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Autor Tema: MIS RELATOS ERÓTICOS  (Leído 12165 veces)
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Soy Celta, estoy feliz.


« : 26 de Diciembre 2005, 04:07:31 »

Amig@s, desearía compartir con Uds. algunos relatos eróticos, seleccionados de entre todos los que he escrito en estos últimos 19 meses. Fui ordenándolos cronológicamente para que no les quede muy confusa la cuestión, si bien no fueron escritos en el orden en que ahora los presento. Espero los disfruten. Quedo a la espera de vuestras opiniones, comentarios, consultas y demás.
Saludetes.


MI MAYOR VERGÜENZA

Resumen: la mayor vergüenza de mi vida, pasada frente a mi primera novia y su familia.

     Les contaré en esta ocasión la gran vergüenza que tuve ocasión de pasar con mi primera novia. Contaba en ese entonces con 19 años y medio cuando conocí a María Clara, una chica que todas las mañanas pasaba por la vereda de casa haciendo aerobismo. Me gustaba mucho, no sé si de verla tan atlética y esmerada en su cuidado corporal, si de verla tan seriecita en su proceder y expresión de su rostro, si por su cabello castaño claro y ojos oscurísimos, o por todo en conjunto. La cuestión es que un buen día comencé a salir también yo, si bien que en bicicleta para, disimuladamente, seguirla y comenzar a conocer su trayectoria, sus horarios, rutina, lugar de residencia y demás hábitos relacionados con su deporte.
     Pasados los días y las semanas, comenzamos a hacernos conocidos hasta el extremo de que muchas veces yo descendía de mi bicicleta y proseguíamos juntos haciendo el recorrido que ella tenía ya diseñado. Un buen día, en verano, le declaré mi amor entre bromas y verdades, y de esa manera empezamos a salir a las confiterías los fines de semana; y después también a la discoteca, de donde volvíamos ya despuntando el alba del Domingo, momento en que la acompañaba hasta el portal del edificio en que ella vivía. Allí hablábamos alguna que otra cosilla más, nos besábamos de modo más o menos apasionado y por fin nos separábamos para dormir cada cual en su casa. Y por aquí vino la cuestión que les relataré.
     Quiero también contar que un día me presentó a sus padres, que muy amablemente me recibieron en el ámbito de su intimidad casi como a un hijo más, invitándome en muchas ocasiones a tomar el desayuno con ellos al regresar del baile, o a cenar el Sábado por la noche antes de partir con María Clara a la discoteca. Total que, en resumidas cuentas, la relación con ellos era muy familiar, se notaba que me querían y también yo trataba de corresponderles en la medida de lo posible. Eran personas más bien conservadoras, pero muy abiertas para con los demás: gustaban de manifestarse favorablemente cuando la ocasión lo ameritaba, si bien eran partidarios de mantener una cierta línea ajustada a las buenas costumbres en el hablar y en el actuar; en otras palabras, que primaba la corrección y el buen tono.
     Sucedió que en una de esas salidas, al volver de la discoteca un rato antes de lo habitual, y habiendo por lo tanto menos claridad ambiental que por lo general, se me ocurrió apoyarme en el portal, sacar al aire mi pene bien erecto y decirle:
 - Venga, María, chúpame la polla.
 - ¡Estás loco! ¡¿Aquí en mi portal?!
 - Vamos, no seas tonta, si te gusta.
 - Pero ¿qué dices? ¿Si baja algún vecino, o mi familia? Ni lo sueñes.
 - Anda, no te hagas de rogar.
 - ¡Que no, que no! Que aquí no te hago una mamada.

     En ese momento oímos ruidos en la escalera y aparece Eliana, la hermana menor de María, medio dormida y en camisón. Se para en la mitad de la escalera y nos dice:
 - Que dice mamá que se la chupes, que si no que se la chupo yo, y que si no que baja ella y se la chupa, pero que quite de una vez la mano del portero automático.

     En ese momento me di cuenta, horrorizado, de mi error: accidentalmente había colocado mi mano justamente sobre el botón del timbre del portero automático, accionando así el circuito de comunicación con el departamento de la familia de mi novia, con lo que ellos, al levantar el tubo del aparato telefónico, pudieron comenzar a oír la charla que supuestamente debía desarrollarse sin público entre María Clara y yo. Me causó una vergüenza terrible el pensar que ellos habían escuchado la indecencia que le estaba pidiendo hacer a su encantadora hija, principalmente si consideramos la benevolencia, y consideraciones, y mil miramientos con que siempre me habían tratado. Me sentí como que les estaba dando un puñetazo en plena cara y como que les decía “Tomen, idiotas y súper tontos, así les devuelvo con mis degeneraciones las mil atenciones tenidas conmigo, humillando y haciendo doblegarse a vuestra hija y degradándola vergonzosamente ante la vista de cualquiera que pueda acertar a pasar en ese momento y nos vea”.
     La cuestión es que, casualmente o no, ese fue el último Sábado en que María Clara salió conmigo. Nunca supe si lo que sucedió fue que ella se ofendió conmigo, o si sus padres se disgustaron con quien esto escribe y temieron que yo fuese un pervertido, o si riñeron con su hija por causa mía y María Clara decidió cortar por lo sano no volviendo a aceptar más una nueva invitación a salir a la discoteca.
     En lo que a mí respecta, me avergoncé tanto de lo sucedido que no me atreví a subir otra vez a su departamento, y a las cuatro semanas del incidente terminamos por romper definitivamente nuestra relación; no porque hayamos reñido abiertamente, sino más bien creo que por enfriamiento de ambas partes, dado que el trato frecuente ya no era tal a causa de que no podíamos salir tanto ni tan seguido.
     Esta es la triste historia de mi primer noviazgo con una chica. No puedo desearles que la hayan disfrutado, porque la escribí con todo el dolor de mi corazón, dado que honestamente creo que era una muy buena mujer, y ni ella ni su familia merecían que yo hiciera este papelón, si bien ella no pareció disgustada por lo que le dijera en aquella oportunidad, sino tan sólo algo cohibida ante la posibilidad de que alguien nos viese.
     El único consuelo que hallo es que tiempo después conocí a Natalia, mi actual esposa, junto con su amiga Nadia, cuando contaba 25 años. Pero esta es otra historia, que ya tendré buen cuidado de relatarles en otra ocasión.
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« Respuesta #1 : 26 de Diciembre 2005, 04:13:17 »

DORITA

Resumen: sexo con mi amiga la vecina Dorita, para desquitar lo que la ayudé.

     A ver; veré cómo contar este caso tan curioso que me sucedió hace ya mucho tiempo, cuando contaba 19 años y medio y estaba de novio con María Clara, aquella chica tan deportista que tuve ocasión de conocer, y de la que ya les hablé con tanto detalle en mi anterior relato “Mi mayor vergüenza”.
     Resulta que en mi barrio tengo una vecina, de nombre Doris pero a quien cariñosamente todos llamamos Dorita, su diminutivo, dado el aprecio que todos sentimos por ella, y principalmente debido a las tristes situaciones que rodean su vida y que, poco a poco, fueron estrechando sus relaciones con todos los vecinos. Es una chica de mi edad, creo que tan sólo unos pocos meses mayor, y a la que le han sucedido cosas que, si bien no viene al caso explicar, ha hecho que la lleven a depender del vecindario un tanto más de lo normal para la mayoría de nosotros.
     Conmigo no fue la excepción, ya que ocasionalmente yo le prestaba algunos libros para que pudiese leer y, así, completar los estudios que estaba cursando. Además de eso, de vez en cuando me llamó para que le hiciese algunos trabajos pequeños en su domicilio, donde por otra parte vivía sola ya que su mamá había fallecido un tiempo antes y su papá se había ido del hogar, con otra mujer; aparte de eso su hermano, soltero al igual que Dorita, había terminado por mudarse a otra casa más pequeña que la que compartían, dado que la relación entre ellos no era todo lo grata que podría suponerse ni desearse entre hermanos. Por lo tanto, esta chica terminó quedando como dueña absoluta del enorme caserón que, en una época, estuvo tan gratamente habitado por una hermosa familia que distintos sucesos habían terminado por fragmentar.
     El caso es que, por la época del suceso que voy a narrar, Dorita estaba bastante apurada de dinero, a la par que necesitaba con cierta urgencia hacer algunas refacciones en su casa, por lo que me llamaba con cierta frecuencia para que se los solucionase o, al menos, pudiera darle alguna idea o sugerencia de cómo resolver esos asuntos con poco gasto de dinero. Cuando podía yo hacerle los trabajos, procuraba atenderla pero al mismo tiempo cobrarle muy poco dinero, ya que mi idea era la de colaborar con ella haciéndole la vida más llevadera dentro de mis posibilidades, pero que al mismo tiempo no sintiera ella que yo le estaba arrojando una limosna. No sé si me entenderán ustedes: el tema es que deseaba ser solidario, pero al mismo tiempo me interesaba que ella no perdiera dignidad en su vida. Nunca he tolerado que una persona deba degradarse para poder vivir.
     Por aquél entonces, y también después, yo era solidario de veras, y muy dado a colaborar desinteresadamente con todos cuantos estaba a mi alcance ayudar. Sin embargo, poco a poco la vida fue cambiándome, hasta llegar a lo que soy actualmente hoy en día. También quiero decir que desde aquella época mi vecina ya tenía cierta fama, no sé si ganada con justicia o mal fundada habladuría, de ser una chica bastante “liviana” y relativamente fácil con los hombres. Quiero decir con esto que los muchachos, e incluso los jóvenes adultos también, rumoreaban de ella jactándose de que con cierta facilidad habían logrado mantener relaciones íntimas con mi vecina. En lo personal nunca había llegado a tener ocasión de comprobarlo, pero la Vida se encargaría de darme una prueba demostrativa de ello.
     Bueno; la cuestión es que, en una ocasión de tantas, llegó al domicilio de mis padres, donde por entonces yo vivía mientras trabajaba en el taller de carpintería de mi padre; había venido nuestra vecina con el pretexto de que necesitaba algunos recortes pequeños de madera, con el fin de poder encender la estufa, ya que sólo contaba con leños gruesos imposibles de encender de otra manera. Como a nosotros lo que nos sobra es justamente esa clase de restos menudos, junto con pilas de aserrín y viruta, pues que no tuve inconvenientes en cederle una bolsa llena de recortes, que me ofrecí a acarrearle hasta su casa, distante algo menos de 100 metros de nuestro domicilio.
     Llegados que fuimos a su residencia, se lo dejé en le jardín, y la ayudé a transportar algunos troncos medianos mientras ella se encargaba de los trozos pequeños. Ya en el interior, nos ocupamos de preparar ordenadamente la leña de manera que pudiese seguir ella sola con el trabajo y, así, regresarme lo antes posible a mi casa. Pero ¡qué ingenuo era! No imaginaba lo que me deparaba el Destino, ya que en un momento ella se pone seria, como preocupada, y me dice:
 - Mira, Roy... Tú me estás ayudando mucho últimamente... Eres muy bueno conmigo, y sin embargo yo apenas si puedo devolverte lo que haces por mí... Me da pena (lástima) que sigas esforzándote tanto conmigo, estoy siendo una carga para ti. Te necesito, pero tampoco quiero continuar agobiándote, y temo que termines fastidiado conmigo. Estoy confundida, Roy...

     Y ya no pudo seguir más. Su voz le tembló, y se colgó sobre mi cuello, rodeándome con sus brazos, en un gesto de amarga angustia, imposible de ser transmitida con palabras. Su respiración se sentía entrecortada, y se notaba que estaba ahogando el llanto para no darme una escena demasiado triste. Era una de esas ocasiones en que un ademán, un gesto o una actitud hablan con más elocuencia que las palabras. Yo entendía perfectamente lo que ella sentía, y mi única reacción fue estrecharla dulcemente con mis brazos, mientras le acariciaba tiernamente la espalda con mi mano izquierda. Mientras, por toda respuesta sólo atiné a decirle:
 - Dorita, mira: si he procedido de esta forma, es porque te aprecio mucho y quiero ayudarte. Nuestras vidas se han desarrollado en común, y tú eres la única vecina de todo el barrio con la que realmente he crecido desde la más tierna infancia. Todos los demás, o han llegado hace poco tiempo, o hace mucho ya se fueron para otros lugares. Para mí, tú eres como de la familia, eres casi una hermana para mí. Si hasta de la misma edad somos, casi... ¿Cómo no habría de ser generoso contigo?
 - Es verdad –respondió-. Hemos compartido nuestros juegos infantiles, nuestros cuadernos de estudio, nos contábamos las preocupaciones del momento, y ahora la vida nos une de nuevo, aún más que antes... Pero el caso es que no sé cómo agradecerte...
 - Pues mira, no te preocupes por eso. No dejes que te abrume la angustia. ¿Qué ganas con ello? ¿Por qué no me invitas un té? Si deseas tener un gesto amable conmigo, pues de mi parte me siento reconfortado con eso, y listo.

     Llegado este punto del relato, quiero destacar que esta chica, con quien por descontado tengo mucha confianza, tiene un cuerpo muy agradable, con una cola muy redonda y bastante prominente, unas piernas muy hermosas con muslos relativamente musculosos, un par de tetitas más bien pequeñas pero atractivas, suave piel blanca, labios gorditos, nariz pequeña y respingada, ojos marrones más bien grandes y rostro sereno, a la par que cabello castaño claro. Su forma de caminar es un tanto llamativa debido a sus caderas anchas, moviéndose lateralmente con un estilo muy provocativo y seductor. Es muy erguida aunque de estatura normal, por lo que en conjunto resulta toda ella muy vistosa. También es muy importante aclarar que es muy simpática, lo cual creo le ha ayudado para que todos los vecinos nos encontremos mejor dispuestos a la hora de ayudarla cuando nos necesita. O sea que, en pocas palabras, creo que lo reúne todo: belleza y simpatía, cosas muy difíciles de hallar juntas en una persona.
     Total que no estaba dispuesto a desperdiciar la ocasión que, de seguro, se me presentaría para poder acostarme con ella. Es una pícara idea que comenzó a vislumbrarse dentro del horizonte de mis posibilidades así que, para llevar la conversación hacia lo que yo pensaba sería su lado débil, mientras pausadamente nos tomábamos el té le comenté como al descuido:
 - Dorita, qué linda manera de ser tienes... ¿Nunca te han dicho lo linda que eres?
 - Hummm... Pues sí, algunas veces, pero no mucho –dijo, cambiándose de sitio y sentándose a mi lado, mientras apoyaba una de sus manos sobre uno de mis brazos.
 - Indudablemente, el chico que se junte contigo podrá considerarse un hombre afortunado –repliqué.
 - ¿Sí?... ¿Te parece? –preguntó, haciendo un gesto de picardía y complicidad, como entendiendo por dónde iba mi indirecta.
 - Claro, por supuesto. Es que eres tan dulce, tan tierna... Tu silueta es tan espléndida...
 - Ay, Roy, qué amable eres... Hace tanto que nadie me dice esas cosas tan bellas...
 - Pues te las puedo repetir cuantas veces gustes.

