QQUE ME CORRIJAN LOS MODELADORES DE ESTE FORO PERO ESTOS RELATOS SON DE SEXO Y NO ENCAJARIAN EN LOS RELATOS NORMALES
AHI LES VA OTRO.....
BASTANTE EXTENSO PERO MUY ENTRETENEDOR
Ni sé que hora era cuándo abrí los ojos.
La luz del sol entraba a raudales por la ventana, auque lo primero que percibí al reacomodar mis sentidos fue que Eduardo no estaba a mi lado.
Sin demora alguna agarre el celular que, precavidamente, había dejado en la mesa de noche y llame a Elisa. Los chicos estaban bien y por suerte ella podría quedarse el resto del día.
Con ese problema solucionado fui en busca de mi gran amante nocturno.
Lo encontré enseguida, el sonido de la ducha supo informarme de en donde estaba.
Con ánimos de sorprenderlo, entre al baño y me metí a la bañera con él.
Por supuesto que me recibió con los brazos abiertos, encajando su aletargada poronga justo en el vértice de mi sexualidad.
Nos acariciamos, nos besamos, nos manoseamos, pasándonos mutuamente la esponja, muy especialmente por esos lugares en donde la sensibilidad es mucho mayor, para después enjuagarnos con la misma ternura y dedicación.
-¿Decías en serio eso de que si fuera tu mujer vos mismo me conseguirías los hombres para coger todo lo que quisiera?- le pregunte luego, todavía bajo la ducha, acurrucada entre sus brazos, de espaldas a él, recordando un mail que me había enviado hacia ya un tiempo.
-Pro supuesto, una mujer tan fogosa como vos no puede estar contenida por un solo hombre, por más vigoroso y cogedor que sea- aseguró –hasta te dejaría coger con mis amigos-
-¿Y tenes varios amigos?- quise saber.
-¡Ajá!, te gusta la idea, ¿no perrita?- repuso, metiéndome un par de dedos en la concha.
-¿Por qué no?. Muchas mujeres desean inconscientemente coger con algún amigo de sus maridos, es una fantasía muy común- asentí.
-¡Vos te habrás cogido a todos los amigos del cornudo de tu marido, ¿no?- expresó.
-Algunos.....a decir verdad me faltan varios- confesé.
-¡Lorena......chupámela!- me susurró al oído, la voz ronca, la respiración agitada, ostentando ya una generosa erección que palpitaba amenazante entre mis nalgas.
No hizo falta que me lo pidiera dos veces.
Enseguida me di la media vuelta, me postré de rodillas ante él y agarrándosela con las dos manos se la chupe con denodada fruición, comiéndomela entera, como a mí me gusta, paladeando cada pedazo, cada centímetro, cada trozo de tan rutilante pijazo.
Ahí, bien plantada delante suyo, una mano aferrada a sus huevos, la otra frotándole la piel del tronco de atrás hacia delante, al mismo ritmo que se deslizaban mis labios, fluida y golosamente.
Los gemidos en que prorrumpía Eduardo representaban verdadera música celestial para mis oídos, una sinfonía de connotaciones épicas y majestuosas.
Me considero una experta en mamadas, por lo que rápidamente y sin dilaciones lo conduje hacia una corrida de proporciones increíbles.
Aún así, pese a lo caudaloso de la descarga, me mantuve firmemente asida al pulsante chotazo, tragándome hasta la última gota de leche que manaba como un torrente vivo e inagotable.
Me gusta sentir el semen derramándose por mi garganta, y más todavía cuándo ese fluido único y vital es de alguien por quién siento mucho más que una simple atracción sexual.
Por eso me relamía gustosa, sorbiendo ávidamente mientras exprimía con mis manos aquel bien provisto surtidor de placer.
Luego, mientras me enjuagaba la boca y él se secaba, me dijo que iba a salir por un rato.
Según me contó todos los domingos, antes del mediodía, se encontraba con un grupo de amigos, abogados como él, a jugar un partido de fútbol cinco.
-Vos esperame, yo en un rato vuelvo y la seguimos, ¿eh?- me dijo mientras alistaba su bolso.
