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Autor Tema: Apoteosis del sueño.  (Leído 1628 veces)
Canela
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Saber que existes me llena de vida.


« : 13 de Julio 2005, 01:07:22 »

Hoy al parecer el sueño se ha marchado de vacaciones, ya me he leído dos capítulos de "El libro de los amores ridículos" y no logro dormirme, quizá escribiendo, Morfeo se digne a aparecer... y la pregunta ahora es ¿qué escribo?, ... ¡ya sé!, voy ha hacer un relato realista y por qué no, envuelto -siempre que puedo lo hago- en un halo de misterio. ¿Pues no es misteriosa, en su esencia, la vida misma? Y lo es con el mismo misterioso encanto que poseen las regiones cósmicas o la lírica y extraña rosa de China.

O quizá lo que yo pretenda, en ésta noche en la que no puedo dormir, sea hallar la magia necesaria que me conduzca a lo que he soñado alguna vez o a aquello que me hubiera gustado soñar. O quizá sea que no busco lo mágico en sí, sino simplemente lo fantástico, ¿pues no es fantasía lo soñado y su mundo de irrealidad, de espejos rotos y castillos jamas conquistados?.

Lo cierto es que todos los días salgo a la calle a observar cosas y personas, tratando de dar con esa historia que me devuelva a los sueños que alguna vez he tenido. Salgo a la calle y ¿qué es lo que veo?...

Veo gentes cansadas que caminan sin detenerse y gentes, que, con el frescor de la juventud, se detienen; veo risas que son llanto y llantos que son rosas -¡qué queréis!-;  y veo, además, mucho que es poco, y poco (tal vez una caricia) que cabe en una golosa burbuja (hornacida de aire) que es un beso; veo gentes que tropiezan y no caen y gentes que, sin tropezar, siempre están caídas; veo zancadillas enredadas en pies, que querrían ser yedras, y yedras que querrían ser pies y andar caminos nunca por otros pies andados,... Veo todo tipo de cosas, y las amo, y luego las cuento, como un sueño que nunca hubiera sucedido y yo inventara, o quizá que hubiera sucedido y yo rompiera... para hacerlo visible.

Con lo que llevo escrito (si antes tenía poco sueño, ahora no tengo ninguno), puede deducirse que no soy muy partidaria del realismo, ese realismo que hoy a ti te hace daño y a mí no me deja dormir, ese realismo que hoy busco para convertirlo en literatura, pero del que, normalmente huyo por parecerme tosco y vulgar.
En cambió, sí escribo para inventar sueños y soñarlos. Te explico, tengo sueños y me pongo a recrearlos para más tarde mirarlos y, complacida, ponerlos a andar, y, si es posible (con el tiempo) volverlos a soñar. Es, como se ve, un círculo hermosamente vicioso, que yo favorezco para mi propia complacencia.

Pongo un ejemplo: Si a una onda marina la llamo duna, o a una larga melena, onda marina, y se me niega tal posibilidad diciéndome, que nada de eso es posible... pues entonces dejémoslo todo, porque se quiebran de éste modo los espejos del sueño y lo gris prevalece sobre lo luminoso, esfumándose así, la pureza de los contornos y lo provocador y  excitante de los abismos; se aplana todo como una luna de papel pegada al lienzo de una noche inmensa. ¿Y qué más dan entonces las distintas cosas: la hoja que tiembla o el niño que es hoja, qué más dan?.

-¡Qué es esto!... una gota de agua, dos gotas de agua, mil gotas de agua haciendo la lluvia. "podrían ser teclas de piano..." -pienso -. Pero no lo son. ¿O sí lo son?. Y empieza el sueño, o da comienzo, en todo caso, la dialéctica del sueño.

Lo cierto es que no esta lloviendo, pero para mí, sí llueve.
Y he aquí algo mágico que se suelta en un nudo de realidad:
*    Mil gotas de lluvia, en el campo abierto, con todos los horizontes allá replegados, bandadas de aves migratorias allá en lo alto, y el silencio insistiendo para no ser derrotado por el oscuro redoble de las gruesas gotas de agua, no hacen una tarde lluviosa.