     Y aprovechando la confianza e intimidad de tantos años, le desgrané una serie de piropos y frases cuidadosamente seleccionadas, más una selección de poemas que me sé de memoria, con lo que creo que terminé de hechizarla. Creo que nunca, ni antes ni después, me agradecí tanto como entonces el haber memorizado tantas cosas lindas para poder decirle a las chicas.
     En ese momento, Dorita se puso de pie y me dijo “Ya vengo”, y se dirigió al baño, entornando la puerta. Allí estuvo un momento, mientras yo me quedaba a solas con mis reflexiones, asombrándome más a cada segundo, pensando en lo insólito de la situación en que me encontraba. Como se había creado en mi mente un momentáneo vacío, había comenzado a alternar mis ideas de un tema a otro, mientras mi pene comenzaba a levantarse lentamente, dando comienzo a una leve erección que no terminaba de resolverse por completo. De mis cavilaciones me sacó bruscamente mi amiga, que, aún estando en el baño, desde allí me llamaba para que me acercase. Me dirigí hacia allí, preguntándome qué podría sucederle, cuando ella al oír mis pasos abrió bien la puerta, dejándose ver ataviada tan sólo con su bombacha, muy pequeña y ajustada, pero no tanga. Allí, mi media erección se volvió total y bien firme. Volvió a hablar, diciéndome:
 - ¿Y ahora qué te parece mi silueta, Roy? ¿Así te gusto más?
 - Sí, claro; pero de esta otra forma me agradarás más completamente –le dije, mientras me acercaba a ella y rápidamente le bajaba la bombachita empleando mis dos manos.

     Y aprovechando que me encontraba agachado para poder quitarle su diminuta prenda interior, comencé a lamerle muy lentamente su coñito, con la punta de la lengua. Tenía pensado hacérselo con mucha delicadeza al principio, como para excitarla al máximo desde el comienzo; y, más que eso, hacerle subir el deseo sexual a fuerza de que sintiese ganas de más y más estimulación. En otras palabras, balancearme en un delicado equilibrio entre la otorgación de placer y la ansiedad de recibir mayor satisfacción por su parte.
     Primero que todo, me concentré en estimularla de manera general besándole y lamiéndole el pubis, que ella mantenía normalmente velloso y sin rasurar. Tenía ante mí un hermoso monte de venus medianamente extenso pero con pelitos naturalmente cortos y relativamente escasos, por lo que verlo, lamerlo y besarlo resultaba encantador en grado sumo.

(continuará...)
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« Respuesta #2 : 26 de Diciembre 2005, 04:16:02 »

(continuación...)

     Pasado un momento, tal vez dos minutos, hice una breve pausa para poder desvestirme en parte, quitándome el buzo de lana y la camisa, quedando vestido con mis jeans y la remera de manga corta, amén de mis zapatillas deportivas. Luego, proseguí con mis lamidas de una forma un poco más intensa, centrándome esta vez en los labios mayores y menores, y un tanto en su clítoris. Dorita comenzó a suspirar fuerte y jadear un tanto, a la par que yo lamía sus genitales y le acariciaba las nalgas y la parte posterior de los muslos. Simultáneamente, ella comenzó a mover sus caderas en un suave balanceo de adelante atrás, en un remedo semi instintivo de relación sexual. Se notaba que estaba realmente excitada de veras. Levanté la vista para verle el resto del cuerpo, y la vi con el torso un poco inclinado hacia atrás y las manos posadas sobre el borde del lavabo. Tenía el cuello flexionado y la cabeza hacia atrás, casi mirando al techo, y podía vislumbrar que mantenía cerrados sus ojos mientras presionaba suavemente con sus dientes su labio inferior. Se veía a las claras que estaba gozando en gran forma con mis lamidas, y que la mezcla de excitación y placer le hacía feliz.
     Mi pene se hallaba erecto a más no poder debajo de mi slip y los jeans, por lo que fui quitándome todo el resto de la ropa, procurando no dejarla cortada en el desarrollo de la comida de coño que le estaba haciendo. Enseguida comencé a subir un poco más, dedicándome a besarle el bajo vientre, mientras humedecía mis dedos de una mano con las secreciones vaginales que lentamente habían comenzado a brotar por entre sus labios menores. Con la otra mano, le tocaba las nalgas y le acariciaba el perineo. Así, terminé de subir hasta sus hermosos senos, que encontré firmes y con los pezones bien duros y paraditos, de manera que puse mi mano izquierda en su cintura mientras que con la diestra abiertamente le acariciaba los genitales en un movimiento de vaivén de arriba abajo, para estimularle el clítoris y los labios, a la par que recogía la mucosidad y le embadurnaba el potorrito y todas las zonas aledañas, a la par que le besaba las tetitas.
     También yo había logrado excitarme en grado sumo, de modo que de la punta de mi pene había comenzado a brotar el líquido pre-seminal y movía mis caderas para frotarle mi glande sobre el costado de su glúteo derecho. Sus jadeos habían pasado a ser fuertes gemidos, mientras yo respiraba fuerte y emitía unos casi ronquidos de excitación y placer contenido. Finalmente subí hasta su boca, y mientras ella me rodeaba con sus brazos, nos fundimos en un apasionado beso húmedo que duró no sé cuanto rato; pero lo cierto es que en ese momento Dorita alcanzó el primer orgasmo de nuestro encuentro: se estremeció un tanto, sacudiendo sus caderas espasmódicamente, luego se puso tiesa toda ella, y de su garganta surgió un gemido quejumbroso que subió a sus labios. Entretanto, para dejarle libre paso a la expresión suprema de su más encumbrado placer, bajé mis besos hasta su cuello, que le acaricié con mis labios, entregándole todo el cariño que me fue posible darle, y aplicándole amorosas caricias con mis labios y la punta de mi lengua.
     Esto estaba muy bien, pero aún faltaba gozar yo de todo este asunto, ya que mientras yo la excitaba y estimulaba a mi amiga y momentánea amante, ella había permanecido en una situación exasperantemente pasiva, no atinando a devolverme con caricias, ni mayormente con besos tampoco, y ni siquiera había atinado a darme palabras de aliento para expresarme su satisfacción. La única respuesta que había recibido a mi desempeño, era sus gemidos y jadeos, y su impresionante orgasmo; es decir, todas reacciones más o menos instintivas de parte de su cuerpo. Luego de terminada esta primera etapa de nuestro encuentro, reaccionó dando la impresión de recobrar el control sobre su conciencia y la lucidez de sus sentidos. Nos pusimos frente a frente, nos abrazamos tiernamente y volvimos a fundirnos en un apasionado beso profundo. Ni bien separamos un tanto nuestros rostros, mientras aún la sostenía por la cintura con mi izquierda, tomé mi pene con mi mano diestra y lo apunté hacia su chochito con la intención de penetrarla; cosa que no hice directamente, sino que simplemente le apoyé mi glande en su entrada, y le sonreí mientras le hacía un gesto de pícara complicidad levantando y bajando ligeramente mi ceja derecha, como avisándole de lo que vendría, y al mismo tiempo para preguntarle si estaba de acuerdo en que lo hiciéramos allí y en ese momento. Ella sólo asintió separando los labios con una amplia sonrisa, mientras bajaba sus manos y abría su congestionada vulva debido a la excitación, como para dejarme el acceso libre a su interior y hacer más fácil la penetración.
     Dada la gran cantidad de secreciones que inundaban su vagina y su chocho, amén de la que estaba brotando de mi pene, la penetración se realizó de manera muy agradable, sin forcejeos ni tensiones. Todavía en ese entonces, yo no tenía mucha experiencia en esas cuestiones, pero aún así me di cuenta que ella sí tenía una larga trayectoria de relaciones sexuales, porque además de encontrarme con que Dorita ya no era virgen, con sus movimientos, su manera de abrazarme y con las indicaciones que me daba, denotaba ella un gran conocimiento en la materia.
     Lo estábamos haciendo de pie y seguíamos en el baño. Para tener un poco más de firmeza y hacer que mis movimientos de vaivén fuesen más efectivos, la moví un poco hasta lograr que sus glúteos se apoyasen en el borde del lavabo, un enorme artefacto de losa con frente recto y aristas bien redondeadas y suaves. Al comienzo se lo metía bastante y se lo sacaba un poquito, de modo que el resultado final es que poco a poco mi pene iba avanzando y entrando más y más en su vagina. Mi respiración era pausada y rítmica pero ruidosa; mientras tanto, ella respiraba de manera más entrecortada y rápida. Seguíamos abrazados, y de tanto en tanto nos acariciábamos mutuamente a la par que cambiábamos levemente la posición de nuestros cuerpos uno respecto del otro. Por momentos nos dábamos breves besos tipo piquitos, apoyábamos nuestras frentes una con la otra, o simplemente rozábamos nuestros labios; en otras ocasiones apretábamos nuestros cuerpos, y entonces sus pechos se oprimían encantadoramente contra mí, pudiendo sentirlos muy firmes y creo que hasta un poco más grandes. Fue entonces que descubrí lo hermoso que puede resultar establecer y mantener el contacto visual con la pareja por largos períodos de tiempo mientras se mantienen relaciones íntimas. Si bien esto puede ser embarazoso al principio, realmente ayuda a establecer una unión entre los amantes. El rubor sexual era patente en Dorita, y creo que yo debía estar tres cuartos de lo mismo, cuando menos.
     Luego de un buen rato moviendo nuestras caderas, empecé a sentir que mi orgasmo estaba acercándose, por lo que decidí quedarme quieto con el pene dentro de ella, a lo que le dije:
 - Me estoy por venir Doris, quedémonos quietos un momento.
 - Sí, será mejor. Quiero que esto dure lo más posible.

     Y nos quedamos mirándonos a los ojos, en un estado de embelesamiento indescriptible. Personalmente, no atinaba a pensar nada en particular; tan solo me sentía embargado de un indescriptible placer, y me hallaba plenamente concentrado en el deleite que me proporcionaba tener mi pene dentro de su vagina, tan cálida y mojada. Podía sentir sus contracciones, rítmicas e involuntarias, que me brindaban un placer increíble en ese momento. Simplemente nos mirábamos y sonreíamos, sin poder atinar a hacer otra cosa.
     Cuando la sensación de orgasmo inminente desapareció, volví a moverme muy lentamente, mientras un tanto de sus jugos vaginales tornaron a brotar de nuevo fuera de su vagina, escurriendo suavemente por mis testículos. Podía sentir cómo se formaba un pequeño burbujeo con esas mucosas tan espesas, a la par que el leve ruidito de las burbujas al estallar me excitaba enormemente y me producía una leve cosquilla en la base del pene.
     Así seguimos un poco más, hasta que esta situación de orgasmo inminente para mí se repitió creo que dos veces más.
     Mi opinión siempre ha sido que vale la pena sacrificar el rápido placer de un rápido orgasmo, aunque sea intenso, por el mayor placer de uno logrado después de una excitación de una hora o dos. La razón para esto es que cuanto más prolongada sea la fase de excitación, mayor es el volumen de líquido seminal que será eyaculado después, porque la próstata y otras glándulas del sistema reproductivo del varón tienen más tiempo para producir sus fluidos. Entonces, cuando toma lugar la eyaculación, el mayor volumen de fluido producirá contracciones más placenteras, así como una impresionante lluvia de eyaculación.
     Mi experiencia es que no importa cuán satisfactorio pueda ser un orgasmo obtenido rápidamente; una o dos horas consumidas mimándose y besándose mejora realmente las cosas tanto para el hombre como para la mujer, quien, como todos sabemos, necesita generalmente mucho más juego romántico previo para obtener el mismo nivel de excitación que su hombre, de todos modos, para que el volumen del líquido eyaculado sea mucho mayor y, como sugiero arriba, para producir también un orgasmo más intenso.
     Llegó un momento en el que Dorita me dice:
 - Bueno, Roy, trata de venirte ahora, que un nuevo orgasmo se acerca para mí. Además, me estoy cansando mucho aquí paradita.

     Eso, dicho así con el diminutivo incluido, me produjo una excitación tremenda, todo lo cual me decidió a terminar de una vez por todas, viniéndome en un orgasmo tremendo de placer y una eyaculación cargadísima de semen y secreciones seminales. Inmediatamente antes del orgasmo mismo, tuve esa sensación familiar de eyaculación inminente: uno de los momentos más hermosos de ser un hombre. Incluso creo que una parte de mi eyaculación se volcó afuera ya que, a causa del entusiasmo del mete y saca en ese momento por parte mía, en cierta ocasión me encontré penetrándola de nuevo y metiéndole en la vagina mi pene desde el glande. Es sabido que un indicador de la intensidad del orgasmo de una persona es el grado en que los músculos faciales experimentan contorsiones o la sonoridad de sus gemidos involuntarios en el momento en que llegan, y puedo asegurar que en esa ocasión ambos nos pusimos a armar una gritería como pocas veces me ha vuelto a suceder en adelante, si dejamos de lado las relaciones sexuales con mi esposa Natalia.
     Bueno, la cuestión es que finalmente habíamos logrado nuestro orgasmo, y la relación sexual estaba terminada, luego de lo cual la invité a Dorita para que nos lavásemos mutuamente nuestros genitales, cosa a la que accedió muy gustosamente, procediendo ella primero a higienizarme el pene y los testículos, estando yo sentado sobre el bidet. Luego me sequé con una toalla que ella me dio, y nos intercambiamos, procediendo ella a sentarse sobre el inodoro y abriendo a mi vez las canillas del agua caliente y la fría, para así lograr un confortable término medio en la temperatura, y luego proceder a un suave masajeo de la zona pubiana y los genitales propiamente dichos de mi amiga y amante. La abundancia de secreciones se hizo más patente en ese momento, sobre todo porque debido a la posición adoptada por ella, comenzó a escurrir desde su interior la mayor parte de mi semen, junto con mi aporte previo a la eyaculación, más todo lo que ella había producido y no había logrado salir antes. A continuación cerré las canillas, y le sequé delicadamente la zona. Por fin, nos vestimos nuevamente.
     De últimas, me despedí de ella con un postrero beso y me regresé a casa de mis padres, no sin dejar de pensar que, desde un comienzo, me extrañaron dos cosas de Dorita: la primera fue el no haberla encontrado virgen como, según yo, debía estarlo, ya que nunca le había conocido novio; la segunda, el que tuviese tanta experiencia en materia de relaciones sexuales. Entonces, ¿eran ciertos los rumores que había oído referidos a ella, o no?
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« Respuesta #3 : 26 de Diciembre 2005, 04:19:07 »

MI ESPOSA Y SU AMIGA

Resumen: descubrí a mi esposa y su amiga pasándolo bien, y me hicieron gozar.