Sin mas remedio que el de tolerar por un rato su ausencia, lo despedí con un beso.
Como todavía estaba desnuda, y no podía andar así por la casa, busque en su armario y me puse una de sus camisas.
Sin nada mas que hacer, me puse a mirar un poco de tele, aburriéndome rápidamente, pero, tal como me lo había prometido, Eduardo no tardó en regresar.
Mi corazón dio un brinco de alegría cuándo escuche que la puerta de entrada se abría y él me llamaba.
Corrí a su encuentro y no se imaginan cuán grande fue mi sorpresa cuándo me encontré con que no había vuelto solo.
Cuatro amigos lo acompañaban.
Con él eran cinco, todos vestidos con ropa deportiva, casaca y pantalón corto, algo desprolijos y sudorosos, como quién viene de realizar una exhaustiva actividad física, en este caso jugar a la pelota.
-Lorena, te presento a mis amigos, Diego, Carlos, Pedro y Ángel, muchachos ella es Lorena, la mujer de que les hable, la que me tiene loco hace unos cuántos meses- por supuesto fue Eduardo quién hablo, haciendo las presentaciones de rigor, más allá de que ninguno parecía prestarle demasiada atención, mas interesados en mis pechos que sobresalían por entre el escote de la camisa y por mis piernas que se mostraban en toda su lozana y bien delineada extensión.
Como un enjambre alborotado y entusiasta, se abalanzaron sobre mí para saludarme con la efusividad que el momento requería.
Ni sé quién me metió la lengua primero ó quién dio el primer manotazo, pero para cuándo quise darme cuenta ya estaba trabada con los cuatro en una furiosa amalgama de besos y caricias. Ó mejor dicho de chupones y manoseos, ya que no existía ni un mínimo gesto de ternura en la forma en que me trataban.
Yo ya no era dueña de mis actos ni de mis movimientos, ellos decidían por mí.
La camisa que había tomado prestada de Eduardo yacía a mis pies, hecha un revoltijo.
Como en mis más intensas fantasías, había quedado completamente desnuda en medio de esa jauría de machos alzados y descontrolados.
Un dedo resbaló por la raya de mi culito, otro por mi acaramelada gruta amorosa, una boca se prendió de uno de mis pezones, una mano se aferró a mi otro pecho, y alguien me chuponeó el cuello mientras alguien más me susurraba al oído todas las cosas que se proponían hacerme.
Cosas deliciosas......cosas exquisitas.
Me empapaba profusamente de solo imaginar los estragos que aquellos rabiosos sementales provocarían en mi deleitable intimidad.
Al rato ya estaba hincada en el suelo, de rodillas, sitiada por un ostentoso racimo de jugosas y apetecibles porongas, todas duras, todas calientes, todas hermosas. La encarnación misma de todos mis anhelos.
Así que multiplicándome en aras del bien común, se las chupe a uno y a otro, agarrandoselas de a dos por vez, tratando de no desatender a ninguno, saltando con mi lengua y mis labios por aquí y por allá, como una ávida mariposa en busca de esa savia urgente y vital., atracándome sin empacho ante tal variedad de volúmenes y dimensiones.
Se las mamaba a todos por igual, sin mezquinarles saliva ni fruición, reconociéndolos ya por el tamaño; la mas larga, la mas gorda, la mas combada, la más cabezona, había para todos los gustos y de todos los sabores, y todas para mi solita, rebosantes y espléndidas, fastuosas y trepidantes, henchidas de vigor, el deleite supremo elevado a la enésima potencia.
El olor a pija que destilaba esa manada de lobos hambrientos me embotaba los sentidos, ese aroma que provoca y estimula, actuando además como el más eficaz de los afrodisíacos.
Me gustaba olerlas, sentirlas, tocarlas, estrujarlas entre mis manos, chuparlas desde luego, y recorrerlas con mi lengua, lamerlas en derredor, una y otra vez, empachándome con esa carne caliente, jugosa y palpitante, rebosante de virilidad, también me gustaba chuparles las bolas, besársela, comérmelas con pelos y todo, saboreando, por anticipado, la incitante ebullición que allí latía por mí.
