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Autor Tema: Diario lúcido -Pessoa-  (Leído 1421 veces)
Canela
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Saber que existes me llena de vida.


« : 8 de Septiembre 2005, 23:30:04 »

Diario lúcido
(Fernando Pessoa <1888-1935>)
 
Mi vida, tragedia fracasada por el pateo de los ángeles y de la que sólo se representó su primer acto.

 
            Amigos, ninguno. Sólo unos conocidos que creen que simpatizan conmigo y que tal vez sintieran pena si un tren me pasara por encima y el entierro se realizara en día de lluvia.

            El premio natural de mi alejamiento de la vida fue la incapacidad, que creé en los otros, de sentir conmigo. En torno a mí hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los otros. Todavía no he conseguido no sufrir por causa de mi soledad. Tan difícil es conseguir aquella distinción del espíritu que permite al aislamiento ser un reposo sin angustia.

            Nunca creí en la amistad que me demostraron, como no había creído en el amor si me lo hubieran demostrado, cosa, por lo demás, imposible. Aunque nunca me hubiera hecho ilusiones respecto a aquellos que se decían mis amigos, conseguí sentirme desilusionado con ellos; tan complejo y sutil es mi destino de sufrir.

            Nunca dudé de que sería traicionado por todos; y siempre me sorprendí cuando me veía traicionado. Cuando acontecía lo que yo ya esperaba, siempre me resultaba inesperado.

            Como nunca me descubrí cualidades que pudieran atraer a alguien, nunca pude creer que alguien se sintiese atraído por mí. Esta idea sería de una modestia estulta, si unos hechos tras otros (aquellos inesperados hechos que yo estaba esperando) no acabaran siempre por confirmármela.

            No puedo tampoco concebir que me estimen por compasión, aunque físicamente mal parecido e inaceptable, no llego a aquel grado de humillación orgánica que permite entrar en la órbita de la compasión ajena, ni siquiera aquella simpatía que la atrae cuando no sea patentemente merecida; y para lo que en mí merece piedad, no puede haberla, porque nunca hay piedad para los tullidos de espíritu. De modo que caí en aquel centro de gravedad del desdén ajeno en el que no me consigo atraer la simpatía de nadie.

            Toda mi vida ha sido un querer adaptarme a estas circunstancias sin sentir demasiado su crueldad y su abyección.

            Se necesita cierto coraje espiritual para que un individuo reconozca abiertamente que no es más que un harapo humano, aborto sobreviviente, loco aunque fuera de las fronteras del internamiento; pero se necesita todavía más coraje de espíritu para, reconocido eso, crear una adaptación perfecta a ese destino, aceptar sin rebelarse, sin resignación, sin gesto ni esbozo de gesto alguno, la maldición orgánica que la Naturaleza le impuso. Pretender que con eso no sufra, es pretender demasiado, porque no cabe en lo humano aceptar el mal, viéndolo como un bien, y llamarle bien; y, aceptándolo como mal, es imposible no sufrir por su causa.

            Concebirme desde fuera fue mi desgracia: una desgracia para mi felicidad. Me vi como los otros me ven, y pasé a despreciarme no tanto porque reconociera en mí cualidades de tal naturaleza que me hicieran merecedor de desprecio, sino porque pasé a verme como los otros me ven y a sentir un cierto tipo de desprecio que los otros sienten por mí. Sufrí la humillación de conocerme. Como este calvario carece de nobleza, y no hay para él resurrección días después, yo no pude sino sufrir con lo innoble de todo esto.

            Comprendí que era imposible que alguien me amara, salvo que careciera por completo de sentido estético: y en ese caso, y por eso mismo, yo lo despreciaría; y que incluso simpatizar conmigo no podía pasar de ser un capricho de la indiferencia ajena.

            ¡Ver claro en nosotros y en cómo los otros nos ven! ¡Contemplar esta verdad frente a frente! ¡Y al final el grito de Cristo en el Calvario, cuando vio, frente a él, su verdad: Señor, señor, por qué me has abandonado!
 
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He conseguido un alba de locuras en verso
para poder llamarte sin pronunciar tu nombre.
Alkawueto
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Libertad no es tener un buen amo, sino no tenerlo


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« Respuesta #1 : 9 de Septiembre 2005, 10:23:59 »

Pessoa  Smiley... gracias por traérnoslo a brindar sus palabras entre nosotros... olor a tertulia lisboeta y aqui aporto en esta mesa un fragmento de su "Libro del desasosiego"...

"En los primeros días del otoño súbitamente entrado, cuando el oscurecer muestra una evidencia de algo prematuro, y parece que tardamos mucho en lo que hacemos de día, disfruto, incluso entre el trabajo cotidiano, esta anticipación de no trabajar que la propia sombra trae consigo, por eso de que es de noche y la noche es sueños, hogares, liberación. Cuando las luces se encienden en la oficina amplia que deja de ser oscura, y hacemos tertulia sin que dejásemos de trabajar de día, siento un consuelo absurdo como un recuerdo de otra persona, y estoy tranquilo con lo que escribo como si estuviese leyendo hasta sentir que voy a dormirme.

  Somos todos esclavos de circunstancias exteriores: un día de sol nos abre campos anchos en medio de un café de callejuela; una sombra en el campo nos encoge hacia dentro, y nos abrigamos mal en la casa sin puertas de nosotros mismos; un llegar de la noche, hasta entre cosas del día, ensancha, como un abanico [que] se abriese lento, la conciencia íntima de deber descansar.

  Pero, con esto, el trabajo no se atrasa: se anima. Ya no trabajamos; nos recreamos con el asunto al que estamos condenados. Y, de repente, por la hoja vasta y pautada de mi destino numerador, la casa vieja de las tías antiguas alberga, cerrada contra el mundo, el té de las diez somnolientas, y la lámpara de petróleo de mi infancia perdida brillando solamente sobre la mesa lino, me oscurece, con la luz, la visión de Moreira, iluminado con una electricidad negra a infinitos más allá de mí. Traen el té -es la criada más vieja que las tías quien lo trae con los restos del sueño y el mal humor paciente de la ternura del viejo vasallaje- y yo escribo sin equivocarme una partida o una suma a través de todo mi pasado muerto. Me reabsorbo, me pierdo en mí, me olvido de las noches lejanas, impolutas de deber y de mundo, vírgenes de misterio y de futuro.

 Y tan suave es la sensación que me enajena del debe y el haber que, si acaso una pregunta me es hecha, respondo suavemente, como si tuviese hueco mi ser, como si no fuese más que una máquina de escribir que llevo conmigo, portátil de mí mismo abierto. No me choca la interrupción de mis sueños: de tan suaves como son, continúo soñándolos detrás de hablar, escribir, responder, hasta conversar. Y a través de todo el té perdido termina, y la oficina se va a cerrar.. Levanto el libro, que cierro lentamente, los ojos cansados del llanto que no han llorado, y, en una mezcla de sensaciones, sufro que, al cerrar la oficina, se me cierre también el sueño; que, con el gesto de la mano con que cierro el libro, encubra también el pasado irreparable; que me vaya a la cama sin sueño, sin compañía ni sosiego, en el flujo y reflujo de mi conciencia mezclada, como dos mareas en la noche negra, al fin de los destinos de la añoranza y de la desolación.


 Besito
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¿¿¿ALGUIEN HA VISTO A MI CABRA??? ANDE SABRÁ METIDO...[/color][/b]
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