     Primero que nada, debo presentarme: mi nombre es Roy, aunque mis amigos y demás allegados suelen llamarme “Pati” porque me dejo crecer las patillas y me afeito el resto de la barba. También creo importante destacar que soy rubio y de ojos celestes, hombros anchos más bien musculosos así como piernas naturalmente fuertes y robustas. Debo reconocer que siempre tuve cierta fama de hombre apuesto. Ahora cuento 34 años de edad.
     Todo comenzó hace 8 años, cuando yo contaba 25 y me inscribí en un curso de Auxiliar de Servicio en un Instituto privado, si bien dependiente del Ministerio de Salud Pública de mi país. En el mismo Instituto también se dictaban clases de Enfermería, y en el recreo usualmente nos reuníamos los estudiantes de ambos grupos para compartir galletitas, conversar, y hacer sociabilidad. Cabe destacar que también venían muchos alumnos de otras localidades vecinas a la mía. Mi curso se dictaba en tres clases semanales, con un horario de 8 de la mañana a 12 del mediodía, y un recreo de 20 minutos a partir de las 10.
     Desde hacía 7 años, y hasta el momento actual, me he desempeñado como carpintero, oficio que aprendí junto con mi padre en su taller, y que es algo muy satisfactorio porque le permite a uno mucho campo de acción y mucha libertad para la creatividad y la inventiva personal. Y por aquí vino la cuestión central de lo que voy a relatarles.
     El caso es que en el grupo de Enfermería estudiaba una chica de 23 años que también vivía en mi misma ciudad, y que llevaba por nombre Natalia. Es una joven de cabello rubio ceniza casi castaño y rizado que le llegaba hasta los hombros, piel blanquísima, ojos marrones muy claros, facciones delicadas y mejillas más bien redondas, y un cuerpo muy bien modelado con una cola bastante prominente y muslos gruesos y musculosos. Estábamos en el mes de Abril y promediando el Otoño aquí en el Hemisferio Sur, si bien nos había tocado un tiempo muy benévolo para la época, así que con unos jeans, remera y a lo sumo un buzo de mangas largas en algodón, ya teníamos suficiente abrigo. Y por esta misma razón, la belleza física de esta chica quedaba aún más en evidencia.
     Con el paso de los días, comenzamos a intimar un poco más entre ella y yo, que con el resto de las compañeras y compañeros de estudios, por lo que frecuentemente nos separábamos del resto para charlar o compartir nuestras galletitas. Después de un mes y medio de clases teóricas, nos tocó pasar a las prácticas en el Hospital de la ciudad, adonde debíamos comenzar las actividades a las 6 de la madrugada. Para ese entonces ya estábamos a fines de Mayo y las mañanas eran decididamente muy frías. Por lo general terminábamos nuestras respectivas labores a eso de las 8 y media o 9 de la mañana, luego de lo cual nos marchábamos cada cual a su domicilio o al trabajo, caso de tenerlo. Sin embargo, para ese entonces Natalia y yo ya éramos más que simples compañeros de recreos: nos encontrábamos en la antesala del noviazgo, por lo que habitualmente quien primero terminaba su jornada en el Hospital esperaba al otro. Y de esta manera es que, poco a poco, más de una vez comencé a invitarla a casa para tomar un segundo desayuno, junto a la estufa, acompañados por mi padre y mi madre; o, por el contrario, ocasionalmente ella me llevaba a su casa, donde su mamá la esperaba ya con lo mismo.
     De este modo continuamos hasta fines del mes de Junio, época en que debía yo terminar con el curso de Auxiliar de Servicio, debiendo ella proseguir con el de Enfermería por 15 meses más. Fue entonces que le declaré formalmente mi amor. Le dije algo así como que ella me gustaba mucho, que la apreciaba en gran forma, y que estaba enamorado de ella. Al principio ella se ruborizó, riéndose de mis palabras, pero no con burla ni de manera hiriente, sino más bien porque no me creía y pensó que yo estaba bromeando.
 - En serio, Natalia, mira que te estoy hablando de verdad –y le tomé una mano con las mías-. Verdaderamente, quisiera que fuéramos novios formalmente. ¿Qué dices?
- Ay, no sé, “Pati”, estoy confundida... Hagamos una cosa: ¿por qué no me lo dejas pensar unos días, y después te respondo? –me decía, mientras que con la otra mano tomaba un mechón de sus cabellos y se lo enroscaba entre los dedos.
- Bueno, si ese es tu deseo, así lo aceptaré. Pero no olvides que estoy sinceramente enamorado de vos...

     A los cuatro días, siendo ya la penúltima jornada de mi curso, al salir del Hospital me invitó a su casa. Allí tenía preparada una torta de vainilla y chocolate.
 - La preparé yo misma para celebrar el comienzo de nuestro noviazgo. Espero que lo aceptarás, “Pati”...

     Era la respuesta que esperaba oír de sus labios, pero a pesar de todo, o tal vez por eso mismo, me emocioné tanto, que se me hizo un nudo en la garganta y sólo pude sonreír. Se me llenaron los ojos de lágrimas por la enorme felicidad que me embargaba. Solamente después pude murmurar:
- Sabía que aceptarías, Natalia... Lo sabía... Te amo...

     Fue uno de los días más felices de mi vida.
     Pocos días después rendimos nuestro examen los del grupo de Auxiliar de Servicio, el cual, dicho sea de paso, aprobé con una de las mejores calificaciones. Mientras tanto, Natalia prosiguió con sus estudios para recibirse de enfermera.
     Por ese tiempo, empezó a comentarse mucho el caso de un remate de una enorme residencia, que se realizaría a principios del mes de Agosto y con un precio básico verdaderamente irrisorio. Entonces, pensé yo, esa sería la oportunidad que se me presentaba de adquirir una propiedad a un valor muy accesible para mí, aunque después hubiese que gastar una cierta cantidad más de dinero para refaccionarla. Dicha propiedad era una casona de aproximadamente 1.930 o 1.935 con una cantidad de ambientes muy amplios, muy del estilo de aquella época; además, contaba con una planta alta y techo de tejas a dos aguas, con muchos salientes para las ventanas del susodicho piso alto. La semana previa al remate, dicha casa estaba abierta al público, así que pude ir un día con un amigo sanitario y un electricista a fin de inspeccionar, a vuelo de pájaro, el tema de la instalación eléctrica y las cañerías; como carpintero, yo me dedicaría a inspeccionar el tema del estado de la carpintería.
     Al cabo de tres horas de observaciones, idas y venidas, pudimos concluir que la instalación eléctrica estaba en buenas condiciones de conservación, haciéndose necesario tan sólo cambiar algún enchufe roto, y actualizar el tema de los fusibles, ya obsoletos, sustituyéndolos por llaves automáticas. El sanitario no me dio un informe tan alentador, haciéndome observar que, como en toda casa vieja y deshabitada por algunos años, se hacía imprescindible la sustitución de grandes tramos de las cañerías en los tres baños y la enorme cocina, cosa que se ponía en evidencia patente por el estado penoso de los revestimientos de azulejos, muchos de ellos cascados y aún con algunas piezas faltantes, todo lo cual habría que remover de cualquier manera para poder trabajar. Así que también tendría su buen trabajo un albañil, el cual además debería restaurar algunos detalles menores de revoques y molduras en el exterior. El asunto de la carpintería era muy variado, ya que las puertas interiores estaban bastante bien conservadas, si bien la pintura dejaba un tanto que desear; en cambio las aberturas al exterior, principalmente las más expuestas a las inclemencias del clima, estaban terriblemente maltrechas. En una ventana, las persianas directamente faltaban, estando convertidas en un montón de ruinosas maderas en un rincón del enorme jardín, por cierto con un aspecto bastante desolador por su abandono.
     Estaba decidido a adquirir dicha propiedad al precio que fuese, porque felizmente mis ahorros en dólares excedían holgadamente la base que se pedía por esa casa. Durante un tiempo, el padre de Natalia estuvo interesado en la adquisición de esta propiedad, pero a último momento desistió cambiando sus planes y eligiendo otra más acorde a su gusto y sus necesidades del momento.
     Finalmente, el gran día llegó. El remate se hizo en la propia acera al frente mismo de la residencia. Había una cantidad bastante importante de gente, aunque creo que la mayoría fueron como curiosos para observar quién sería el “infeliz comprador” de tan vetusto edificio, más que como interesados ofertantes; por lo que al final la puja se resolvió por decantarse entre dos personas: un señor muy mayor con aspecto de no estar muy convencido de lo que ofrecía, y quien ya saben: yo mismo, que vivamente y con gran rapidez ofertaba un tanto más de dinero a fin de dejar atrás al otro candidato. De último, el rematador dio por vendido el edificio bajando su martillo con veredicto favorable para mí. El precio final apenas había superado al inicial en un escaso 35 por ciento.
     Acto seguido, y luego de disuelta la reunión, pasé por la oficina del martillero, pagué lo que era mi obligación, recibí formalmente las llaves, y me dirigí a la escribanía donde mi familia tradicionalmente gestiona todos los trámites que necesita, con el fin de realizar la correspondiente escritura y título de propiedad a mi nombre.
     Algunos días después, me puse al habla con el sanitario y el electricista de que ya hice mención, más un albañil de confianza con quien más de una vez he trabajado en muchas obras, y a quien conozco por su honradez y extrema prolijidad. Nos pusimos de acuerdo con lo que yo deseaba cambiar o hacer nuevo, mientras yo me encargaba de restaurar o recrear lo correspondiente a la carpintería.
     La cuestión es que todas estas actividades se extendieron hasta más allá de fin de año, y el final de las labores pudo darse recién al promediar el mes de Marzo. Mi novia sabía de mi adquisición y había estado allí algunas veces para cambiar ideas conmigo en lo relativo a muchos temas, tales como la elección de los nuevos revestimientos de cerámicas, el color de la pintura con que decoraríamos los interiores, las alfombras, y cosas así. Total, que para comienzos del mes de Abril pudimos considerar la idea de que la restauración estaba definitivamente terminada. Al fin, la casa estaba en condiciones de ser verdaderamente habitable.
     El tiempo siguió transcurriendo, llegó el mes de Julio y Natalia finalmente rindió el examen final, pudiendo recibirse con toda felicidad, obteniendo la más alta calificación que es posible ganarse. El Instituto le extendió un certificado especial, firmado por todas las profesoras, “como reconocimiento a la mejor alumna del ciclo correspondiente”. La vi llorar de felicidad y emoción como nunca antes ni después volvería a hacerlo.
     Luego decidimos que por la noche haríamos una reunión en nuestra nueva casona, donde nos reuniríamos su familia y la mía para celebrar tan magno evento. Ese era el argumento que yo había decidido emplear ante todos, pero en realidad me animaba otro propósito bien distinto: había ido el día antes a una joyería, donde adquirí un par de anillos de compromiso con el fin de reafirmar nuestra relación de amor, comprometiéndonos formalmente. Estaba decidido a convertirnos en matrimonio.
     Finalmente, el gran momento llegó. Rato después de levantar las copas en honor del enorme logro de Natalia, pedí para hablar, me puse de pie dirigiéndome a toda la concurrencia (mis padres, los de Natalia, su hermana la joven Mayra, su prima Diamela y su gran amiga Nadia, y mi novia misma) y, palabra más o menos, les dije que desde hacía cierto tiempo Natalia y yo éramos novios, nos amábamos mucho, repetidas veces bromeábamos con nuestros planes de futuro, con nuestras vidas en común, y algunas otras cosas más. A continuación me dirigí a ella en particular, y sacando del bolsillo de mi camisa una pequeña cajita de madera realizada por mí mismo le dije:
- Mi querida Natalia... quisiera hoy... pedirte el enorme favor de si aceptarías comprometerte conmigo –y abrí el alhajero, dejando ver los anillos enchapados en oro.

     La sala se llenó con los murmullos y las exclamaciones de sorpresa y alegría de todos, Natalia lanzó un grito de felicidad, y sonriente se puso de pie, rodeando mi cuello con sus brazos. Nos besamos en la boca frente a todos, y recién después me dio el tan ansiado “¡Sí, por supuesto!”. Fue otro de los días más felices de mi vida.
     Bueno, la cuestión es que mientras tanto, y por los siguientes tres meses, ella se dedicó a “peregrinar” de un lado a otro con el fin de ofrecerse como enfermera: en hospitales, sanatorios particulares, hogares para ancianos, y en cuanto lugar pudiese hacerse necesaria la presencia de una enfermera joven y recién recibida.
     A todo esto, yo continuaba atendiendo los trabajos de mis clientes con mi oficio de carpintero, pero también realizando cantidad de pequeños trabajos artesanales en madera, tales como alhajeros, bandejas fruteras, bomboneras, copas y vasos de diversas formas, y hasta juegos de ajedrez completos. Como a Natalia siempre le gustó este tipo de manualidades que yo hago, decidió inscribirse en un curso de pintura sobre madera, luego en otro de porcelana fría y finalmente en uno de arreglos florales, todo con el fin de emplearlo en embellecer los trabajos que yo realizaba. Y francamente que todo le quedaba maravillosamente bien, dado que tiene ella un muy buen gusto para los detalles. Así que, poco a poco, comenzamos a ver que nos complementaríamos a las mil maravillas en nuestros hobbies, de modo que se nos ocurrió que sería interesante poder trabajar sobre ello conjuntamente, vendiendo el elaborado producto final a un precio interesante, el cual podría dejarnos una interesante ganancia mensual.
     Además, daba la casualidad de que Nadia, con quien Natalia se había hecho amiga en la Secundaria, se había dedicado a la venta de productos de belleza, ropa interior femenina, y diversas alhajas, algunas de las cuales manufacturaba ella misma a partir de unidades y piezas sueltas que adquiría en un comercio del ramo ubicado en la capital nacional.
      Era Nadia una muchacha muy sociable y dada al trato con todos, muy a propósito para el tipo de actividad laboral que desempeñaba, en que se hace necesario conversarle a la clientela, generalmente mujeres, con el fin de hacerles notar la superioridad de los productos que se ofrecen y la ventaja de adquirir esos sobre otros de otras firmas. Sus ojos son de un color marrón oscuro y más bien grandes, pero muy hermosos y con una mirada sumamente dulce; tiene la piel rosada y el pelo rubio dorado en largas ondulaciones que le llegan hasta la parte alta de la espalda. El resto del cuerpo es de lo más normal para su edad –la misma que Natalia-, salvo sus senos, que son más bien grandes aunque muy levantados y firmes. En resumidas cuentas, una mujer encantadora, aunque no más que mi amada.

(continuará...)
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« Respuesta #4 : 26 de Diciembre 2005, 04:23:19 »

(continuación...)

