Tito Nacho
Asidu@
 
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The new one.
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« : 3 de Junio 2005, 17:23:04 » |
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Hoy quiero contarte una historia, es importante que las leas con mucha atención porque eres uno de los principales protagonistas de ella.
Hace treinta y seis años nacía en un pueblo de Zamora, crecí en una casa donde el amor y el respeto eran algo que se daba por supuesto. Mis padres, sin tener una educación fuera de lo normal, eran personas que demostraban el cariño por sus hijos y por todos los que les rodeaban. Ese es el ambiente en el que me conociste, esa es la clase de relación y de familia con la que siempre soñé, para mí era algo fundamental, quería tener para mí lo que creía que merecía.
Con veinticuatro años llegó el momento más importante hasta el momento; el día que dejaba de ser una chica para convertirme en una mujer... en tu mujer. Nadie podía saber, mirando a la cara, todas las ilusiones, todos los deseos y todo el miedo que esta nueva vida me provocaban; ilusión porque me esperaba por fin una casa que iba a ser mía, bueno, mía y tuya, pero por fin iba a tener mi sitio, deseo de hacerte feliz, de hacer que nuestra vida juntos fuera el cuento de hadas que me había imaginada desde que era una chica y jugaba con mis amigas a las muñecas; y miedo, mucho miedo de que todo eso no fuera más que una tontería de niñas. Pero fuera lo que fuera lo que me esperaba... mi vida contigo iba a ser perfecta.
Ya ves, eso era todo lo que me pasaba por la cabeza mientras intercambiábamos los anillos en esa iglesia llena de gente que nos deseaba lo mejor.
Pero que tonta fui, que forma de caer, y no sólo eso, sino que la caída fue desde lo más alto. Empezamos bien, yo era todo lo que tu querías, cocinera, fregona, planchadora, amante, pero nunca compañera, que en definitiva era a todo lo que yo aspiraba. El primer día que no tuve una comida a tu gusto por poco se me cae la casa encima, tus gritos, tu cara de odio, tu mirada de asco... y yo sin saber muy bien que era lo que estaba ocurriendo. Pero me iba a enterar en poco tiempo. Los gritos comenzaron a ser el pan nuestro de cada día, ya no estaba tranquila, no sabía cuál iba a ser el detalle que iba a hacerte saltar, que iba a conseguir que mi marido, mi queridísimo marido, se convirtiera en el monstruo de las películas de terror que veía en la televisión.
Pero lo peor estaba por llegar, como los dogradictos que no se conforman con la droga que consumen, así te pasó a ti. Un día los gritos y los insultos no te parecieron suficientes y el primer bofetón no sólo hizo que mi cara se pusiera morada, si no que algo dentro de mi se murió, fue mi espíritu, algo que no puedo definir pero que hace que las personas seamos eso, personas, pero que sin ella somos nada mas que animales. Me convertí en eso, en un animal, que sólo se movía para satisfacer los deseos de un hombre olvidándose de ella misma, con el único propósito en el mundo de no seguir recibiendo golpes de la persona que debería cuidarla, honrarla y respetarla hasta el día de su muerte.
Así que mi muerte se produjo a los veintiséis años, lo único que me quedaba por delante era una vida de miedo, dolor y desesperación. No veía ninguna luz al final de ningún túnel, porque no tenía ningún camino que pudiera seguir para salirme del que me habías marcado. ¿A quién recurrir, a quién contarle todo lo que estaba sucediendo?, la vergüenza y el sentimiento de fracaso eran demasiado grandes. No podía proclamar a los cuatro vientos que la vida de princesa que me había construido era un cuento donde el príncipe y el malo eran la misma persona, no podía presentarme en mi casa y contarle a mis padres que su hija, la que amaban y a la que habían enseñado que el respeto era lo más importante, dejaba que la pisotearan día si y día también.
Recuerdo con una especial mezcla de horror e inmensa alegría el día que me enteré de mi embarazo. No sabía como iba a ser tu reacción, así que preparé la cena que sabía que te gustaba, arreglé la casa como sabía que te gustaba y me vestí como sabía que te gustaba; todo para darte la noticia. Por suerte para mí fue algo que te emocionó y durante el tiempo de mí embarazó fue todo como yo siempre había pensado que sería... mi propio cuento de hadas.
