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PeterPaulistic@
   
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Soy Celta, estoy feliz.
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« Respuesta #1 : 2 de Octubre 2005, 06:46:17 » |
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(continuación...)
Recién ahí fue que se develó el misterio: tiempo atrás, ese recipiente había sido traído vacío por una amiga mía que es enfermera desde el hospital local donde trabaja, y luego había pasado por la farmacia particular para que se lo completaran de vaselina, previo uno de mis encuentros sexuales con ella. Pero no era un envase común y vulgar, sino que previamente había contenido una crema especial con anestésico, de eso que emplean las enfermeras y los médicos en algunos tratamientos y estudios; y allí estaba la clave que develaba mis erecciones y mis bajones: simplemente, el último resto de vaselina “común” estaba ligeramente “contaminada” por el anestésico, con lo cual mi pene sencillamente perdía toda sensibilidad al tacto y a la estimulación de cualquier clase, con lo cual volvía al estado de más absoluto reposo. Al final, Karycya y yo terminamos manteniendo relaciones sexuales sin lubricante, pero con todo fue una de las noches en que más nos divertimos, porque en definitiva debimos haber estado casi una hora hasta que nos dimos cuenta del asunto, más otras dos horas o algo más hasta que decidí llegar a mi orgasmo. Pero no nos adelantemos tanto a los acontecimientos. A continuación, pasamos a mi dormitorio, donde estuvimos bastante rato comiéndonos a besos, haciendo piquitos y dándonos besos profundos, hasta que ella bajó un tanto y comenzó a darme besos en el pecho y las tetillas. Mientras, con una mano me acariciaba los genitales, siempre con una dulzura tremenda, tanta que no puedo explicar y que nadie puede imaginarse si no lo ha vivido. Con mis manos sólo atinaba a acariciarle sus encantadores rizos oscuros, mientras yo gemía de excitación y de placer, los ojos cerrados, pensando en lo que vendría después. A continuación se bajó un poco más, jugó un segundo con su lengua en mi ombligo, y luego prosiguió con mi pene, ya casi a punto de reventar y como afiebrado de tanta excitación y tan prolongada espera. Renuncio a relatar lo que en esa situación sentí. Sólo puedo decir que debí sentarme al borde de la cama, abriendo al máximo las piernas, que ya no me sostenían por sí mismas. Sentía en el interior de mi bajo vientre una fuerte presión sobre todos mis órganos internos. Era como si la vejiga, la próstata y la parte interna del pene hubiesen estado tremendamente llenos de líquido y prontos a estallar a la más mínima presión del exterior. Era la primera vez que Karycya iba a practicarme una felación y, sin embargo, me resultó una experiencia gloriosamente maravillosa. La calidez de su boca, unos labios suaves y húmedos, el toque preciso de la lengua recorriendo mis partes más intimas, hizo que yo encontrara el sexo oral aplicado por mi amiga como una de las practicas sexuales más placenteras, excitantes y estimulantes. La cuestión es que todo comenzó de modo fenomenal, dando inicio con unos tiernos besos sobre mi prepucio, que lentamente desplazó hacia atrás para proseguir untando con su saliva mi glande, ya sumamente duro, rosado y brillante. En ese momento tuve una extraña sensación: el gran placer de la felación que me realizaba una mujer tan bella y experimentada. Personalmente soy muy sensible al estimulo visual, y por lo tanto buscamos una posición en que yo pudiera observar el acto. Entonces me acosté encima de la cama con el abdomen hacia arriba, y las piernas estiradas, algo sentado. Karycya tenía así acceso a todas las partes de mi pene y a los testículos. Esta posición permitía, además, un buen ángulo para que el pene entrase fácilmente en su boca. El pene es muy erógeno, pero en el cuerpo de un hombre existen otras áreas también muy sensitivas al sexo oral como los testículos, el perineo, las ingles y toda la zona alrededor del pene, por lo cual tuvo buen cuidado de lamer todas esas regiones, no dudando en tomar el pene con las manos mientras me lo lamía, me acariciaba los testículos, me daba un masaje en el perineo (el área entre el escroto y el ano) dándome una sensación total de placer durante la felación. Empezó luego abriendo la boca ligeramente y acercándola al pene mientras lo tomaba suavemente con una mano. Respiró en el pene