     Total, que un buen día a Natalia se le ocurrió la idea de ponerse al habla con su amiga para que esta ofreciera sus alhajas con la opción de entregarlas ya envasadas en las susodichas cajitas pintadas, así que Nadia llegó una tarde de Sábado a mi casa paterna con el fin de ver la “inmensa colección” que mi novia decía yo tenía allí. Desde aquí fuimos a la casa de los padres de mi novia, donde ella tenía unas cuantas ya terminadas de decorar con todo lo que había aprendido a hacer. Creo que finalmente quedó muy contenta con nuestras labores, porque dijo que al Lunes siguiente pasaría a levantar todas las que Natalia pudiera terminar de preparar en dos días.
     Por ese entonces, mi enamorada logró conseguir trabajo por las mañanas en un hogar para ancianos, y de tarde en el hospital de nuestra misma ciudad, así que repentinamente se vio con unos ingresos económicos bastante jugosos, si bien que bastante apurada de tiempo para poder cumplir con sus trabajos que Nadia le encargaba. Después de todo, parece que también nuestra amiga estaba teniendo un éxito creciente con sus ventas, cosa que sinceramente me alegró mucho saber.
     Algo así como dos meses después, o sea cinco más tarde de nuestro compromiso, a principios del año nuevo, fue que decidimos casarnos e irnos a vivir a nuestro hogar, aún sin estrenar, aquella vieja casona que hacía un año nos tuviera tan ocupados. Me saltearé la fiesta y el viaje de la luna de miel con el fin de hacer este relato más corto, y dejaré la descripción de esas historias para otra narración.
     Los primeros nueve o diez meses de nuestro matrimonio transcurrieron de lo más plácidamente: yo continuaba dedicándome a mi oficio de carpintero, Natalia continuaba de enfermera tan ocupada como siempre y con sus artesanías siempre trabajando bastante. Mientras tanto, Nadia ya no necesitaba ir a la casa paterna de mi esposa a levantar los alhajeros decorados, sino que pasaba por nuestro caserón, donde teníamos una habitación destinada como “taller de artes plásticas” para mi esposa.
     Quisiera aquí hacer una breve digresión en el hilo de la narración, para explicar que el taller de carpintería de mi padre se hallaba lindero con la casa que él edificara cuando contrajo matrimonio con mi madre, brindando así una comodidad y una practicidad pocas veces repetible en este sentido, a saber: que domicilio y taller se encuentren linderos uno del otro. En cambio, la vivienda donde yo habitaba ahora con mi esposa se ubicaba retirada cuatro cuadras de la carpintería, por lo que habitualmente cubría esa distancia a pie, o en bicicleta en raras ocasiones.
     Bien; hecha esta aclaración, retomo la historia en el punto en que la dejé. Antes de completar un año de casados, llegué una tarde de Viernes a mi hogar un poquitín más temprano que lo habitual, ya que había culminado unos trabajos y no me valía la pena iniciar otra labor porque eso me significaría permanecer allí hasta mucho más tarde, ya entrada la noche, y honestamente sentía deseo de volver lo antes posible con mi amada esposa. Estábamos en plena Primavera y hacía calorcito. Entré por la cochera, y como no sintiera ruidos siendo que Natalia debía encontrarse en casa a esta hora, comencé a llamarla. Entonces oí que desde la planta alta me respondía que bajaría en un minuto, y que la esperase en la cocina. Para entretenerme en algo, fui preparando un poco de café en la cafetera automática. En ese momento bajó ella vestida con su bata y sus sandalias de noche, contándome que estaba con Nadia en la alcoba, porque ésta le había traído unos sujetadores y unas pantaletas para probarse, ya que deseaba comprarse algunas. En esto apareció nuestra amiga, tan linda como siempre aunque con un brillo extraño en sus ojos, como si los tuviese más húmedos que de costumbre. Natalia estaba igual. Me sobresalté un tanto al principio, pero mi sorpresa se disipó cuando las vi tan sonrientes; imaginé que sería por el tipo de claridad que entraba a la cocina desde fuera, y no di más importancia al asunto.
     A todo esto el café había terminado de prepararse, así que saqué unos posillos del aparador y nos bebimos unas buenas medidas de esta espesa y vaporosa bebida. Comimos también unas galletitas, y nos pusimos a recordar los tiempos en que éramos estudiantes, y todas esas cosas tan hermosas. Luego comenzó a oscurecer, y Nadia se despidió hasta la semana siguiente, haciéndonos ver la anchura de su encantadora espalda.
     Total que entonces fui a ducharme, y cuando salí del baño Natalia ya se había vestido nuevamente. Tuve buen cuidado de elogiarle, como siempre lo hago, el buen gusto para seleccionar la ropa con que se atavía para recibirme.
     Al otro día, Sábado, llegué poco rato antes de mediodía y me encontré a Natalia y Nadia en la sala, charlando de lo más amigablemente, ubicadas sobre un sofá de tres cuerpos que allí tenemos. Mi esposa estaba sin remera, aunque con brasier y su minifalda escocesa en rosado y blanco. Cuando las vi saludé a Nadia, quien estaba sentada y recostada con su codo derecho sobre el respaldo y la mano sobre la mejilla del mismo lado. Me extrañó verla que se quedara sonriéndole a Natalia por unos segundos que me parecieron interminables, sólo al cabo de los cuales se volteó para devolverme el saludo con una dulzura incomparable, diciéndome:
- Hola, “Pati”, ¿cómo estás? Qué gusto me da verte...

     A continuación se puso de pie, se me acercó, me dio un encantador beso en mi mejilla izquierda y volvió a sentarse, sólo que ahora en un sofá individual. Otra vez, volvieron a sorprenderme los ojos sorprendentemente húmedos y extrañamente brillantes de ambas. A continuación charlamos un buen rato, y sobre la una de la tarde almorzamos.
     Para el Sábado de la semana siguiente, o sea una semana después, a media mañana debí dejar mi trabajo en la carpintería para ir a nuestra casona por unos instrumentos de geometría, tales como el compás, lápiz de trazo fino, semicírculo y escuadra, elementos que habitualmente no guardo en el taller a causa de que son de precisión y me gusta resguardarlos de la suciedad y los posibles golpes y roturas. Necesitaba trazar una plantilla sobre cartón para luego transferirlas a unas maderas que debía cortar todas iguales. Así es que entré nuevamente por la cochera, como lo hago generalmente, de allí pasé por la cocina y subí la escalera. Como a partir de ésta el suelo está forrado de alfombra gruesa, y además yo siempre acostumbro calzar zapatillas deportivas, resulta que mis pasos se veían doblemente amortiguados, y mi caminar no producía ruido. Sabía que ese día nuevamente le tocaba libre a mi esposa, pero supuse que habría salido hasta la provisión o la carnicería, porque no la encontraba ni la sentía por ninguna parte. Me dirigía, pues, a la sala de escritorio que en planta alta tenemos junto a nuestro dormitorio pero más allá de la boca de escalera, por lo que forzosamente es necesario pasar junto a la puerta de la alcoba, que estaba entornada pero no así cerrada del todo, permitiendo de esta manera vislumbrar una porción del interior.
     Me dio una curiosidad tremenda por asomarme allí, sobre todo porque no es nuestra costumbre el dejar las puertas cerradas o arrimadas cuando no hay nadie dentro, sino bien abiertas, así que la empujé un tanto y asomé la cabeza. Alcancé a ver a mi esposa acostada sobre la cama con las sábanas revueltas, y junto a ella ¡nuestra amiga Nadia! Ambas estaban ataviadas solamente con sujetador, y se encontraban frente a frente una junto a la otra y medio abrazadas; quiero decir con esto que no estaban una encima y la otra debajo, sino de lado sobre el colchón. No estaban dormidas sino en ese estado de aletargamiento o embelesamiento tan placentero, y los ojos entornados. Tuve la sensación de que aún entonces no me habían oído.
     De esta manera di tres golpecitos suaves en la puerta, a lo cual medio reaccionaron. Sólo a continuación pregunté:
- ¿Se puede pasar? Quiero decir... si no están muy ocupadas y no interrumpo...

     Allí terminaron de sobresaltarse al verse descubiertas, con lo cual tomaron la sábana superior y se cubrieron en parte, como si con esa actitud quisieran esconder que habían estado manteniendo relaciones amorosas. Mi esposa se volteó hacia su otro costado, apoyando el codo derecho sobre la almohada y cubriendo parte de su rostro con la mano del mismo lado. Su sentimiento de contrariedad se hizo patente en la expresión del rostro, si bien no dijo nada. Por su lado, y al contrario, Nadia giró hacia el lado izquierdo, bajó los pies al piso, y quedando así sentada apoyó los codos sobre sus rodillas y recostó el mentón sobre las palmas de sus manos. Como quedaba de espalda a la puerta, no podía verle la cara, aunque me imagino que no tendría un aspecto muy alegre.
     Así transcurrieron algunos segundos, y como la situación no tenía visos de cambiar ni mejorar, si bien yo me encontraba sumamente tentado de soltar la risa, dada la rapidez con que reaccionaron y se habían separado, como bajo los efectos de una fuerte descarga eléctrica, para no hacerlas sentirse más avergonzadas o agobiadas por la situación, opté por decirles:
- Tranquilas, chicas, que no estaban haciendo nada feo. ¿Qué hay de malo en descansar un rato?

     Me di cuenta que el haberlas encontrado así me explicaba lo extraño de las situaciones de los días pasados, que ya expliqué anteriormente, con actitudes y comportamientos que no encajaban del todo bien con una simple venta de sujetadores y pantaletas a mi esposa. En otras palabras, que durante mi ausencia ellas se dedicaban a los encuentros homosexuales. Quién sabe cuántas otras veces habían concretado estas relaciones sin enterarme yo, ni sospechar lo más mínimo.
     A todo esto ya había comenzado a excitarme sexualmente en gran forma porque, como dije, ambas son físicamente muy hermosas, y la vista de sus desnudeces resultaba estupenda; y a ello se sumaba que por primera vez estaba viendo a Nadia sin ropa, pudiendo así apreciar en toda su plenitud el enorme atractivo de sus redondeadas formas, cual generosa ofrenda. La misma idea del lesbianismo de tan hermosas mujeres terminó de completar mi excitación, y mientras esto pensaba, comencé a quitarme los jeans y la remera. Tenía la intención de seguir adelante hasta lograr una relación sexual con mi esposa, pero en la que también participara Nadia de alguna manera. Entonces, les dije:
- Venga, vamos a hacer algo divertido. Hoy probaremos algo diferente, en trío.

     Como las viera un poco más distendidas, me animé a proseguir:
- Natalia, ¿por qué no me muestran cómo lo hacen? Luego también yo podría participar...

     Entonces fue que dio comienzo la más maravillosa sesión de amor homosexual entre mujeres que un hombre pueda imaginar o haber visto alguna vez en su vida. Una a otra se acariciaban, besaban y daban tiernos pellizcos por doquiera, causando esto una mutua excitación que las llevaba a seguir adelante cada vez con más entusiasmo y ser más y más audaces en el actuar. Hubo un momento en el que pensé que yo no iba a poder resistir más de excitación y que eyacularía en el aire, pero felizmente pude controlar el impulso. En ese momento Nadia estaba acostada de espaldas y mirando hacia el techo, mientras que Natalia se encontraba de frente sobre ella y con las piernas abiertas. Frotaban sus genitales de modo frenético, como si realmente una de ellas hubiese poseído un pene con el cual poder penetrar a la otra, mientras gemían deliciosamente de satisfecho placer; aproveché la ocasión que se me presentaba para introducirle muy suavemente mi miembro viril a mi amada esposa, lo que pareció aumentar su satisfacción, dado que sus gemidos se convirtieron en ruidosos jadeos. Incliné un tanto mi torso hacia delante, y con mis manos rodeé suavemente su cintura.
     Esto prosiguió un poco más, hasta que finalmente la respiración de Natalia se volvió entrecortada e irregular, comenzando a gritar de pura satisfacción: había logrado llegar al orgasmo, con lo cual yo apresuré un tanto más mis movimientos, para eyacular al mismo tiempo y gozar juntos, cosa que habitualmente nos llenaba tanto de satisfacción a los dos. A todo esto Nadia también comenzó a jadear fuertemente: le había llegado su turno para venirse.
     Antes de que se me bajara totalmente mi erección, le pedí a mi esposa que se ladeara un tanto, y sin previo aviso penetré a nuestra amiga Nadia, que todavía se hallaba excitadísima y, por supuesto, sumamente húmeda de abundante secreción vaginal, tanto por dentro como por fuera. Creo que esto volvió a excitarla nuevamente, porque me abrazó con fuerza y me rodeó con sus piernas; evidentemente no quería que eso terminara pronto, sino que deseaba hacerlo durar lo más posible.
     Como era la primera vez para ella, naturalmente sintió un poco de dolor al introducir yo mi pene, pero al rato sintió que esta sensación daba paso a un feliz y placentero goce. Podía sentir claramente los golpes de su corazón latiendo en su pecho, su vulva inflamada a más no poder por la excitación, y su bello clítoris ahora erecto y enorme. Sus senos se habían puesto más firmes y grandes, sus pezones turgentes, su piel estaba rosada de un bellísimo rubor sexual, y sus muslos me aprisionaban aún más fuertemente. Finalmente, los embates del orgasmo sacudieron gloriosamente con sus espasmos todo su maravilloso cuerpo, quedando momentáneamente rígida toda ella entera. Incluso hasta su expresión facial cambió ante la intensidad del placer que experimentaba, dando la equivocada impresión de que sufría algún tipo de dolor. Al mismo tiempo, emitió o roció un poco de líquido de su uretra, mientras sus ojos tomaban ese brillo y esa humedad tan características y que ya había observado anteriormente en Nadia tanto como en Natalia cuando las encontraba juntas.
     Mientras tanto, Natalia se había quedado recostada en la cama junto a nosotros, pero masturbándose suavemente; o más bien debería decir que se acariciaba la vulva, que es la descripción más ajustada a la realidad de lo que hacía. Con los ojos entrecerrados, tenía todo el aspecto de estar adormecida, de no haber sido porque movía suavemente sus manos sobre sus genitales.
     Cuando Nadia y yo finalmente logramos terminar, también nosotros nos quedamos un rato simplemente tendidos sin hacer nada en especial, las piernas estiradas y los cuerpos entrelazados con los brazos. Mi esposa rodeó con sus extremidades el cuerpo aún ligeramente tembloroso de nuestra amiga, y creo que luego dormitamos un tanto. Estábamos exhaustos.
     Sólo entonces nos levantamos y fuimos a ducharnos, porque debido a la época del año y la intensa actividad física estábamos sumamente transpirados, amén de encontrarnos con nuestros genitales y zonas aledañas totalmente embadurnadas de semen y secreciones vaginales; para colmo, a esto se le agregaba un poco de sangrado que había brotado del rasgado himen de la vulva virgen de Nadia. Allí en el baño, con la lluvia abierta, tuvimos una nueva sesión de besos, caricias y algunos masajes.
     Por fin, terminamos cerrando las canillas, nos secamos y vestimos, y pasamos a la cocina, donde los tres tomamos algún almuerzo frío, ya que a todo esto eran las 13 horas.

     Bueno, este es el relato de la primera vez que lo hice con Nadia enseguida después de con mi esposa. A continuación de esta ocasión vinieron muchas otras más hasta el momento actual, pero estas son otras historias.
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« Respuesta #5 : 26 de Diciembre 2005, 04:28:16 »

AVENTURA CON MI ESPOSA NATALIA

Resumen: lo hice con mi esposa Natalia, en domicilio ajeno y sin consentimiento de los dueños.

     Aquí me dispongo a relatar la aventura que tuve la oportunidad de concretar con mi propia esposa en el domicilio de un cliente, sin que éste se enterase de lo sucedido. Como ustedes ya sabrán, porque lo he mencionado en diversas ocasiones, me desempeño como carpintero, realizando todo tipo de labores que sea necesario llevar a cabo en madera, por lo que  muchas veces me veo en la necesidad de acudir al domicilio de los clientes para realizar los trabajos que no puedo hacer en mi taller.
     En los pocos ratos libres que a mi esposa le quedan, así como en sus licencias, ella gusta de participar conmigo en mis actividades laborales, para así familiarizarse más con mi oficio y, de paso, conocer mis clientes y que éstos le conozcan a ella. Por otra parte, también a mí me resulta muy útil su presencia en estas oportunidades, ya que me brinda una colaboración valiosísima más de una vez. Y, sin que me lo imaginase, el caso que nos ocupará en este relato nos muestra las vueltas que la vida da con nosotros.
     Resulta que un día, a principios de Noviembre de 2.004, un cliente que había hecho una ampliación en su domicilio, distante 100 metros de mi taller, nos encargó que le hiciéramos unos ajustes en unas puertas y otros diversos trabajos que, si bien eran todos pequeños, me llevarían varias horas de labor. Los dueños de la casa son un matrimonio mayor que habitualmente vive en el campo y que sólo raramente vienen a la ciudad, por lo que normalmente la vivienda permanece desocupada. Total que en ese momento fui con los dueños a ver de qué se trataba lo que había por hacer, me explicaron, y quedamos de acuerdo en que esa misma tarde me pondría manos a la obra, por lo que me entregaron la llave de la cochera, con la recomendación especial de que pasase llave a la puerta incluso estando yo trabajando allí, porque aún quedaban herramientas de mano pertenecientes al constructor, además de haber mobiliario tal como un armario, dos mesas, sillas y un lecho matrimonial con solamente un colchón, y cabía la posibilidad de que algún desconocido pudiese ingresar a llevarse algo, sabedor de que la casa está deshabitada pero con trabajadores entrando y saliendo. La sugerencia me pareció muy oportuna y acertada, a la vez que me daba una idea que se me ocurrió genial, y que pasaré a narrar porque finalmente logré concretarla con todo éxito.
     En esos días mi esposa Natalia, de quien ya he comentado que es enfermera en el hospital local por las mañanas y en un hogar para ancianos por las tardes, estaba de licencia, por lo cual podía dedicarse a trabajar conmigo en tiempo completo; debido a esto, pudimos ir ambos al susodicho domicilio con nuestra mochila cargada de las herramientas necesarias, donde trabajamos tranquilamente en las diferentes labores que me habían sido encomendadas. Felizmente la casa tenía habilitado el servicio eléctrico, porque en ocasiones se hacía necesario emplear herramientas eléctricas o simplemente encender la luz para tener mejor iluminación.
     Total que, luego de tres horas y media de intenso trabajo de parte de ambos, las labores habían quedado finalmente terminadas, luego de lo cual nos quedamos ordenando lo que habíamos sacado de su sitio, barrimos y juntamos aquello que hiciera falta recoger. En ese momento, se me ocurrió tomar a Natalia por su cintura y, frente a frente, darle un profundo beso húmedo, al que me correspondió de modo muy complaciente pasándome sus brazos por la nuca y luego tomándome la cabeza con sus manos, acariciándome la cabellera. Así permanecimos un momento, estrechándonos en un cálido abrazo y sin decir nada, en completo silencio, dejándonos invadir de esa dulce ternura de que tanto nos gusta disfrutar con frecuencia.
     Luego la tomé de la cintura y comencé a empujarla lentamente o, mejor dicho, apretar mi cuerpo con el suyo, con el fin de pegar lo más posible mi pubis y el de ella. Para ese entonces me había excitado bastante y mi pene principiaba a mostrar una media erección relativamente notable bajo los jeans, cosa de la que ella se percató a través de sus ropas. Sonrió con cierta malicia y, poniéndome una de sus manos en mi cintura, con la otra me tomó el bulto mientras con una sonrisa pícara me decía:
 - Se nota que todavía no estás muy cansado, ¿eh? ¿Con qué trabajo quieres terminar?
 - Bueno, en realidad deseaba proseguir contigo ahora, si te parece.
 - Correcto, pero mira bien lo que vas a hacer conmigo.

