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« : 6 de Diciembre 2005, 01:35:07 » |
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Esta entrevista es un homenaje a un autentico león.
Historia viva del Athletic, a punto de cumplir los 100 años, Manuel Castaños recuerda sus años de juventud y gloria como jugador rojiblanco, entre 1926 y 1931
JON AGIRIANO
Nostálgico y sentimental, Manuel Castaños se emociona cuando el periodista comete la torpeza de hacerle un comentario, medio en broma, sobre el delicado presente del equipo rojiblanco. Unos gruesos lagrimones resbalan de repente por sus mejillas y el anciano tiene que quitarse las gafas para secarse los ojos con el pañuelo.
-«Venga aita. No llores, hombre»-, le anima su hijo Manuel, presente en la entrevista. «Es que no sabes como siente estas cosas», explica a los compungidos visitantes.
Mejor, pues, olvidarse rápidamente de las angustias del Athletic de Javier Clemente y refugiarse en el pasado, en la memoria de un tiempo glorioso, anterior a la Guerra Civil, del que, a sus 99 años -el próximo 13 de febrero cumplirá los cien-, Manuel Castaños Basterretxe es el último superviviente. Nacido en 1906 en el Callejón del Gas, cerca del Ayuntamiento de Bilbao, hijo de un carpintero de Ponferrada y de una 'etxekoandre' de Izurza, comenzó a darle al pelotón en la plazuela de Sendeja siendo un niño. Eran los años del gran Athletic tricampeón de Pichichi, Iceta, los hermanos Belauste, Acedo y compañía. El fútbol era todavía un pasatiempo de los jóvenes 'sportmen' de la burguesía bilbaína, pero ya empezaba a fermentar y popularizarse en los barrios obreros.
-«Todos los chicos pensábamos en ser futbolistas. Había una afición desmedida por el Athletic. ¿Que recibimientos les hacían! Los jugadores llegaban a la estación de Atxuri y luego por la Ribera y el Arenal les llevaban hasta el Ayuntamiento con la Copa»-, recuerda, en una salita de la residencia de Usansolo, su hogar provisional hasta que terminen las obras de su casa.
El gran viaje
El primer equipo de Manuel Castaños fue el Sendeja, del que con 18 años pasó al Elcano, de la serie C. Jugaban en la Campa de los Ingleses, en la Campa del Muerto y en Cruceverde, un campo que se levantaba entonces en lo que ahora es el parque de Echevarria. El juego impetuoso y recio de Castaños comenzó llamar la atención y fue fichado por el Acero de Olabeaga, de la serie A.
-«Tengo un recuerdo muy bonito del Acero. Tuve de compañeros a Juanito Etxeberria, a Calero, a Bedoya, a los hermanos Gojenuri, que eran hijos del jardinero de San Mamés...», dice.
Castaños, que alternaba el fútbol con su trabajo como lector de contadores de la Unión Eléctrica Vizcaína, sólo estuvo un año en el Acero. El Athletic llevaba unos años flojos tras la famosa Copa conquistada en las Corts ante el Barça en 1923 y la directiva de Manuel de la Sota buscaba nuevos valores debajo de las piedras. Uno de ellos fue Castaños, al que se le abrió el cielo cuando fichó por el Athletic y, por indicación del nuevo técnico del club, el húngaro Lippo Hertza, la plantilla se fue de gira por Centroeuropa.
Castaños todavía disfruta con el recuerdo de aquel viaje inolvidable. Tenía 20 años y empezaba a descubrir el mundo.
-«Fue un viaje precioso por Francia, Suiza, Austria, Hungría y Rumanía. Comimos en la Torre Eiffel. Mal, por cierto. Lo más bonito fue ir por el Danubio en uno de esos barcos de aspas. Los resultados de los partidos los tengo apuntados por ahí», dice, señalando una carpeta llena de recortes y viejas fotografías que conserva su hijo Manuel.
Marcador implacable
El ex-jugador rojiblanco camina sin problemas apoyado en su bastón, con su boina eterna y sus zapatillas de fieltro. Conserva su memoria en buen estado y la lucidez, intacta. «Don Manuel, je, je. Don Manuel», repite, riéndose para sí mismo, cuando escucha el tratamiento de don que le reservan los visitantes y le hace gracia lo que él supone un malentendido: el que alguien trate de ese modo a un obrero futbolista del Callejón del Gas.