y le sopló sensualmente. Sacó su lengua, y recorrió sus labios con ella para humedecerlos, me miró y comenzó a lamerme la base de mi pene, hacia arriba, lentamente. Siguió lamiendo varias veces el pene, desde la base hasta la punta. De vez en cuando, cuando llegaba arriba, recorría con su lengua toda la cabeza del pene. Se acercaba a la cabeza del pene, lo besaba, pasaba la lengua y lo introducía en su boca, rodeándola con sus labios y evitando el contacto con los dientes. Lo mantuvo allí un poco y bajó luego rápidamente introduciendo tanto pene como pudo caber en su boca. Se mantuvo así unos segundos y se deslizó luego hacia arriba hasta la cabeza del pene. Volvió después a introducirse el pene en la boca y se movió de arriba abajo simulando una penetración. Pero ahora faltaba ella para completar el asunto. Primero que nada, le indiqué que se acostara en la cama, y así dispuestas las cosas comencé muy suavemente a acariciarle el rostro, besándola en sus labios y acariciándole los lóbulos de las orejas. Comenzó a suspirar o, mejor dicho, a respirar un poco más profundamente. Se la notaba muy distendida y serena. Proseguí acariciando su cuello con mi lengua y labios, y cuando llegué a sus tetas las encontré curiosamente levantadas, y no desplazadas hacia los lados, como supuestamente debía ser; tanta era su firmeza causada por la tremenda excitación de que gozaba. Allí me entretuve un buen rato, sabiendo de sobra que sus pechos son uno de los lugares más sensibles y fuente de mayor placer para Karycya. Para ese entonces, yo ya me encontraba simultáneamente moviendo mi pelvis sobre la suya, y rozando suavemente mi pene con la de ella, con lo que sus suspiros se convirtieron en suaves jadeos, que fueron aumentando paulatinamente hasta convertirse en encantadores gemidos que terminaron por excitarme a mí mismo en gran forma. Luego procedí a devolverle el placer que ella me había dado, pero practicándole algo de sexo oral con mi lengua y labios. Me dijo: - Házmelo bien rico, así la pasamos mejor que bien, “Pati”.
Entonces me arrodillé sobre el suelo frente a ella, que se encontraba sentada sobre el costaco de la cama, me incliné sobre su potorrito y comencé a lamérselo desde abajo, más bien comenzando con su perineo, que a esas alturas ya se encontraba muy húmedo por algo de secreción que había empezado a resbalar desde su vagina. Luego comencé a subir muy lentamente con mis lamidas, hasta que llegué a la entrada de la vagina. Allí me detuve un rato, pero sin dejar de estimular esa región y sus aledaños, tales como los labios menores y mayores, e incluso las ingles. Es maravilloso sentir la marea creciente de la excitación sexual que resulta de estar cerca del ser amado, o una pareja sexual, o aún una amiga con quien existe una cómoda relación sexual pero poco compromiso emocional: una relación basada solamente en el placer sexual, o sexo sin compromiso. Pero pienso que al fin la conexión emocional es más satisfactoria, y, con la pareja correcta, puede afianzar la sensación del propio yo y el propio sentido de la masculinidad. Tenía los labios mayores y menores congestionados, hinchados, aumentados en su volumen, exponiendo el clítoris de una manera encantadora y dejándolo casi indefenso ante los inminentes embates de mi lengua, la que aún entonces se negaba a llegar todavía. Mientras tanto, podía sentir cómo había aumentado la frecuencia de su respiración, a la par que se tornaba más agitada y, por momentos, entrecortada e irregular. El aumento de los labios internos llegó entonces a separar los labios externos dando por resultado una apertura vaginal que llegó a ser más prominente que un momento antes. El color de los labios menores había cambiado considerablemente, yendo de rosado al rojo. Sus secreciones vaginales brotaban ahora casi como un manantial; estaban deliciosas, con un sabor mezcla de salobre y amargo, y un tanto espesas. En resumen, una maravilla. Me dediqué entonces a recorrer los labios superiores de la vulva con la lengua, la introduje entre ellos y los besé. Suavemente apartaba yo los labios superiores de su panocha y le chupaba y lamía los labios internos. Después separé las partes superiores hasta que encontré el clítoris, golpeándolo ligeramente con la lengua y también chupándolo, lamiéndolo de abajo arriba, siempre con suavidad porque el clítoris es muy sensible, y tocándolo con mis dedos bien lubricados. Luego me alejé del clítoris para chupar