     Comencé a quitarme lentamente los championes (“zapatillas deportivas” o “tenis”, según el país a que pertenezcan los lectores), luego los pantalones y la remera, para quedar solamente de slip. A continuación procedí a soltarle sus jeans y el calzado, mientras ella se dedicaba a su remera, con lo cual quedó solamente de bombachita y sostén. Todavía estábamos de pie junto a la cama del dormitorio, donde habíamos realizado la última labor y teníamos la mochila con las herramientas.
     Entonces comencé a masajearle suavemente los senos, uno con cada mano, mientras nos hundíamos en un nuevo beso profundo y ella me tomaba por los hombros. Le bajé luego los tiradores de su sujetador, con lo cual éste permaneció estrechándole suavemente el tórax pero al mismo tiempo mostrando sus maravillosos senos un tanto agrandados por la gran excitación y coronados por un par de pezones muy rosados y congestionados, que procedí a besarle tiernamente, sabedor de la gran sensibilidad al tacto que en esa zona se posee, amén de ser una de las regiones más erógenas en el cuerpo de mi esposa. Mientras, con mis manos acariciaba la cintura de Natalia, pudiendo sentir simultáneamente su respiración agitada y su cuerpo tembloroso. Creo que yo estaba tres cuartos de lo mismo, porque podía sentir mi corazón palpitando alocadamente dentro de mi pecho y como si me fuese a saltar fuera de las costillas.
     Después, recuerdo que ella bajó sus manos hasta mi cintura y lentamente, suavemente pero sin pausa, comenzó a bajar mi slip y, una vez mis genitales quedaron al descubierto, me tomó el pene con una mano y comenzó a masturbarme muy delicadamente. Permanecíamos siempre de pie, de frente y con su pecho muy recostado al mío, si bien nuestras caderas se mantenían ligeramente distanciadas para poder maniobrar con las manos en los genitales respectivos. A su labor yo correspondí de igual manera, pero sin bajarle la bombachita, de modo que introduje mi diestra en la pantaleta y, con el dedo medio, acariciarle toda su abertura entre los labios menores, de modo que podía sentir simultáneamente, bien sea su agrandado clítoris, como su vestíbulo, o su entrada vaginal, que a estas alturas estaba prácticamente encharcada de secreciones interiores. Con estas mucosas procedí a untarme los dedos y, de esta manera, lubricar un poco el resto de su panocha facilitando su excitación sin causarle irritaciones ni molestias con el roce de mi mano.
     Nuestros pujidos pasaron a ser gemidos de excitación y éstos se convirtieron en jadeos de placer, mientras movíamos lentamente nuestras caderas en un balanceo de adelante para atrás y de nuevo hacia delante, en un remedo de lo que es la verdadera relación sexual con penetración. Creo que en ese momento mi pene estaba en un grado de erección nunca antes alcanzado, y debió llegar a un tamaño unos poco más grande de lo habitual, ya que por un instante mi esposa se detuvo en sus movimientos de masajeo, lo tomó con ambas manos, entornó los ojos mirándome fijamente a la cara, y se mordió ligeramente el labio inferior, como diciéndome “¡Qué divino, estás al palo!”
     Por un instante lamenté no hubiese equipo de música con el cual ambientar nuestro encuentro escuchando alguna música romántica a bajo volumen, como acostumbramos hacerlo en nuestra casona casi siempre que mantenemos relaciones íntimas, si bien esta es una idea que más bien convirtió en habitual nuestra amiga Nadia. De todos modos, la novedad de esta aventura mantenida en un domicilio nuevo, sumada a los gemidos de una y otra parte, hacía del acompañamiento musical algo más bien superfluo y secundario. Podríamos muy bien pasarnos sin ello esta vez.
     Para hacerla corta, el caso es que terminamos de quitarnos yo su tanga y ella mi slip, quedando desnudos completamente, si exceptuamos que ella aún conservaba su sostén, que a propósito habíamos decidido conservase ya que, para ser sincero, le quedaba sumamente sexy y le otorgaba un toque de elegancia pocas veces visto, dándole a su figura un aire de altivez y como cierto orgullo, con sus senos desafiantemente erguidos sobre su pecho.
     Así las cosas, llegó un momento en que ya no resistí más y terminé por decirle:
 - Bueno, Natalia, ya no aguanto más. Vamos ya, que me correré sin más.
 - Sí, vamos a hacerlo de una vez por todas.

     Entonces me senté sobre el colchón pero sobre el borde de la cama, con las rodillas dobladas, los pies sobre el piso y el torso erguido, indicándole a Natalia que se sentara con sus nalgas sobre mis muslos y de frente a mí, pasando sus piernas por mis costados y apoyando sus talones sobre el centro del lecho. Es la pose conocida como “la doma” De este modo, quedamos frente a frente y sus pechos se ubicaron exactamente a la altura de mi cara, por lo que se los besé nuevamente un tantito. En ese momento mi esposa comenzó a gemir y temblar, mientras todo su cuerpo tornaba a ponerse un poco rígido por un instante. Estaba teniendo su primer orgasmo sin penetración ni estimulación directa, sino simplemente causado por la tremenda excitación sexual a la que se había visto sometida durante tanto rato. A mí casi me pasa lo mismo al verla tan gozosa, y estuve a punto de eyacular en el aire, por lo que la tomé por la cintura con una mano al tiempo que asía mi pene con la otra y lo encaminaba a su abertura vaginal. Pero como quiera que ella ya había tenido un orgasmo y para entonces estaba un poco más satisfecha que yo, decidió hacerse desear tomando el pene con una mano y posándolo sobre su vagina haciendo movimientos suaves sobre ella, pero sin introducirlo. Más que jadear, yo ya había comenzado a gruñir de excitación y deseo, e intenté imponer mi voluntad a la suya presionando a la Natalia hacia mi miembro lentamente, mientras la miraba a los ojos.
     En este momento ella comenzó a moverse hacia atrás y los lados, se soltó de su posición y se dio media vuelta, con lo que nuevamente se sentó sobre mí pero dándome la espalda, y marcando el ritmo apoyando sus pies en el piso. Ahí sí admitió ser finalmente penetrada. Mientras tanto, a mi vez yo podía tocar sus pechos, besar su cuello y acariciar suavemente el cabello de mi amada mientras ella se movía. El ángulo de visión que me ofrecía esta variante es muy excitante para mí, ya que permite ver en primer plano cada embestida que ella realiza.
     Como quiera que en cada cambio y demora que ella incluía se producía un cierto retraso en mi eyaculación, la verdad es que estábamos gozando tremendamente de esta relación, incluso mucho más que si hubiésemos tenido un orgasmo conjunto de buenas a primeras y en menor tiempo.
     Para terminar, ella se puso nuevamente de pie, sólo que esta vez con mucha mayor facilidad que un momento antes. Entonces, de frente a mí, me pidió que me parase y la tomase en brazos, penetrándola parado con ella rodeándome el cuerpo con sus piernas. Es la clásica pose llamada “el abrazo total”, en la que el hombre está de pie, con la mujer en sus brazos, mientras ella lo envuelve con sus piernas y brazos. Decidí tomarla de los glúteos y la atraje a mi cuerpo para penetrarla, mientras ella se movía lentamente de arriba abajo, para ayudar, ya que ninguno de los dos podía asir mi pene, dado que yo tenía mis manos ocupadas en sostenerla por las nalgas, mientras ella me rodeaba el cuello y parte del torso con sus brazos para ayudarse.
     Esta técnica del abrazo total es una actividad que muy pocas veces habíamos ensayado, aunque a partir de entonces la empleamos frecuentemente como parte de un sexo pasional y creativo, donde por otra parte el contacto corporal es muy completo. El ritmo, que puede ser de dos maneras: de arriba hacia abajo o de atrás para adelante, dependiendo de la intensidad de placer que ambos podamos experimentar con cada opción, fue acelerándose hasta que decidí avanzar dos o tres pasos hasta que la recosté suavemente al marco de la puerta, con lo que estabilicé los movimientos de mi penetración en ella, terminando con un fortísimo orgasmo y una eyaculación tan placentera para mí que casi me hace aflojar las rodillas por la satisfacción, con lo cual estuvimos a punto de caer pesadamente al suelo, si bien afortunadamente tuve la suficiente presencia de ánimo y la necesaria rapidez de reflejos para recobrar el control y fuerza en mis piernas, con lo que el acto sexual finalmente tuvo un resultado feliz para ambos.
     Por último, pasamos desnudos al baño y allí nos lavamos mutuamente los genitales: ella mi pene y testículos, y yo su perineo y vulva, de donde comenzó a escurrir lentamente el enorme volumen de secreciones vaginales, más todo el semen y mucosas aportadas por mí. Luego nos secamos con papel higiénico, descargamos el agua de la cisterna para eliminar los rastros, y a continuación nos vestimos con toda tranquilidad. Finalmente, tomamos nuestras pertenencias y salimos nuevamente a la calle, como si nada hubiese pasado aparte de cumplir con nuestras obligaciones de trabajo para las cuales habíamos sido solicitados.


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« Respuesta #6 : 26 de Diciembre 2005, 04:31:46 »

LA ROPA DE MI HERMANA

Resumen: en esta historia, mi amiga Erica nos hace el relato de cómo se inició en el mundo del transgénero.

     Amigas y amigos lectores: en esta oportunidad y en contra de todo pronóstico, no relataré una historia personal sino la que me relató mi amiga Erica, un hermoso travesti que conocí. Esto es lo que me contó:
     Es verdad que hasta los 13 años usé ropa de mi hermana sin su consentimiento; apenas usaba algo, y lo volvía a guardar. Era tanta mi timidez, que ni siquiera llegaba a arrugarle nada. También es verdad que a los 13 años, empezando a ser varoncito, no tenía la mejor relación con mi hermana de 15 en ese entonces, llenos de rivalidades y chantajes baratos: la amenazaba con contarles a nuestros padres sus andadas con chicos mayores y otras travesuras.
     Pero una noche de Sábado todo cambió. Nuestros padres no estaban en casa, se habían ido y hasta las 11 o 12 de la noche no volverían; eran las 19.30 y ella había arreglado para salir con su novio a dar una vuelta, si permiso de nuestros padres, y volver antes que ellos; es por eso que estaba muy simpática conmigo, y hasta me pidió que la ayudara a elegir qué ropa ponerse. Para mí no era nuevo ver a mi hermana en ropa interior. Estando en su cuarto, empezó a probarse de todo: polleras, vestidos, minis, pantalones ajustados, esa pollerita escocesa que tanto me gustaba, hasta que se decidió por un pantalón.
     Sonó el timbre: era su príncipe que la venía a buscar; se llamaba Hernan y le llevaba dos años a mi hermana. Dejó todo tirado y me hizo prometerle no decir nada a mamá y papá. Cuando bajó, me quedé parado en su habitación con toda su ropa a la vista diseminada por todos lados. ¡¡Estaba feliz!! ¡¡Solo en casa y con tanta ropa a disposición!! No sabía por dónde empezar. Desnudándome, fui probándome cada cosita de mi hermana y mirándome en el espejo una y otra vez, como ella solía hacerlo. Para ese entonces no estaba muy desarrollado y era muy lampiño; les juro que parecía una verdadera mina.
     Decidí no maquillarme, porque aparte de no saber, no tenía la menor idea de cómo limpiarme antes de que todos volvieran. Pero no me privé de quedarme vestido con unas medias negras, una minifalda tipo campana casi escocesa de color verde que resaltaba mis piernas con las medias negras, y hacía resaltar la pollerita una blusa blanca, y zapatos de taco alto recién adquiridos por ella. Me miraba en cada espejo de la casa, lavé los platos e intenté hacer otras tareas femeninas como ella u otra mujer haría, para vivenciar y ver cómo se siente hacer distintas actividades vestida para matar.
     ¿Cómo les puedo explicar el lugar en donde yo estaba, en el salón de la casa, cuando se abrió la puerta? Era una situación en que si me movía, la persona que entraba me veía, y yo sin poder esconderme o llegar al baño u otro lugar para cambiarme; ya ni eso me importaba. Atiné a quitarme la ropa, pero ya estaba ante la presencia de mi hermana, que no me quitaba ojo de encima, sorprendida de cómo estaba vestido y casi sin reconocerme. Venía gritando, enojada con el novio Hernan porque se habían peleado para siempre, razón por la que volvió a los 30 o 40 minutos, y se quedó sin saber qué decir, si gritar, reírse de mí, o llorar. Yo había quedado inmóvil como una estatua, callado y sin saber qué decir. Cuando el susto pasó, todavía estaba impresionado, empecé a caminar hacia el pasillo que conduce a las habitaciones, pero ella me tomó del brazo y me dijo:
 - ¡¡¡A verte!!!...

     Y me examinó de arriba hacia abajo. Yo esperaba en silencio que me dejara ir, pero ella se interpuso en el camino y me preguntó:
 - ¿Cuánto hace que usas mi ropa?

     Yo sólo la miré, y de ahí en más empezó una serie de preguntas que no contesté. Lo único que llegué a pedirle era su silencio y que olvidara el tema, pero me dijo:
 - Dale, charlemos como hermanos.

     Intenté seguir hacia los dormitorios, pero me pidió que le hiciera un café para charlar.
 - Espera que me cambio –le dije con más vergüenza de la que nunca sentí en mi vida.
 - No. Si te vestiste así, por algo es. Así te quedas.