Manuel Castaños estuvo cinco temporadas en el Athletic. Jugaba de medio derecho. Su fútbol era lo que se llama racial y no tardó en ganarse una sólida reputación de marcador implacable. Cuando él jugaba -los dos primeros años lo hizo con asiduidad y, a partir de ese momento, con menor frecuencia, convertido en un suplente de lujo-, el portero estaba más tranquilo. Y es que Castaños no se andaba con remilgos. De hecho, uno de sus momentos más memorables con la camiseta rojiblanca lo vivió en un partido ante el Real Unión disputado en San Mamés el 5 de enero de 1930.
Los guipuzcanos tenían en sus filas un futbolista genial, René Petit.
-«¿Menudo jugador!»-, exclama Castaños, con un temblor de admiración.
Tan bueno que mister Pentland se devanó los sesos durante días buscando una forma de pararle. Al final, encontró la solución. Dejó en el banquillo a Roberto y ordenó a Castaños un férreo marcaje al hombre sobre el francés. Sus compañeros casi le compadecieron ante aquella misión imposible. «Como no le ates con una cuerda», le dijo uno. No la necesitó. En la primera disputa, ambos fueron a chutar un balón dividido y René Petit acabó dando una vuelta campana y pegándose una costalada contra la hierba. Ya no volvió a rascar bola. En algunas crónicas se dice que el golpetazo fue producto de la plancha que le puso Castaños. Él no lo recuerda, pero niega que utilizara malas artes.
-«Yo era duro, pero con nobleza»-, sentencia.
Pijamas y calzoncillos
Duro, luchador y buen compañero. Otra de las anécdotas de su carrera fue cuando, en un partido contra el Arenas, salió del banquillo para defender a su compañero Pichi Garizurieta, al que Cholín, el delantero arenero, perseguía con muy malas intenciones tras una disputa entre ambos. Castaños se lió a trompadas con Cholín y ambos fueron expulsados, lo que acabó siendo positivo para el equipo bilbaíno. Al fin y al cabo, el Arenas perdía un titular y el Athletic, un suplente.
-«Aita, dile que Garizurieta te pagó las primas que perdiste por la expulsión»-, le pide su hijo. Castaños asiente y sonríe.
El casi centenario futbolista bilbaíno tuvo la suerte de vivir, aunque sólo fuese durante dos temporadas, la época más gloriosa del Athletic: la que se vivió con Frederick Pentland y su famosa saga de los invencibles, que en cuatro temporadas sumó dos títulos de Liga, dos subcampeonatos y cuatro títulos de Copa. Castaños recuerda con un respeto reverencial al técnico de Wolverhampton, famoso por sus habanos y su bombín, indefectiblemente despanzurrado cada vez que el equipo lograba un título. Entre otras cuestiones, Pentland enseñó a los jugadores a colocarse bien sobre el campo para realizar mejor las transiciones y a pegarle el balón con el empeine en lugar de con la puntera. A algunos, incluso, les enseñó a atarse bien aquellas botas de siete leguas que a menudo salían volando en las refriegas de los partidos.
-«Sabía mucho»-, resume Castaños, al que de aquellos tiempos -caprichos de la memoria- le ha quedado muy vivo un recuerdo anecdótico, menor podría decirse, pero inolvidable: el día que compartió vagón de coche-cama con Garizurieta y Castellanos y, al acostarse, les vio con sus flamantes pijamas de jóvenes de buena familia.
-«Yo era de los obreros y sólo llevaba calzoncillos, je, je»-, comenta.
En el Athletic, Manuel Castaños hizo amigos para toda la vida. El mejor de todos fue el portero José Luis Ispizua. Fueron inseparables. Compartieron entrenamientos, partidos, títulos, banquillo, militancia política en el PNV y tres años en las cárceles de El Dueso y de Dos Hermanas al ser detenidos en Santoña cuando se disponían a embarcarse rumbo al exilio de Inglaterra. En la prisión sevillana, un domingo de marzo de 1940, Ispizua y Castaños recibieron la visita de la plantilla completa del Athletic, que se encontraba en la ciudad para jugar contra el Betis.
-«Aita, cuéntale la ilusión que os hizo que os fueran a ver», le pide su hijo.
Y don Manuel asiente, sonríe y se emociona de nuevo.
Edad: 99 años (cumple 100 el 13 de febrero) Nacimiento: Bilbao Equipos: Sendeja, Elcano, Acero y Athletic Puesto: Interior derecha Temporadas en el Athletic: 5 (entre 1926 y 1931) Títulos: 2 Ligas y 2 Copas
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