*    Mas las mismas gotas, en la ciudad, desnudas, solitarias, sí hacen una tarde lluviosa, pues suelen estas escasas gotas de agua acharolar y llenar de reflejos calles y tejados, como sí la claridad corriera a mirarse en espejos diversos y se multiplicara.

Y es entonces la tarde, en la ciudad, tarde de paraguas y livianos alborotos, con carreritas de mujeres y gestos educados de protección hacia éstas de solícitos caballeros, mientras lloran los paraguas, como hongos de un cuento en el bosque infantil del mundo, por los flecos.

Mira la gente, entonces, asombrada al cielo, y se dejan mojar los ojos, y queda así la lluvia prendida de pestañas y cabellos, como pequeñas esferas luminosas allí llorándose.
Y da la sensación de que el mar esté arriba y se vacía, calando a la humanidad para su regocijo, tan grande es la  lluvia en la ciudad, aunque no lo sea, tan abundante y abrumadora.

Ahora, sin embargo, la gente empieza a correr: ha arreciado la lluvia. El parque se despuebla. La lluvia es muy ruidosa, como un gorjeo entre la hoja y el agua, como un intercambio de idiomas. Pregunta la lluvia y contesta la rama, ambas (pregunta y respuesta) ligadas: el agua dice su lenguaje de gotas y la hoja, el suyo de ritmos, haciendo entre ambas, un himno brillante y sonoro.

Como himno es el amor, que busca en la lluvia una excusa para el contacto, para el dulce apoyo de dos cuerpos, para el guarecerse compartido. Aquella pareja, por ejemplo, unida, casi abrazada, que cree en la mutua protección, lo confirma; aunque, así, abrazados (y corriendo entre risas bajo la lluvia) se calen más; pero se mojan juntos, respirando a un tiempo gozo y amistad, conspirando al unísono contra toda racionalidad establecida; podría llegar el diluvio y seguir, así, abrazados, creyendo protegerse: es posible que, más del miedo a la soledad y el desamor, que de estos otros miedos a los elementos necesarios de la naturaleza.

Aquel pájaro, ¡vaya!, ha perdido una pluma en la huida. "¿Sentirá esta pérdida el pájaro?".
Contemplo, al tiempo, la caída interminable de la pluma. ¿Dará la pluma con su levedad en el barro al fin?. Se anuncia un drama: no puede la pluma estar indefinidamente suspendida en el aire; habrá un momento en que el aire la suelte y se precipite en el borrascoso mundo del barro y de la tormenta. He ahí su drama, el drama de toda caída. Pero... un momento, ¿he dicho drama?, ¿no será por el contrario, mi drama y no el de la pluma? Pues soy yo, y no la pluma, la que sufre, al identificar pluma con ligereza, quizá con pureza, por supuesto con libertad, y dolerme su destrucción en ese oscuro mundo del barro, dolerme su apoteosis de fatalidad y ruina al dar en la provisionalidad de una corriente de agua que huye.

Mas la pluma, columpiada por el viento, se resiste a caer. ¿O es el viento el que se niega a dejarla en la indefensión de la caída?. Por fin se desploma la levedad, y, como si algo de mi propio ser se hubiera caído, siento un golpe en el pecho, que me priva un instante de la respiración. Luego contemplo cómo una vertiginosa y estrecha corriente de agua arrastra su blanca presa hacia mundos de soledad y nada. Se ha consumado el drama.

La tristeza me aprieta la garganta ahora, mientras el árbol bajo el que me guarezco, empieza a lloverse más copiosamente. Y es que, el viejo león del parque, me invita a huir, lanzándome avisos de gruesas gotas: ya no es capaz de cobijarme por más tiempo y me avisa. Y huyo. Huir es la palabra, pues subiéndome el cuello del abrigo para protegerme, salgo corriendo y me pierdo por las calles conocidas, que ahora, con la lluvia, me parecen misteriosas y distintas.

Un vaho caliente brota de mi boca al respirar, un vaho que nada más brotar se me enreda en el rostro y queda disuelto, luego, a mi espalda, como un vuelo de capa que se esfuma.
Este vaho, cuando yo era chica, recuerdo, despertaba en mi el deseo de intentar cogerlo, deshilándose raudo entre mis dedos, tras el intento.
Así, pues, pateo la ciudad buscando un personaje con el que urdir una historia.