     Era rotunda, y me condujo a la cocina. Me dejé llevar por su juego ya que no me permitía cambiarme, y aproveché para ser mirado con esa pollerita que tanto me gustaba y que mi hermana usaba tan poco, lamentablemente. Le empecé a hacer el café a ella, y otro para mí.
     Creo que llegó el momento de empezar a tomar café. De a poquito me fui distendiendo y sintiéndome más cómoda y menos rara con esta hermosa ropa que elegí minuciosamente para la gran noche sola. No por casualidad, empezó a hablar ella de temas muy ajenos al presente. El diálogo fue ameno y fluido, como nunca antes con mi hermana.
     Desde aquella noche todo cambió, hasta el año pasado en que se casó, a los 23 años; o sea que estuvimos en un pacto de silencio y colaboración durante 8 años. Es más, todavía lo respetamos. Desde aquella noche fui muy compinche en sus travesuras y siempre la defendí y apadriné para que nuestros padres no se dieran cuenta. Ella, a cambio, me permitía usar algo de su ropa, otro tanto se compraba para mí, o si le regalaban algo grande me lo dejaba. En un cajón de su armario yo guardaba mi ropa, para no levantar sospecha. Terminé usándole 3 cajones y 2 subdivisiones. Claro, en un principio teníamos el mismo talle, pero con el correr del tiempo necesitaba ropa más amplia para mí, que yo empecé a comprarme solo o con su ayuda.
     También me enseñó a caminar, a maquillarme, a sentarme, a lucirme; en otras palabras, me aceptó sin tener que darle demasiadas explicaciones. Le encantaba maquillarme y tenerme como su sirvienta cuando estábamos solos, a lo cual yo obedecía encantada, ya que me vestía como diosa a veces, muy sexy otras, y me paseaba por toda la casa libremente ante sus ojos y espejos, gozando cada segundo de mis vestidos, tacos, faldas, ropa interior, medias, etcétera.
     Varios años más tarde, yo ya tenía como 19 o 20. Adivinen a quién me encontré en un boliche gay. A Hernan, ¿se acuerdan? El exnovio de mi hermana. No tuve ningún problema de encararlo y saludarlo; apenas me pudo reconocer; claro, yo ya me había cambiado en el baño del lugar y estaba muy maquillada. El pobre se puso muy nervioso, no sabía qué decir ni cómo justificar su presencia en dicho lugar; intentó dar explicaciones poco creíbles del por qué de su presencia.
     Por mi parte, no tenía ninguna intención de esconder mi verdadera razón de estar allí, y menos cuando uno está con un vestidito de lycra ajustado en su parte superior y con falda amplia regalo de cumpleaños de mi querida hermana, unas botas con taco alto y, como les dije, muy maquillada, con prolijidad, tal como me habían enseñado mi hermana y una amiga. No lo presioné a Hernan ni le dije que no le creía una palabra; traté de ser ameno con él y no incomodarlo, sólo comenzamos a conversar de cosas de la vida y de viejos tiempos. Me preguntó por mi hermana y mis padres, y esas cosas, hasta que se distendió y me dijo:
 - La verdad es que estás muy lindo.

     A lo que respondí:
 - Linda, dirás.

     Y así es como se fue dando, y empezamos a bailar. Hubo roces y esas cosas, enseguida noté que el muchacho estaba excitadísimo, al palo, me tiró la onda de ir a otro lugar, mencionó su casa... Yo enseguida le pregunté con quién vivía, y si tenía auto. Yo no solía estar vestida así en la calle, pero si me iba con él lo haría así.
     Ni lo dudó; ¡qué emoción! Salimos del boliche, me llevaba abrazada a él, el auto estaba a dos cuadras del boliche, les juro que aquella caminata así vestida y con un hombre se me hizo interminable y a la vez fascinante. Una vez llegados al auto me abrió la puerta del acompañante y me dejó subir para después cerrarla. ¡Qué caballero, me estaba tratando como a una verdadera dama! Condujo a su casa con muchos mimitos en el camino. Yo estaba tan excitada que me olvidé el bolsito con la ropa de hombre en el auto.
     Subimos a su departamento con cuidado, pues él quería mantener el perfil bajo en el edificio en el cual vivía. Los mimos, las caricias y besos fueron subiendo de tono y la ropa volando hasta que sentí que me la apoyaba, pero ¿para qué? No tuvo mejor idea que decir algo así como:
 - Guachita, te voy a coger como a tu hermanita.

     Esto me dio una bronca bárbara, porque aparte no sabía que se había cogido a mi hermana cuando ella tenía 15 años. No obstante, los ratones empezaron a saltar en mi cabeza y esas mismas palabras me excitaron aún más: ¡¡iba a ser cogida por el mismo hombre que se cogió a mi hermana!! Inevitablemente, después del franeleo vino la felación, ningún hombre deja de pedírmelo; para ese momento estaba arrodillada en la alfombra, ya sin botas, pero me dejaba el vestidito, porque me encanta hacerlo semi-vestida. Yo creo que las faldas y vestidos no son para sacárselos, sólo hay que levantarlos.
     Les juro que ese tipo era un dulce, me penetró con mucho cuidado, no sin antes lubricarme bien el culito con caricias. No me quitó el vestido, sólo lo levantó, sin que se lo pida.
     Al otro día conversamos mucho y nos juramos mutuo silencio. Nos vimos durante un año y empezó a comprarme las mismas cositas que le regalaba a mi hermana varios años atrás. Les juro que me muero por contárselo a mi hermana, pero ¿se enojará? ¿Usarle la ropa y el ex-novio no será mucho?
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« Respuesta #7 : 26 de Diciembre 2005, 04:34:55 »

ERICA, UNA BELLEZA TRAVESTI

Resumen: mis relaciones con Erica, una belleza travesti.

     Bien, creo que ha llegado el momento de narrarles cómo entablé contacto con Erica, un hermoso travesti de quien ya les hablé en otro relato mío, titulado “La ropa de mi hermana” y donde detallo cómo se inició en el mundo del transgénero.
     Resulta que Erica, a sus 21 años, ya era un travesti consumado, y al ser mayor de edad para todo, podía entonces decidir plenamente qué hacer con su cuerpo sin necesidad de autorizaciones especiales de nadie, por lo que decidió hacerse implantar siliconas en sus pechos para formarse unos senos bien redondos y paraditos, a la par que hacerse reformar un tanto los glúteos, creándose así un espectacular cuerpo casi por completo femenino, a no ser por la presencia de un pene y un par de testículos casi sin desarrollar pese a su edad.
     Como ya les conté, desde pequeño y teniendo aún una identidad de varón, Erica siempre tuvo una tendencia particularmente notable por considerarse y sentirse mujer, lo cual se veía especialmente acentuado por su modalidad bastante amanerada y muy delicada, con movimientos, gestos, poses y modo de caminar como de mujer, casi por completo. Esto lo llevó a ser el blanco de crueles chanzas y dolorosas discriminaciones, sobre todo a partir de su entrada en la adolescencia y en la Secundaria, donde siempre lo tildaban de “mariquita”. Especialmente maliciosos resultaban sus compañeros en el baño del gimnasio, donde siempre terminaban rodeándolo y haciéndole quitar toda su ropa para manosearle su trasero y tocarle sus pequeños genitales, los cuales nunca se desarrollaron verdaderamente, conservando para toda su vida un tamaño prácticamente infantil, o poco más.
     Estas tristes experiencias lo marcaron para toda la vida, por lo que, en un intento por tratar de alejarse de su vida pasada, decidió hacerse practicar los implantes mencionados anteriormente, con el fin de intentar “acercarse” un poco más a un aspecto que al menos resultase intermedio entre lo masculino y lo femenino. Sin embargo, creo que esto terminó por hundirle aún más en la amargura, la soledad emocional y la depresión.
     Como nunca había alcanzado a desarrollarse verdaderamente como varón en el aspecto genital, tampoco circulaban por su cuerpo las hormonas necesarias para que le creciese barba o se le engrosase la voz o desarrollara un físico espectacular de hombre, sino que toda su anatomía se presentaba como un cuerpo intermedio entre el de un hombre más bien delgado y una mujer físicamente mediana.
     La cuestión es que en la época que le conocí, Erica acababa de llegar a mi ciudad proveniente de Montevideo, de donde había salido con el fin de buscar nuevos horizontes económicos, dado que, según afirmaba, las discotecas de aquella ciudad no le brindaban un futuro promisorio ni un ambiente laboral como el que ella deseaba para desarrollar sus actividades que le permitieran llevar una vida al menos pasablemente digna. Hacía poco tiempo que su cuerpo había alcanzado su aspecto definitivo con senos postizos y cola aumentada, por lo que todavía no se hallaba plenamente acostumbrado a sus nuevas formas. En ese tiempo yo recién había comenzado a trabar relaciones de noviazgo con mi actual esposa Natalia la cual, como recordarán quienes leyeron mi relato “Mi esposa y su amiga”, estaba estudiando con el fin de recibirse de Enfermera. Yo ya había comprado mi actual casa de dos plantas y había terminado de restaurarla, con lo que ocasionalmente me iba a pasar algunos días allí, disfrutando del placer de dormir completamente solo.
     El tema es que me tocó en suerte que Erica llegara a radicarse en una pequeña pero encantadora casita que quedaba frente por frente con la mía, de modo que pronto trabamos trato, al ser nuevos ambos en el vecindario y no conocer prácticamente a nadie en el barrio. Al ser Erica un travesti, lógicamente que su naturaleza psicológica era un tanto especial, máxime teniendo en cuenta las tristes experiencias tenidas durante su adolescencia, de lo cual no tardé en percatarme; y consecuentemente, yo contribuí a hacerle la vida un poco más fácil, intentando darle un trato dulce, respetuoso y acorde con su sensibilidad.
     Para hacerla corta, una tarde Erica cruzó a casa con el pretexto de charlar un poco y conocernos más a fondo como vecinos, y así fue como me narró la historia de su inicio en el mundo del transgénero. En lo personal, no se me presentaba ni por pienso la idea de que un día llegaríamos a enrollarnos como terminamos liándonos pocos meses después, ya que la idea de ligarme con un travesti verdaderamente que me causaba desagrado. Pero al verle tan dulce, tan suave en sus modales y tan tierna en su manera de hablar, con su encantadora y musical voz más bien femenina, pronto comencé a cambiar de pareceres.
     Total que un día se me presentó con una minifalda escocesa en rosado y blanco con cuadros grandes, muy plisada y de tela particularmente fina, con lo cual esta prenda volaba con suma facilidad sobre sus encantadoras piernas; encima, vestía un lindo top bastante corto, que le dejaba casi toda la espalda al aire y le levantaba los pechos de un modo sumamente seductor, como verdaderamente he visto raramente en mujeres auténticas. En sus pies llevaba un par de sandalias blancas de taco alto y plataformas, de forma que toda ella estaba elegantísima y sumamente sexy. Me explicó que estaba pasando por una mala situación económica, que tenía poco trabajo y venía a preguntarme si yo, como conocedor de los ambientes locales donde se concentra la mayor “movida” los Sábados y Domingos, podría indicarle a quién recurrir y dónde tratar para ofrecerse. En un primer momento me dejó un tanto turbado su planteo, dado que no soy precisamente el individuo más indicado para dar esa clase de orientaciones, porque justamente debo ser yo el hombre menos andariego que puede haber en la ciudad, de manera que a lo sumo se me ocurrió mencionarle a Pablo, un amigo muy conocido en la ciudad y que es dueño de una discoteca en las afueras de la localidad, con quien podría charlar de estos asuntos con más posibilidades de poder avanzar sobre lo seguro. Continuamos charlando de estos temas un momento más, hasta que descubrí que su visita revestía otros móviles más íntimos, y le traían otras intenciones más secretas: tenía la pícara idea de seducirme y, así, lograr obtener de mí algún dinero con el fin de ir salvando al menos su sustento diario.
     Como quiera que, con el paso de los días y según dije, había terminado por entrar un tanto también en mi corazón, no dudé en ayudarle un poco con algo de efectivo al principio, si bien con en correr del tiempo comencé a sentir deseos de desquitarme del dinero gastado con ella y que, demás está decirlo, sabía yo de sobra que Erica jamás me rembolsaría; de modo que un buen día sutilmente le propuse:
 - Dime, Erica, ¿no te gustaría mostrarme tus encantos y, así, dejarme ver cuán bien preparada estás para tu trabajo?

     Al principio se quedó desorientada con mis palabras y sin saber qué hacer o decir, porque no sabía cómo interpretarlas, pero luego tomó la indirecta por el lado que yo se la había enviado, y entonces se me acercó mucho, hasta recostárseme mimosamente y apretarse contra mi pecho, pasando uno de sus brazos por mi espalda y posando la otra mano en uno de mis hombros. Me sonrió largamente con su rostro muy próximo al mío, y me preguntó:
 - Bien, Roy, ¿podrías indicarme dónde te hago la demostración de mis condiciones?

     Total que le conduje a la alcoba, tomamos algo de gaseosas, puse música romántica a bajo volumen, solté las cortinas de tela para atenuar la luz del exterior, y de este modo preparé el ambiente para que así nos distendiéramos, ya que ambos necesitábamos un poco más de relajación para ese momento, dado que para mí era la primera ocasión en que me enfrentaba a un travesti, y verdaderamente no sabía lo que me esperaba con Erica, por más que realmente aparentaba ser una persona muy dulce. Creo que en un momento le tomé de su cintura, bailamos al son de una música encantadoramente melódica, luego le acaricié los senos, bajé las manos hasta sus caderas, y luego le pasé las palmas por sus maravillosos glúteos, lo que pareció excitarle tremendamente, ya que a continuación me dio la espalda, se quitó rápidamente el tanga y me pidió que le soltase su top, con lo cual quedó ataviada únicamente con sus sandalias y su mini.
     A continuación le pedí que se descalzara y se sentara en la cama con la espalda apoyada sobre el respaldo y las piernas sobre el cobertor. Yo me senté a su derecha y comencé a jugar de nuevo con sus senos, mientras abiertamente le daba de besos en la boca y le acariciaba el vientre. Luego, lentamente empecé a tocar un poco más abajo, hasta que llegué a la altura de sus genitales, si bien tanteaba por encima de la tela de su minifalda. Al comienzo me sorprendió encontrar algo tan pequeño, pero esperaba que tuviese luego una erección, si bien pasado el tiempo debí aceptar que aquello era todo lo que tenía para ofrecerme, lo que terminó por excitarme locamente.
     Rápidamente, pues, me desvestí, a pesar del trabajo que me dio quitarme los pantalones y el slip, habida cuenta de la fuerte erección que acusaba mi pene. En esas estaba cuando Erica se cambió de posición y comenzó a mamarme la polla, hasta que le sostuve la cabeza con mis manos, pidiéndole:
 - Bien, bien, mi amor, pero no tan rápido que vas ha hacer que me venga demasiado pronto. ¿Por qué no me muestras un poquitín más tu cuerpo? Aún no he visto tu colita. Debes tener un culito encantador. ¿Y tu pirulín? ¡¡Debe estar de pequeñito...!! ¡¡¡Huummm...!!! Vamos, no te hagas de rogar, ¿sí?

