Miles de ciudadanos arropan al PP en un acto festivo de apoyo a la Carta Magna en el que se defendió tanto Cataluña como la unidad de España

Todo acompañó, hasta el tiempo, para que lo que se había pensado como una fiesta transcurriese sin incidentes, sin crispación y sin actitudes broncas que justificasen la crítica con la que el PSOE ha tratado de deslegitimar la naturaleza de un acto al que había tachado de «convocatoria callejera» y de «ataque a Cataluña».
Precisamente Cataluña fue la que más color puso a la pañolada de banderas, muchas españolas (todas políticamente correctas, no hubo ninguna pre-constitucional) y de las demás autonomías, con la que se cubrieron los miles de asistentes a la concentración (200.000, según la Comunidad de Madrid; la delegación del Gobierno no ofreció datos por no ser una manifestación con recorrido). El PP se había guardado las espaldas cifrando las expectativas en 10.000-15.000 personas.
La comitiva catalana fue de las primeras en llegar para tomar posiciones en lugar privilegiado, pero no fueron sólo sus miembros los que lucieron senyeras, y ante el escenario también brilló con especial significancia una enorme ikurriña sostenida por un grupo de jóvenes. La cita era a las doce de la mañana ante la Real Casa de Correos, si bien una hora antes ya empezaba a haber ambiente en la simbólica Puerta del Sol, donde se encuentra el kilómetro cero de España. Mientras el público se ubicaba en la plaza y en las calles adyacentes, salvo Correos y Carretas, reservadas para el tránsito de altos cargos, la dirección nacional y territorial del PP «fichaba» en la Plaza de Pontejos, punto de reunión marcado por los responsables de Organización. «Esto va a ser como lo de doce meses, doce causas», señalaba, socarrón, un diputado de la Asamblea de Madrid, aludiendo a las «muchas equivocaciones» de la política del PSOE.
Protagonista: la Constitución. Uno a uno fueron desfilando todos -«¡y que falte alguien, que se entera!», bromeaba Eduardo Zaplana, muy festejado, al igual que Ángel Acebes, por la afición-, antes de dar comienzo el acto institucional en el que el gran protagonista, como aclaró una voz en off, tenía que ser la Carta Magna -le disputó notoriedad en los corrillos el «susto» que Rajoy, que reapareció con el brazo derecho inmovilizado, y Esperanza Aguirre se llevaron el jueves-. A Josep Piqué le sacaron tarjeta por llegar algo tarde.
La apertura corrió a cargo de diecinueve militantes y concejales, uno por comunidad, además de Ceuta y Melilla -entre ellos, por ejemplo, el ex guardameta Juan Carlos Ablanedo-, que leyeron 19 artículos de la Constitución seleccionados por el valor que alcanza su contenido en medio de la crisis del Estatut. Les dio paso la presidenta de Nuevas Generaciones, Carmen Fúnez, tras recitar el preámbulo del texto del 78.
Los artículos que más aplausos provocaron fueron el 1, donde se reconoce que la soberanía reside en el pueblo español; el 2, en el que se defiende la unidad de la Nación y el derecho a la autonomía; el 20, que habla de la libertad de expresión; el 138, que proclama la solidaridad y la igualdad territorial; y el 139, en el que se garantiza la igualdad de los españoles.
Simbólicamente, todos iniciaron su alocución con la significación de su procedencia autonómica y la afirmación «vengo a Madrid a respaldar la Constitución». El representante vasco, el gallego y el catalán lanzaron su proclama en sus lenguas cooficiales.
Con el ambiente más que a favor le llegó el turno a Rajoy. Gritos de «España, España», en solidaridad con la Cope -por la campaña en su contra- y alguno que otro de carácter más partidista, «Mariano a la Moncloa», le acompañaron en la lectura de un manifiesto en el que hizo un crítico análisis del contexto político sin mencionar ni una sola vez el Estatuto catalán. Tampoco en el vocerío de la afición -bien aleccionada y controlada- se mentó al texto. Lo que hubo fue adhesiones de apoyo a Cataluña, que, como rezaba en alguna pancarta, «también es España».
Los éxitos del pacto. «La nuestra es una Constitución del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». La declaración la abrió con una cita de Lincoln, considerado uno de los mejores presidentes de Estados Unidos y que ha pasado a la Historia como pionero en la lucha por la unidad de la joven nación a toda costa y por la igualdad de derechos para todos los ciudadanos. «Los españoles no aceptamos más yugos ni más dominios que la ley que nosotros redactamos. Hemos abolido el abuso, la arbitrariedad y el privilegio de la fuerza», continuó leyendo Rajoy, componiéndoselas como podía con el viento, los papeles sueltos y el brazo que no quedó dañado en su accidente.
La primera parte de su discurso la ciñó a reconocer los logros que hay que atribuir a la Constitución: la igualdad de todos los españoles, la superación del pasado y de la división, el reconocimiento internacional, la defensa de los derechos individuales (frente al «lenguaje antiguo de los derechos históricos, las soberanías medievales o los pueblos irredentos»), y la apertura y la libertad de elección del futuro («no estamos sometidos al dictado de un tirano o de un credo nacionalista obligatorio»).
Con este brillante expediente como argumento, Rajoy levantó la voz para advertir que lo que mueve a quienes reclaman su modificación es «imponer lo que no lograron en 1978», a costa de negar el consenso constitucional y que la Carga Magna deje de ser la casa de todos. Con el sentido de Estado por delante, y pensando en la Infanta Doña Leonor, precisó que el PP sí es partidario de la reforma, «por consenso y cuando se den las condiciones», para igualar los derechos de sucesión en la Corona.
El presidente del PP marcó dos principios irrenunciables, y muy ovacionados, «no hay más que una nación, la española», y el estado autonómico no significa que «la Nación se fragmente en parcelas».
Y a partir de ahí reivindicó el espíritu del 78 puesto en cuestión por la decisión del Gobierno -al que no mencionó- de «romper todos los consensos y pactar la exclusión de media España». «El futuro común no se construye con radicalismo, intolerancia y mal talante», alertó al tiempo que denunciaba que se están violando los derechos de muchos españoles, «a los que se les quiere silenciar por razón de su lengua o expresar sus ideas, y que han perdido la tutela del Gobierno».
C. Morodo
LaRazón
me gustaria que dieran su opinión

saludos