y besar la parte interior de sus muslos, por las ingles. Cuando ella abrió aún más completamente las piernas volví a estimular el perineo haciéndolo con la punta de la lengua, dando pequeños golpecitos a lo largo del perineo. Luego me acerqué lentamente de nuevo a su sexo, con sus piernas completamente separadas, introduciendo sólo la punta de mi lengua, luego metiéndola entera en forma de barquillo en su vagina, y realizando movimientos sacando y metiendo la lengua, simulando el coito. Lo alternaba lamiendo los labios interiores y exteriores de la vagina de arriba abajo. Cuando observé que la estimulación de mi encantadora amiga iba incrementándose considerablemente, volví a estimular su clítoris, chupando fuerte y presionando la piel que lo cubre. Suavemente la levanté, y se lo lamí con movimientos muy rápidos. Cuando me pareció sentir que estaba alcanzando el orgasmo, puse mis labios en forma de O para así tomar el clítoris con mi boca y chuparlo suavemente. Luego, bajé nuevamente para continuar largamente con toda su vulva, perineo e ingles. Finalmente, decidí proseguir con mis lamidas hacia arriba, hasta llegar al clítoris anhelante de estímulos, que se hallaba casi tumefacto por la ansiedad de placer y la enorme excitación a la que se veía sometido. En ese momento, Karycya comenzó a jadear ruidosamente, lo que me demostró cuán intenso era su goce. Me pareció que, hasta cierto punto, se veía un tanto abrumada por el placer, porque al elevar mi vista hacia su rostro la ví con las mejillas muy ruborizadas y los ojos cerrados mientras respiraba por la boca, a la par que inclinaba la cabeza hacia un costado y arqueaba la espalda echando los hombros hacia atrás, sosteniéndose con los brazos estirados y las manos apoyadas sobre el otro costado de la cama. Creo que estaba llegando a su orgasmo, el cual decidí hacer más intenso apurando la frecuencia del roce entre mi lengua y su clítoris y regiones próximas. Por un momento, su expresión facial indicó lo que parecía ser que ella estaba con dolor, cuando en realidad estaba teniendo un orgasmo sumamente agradable. En un momento llegó a rociar o emitir un poco de líquido de su uretra durante el orgasmo, lo cual me dio la pauta de lo intenso y muy fuerte de su sensación en ese momento. El placer la agobiaba implacablemente. En el pico del orgasmo, su cuerpo entero llegó a quedar momentáneamente rígido. Pero todavía hacía falta que la penetrase. Entonces le indiqué que se acostase sobre la cama mirando al techo, puse debajo de sus nalgas un par de toallas grandes dobladas a la mitad, con el fin de que absorbieran sus siguientes secreciones vaginales, y yo me tendí suavemente sobre ella, con las piernas abiertas y las rodillas abiertas junto a las suyas, de modo que mi pene quedara más o menos enfrente de su rajita, en este momento absolutamente mojada y embadurnada con sus secreciones mezcladas a mi saliva. Por otro lado, con mis brazos sostuve parte del peso de mi torso, de modo que mi pecho se posaba sobre el suyo pero sin llegar a descansar mi peso sobre su maravilloso cuerpo, por temor de oprimirla o sofocarla. Deseaba hacerle esta experiencia lo más placentera posible. Bien, la cuestión es que en esa situación estuvimos varios minutos besándonos, haciéndonos piquitos y cosquillas, acariciándonos y dándonos besos profundos, hasta que finalmente le comuniqué que la penetraría. Entonces puse la punta de mi pene enfrente de su chochito, y empujé levemente hasta que éstos se separaron un tantito. Pude sentir cómo su respiración se interrumpía por un segundo o dos, en señal de que sabía lo que se venía. Empujé otro poco más, esta vez muy suavemente, y llegué a sentir la calidez de su vulva contra mi glande. Entonces le dije: - Bueno, Karycya, aprontate.
A continuación forcé dulcemente la entrada de mi glande por la entrada de su dulce y tibia cavidad, y allí lo dejé inmóvil por unos instantes. Ella emitió un leve gemido, y su respiración se hizo corta, agitada y despareja, totalmente irregular. Así me quedé un momento con el fin de que se serenase en su inquietud, para luego proseguir un poco más hacia adentro con la penetración. Avancé otro tanto como al principio, y enseguida lo retiré hasta quitárselo casi por completo, quedando apenas metido entre los labios menores y la entrada de la vagina. Podía sentir mi pene bastante embadurnado de sus secreciones.
(continuará...)
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