>El señor Zapatero entra en un banco y, con esa sonrisa suya tan tranquilizadora
>como un batín de seda, se dirige, con paso decidido, hacia la pecera blindada
>del cajero.
>
>·Buenos días, probo trabajador, me gustaría retirar algún dinero.
>
>·Naturalmente. ¿Me enseña el DNI?
>
>·Bueno, verá, acabo de darme cuenta de que no lo llevo.
>
>·En ese caso no podré atenderle.
>
>·Disculpe que le haga una pequeña observación: resulta que yo soy el presidente.
>
>·En efecto, se parece usted muchísimo al presidente del gobierno.
>
>·Yo juraría, incluso, de que no hay ninguna duda de que es usted don José
>Luis Rodríguez Zapatero. Pero, como comprenderá, sería una irresponsable
>por mi parte no seguir el procedimiento.
>
>·En ese caso tendré que enviar el coche a la Moncloa a ver si mi mujer sabe
>dónde he podido yo dejar el dichoso documento.
>
>·Quizá no sea preciso que se tome usted tantas molestias. Ayer mismo, por
>ejemplo, Ronaldo estuvo aquí y se encontró el mismo problema.
>
>·Menos mal que había un niño y un balón (un niño y un balón, como usted
>sabe, son las dos caras de una misma moneda) y el futbolista nos deleitó
>con una demostración de habilidades que disipó todo misterio.
>
>·No nos quedó ninguna duda que aquel hombre rapado era Ronaldo en carne
>y hueso. Y, naturalmente, le dimos su dinero.
>
>·Usted, quizá, podría hacer lo mismo: improvise, no sé, un discursito una
>proclama, alguna arenga, y comprobaremos que es quien dice ser para poder
>satisfacerle.
>
>·Hombre, la cosa es que así, a bote pronto, la verdad, no se me ocurren
>más que gilipolleces.
>
>·Cómo quiere el dinero, señor presidente, en billetes grandes o pequeños?.