Durante nueve cortos, cortísimos meses, pensé que todo lo que había vivido antes contigo no era más que un mal sueño del que podría olvidarme y hacer como que nunca había sucedido, pero mis ilusiones fueron otra vez pisoteadas por la cruda realidad de los golpes. Nada más llegar del hospital volví a convertirme en el trapo que era antes de quedarme en estado, en ese animal medio muerto de miedo y desesperación. Volvimos a la cruel rutina de gritos, insultos y palizas, y sin darme cuenta, sin tener tiempo de asimilar este cambio repentino, los papeles que representamos durante nueve maravillosos mese quedaron en el olvido.
Pasaron los días, los meses, los años y me convertí sin quererlo en una experta en explicar los moratones y las heridas que tenía a diario. Mi familia me preguntaba y yo no podía decirles que era lo que me estaba ocurriendo, no podía contarles nada porque ni yo misma podía explicármelo. Aguantaba como podía, yo estaba muerta y ya ni sentía los golpes, sólo pensaba que esa situación terminaría algún día e intentaba por todos los medios hacer lo posible para no provocarte, porque dentro de mí sentía que era yo la que fallaba en esta relación, que era yo la que hacía mal las cosas y que en cierto modo merecía todo lo que me estaba pasando.
Pero como en todas las historias, hay un momento en que todo se rompe, en que la venda se te cae de los ojos y ves, por unos fugaces instantes las cosas como realmente son. Para mí ese momento fue el día en que los golpes sucedieron delante de nuestro hijo, ese día supe que no podía seguir como protagonista de esta historia, que no podía segur siendo el felpudo en el que te limpiabas tus inseguridades, que no quería volver a vivir las 7 de la tarde como la hora en que abría la puerta al horror. Esperé a que te fueras a trabajar y cogí las pocas cosas que eran mías y a nuestro hijo y me fui de allí sin saber muy bien hacía donde ir, ni donde pedir ayuda. Terminé en una casa de acogida y esa noche dormí por primera vez sabiendo que no me iban a despertar por alguna falta imaginaria para darme un golpe. Fue una sensación extraña, pero la realidad se presentó en la primera mañana de mi nueva vida, no tenía dinero, no tenía ningún tipo de ingreso, no sabía que iba a hacer para mantenerme a mí y a mi hijo, pero no tenía ninguna duda de que lo iba a conseguir.
En el centro me aconsejaron que te denunciara y eso fue lo que hice, volvió el miedo, volvió el sentimiento de culpa y el convencimiento de que todo lo que había ocurrido durante estos largos años había sido culpa mía. Todavía sigo pensando que es en parte culpa mía, que a lo mejor debería haber hecho las cosas de otra manera y así tu no te habrías convertido en el principal protagonista de mis pesadillas.
Después de un tiempo salió el juicio y tu condena, por fin ibas a sentir en tus propias carnes lo que se siente cuando te quitan tu libertad, cuando te quitan esa parte de tu ser que te hace ser persona.
El día que ingresabas en prisión me acerqué a la puerta de la cárcel para verte entrar...
Nací hace treinta y seis años, sentí mi muerte a los veintiséis y por fin he vuelto a nacer el día que salí del coche en el que estaba escondida para verte entrar en prisión. No podré olvidar nunca ese momento, tu mirada cruzándose con la mía... yo recuperando esa parte de mí que habías matado y tu perdiendo esa parte de ti que te hacía fuerte para ser la peor de mis pesadillas... tu libertad.
Me he hecho el firme propósito de no volver a tener miedo, de no volver a sentirme una basura, de no volver a perder mi dignidad y de ser ante todo y sobre todo UNA PERSONA. Por todo esto te escribo hoy esta carta que espero sirva para que entiendas mejor que es lo que has hecho con tu vida, con mi vida y con la vida de nuestro hijo. No te deseo nada malo, solamente deseo que de ahora en adelante sepas encarar tus problemas como un hombre y no descargarlos en las personas que te rodean y que el único fallo que han cometido es quererte y confiar en ti.
UNA PERSONA.
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