los que gobiernan,entre las bandas juveniles y las que no son bandas,el adolescente de hoy en dia se cree Dios,yo  a esa edad me comia el mundo,pero de otra manera,no a ostias con el primero que veia No, NO!
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Viva córdoba y sus rebujitos.


« Respuesta #7 : 17 de Enero 2006, 15:14:07 »

Esto que si es un problema que se les va de las manos tanto a los padres como a los que gobiernan,entre las bandas juveniles y las que no son bandas,el adolescente de hoy en dia se cree Dios,yo  a esa edad me comia el mundo,pero de otra manera,no a ostias con el primero que veia No, NO!

y que razon tienes tio.

solamente hay que ver cuando sales los fines de semana por ahí como se comportan algunos.
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que......... hacen unos REBUJITOS?Huh
Iranzo
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« Respuesta #8 : 17 de Enero 2006, 16:36:07 »

Bueno,acabo de ver las noticias y mas de lo mismo,arrestados en Florida tres jovenes menores de 18 años culpables de la muerte de un indigente causada por la paliza que le propinaron con bates de beisbol,solo por puro hobbie,en Estados Unidos murieron 20 personas por estas razones Cabezon
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