Velado por la lluvia, un hombrecillo de hombros apenas insinuados porta un estuche negro del tamaño creíble de un violonchelo. Entre el asfalto y sus zapatos surge una conspiración de golpes sordos, que a veces son chasquidos, como si se trataran de pequeños finales de latigazos tenues, no necesariamente encolerizados. Es gris su porte, como si un charlot  ingenuo e irónico fuera calle abajo persiguiendo hilos de agua como suplencias de cuerdas de su posible violonchelo roto.

En la calle conviven sombras y brillos, alimentados ambos por la lluvia, que los hace diferenciarse más, al tiempo que más los une.

La figura del hombrecillo del violonchelo se recorta un instante en uno de los círculos de brillo proveniente de una lámpara suspendida en mitad de la calle, luego entra en la sombra y se desvanece en ella, como si se hubiera hecho un silencio tras la modestia de su presencia insignificante y pálida.

- Son heladas estas condenadas gotas de lluvia... dónde estarás... - y me protejo en un portal.

De pronto, un anciano pulcramente vestido y embozado, se me echa casi encima al salir yo del portal. El aire que desplaza al pasar me roza el rostro, y es, a pesar de la desapacible noche, cálido. Salgo del portal, con las manos en los bolsillos, y observo alejarse a aquel extraño y anacrónico personaje, surgido de la lluvia.

Levanto la cabeza y aguanto, hasta la extenuación, el alud de hilos brillantes que se precipitan desde la confusa altura del cielo a mi rostro paciente. Resulta excitante, por otra parte, este calarse hasta los huesos en mitad de una plaza desierta. Como hace tiempo, que hacía del hecho de aguantar la lluvia con los ojos abiertos, una especie de juego para la risa y la felicidad más liviana y fugaz; también la lluvia se convierte ahora para mí en motivo de regocijo y liberación. Porque esta noche llueve, para mí llueve, ¿verdad qué llueve?.

En estas estaba, cuando decido seguir al personaje en cuestión, pues pudiera servirme, pienso, para la historia que busco. Quizá tenga problemas. ¿Hubo en su vida alguna vez un amor? ; ¿fue niño alguna vez?; ¿o fue desde siempre el anciano vencido que ahora parece, que tose bajo la lluvia y da pasos torpes y ridículos?. En efecto, su caminar es lento y desmañado, y posee la parquedad suave de lo inconsciente y frágil. Se acompaña por el bastón irrenunciable de la ancianidad, que produce un ruido más contundente y seco que el arduo de sus pasos que, con digno porte sin embargo, casi deja atrás arrastrados.

Lo veo ir bajo la lluvia y me rebelo contra esta suerte de bruma fría que es la vejez, prólogo inevitable del hecho ineludible en que la vida acaba.

Se aleja el anciano sin mirada y, al doblar la calle, el paraguas roza el filo de la esquina y hace un ruido de desgarro, que supera por un instante el fragor de la lluvia. Hay todo un dolor amargo en este esfumarse del viejo y su paraguas tras el recodo de la calle lluviosa, como si un dolor mío produjera un escalofrío en el futuro que sueño.

Pero apenas me distraigo un instante, cuando observo que otra vez el anciano vuelve sobre sus pasos, seguido ahora por un perro zalamero y nervioso. Veo yo en el perro la imagen de la docilidad y la paciencia, pues hace intentos de acercarse al anciano una y otra vez, siendo, una y otra vez, repelido por el bastón del anciano, que, andando de lado, da a entender (y sin disimulo) su temor al animal. El perro, por su parte, gime, mientras hace carrerillas, con el rabo locuaz enhiesto, para alcanzar al viejo que ha acelerado sus pasos.

¡Espera, espera un momento!... esta escena la he vivido ya en un sueño; me fijo más en todo: efectivamente, como en aquel sueño, el perro mueve la cola, culebrea delante del anciano, produce unos lamentos tristes, es decir, se humilla hasta el histerismo servil;  pero, nada: el anciano no claudica, se mantiene en sus trece de ir espantándolo con el bastón inmisericorde; definitivamente, le niega su amistad. Y no sólo eso, sino que, haciendo acopio de todas sus fuerzas, enarbola, en un momento dado - y bajo el difuso resplandor de una farola - el bastón y se dispone a propinarle un golpe en el lomo al perro.