     Entonces decidió levantar muy lentamente su falda, hasta que logré ver todo su trasero de gloria, encontrando un par de nalgas muy redondas y firmes, que me apresuré a tocar y manosear por un buen rato sin el estorbo de la ropa. Mientras tanto, tenía ella buen cuidado de ocultar por delante su pequeño miembro viril con los pliegues de la misma mini. Luego se apartó un tanto y se levantó la falda de la parte de adelante, doblándola algunas veces y ajustándosela de modo que se mantuviera arriba sin caer por el propio peso de la tela. Pude ver entonces su pene en la totalidad de su increíble pequeñez. Esto volvió a excitarme fuertemente de nuevo, lo que me llevó a tomar a Erica por su cintura con una mano, mientras asía mi miembro con la otra y le apoyaba mi glande debajo de sus extraordinariamente diminutos testículos, empujando a continuación en un remedo de penetración vaginal. Ella hizo un gesto mezcla de fastidio y dolorosa incomodidad, pero no dijo nada, limitándose a gemir sólo un poco. Seguramente recordaba la ayuda económica que yo le había brindado, y pensaba o temía que si se quejaba o me mostraba disgusto yo tal vez renunciara a continuar pasándole dinero.
     En esas estuvimos un momento más, hasta que al fin decidí avanzar otro poco, diciéndole:
 - Bien, querida, ahora me acostaré en la cama, tú me pondrás el preservativo y luego te sentarás suavemente sobre mí para que te penetre.
 - Sí, como quieras, Roy, ya sabes que soy toda tuya, mi vida –dijo, con voz maravillosa y modo encantador.

     Así hicimos, y lentamente, dulcemente, mi pene fue entrando en ese ano tan elástico, dilatado y acostumbrado al ingreso de penes mucho más gruesos que el mío. Erica suspiraba de un modo encantador que a mí me hacía sentir estremecimientos de apasionada felicidad; ignoro si lo ella hacía así por la fuerza de la costumbre en su trabajo, o si es que se sentía sinceramente aliviada de no sentir, al menos por una vez en la vida, su ano tan mortificado ni terriblemente violentado ante los embates de un pene extra grande, ya que, como lo he dicho en otras ocasiones, mi herramienta no es para nada extraordinaria, sino que por el contrario solamente mide 13 centímetros.
     Así estuvimos un buen rato, y cada vez que yo sentía que estaba por venirme, le avisaba a Erica para que se estuviese quieta por un momento; y si ella se daba cuenta, por la expresión de mi rostro, que me correría en cuestión de segundos, igualmente detenía su actividad. Así estuvimos no se cuanto rato, pero al final le pedí que me dejara venirme, y entonces mi descarga se produjo acompañada de un orgasmo fuerte y prolongado. Luego ella me quitó el preservativo, y fuimos al baño, donde nos lavamos muy bien.
     Finalmente formalicé mi relación con Natalia, al tiempo que Erica lograba mejorar su frágil e inestable situación económica, logrando retomar un rumbo firme en su trabajo y pudiendo, así, liberarse de la degradación de venir a pedirme caridad.
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« Respuesta #8 : 26 de Diciembre 2005, 04:38:36 »

LO HICE CON MI CUÑADA MAYRA

Resumen: finalmente, logré mantener relaciones sexuales con mi cuñada Mayra.

     En esta ocasión pasaré a contar cómo llegué a mantener mi primera relación sexual con mi cuñada Mayra, hermana de Natalia, mi esposa. Resulta que un día, creo que un Domingo de Agosto, mi esposa Natalia, de quien ya he comentado muchas veces es enfermera, debió cumplir una suplencia haciendo horas extras más allá de su horario habitual en el hospital local, de modo que ese prometía ser para mí uno de los fines de semana más aburridos de cuantos tendría en mucho tiempo. Pero a veces los hechos terminan tomando un rumbo totalmente inesperado, y las cosas finalmente dejan de ser tan difíciles como al principio amenazaban ser.
     Serían tal vez las 10.30 o las 10.45 a. m. cuando se me ocurrió considerar que lo mejor sería ir a almorzar a casa de mis padres aprovechando el Domingo, por lo que pensé en hacer una llamada telefónica allí avisándoles de mi idea, y que no se preocupasen por la comida, ya que pasaría por una rotisería cercana a comprar un pollo al spiedo y algunas ensaladas. Total que me dirigía a la sala de estar, donde tenemos el teléfono, cuando justamente tocan el timbre de calle. Fui a ver quién podía ser, y me encuentro a mi cuñadita Mayra, a la sazón de 18 años y medio, que encantadoramente ataviada con un vestido largo y su cabellera suelta sobre sus hombros venía a visitarme.
     Abrí la puerta, entró, nos saludamos con un beso y una palmadita en su cola, algo ya habitual entre nosotros, y sin darme tiempo a nada me comentó que mis suegros sabían del hecho que yo estaría solo a la hora del almuerzo, por lo que me invitaban a pasar el mediodía con ellos. A mí me alegró mucho la idea, pero al mismo tiempo me apenaba dejar a mis padres solos en esta ocasión, máxime pensando que tenía planes para ir con ellos, de modo que llamé por teléfono a mi suegro y, de esta forma, coordinamos para concretar un almuerzo familiar con ellos y mis padres en la casa paterna de Natalia. Luego hablé con mis padres, y a continuación encargué más comida en la susodicha rotisería.
     A todo esto ya se habían hecho las 11 de la mañana, y todavía faltaba un buen rato para que nuestro almuerzo estuviese pronto para ser retirado, de modo que nos quedamos Mayra y yo charlando, escuchando algo de música e, incluso, hasta jugando un poco de ajedrez con unas piezas y un tablero confeccionados por mí mismo en mi taller. Entre todas las cosas que conversamos, Mayra tuvo la inocente indiscreción de confesarme involuntariamente que dos o tres días antes había podido ver a su papá besando e intentando tener relaciones sexuales con la empleada doméstica que trabaja en casa de ellos y que, incluso, había llegado a verle el pene; y que, a raíz de esto, había quedado muy impresionada y con el deseo de que a ella le sucediera lo mismo. En otras palabras, deseaba que fuese un adulto y no un adolescente quien la penetrase a ella por primera vez, perdiendo así su virginidad. Parece ser que esa visión le había despertado una fantasía sexual bastante intensa, que la tenía relativamente obsesionada. Le dije:
- Bueno, ¿y cómo puedo ayudarte?
 - Quisiera probar contigo, Roy... Tenemos tanta confianza... jugamos tantas veces... nos queremos... Por favor, Roy, por favor, ¿sí?

     Me miraba con una mezcla de tristeza, dulzura y dolor emocional en sus ojos, mientras me tomaba una mano con las suyas. Prosiguió:
- Por favor, métemelo, quiero perder mi virginidad. Parece lindo y quiero probar... ¡¡Vamos!! ¿¿Verdad que sí??

     Parecía casi desesperada, y se le notaba como angustiada, en una tierna mezcla de ansiedad, lujuria, deseos mal comprendidos y un cierto temor, mezclado con el tormento de sentir algo “prohibido” y haber visto lo que debía permanecer oculto a sus ojos. Le respondí:
 - Está bien, vamos al dormitorio.

     Ya en la alcoba, nos desnudamos y yo me acosté en la cama. Tenía intenciones de comenzar con la postura a horcajadas, también llamada “el sometido”, con ella encima de mí. Así las cosas, me tumbé boca arriba mientras le indicaba a Mayra que se sentara encima de mí, con las rodillas dobladas. Le expliqué que ella podría inclinarse hacia atrás sobre mis muslos, si era necesario, para aligerar el peso de mi pelvis.
     Esta posición permitiría que ella controlase el ritmo de los movimientos y la profundidad de la penetración. Para mí, esta postura es muy excitante ya que me permite tener una visión completa de los genitales de ambos, pudiendo fácilmente además acariciarle los pechos y también estimular el clítoris de Mayra con total libertad. Ella tendría la posibilidad de acariciar mi pecho, e inclinarse hacia delante y besarme. También probamos seguidamente la variación en que la mujer se coloca de espaldas, ya que permite que el hombre juegue con las nalgas de ella, y ésta puede jugar con el escroto y los muslos de él.
     Así estuvimos unos cuantos minutos, mientras yo trataba por todos los medios de retener y retrasar mi eyaculación, que por momentos me parecía inminente y casi irrefrenable. Enseguida probamos sentados con ella de frente, en una postura que clásicamente recibe el nombre de “la doma”. Esta postura consiste en que el hombre se sienta en un sofá o sillón, con la mujer encima. De esta manera, Mayra controlaba los movimientos mientras yo la besaba y le acaricia los pechos. Mientras, ella reía graciosamente y se movía hacia arriba y hacia abajo apoyándose sobre sus rodillas, y con sus brazos alrededor de mi cuello. Estando de cara hacia mí, la penetración resultó ser bastante profunda, por lo que los jadeos de mi cuñadita eran bastante estrepitosos y entrecortados, prueba evidente de la excitación de que gozaba, a la par que podía verse a las claras que su vagina estaba estrechísima en toda su cándida virginidad de tierna adolescente. La pasión del abrazo, los juegos de lengua y las espaldas de ambos al alcance de las manos del otro, nos causaban deliciosos escalofríos de placer, como no los he sentido sino muy raramente en otras ocasiones.
     Por último, antes de que finalmente alcanzásemos el orgasmo, probamos la pose “del perrito”, con ambos en cuatro patas, yo detrás de ella. Esta posición tiene la ventaja de brindarme comodidad para tocarle ocasionalmente el clítoris a Mayra y, así, subir un  nivel en su excitación sexual previa a su orgasmo. Esta posición también permitía a Mayra atrapar mi pene con sus glúteos, cosa de que bien pronto se percató, lo cual terminó por ser muy excitante para mí, brindándome una cuota extra de placer.
     Finalmente, una vez el nivel de estimulación alcanzó un punto en que se inició la fase final de la excitación sexual, y nuestros cuerpos automáticamente se prepararon para el gran clímax aumentando el ritmo cardíaco, la respiración se hizo más profunda, fuerte y jadeante, y ocurrieron contracciones involuntarias de los músculos a través de todo el cuerpo. Finalmente, tuve el impulso casi involuntario de envolver mis brazos alrededor de la cintura de Mayra, y sostenerla firmemente. Por último, se produjo esa sensación familiar de eyaculación inminente: uno de los momentos más hermosos de ser un hombre. Entonces, y sólo entonces, tuvo lugar la serie de contracciones musculares que constituyen realmente el orgasmo.
     Como aspecto externo común a ambos, un indicador de la intensidad del orgasmo a que nos vimos sometidos es el grado en que los músculos faciales experimentaron contorsiones, y la sonoridad de nuestros gemidos involuntarios en el momento en que llegamos a la cúspide del placer.
     Luego de terminar con esto, nos derrumbamos deliciosamente sobre el colchón, en ese dulce sopor que naturalmente sobreviene tras el orgasmo, y así permanecimos tendidos por unos minutos, hasta que vi en el reloj que eran casi las 12.00, por lo cual nos apresuramos a lavarnos nuestros genitales, mientras le recitaba estos poemas a mi cuñada y momentánea amante:

Escrito'stá en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.



Si a vuestra voluntad yo soy de cera
y por sol tengo solo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar es de sentido fuera,
¿de dó viene una cosa que, si fuera
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
Y es que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto que en vida me sostengo apenas;
mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas.



Antes de amarte, amor, nada era mío:
vacilé por las calles y las cosas:
nada contaba ni tenía nombre:
el mundo era del aire que esperaba.
Yo conocí salones cenicientos,
túneles habitados por la luna,
hangares crueles que se despedían,
preguntas que insistían en la arena.
Todo estaba vacío, muerto y mudo,
caído, abandonado y decaído,
todo era inalienablemente ajeno,
todo era de los otros y de nadie,
hasta que tu belleza y tu pobreza
llenaron el otoño de regalos.



Áspero amor, violeta coronada de espinas,
matorral entre tantas pasiones erizado,
lanza de los dolores, corola de la cólera,
por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?
Por qué precipitaste tu fuego doloroso,
de pronto, entre las hojas frías de mi camino?
Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?
Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?
Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
el alba llenó todas las copas con su vino
y el sol estableció su presencia celeste,
mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
hasta que lacerándome con espadas y espinas
abrió en mi corazón un camino quemante.



"Vendrás conmigo" dije -sin que nadie supiera
dónde y cómo latía mi estado doloroso,
y para mí no había clavel ni barcarola,
nada sino una herida por el amor abierta.
Repetí: ven conmigo, como si me muriera,
y nadie vio en mi boca la luna que sangraba,
nadie vio aquella sangre que subía al silencio.
Oh amor ahora olvidemos la estrella con espinas!
Por eso cuando oí que tu voz repetía
"Vendrás conmigo" -fue como si desataras
dolor, amor, la furia del vino encarcelado
que desde su bodega sumergida subiera
y otra vez en mi boca sentí un sabor de llama,
de sangre y de claveles, de piedra y quemadura.


     Pasamos luego por la rotisería a levantar el pedido, y finalmente llegamos a casa de mis suegros, donde plácidamente almorzamos, como si nada hubiese pasado entre Mayra y yo.
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« Respuesta #9 : 26 de Diciembre 2005, 04:44:15 »

SOFÍA

Resumen: sorpresiva cita sexual con una compañera de clases.