Ni siquiera supe quién fue le primero en metermela, ya que mientras se la chupaba a uno, ya acomodado en el sofá, conmigo arrodillada en el suelo, bien ubicada entre sus piernas velludas, revoleando la colita de un lado a otro, alguien me avanzó por detrás, y tras de él vinieron los demás, penetrándome cada cuál, a su turno, dándome y dándome sin tregua ni piedad, como tanto me gusta, cada uno a su modo, as u propio ritmo, todos con enjundia y vigor, estremeciéndome las ancas al son de esas vibrantes y estoicos machaques que me hacían delirar de puro gozo y placer.
Luego me subí encima del que estaba sentado, al que se la chupaba mientras los otros me cogían, y lo cabalgue con renovado entusiasmo, empalándome con todo en ese majestuosísimo porongazo que latía con vida propia, el más grande de todos, el Supremo, el Rey de Reyes, el que me colmaba y rebalsaba de plácida satisfacción.
Así fui pasando de uno en uno, montándolos a todos, de frente ó de espalda, besándolos con fervor, chupando sus lenguas y sus labios, agitándome sobre ellos con todo mi ímpetu, con todas mis ganas, con todo mi entusiasmo.
Eran cuatro, solo cuatro, ya que Eduardo se mantenía aparte, sin participar, meneándosela mientras observaba entretenido el espectáculo que montábamos para él.
El que la tenía mas gorda fue el primero en darme por el culo.
Casi con agresividad me tumbó boca abajo sobre el sofá, y me la metió sin previa lubricación ni nada, chuleándome divinamente, reventándome el ojete a puro combazos.
Igual que antes, uno por uno fueron pasando por mi orificio mas estrecho, masacrándome los intestinos, fulminándome con un ímpetu por demás furioso y salvaje.
Luego continuaron penetrándome, pero de dos en dos, uno por delante y otro por detrás, permitiéndome disfrutar de todas las combinaciones posibles, manteniendo siempre y en todo momento mis dos agujeritos principales bien ocupados con la rutilante carne de sus miembros.
No me daban ni un minuto de descanso, tampoco de respiro, ya que mientras dos de ellos me cogían y me culeaban al unísono, los otros dos colocaban sus henchidas vergas al alcance de mi boca para que se las chupara.
Me sentía colmada, por donde mirara había una una pija presta para introducirse ya sea en mi culo, en mi concha ó en mi boca, ocupando todas un lugar privilegiado dentro de mi cuerpo.
Me cogieron y me culearon hasta el agotamiento, hasta no dar mas, hasta caer rendidos y exhaustos.
Algunos se corrieron en mi interior, otros sobre mí, alguno en mi boca, acabando todos mas de una vez y más que profusamente, rebosándome con efusivos y violentos guascazos.
Entonces cuándo quede ahí, tendida de espalda en el suelo, agobiada aunque satisfecha, Eduardo vino a mí y me penetro.
Luego de que todos abusaran de mí, de que me rompieran y destrozaran hasta el último resquicio, él me hizo suya, solo, sin dejar que los demás intervinieran, y pese a que tenía todos los agujeros extremadamente dilatados e irritados, de tanto roce y penetración, lo sentí, lo sentí como nunca, degustando por último su sabor a través de los otros sabores que todavía me empalagaban.
Luego me quede dormida, bañada en la pegajosa esperma de esos machos descomunales, en extremo viriles y vigorosos, los gallardos anfitriones de una fiesta lujuriosa e inolvidable.
Fue apenas una siesta, lo necesario como para reponerme tras el amasijo del que había sido una mas que feliz víctima.
Cuándo desperté solo estaba Eduardo, tendido a mi lado, en la cama, acariciándome los senos con deliciosa ternura.
Ni bien abrí los ojos me beso con desbordante pasión.
-Si no estuvieras casada, te pediría ahora mismo que te casaras conmigo- me dijo.
Por supuesto que le retribuí el chupón con igual fervor.