(Hago una aclaración: en el sueño el anciano no da el golpe, pero si el grito. Aquí se calla el grito y da el golpe).

El perro, no obstante, se somete más, cuando podría fácilmente hacerle cara, enseñándole los afilados colmillos y gruñendo ferozmente. Pero no lo hace. Por el contrario, mirando con ojos asustados al envalentonado anciano, espera que éste, torciendo el gesto, le lance el golpe y le hunda el  bastón en la cabeza.  Sale el  perro rebotado, aullando.
   
Ahora, aquí en esta realidad, he ido y a gritar y no he podido. Como ocurre en los sueños, no acierto a articular palabra, aunque lo intento con todas mis fuerzas.

El espanto de los ojos se le ha extendido al perro por todo el rostro, como si aquel dolor o incredulidad de los ojos fuera una cortinilla de niebla  que le  hubiera caído mirada abajo, quedando allí en la faz apostada. Huye el perro, con el rabo entre las patas, casi ovillado.  Su aventura de ternura no ha dado resultado. Cuando dobla la esquina, cesa el lamento larguísimo del perro.

El anciano ha desaparecido por el otro extremo de la plaza, y el ruido del bastón, durante un tiempo, es la señal del lento alejarse de su presencia airada y belicosa, en la noche. Todo ha sucedido bajo la luz de una gran farola. ¿o no ha sucedido nada y sólo ha sido que, ante la visión del escenario, el sueño aquel ya viejo, ha tomado de nuevo vida?

He de decir, (casi para terminar) que en el sueño aquel, el anciano, ante la insistencia amistosa del can, accede a que el perro lo siga y sea su acompañante. Tras el grito y el consiguiente parón del perro, éste vuelve a colocarse, obstinadamente, a la altura del anciano, sin ser rechazado en esta ocasión. El perro entonces, humilla las orejas y pega su vientre al mojado asfalto, como si le pesaran la humildad y el agradecimiento. Bajo la lluvia y, en la noche insolidaria, parecía haber nacido una nueva amistad distinta y feliz... amistad soñada pero no consumada en la realidad, según se ha podido ver.

Toda calada, y silbando una vieja melodía, me dejo tragar yo por la noche y permito que los sueños (sus lujos y colores, sus mil castillos artificiales, también sus miedos) borren de mis ojos la realidad más fea y la hagan realidad soñada, que es a la postre la misma realidad, pero más bella.

« Última modificación: 13 de Julio 2005, 01:15:29 por Canela » En línea

He conseguido un alba de locuras en verso
para poder llamarte sin pronunciar tu nombre.
Karycya
PeterPaulistic@
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*Alas de mariposa teñidas con moras de jardín*


« Respuesta #1 : 13 de Julio 2005, 08:27:23 »



El 333 karmita Canela....ahora soy yo la que no puede dormir...pero lo he leido completo y casi lo entendi todo (vaya logro)...... y ahora que leo, ahora que el sueño se me ha ido??  Aplaudir Besito
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Edelweiss, edelweiss
Every morning you greet me
Small and white, clean and bright
You look happy to meet me
Blossom of snow may you bloom and grow
Bloom and grow forever
Edelweiss, edelweiss
Bless my homeland forever.
Alkawueto
Forero Cabrero
PeterPaulistic@
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Libertad no es tener un buen amo, sino no tenerlo


WWW
« Respuesta #2 : 13 de Julio 2005, 10:55:47 »

Yo tampoco he dormido esta noche y he dedicado a apartar mis lamentos de inmsome parte de la noche tecleando las lineas del devenir de mis vuelos.

Me ha gustado mucho lo que has escrito, Canela, ya sabes, aún sin dormir o durmiendo algunos soñamos despiertos...  Besito Besito Besito
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¿¿¿ALGUIEN HA VISTO A MI CABRA??? ANDE SABRÁ METIDO...[/color][/b]
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