
el ojo se demora en la piel reseca del hombre privado de lágrimas y alegría, del hombre aislado de la soledad nutricia, solitario dolor entre tanto dolor vestido de placer, solitario dolor que atraviesa el laberinto de espejos que se pierden a sí mismos en la busca de la imagen suficiente. no hay fronteras en la intemperie que ha destruido tu refugio. no hay nombre que aleje al hombre del hombre. los tuyos se dilatan en cuerpos que ignoras, en cada dolor, el único dolor existente, en cada muerte ignorada. algo muere en tus entrañas. no hay fronteras, no hay rostros, que merezcan dominar la tierra. secretos lazos subterráneos hacen del barro un círculo, pudorosa esfera que cobija a la multitud de manos que la aprisionan. en las calles, rectos destinos prefijados, sin saber, lloran su desdicha. donde la moneda seductora ofrece ilusorios paraísos, sus ojos engañados inventan vanas esperanzas. luminosa es la ciudad en sus días y sus noches, luminoso ocultamiento del incierto devenir, de la multitud de roces que se pierden en frígidos cuerpos inútiles, cuentos de príncipes y hadas que tejen falsas historias de amor levantando muros que dejan fuera a la vida. pero incondicional vuelve, y los otros, los cuerpos, ahí permanecen. las luces no encandilan por siempre y los muros no cesan su caída. alturas y escombros, una misma ciudad, que intenta ocultar su transparencia, desnudo amor hermano que debajo de los más sofisticados ropajes irrigan la misma pìel. ninguna joya iluminará tus manos tras tu último día. ninguna carga curvará tu espalda. fatal, la posesión deviene entrega. fatal, tu muerte, muere y nace en cada hombre.
Anónimo