     Bueno, aquí les relataré un encuentro sexual con una compañera de estudios; aventura esta de la que no me siento para nada orgulloso y que tampoco me hace feliz, sino más bien todo lo contrario, dado que fue algo que hicimos sin verdadero amor. Y personalmente estoy convencido de que el sexo sin amor es una experiencia vacía, por más que, como experiencia vacía, sea de las mejores que existen. En la práctica del sexo, creo que el factor romanticismo, enamoramiento y amor romántico juegan un rol muy importante, casi vital, al menos para mí. Pero a veces las cosas no se desarrollan todo lo bien que uno quisiera, aunque peor es nada y hay que aprovechar las oportunidades que la vida nos brinda, aunque puedan no ser de las mejores que puedan encontrarse.
     Lo más triste del caso es que amo a mi esposa Natalia, con quien todavía continúo felizmente casado, y quien no se ha enterado de mis andanzas, y honestamente me duele haberle sido infiel de una manera tan ingrata, pero es que el entusiasmo y la pasión del momento me hicieron olvidar todas las normas habidas y por haber referidas a buena conducta, decencia y prudencia.
     El caso es que, contando 33 años y faltando escasamente un mes y medio para cumplir mis 34, comencé en la Escuela Técnica de mi ciudad un curso sobre encuadernación, conservación y mantenimiento de libros, principalmente volúmenes con más de 100 años de impresos, trabajo éste de mucha utilidad principalmente para bibliotecas públicas, de universidades o facultades, donde los libros sufren un trato intenso y no siempre muy cortés de parte de los estudiantes, por lo que siempre se hace necesaria la presencia de alguien entendido en el tema para poder prolongar la vida útil de tan sufrido material.
     Las clases de este curso, que comenzó en Marzo y finalizó en Octubre, se dictaban por las tardes, a partir de las 18 horas, dado que apuntaba a personas que ya estamos insertadas en un ambiente laboral con poco tiempo libre, y el horario más indicado que el directorio del instituto pudo definir era en el turno vespertino, luego de la hora antedicha, para terminar a las 21 y 30 de la noche. El grupo estaba compuesto por 17 estudiantes, mayormente chicas y pocos varones, entre los que me contaba yo. Las edades eran muy variadas, ya que tan pronto teníamos una compañera de 47 años y un compañero de 58, como también asistía un muchacho de 20 y una chica de tan solo 18, y con la que muy pronto comenzaría a hacer trato: Sofía.
     Era Sofía una chica de piel blanca y rostro un tanto cubierto de pecas, cabello ondulado hasta los hombros y teñido de pelirrojo, ojos color castaño claro ligeramente alargados, labios gruesos bastante prominentes, pequeña nariz poco sobresaliente, mejillas redondas, cuerpo bastante robusto y muy desarrollado para su edad, con senos bastante grandes, caderas anchas y nalgas bastante redondas aunque no demasiado prominentes hacia atrás. Es en general de cuerpo macizo, muslos gruesos y brazos por el estilo, todo lo cual podría dar al principio una impresión de chica un tanto rústica, sin mucho refinamiento; pero la realidad es muy otra, ya que muy pronto descubriría que era una persona de mente muy despierta, modales muy selectos y espíritu muy sociable, más de lo que cualquiera podría imaginar...
     Los primeros dos meses todo se desarrolló con la mayor normalidad, incluso demasiado apaciblemente, en un ambiente de cordialidad y distensión en el que recién comenzábamos a conocernos, ya que para la mayoría era la primera vez que teníamos la oportunidad de trabar contacto, excepto tres o cuatro, que ya se conocían de antes por diversos motivos. Teníamos en este curso varias materias, entre ellas informática, dibujo técnico, introducción a la historia del arte y de la literatura, y, por supuesto, muchas horas de taller, en las que por fin poníamos en práctica aquello que tanto nos gustaba y para lo cual nos habíamos inscripto: poder restaurar o encuadernar los libros y, en general, todo tipo de material impreso que pudiésemos conseguir y que necesitase algún tipo de atención.
     Todo iba desarrollándose con la mayor tranquilidad hasta que dio comienzo el mes de Setiembre. Para ese entonces, Sofía y yo ya éramos un poco compinches y habitualmente nos reuníamos en la cantina a beber alguna gaseosa. Yo había tenido buen cuidado de no revelar mi estado civil, y como tampoco ella me lo preguntase, el caso es que ella creyó que yo era soltero.
     Como lo recordarán quienes han leído mis anteriores relatos, soy carpintero y me dedico a realizar todo tipo de trabajos en madera, y no solamente manualidades o artesanías en el referido material. Un día del mes antes mencionado, un cliente me pidió que le restaurase un mueble que tenía en un departamento de su propiedad, por lo que me condujo hasta allí, vimos lo que se hacía necesario reparar, y me dejó las llaves de la entrada, ya que la tal vivienda estaba deshabitada, y ocupada únicamente por una pequeña mesa, tres sillas de metal, un televisor y una radio, cuatro sofás individuales y uno muy mullido para tres personas.
     La cuestión es que esa misma tarde me puse manos a la obra con esta labor que, según imaginaba, me insumiría al menos tres días de trabajo. Por la noche volví a mis estudios, pero nos encontramos con que sorpresivamente faltarían el profesor de informática y el de taller, con lo que nos vimos súbitamente en posesión de unas cuantas horas libres y de noche...
     Como quiera que la noche estaba muy cálida para la época y además era Viernes, se me ocurrió una idea que trataría por todos los medios de concretar y llevar hasta el final: trasladarme con Sofía hasta el departamento de mi cliente, y allí mantener relaciones sexuales con ella. Felizmente para mí, tenía las llaves del apartamento en mi bolsillo, más algo de dinero para comprar alguna gaseosa. El tema que más me daba vueltas en la cabeza era cómo convencer a Sofía para que aceptase ir allá, sin que sonase extraña la invitación, pero como de todas maneras ella me era propicia hasta cierto punto, esto jugaba a mi favor hasta cierto punto. Y súbitamente, como un relámpago en mi imaginación, el paso decisivo iluminó mi mente: sacar una mano del bolsillo y, como por accidente y al descuido, dejar caer las llaves para, así, dar inicio a la conversación. Y de la idea a los hechos no pasaron muchos segundos. Al caer las llaves y hacer ruido sobre el suelo embaldosado del patio, me hice el extrañado, levanté el manojo, reí como sorprendido y con toda picardía y ambigüedad dije:
 - ¡¡¡Huuu!!! Me dejé olvidadas las llaves del departamento en el bolsillo. ¡Qué distraído fui!
 - ¿Tienes un departamento aquí? Vaya, Roy, no me lo habías dicho... Me habías contado que vives en una enorme y hermosa residencia de dos pisos, pero no me habías mencionado esto...
 - ¿Ah, no? Pues sí, es que estoy a punto de venderlo y le estoy haciendo unas pequeñas refacciones. Tal vez quieras conocerlo antes que cierre el negocio de compraventa...
 - Vaya, sí, me encantaría... Quiero decir, si no es molestia para ti. ¿Y dónde queda?
 - Ah, tan solo de aquí a diez cuadras, podemos ir a pie.
 - Bueno, sí, vamos allá.

     De camino al departamento, se me ocurrió invitarle a comprar una gaseosa fría en una provisión (“almacén” o “despensa”; ¿cómo le llaman en otros países?) que quedaba de camino, a lo que me dijo que ella prefería una cerveza, por lo que adquirimos las dos bebidas, más un par de vasos descartables de plástico.
- ¿Así que te gusta la cerveza, Sofía?
 - Bueno, en realidad sólo un tanto, bebo muy de tarde en tarde, cuando hace calor como ahora. ¿Y tú?
 - Oh, no, yo no. Mis viejos problemas renales no me lo permiten. Ahora estoy bien, pero debo cuidarme por recomendación médica. Por eso compré la gaseosa.
 - Ah, vaya, qué pena lo tuyo. Pero yo podré solita con la cerveza.

     Sofía no lo sabía, pero eso era lo que esperaba oír. Si se bebía todo ella sola, pensaba que terminaría un poco alegre y distendida, cuando menos, y eso facilitaría mucho las cosas.
     Bien que llegamos al departamento, subimos las escalinatas, porque está en un primer piso, entramos y descorrimos un tanto las cortinas, proponiéndole que estaríamos mejor dejando entrar la luz del exterior que encendiendo las luces de la sala. El verdadero motivo era que, al no ser mía la propiedad, cualquier movimiento extraño en el edificio sería inmediatamente advertido por los vecinos, quienes probablemente avisarían tarde o temprano al dueño o a la policía, y eso podía llegar a acarrearme serios problemas.
     Luego que nos bebiéramos todo, aproximadamente a las 21 horas, decidí mostrarle todos los ambientes, a lo cual ella invariablemente exclamaba, entre cachonda y alegre por el alcohol:
 - ¡¡Wow!! ¡¡Qué bueno!!¡¡Qué lindo!!

     Finalmente, llegamos al dormitorio donde estaba ubicado el sofá grande y más mullido, ante cuya vista ella dio un giro y se dejó caer un poco atravesada, extendiendo los brazos sobre uno de los apoya-brazos, poniendo la pantorrilla izquierda sobre el otro, y el pie derecho sobre el piso. Le dije:
 - Está bien mullido, ¿verdad? ¿No te dan ganas de echarte un sueñecito?
 - Ay, no, dormir ahora no, pero ¿no quieres venirte conmigo aquí juntitos?

     Estaba muy risueña y lo decía todo con mucha gracia y diversión, por lo que decidí seguirle el juego. Así estuvimos un rato, hasta que me dijo que deseaba ir al baño porque la cerveza siempre la hacía orinar mucho.
 - Bueno, pero mira bien lo que haces, no te vas a mojar, mira que estás medio mareada.
 - Oye, no estoy ebria, si eso quieres decir... Estoy un poco alegre, nada más...
 - Bueno, pero apresúrate, que ya quiero irme de aquí.

     Mientras tenía lugar esta conversación ella orinaba, y cuando finalmente terminó, en lugar de aparecer con los jeans subidos, vi que se los había quitado por completo, y me decía:
 - ¿Todavía tienes prisa, mi amor? ¿Y no quieres jugar ningún jueguito aquí?
 - Vaya, bueno, vale que sí, vamos a jugar. ¿Y qué se te ocurre?
 - Podríamos jugar al papá y a la mamá, y que fabricamos nenes, y todo eso...
 - Bueno, sí, te sigo el juego.

     Total que rápidamente me desvestí, ella se tendió en el sofá y le ayudé a quitarse la ropa, o lo que de eso le quedaba, que era la tanga metida entre las enormes nalgas, la remera y el sujetador. Luego comencé a juguetear con sus senos, haciéndole cosquillas y besándoselas, dándole pequeños pellizcos por todos lados, y tocándole su raja. Después de unos besos muy jugosos que nos dimos en los labios, con los cuales mezclamos nuestras salivas, comencé lentamente a bajar hasta que llegué a sus pezones, para ese entonces muy agrandados y firmes, y se los succioné con suavidad mientras le presionaba con cuidado los senos. Ella suspiraba cadenciosamente mientras movía con lentitud su cabeza y acariciaba sensualmente su cabellera color de fuego, hasta que yo, bajando despacio mis besos por su vientre, llegué a su pubis.
     A continuación comencé a pasar mi lengua por su clítoris, humedeciéndoselo primeramente con mi saliva, mientras esperaba que su creciente excitación terminase por hacerle manar las secreciones vaginales que, seguramente, terminarían por manar naturalmente por entre sus labios menores. Luego proseguí un tanto con sus ingles, la entrada de la vagina, los labios mayores y menores, que se los apartaba y presionaba ligeramente con mis dedos, e incluso alcanzaba a estimular su perineo, gozando con la tibieza y suavidad de esa piel tan delicada. Después regresé a su clítoris, el cual procedí a succionar suavemente con mis labios, a fin de hacerle más intensa la estimulación y, de alguna manera, llevarla más cerca del orgasmo. Entonces Sofía me tomó de la cabeza con sus manos, me acarició el pelo y me dijo:
 - Ahí, sí, ahí, no pares, sigue, sigue, aaahhh, aaahhh, ¡¡AAAHHH!!...
 - Sshhh, no grites Sofía, que vas a asustar a los vecinos...

     Casi se me escapa decirle que si nos descubrían le avisarían al dueño del departamento, pero tuve la suficiente presencia de ánimo como para detener mi conversación a tiempo. Hizo la cabeza a un lado y mordió el tapizado del respaldo, mientras gruñía roncamente su orgasmo y sus jugos sexuales escurrían abundantemente, manando casi a manantiales desde su interior. Parecía una fiera enojada, furiosa. Luego de un rato más de lamerle sus labios mayores y menores, de frotarle el clítoris con mis dedos y masajeárselo con la lengua, y de acariciarle las ingles, le dije:
 - Bien, Sofía, ahora me toca a mí; quiero cogerte, así que acuéstate.

     Apenas se había tendido sobre los almohadones, cuando de un salto se incorporó, diciendo:
 - ¡Ay, no!
 - ¿Cómo que no, Sofía? ¿Vas a dejarme excitado y con el orgasmo atorado? Vamos, estoy a punto de explotar, siento que mi pene estalla. No seas malita, ¿sí?
 - No podemos, Roy, estoy en mi período fértil, y si llegas a eyacular dentro mío estamos perdidos, quedaré embarazada con toda seguridad. Porque supongo que no habrás traído preservativos.
 - No, no los traje.
 - Bueno, entonces déjame que te devuelva placer por placer, de la misma especie. Te haré sexo oral, como tú a mí. Ya verás cómo lo gozas.

     Estaba un tanto intoxicada por el alcohol de la cerveza, pero súbitamente se le había despejado la mente de su embriaguez. Bien dicen que no hay nada como el peligro para despejar a un borracho, y en esa oportunidad tuve ocasión de comprobarlo. La cuestión es que me senté desnudo en el sofá abriendo mucho las piernas con mi erección al máximo, y Sofía se arrodilló frente a mí, tomando mi miembro por la base con una mano, mientras con la otra movía hacia atrás el prepucio, procediendo a acariciar suavemente mi glande con la tibia punta de su bien ensalivada lengua, lo que me producía una extrañísima sensación, nunca antes experimentada en mis vivencias ni con mi esposa Natalia, ni con nuestra amiga Nadia, ni con Micaela o el travesti Erica. Nadie, pero nadie, jamás logró hacerme sentir el placer de vértigo que me proporcionó Sofía. Por un momento creo que hasta casi comencé a sentir un poco de pánico, porque se metió de golpe todo el pene en la boca, como si fuese a devorarlo, mientras suavemente tocaba con sus dientes la base del mismo. Pensé que iba a mordérmelo y que mi perdición sería irremisible. Sin embargo, creo que fue una sabia estratagema para asustarme por un instante y, así, retrasar mi eyaculación, que la sentía ya casi inminente.
     Ahora que lo recuerdo, pienso que debe haber sido una imagen maravillosa la de aquella hermosa pareja de amantes, ella una robusta joven saliendo de la adolescencia y él un joven adulto, en plena actividad de sexo oral en la penumbra de una habitación de un departamento ajeno, sobre un muy mullido sofá, y tenuemente iluminados únicamente por la escasa luz que tímidamente se filtraba por los apenas abiertos postigos de la ventana correspondiente.
     A continuación procedió a lamer muy suavemente el escroto de mis testículos, mientras que con una mano continuaba masajeándome el pene todo untado de su saliva, al tiempo que comenzó a manar por mi uretra el viscoso líquido pre-seminal que normalmente se produce como parte del lubricante natural para facilitar la penetración. Como viera Sofía esto, dejó de ocuparse de mis testículos y volvió a mi glande, del cual bebió esa primera gota, y luego también las siguientes, con una maestría que ni siquiera en mi querida amante y amiga Micaela había visto.
     En estas estuvo unos minutos más, saboreando alternativamente mis testículos y mi pene cual barra de caramelo, hasta que finalmente mi orgasmo llegó, fuerte, intenso, súbito y cargado de fluidos. Tolo lo que salía, Sofía lo recogía en su boca, hasta que finalmente mi pene cesó de lanzar el sustancioso manantial de pegajosa sustancia vital, momento que aprovechó ella para ir nuevamente al baño, sólo que esta vez para escupir mi descarga en el lavabo y enjuagarse la boca. Por mi parte, procedí a vestirme sin lavarme; tuve el capricho de mantener mi pene mojado por la saliva de Sofía, y que éste se secara solo, por el simple contacto con el slip, mi piel y la vellosidad del pubis. También Sofía se vistió luego, tras de lo cual procedimos a retirarnos del lugar lo más sigilosamente que pudimos. Felizmente para ambos, aunque principalmente para mí, ningún vecino estaba en ese momento ronceando en la zona, por lo que pudimos escabullirnos de nuevo hasta la calle sin problemas. Desde allí seguimos hasta la Escuela Técnica, donde nos separamos y nos fuimos cada cual hasta su domicilio.
     Desde el punto de vista físico, fue una experiencia extraordinaria y que difícilmente olvidaré; sin embargo, desde el punto de vista afectivo me llenó de una indescriptible angustia, dadas las circunstancias de que se revestía, tales como el adulterio que yo cometí, la falta de amor sincero entre Sofía y yo, la prisa y el sentimiento de lo “prohibido” que para mí significaba esta experiencia con una mujer mucho menor que yo, el engaño a mi esposa a quien tanto amo, y en un departamento ajeno, sin el consentimiento y ante el desconocimiento de su mismísimo propietario. Incluso hoy, después de tres meses, todavía sigo pensando qué debería hacer con este caso: si contárselo por un lado al dueño del departamento y arriesgarme a que se disguste conmigo, perdiendo así un cliente; y por otra parte confesárselo a mi esposa Natalia y correr el riesgo de que me exija el divorcio. O, por el contrario callarlo todo y dejar que el remordimiento continúe carcomiendo mi conciencia, enfermándome de angustia y desolación. También siento haber defraudado un tanto a nuestra dulce y encantadora amiga Nadia, que tanta confianza tiene depositada en nosotros, y cuyo corazón inocente y puro se vería sin duda estremecido por la traición a que se vio ella expuesta.
     Me pesa muy hondo en el alma lo que hice; son varias las personas a las que engañé, y que sin duda se verían defraudadas en su buena fe, caso de enterarse de lo sucedido. Me carcome la duda, y no sé qué hacer.
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