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Autor Tema: GÖTTERDÄMMERUNG (EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES)  (Leído 6423 veces)
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« : 13 de Febrero 2005, 05:46:22 »

Amig@s, quisiera compartir con Uds. un pequeño libro, compuesto de varios relatos reunidss bajo una sola historia, que lleva por título "Götterdämmerung: el crepúsculo de los dioses", y que escribí hade 10 años, casi 11, y que, sin embargo, jamás llegué a publicar. Lo enviaré en sucesivos post. Primeramente les paso el prólogo; dice:


PRÓLOGO:

El Destino ha querido que después de “El Libro de las Cien Noches y una Noche”, y “El que Espera”, haya surgido “El Crepúsculo de los Dioses”. Pero ¿qué dioses son esos? ¿Es que, acaso, son los mismos que me han inspirado y alentado para llevar a buen término mis obras? No sabría decirlo. Al mismo tiempo soy escritor, lector y testigo de lo que sucede. No puedo dar una definición exacta de ellos sin caer necesariamente en la improvisación. Y como bien se ha afirmado, la improvisación es el único tipo de manifestación que se puede esperar de quien procura decir algo, pero que no puede porque ese algo está más allá de su propia capacidad de comprensión.
          Este prólogo será breve y conciso. Sólo ocupará el espacio necesario para plantear una cuestión que aguijonea mi ánima: luego de este crepúsculo, ¿vendrá otro amanecer, propiciado por los mismos u otros dioses? ¿O, por el contrario, se acostarán a dormir ellos el sueño eterno, el más profundo y largo de todos, aquel del cual nada es posible saber, puesto que nadie ha despertado de él?
          Tal vez se encuentren entre “... los que duermen el sueño que no tiene sueños, ni aurora, ni inquietud, ni despertar”, como dijo Omar Kayyam, refiriéndose a los muertos.
          Pero ¿es realmente un verdadero crepúsculo? No sabría responder con certeza. No sé lo que me espera luego de este libro. Posiblemente muchos otros surjan a la luz en el futuro, o tal vez éste sea el último. Ese es un asunto que solamente concierne al Creador, y Él se reserva la respuesta para Sí.
          Y ahora, querido libro, ya que estás sobre este mundo de realidad, y no en el de la fantasía del proyecto a partir del cual surgiste, enseñoréate de ambos para ser una unidad completa e indivisible; y ser amo en el mundo de la realidad y en el de los sueños.
          Este prólogo fue escrito el día Viernes 2 de Abril de 1.993, a las Doce y Dos minutos, es decir en mitad del día, con el Sol en Aries y la Luna en Leo, a 34º 20’ de Latitud Sur y 57º 20’ de Longitud Oeste.-
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« Respuesta #1 : 13 de Febrero 2005, 05:49:06 »

Bien, aquí doy comienzo a la transcripción del relato en cuestión. Está ambientado en la ciudad de El Cairo, Egipto, en durante la segunda mitad del siglo XIII o primera mitad del siglo XIV. Dice así:


Se cuenta -¡pero Alah el Invisible es más sabio!- que en otro tiempo había en el país de Egipto, en El Cairo, un sultán entre los sultanes valerosos y poderosos de la ilustrísima raza de los Baharitas turcomanos. Y se llamaba el sultán Al Malek Al Zaher Rokn Al-Din Baibars. Y bajo su reinado brilló el Islam con un esplendor sin precedentes, y el imperio se extendió gloriosamente desde el límite extremo de Oriente a los confines profundos de Occidente. Y sobre la faz de la tierra de Alah, y bajo el cielo cerúleo, no quedó en pie ninguna plaza fuerte de los francos y de los nazarenos, cuyos reyes fueron alfombra para los pies de aquél sultán. Y en las llanuras verdes, y en los desiertos, y sobre las aguas, no se elevaba ninguna voz que no fuese la voz de un Creyente, ni se oían pasos que no fuesen pasos de quien caminaba por la vía de la rectitud. ¡Bendito sea por siempre el que enseñó el camino, el Bienaventurado, hijo de Abdalah el Koreichita, nuestro soberano Ahmad Mahomed, el Enviado (¡con Él la plegaria y la paz y las más selectas bendiciones!).
          Y en tal estado de paz y éxito, todo era progreso y prosperidad en la cultura, los negocios, el arte y la producción.
          En esa época, verdaderamente gloriosa y llena de virtud para cientos de miles de personas, vivía un joven a quien Alah, que reparte a su entero arbitrio virtudes y pesares, le había concedido un aspecto por demás fuera de lo común por esas zonas, otorgándole la particularidad de una cabellera sumamente clara, al igual que su barba y toda la vellosidad de su cuerpo. De tal forma y manera que todos le conocían como Suhhel, es decir Sirio, puesto que parecía brillar como dicha estrella debido a su palidez excepcional. Y a pesar de contar sólo veintitrés años, algunos había que le consideraban un anciano a primera vista, a causa de sus barbas aparentemente medio encanecidas.
          Pero dejemos, sin más, que sea él quien nos relate su propia experiencia. Nos dice así:

          Desde muy joven me dediqué a la compra y venta de artesanías en madera, y muy a menudo me veía necesitado de viajar hacia otras ciudades, en las cuales me hospedaba en casa de algún pariente o amigo de la familia.
          Un día, cuando me hallaba en Alejandría , hospedándome en casa de Aziz, cuñado de mi hermana, y volvía de la mezquita de hacer la plegaria de la tarde, acerté a pasar a caballo y muy tranquilamente por una calle muy secundaria aunque bellamente limpia y fresca, donde todas las ventanas poseían sus macetas y jardineras llenas de plantas y flores muy hermosas, que inundaban el aire con su fragancia. Y he aquí que, al pasar por debajo de una de dichas ventanas, vi a una joven feérica que estaba sentada dentro, mirando pasar la gente. Y esta muchacha estaba sin su velo, por lo que accidentalmente pude verle el rostro. Alcancé a vislumbrar, pues, unos bellísimos ojos de gacela, unos labios tan encarnados como una rosa, y unas mejillas tan suaves y delicadas como una prenda de seda. Sin embargo, continué mi camino hasta que llegué a la casa de Aziz.

          Al día siguiente y a la misma hora, volví a pasar por esa calle y en igual sentido, y vi lo siguiente: en la misma ventana, y tras las mismas flores, estaba ubicada la misma joven de la víspera; pero además, estaba acompañada de otras tres muchachas de aproximadamente la misma edad, es decir unos catorce años a lo sumo.
          Las cuatro estaban mirando con ojos extasiados mi paso pero no dijeron nada, aunque sus miradas expresaron mucho más que las palabras.

          Y aún pasé una vez más al tercer día, aguijoneado por la curiosidad, y vi las cuatro mismas jóvenes, que a mi paso corearon:

“Adiós, joven hermoso.”

          Y se alejaron de la ventana corriendo hacia el interior de la casa mientras reían de buena gana. Yo continué mi camino, pero con una confusión tal que se diría estaba ebrio de vino. ¡Jamás había visto ni oído algo similar!
          Así que al llegar a casa de Aziz y como él me viera con una distracción realmente intensa, además de ser algo totalmente ajeno a mi carácter, me preguntó: “¿Qué te sucede Kassem? ¿En qué te ha ido mal hoy? Confíame tus pesares, que yo sabré solucionarlos”.
          Yo sólo atiné a acostarme sobre un diván y a restregar mi rostro con las manos. Y exclamando distraído, comenté: “¡Ah, por Alah! ¡Qué gente tan extraña la de aquí!”
          “¿Es que tuviste alguna querella o altercado con los mercaderes? Mira, aquí no necesitas trabajar si así lo deseas. ¿Ves esto? –y sacó una moneda de oro-. Las hay por cientos similares a ella en oro y plata en una gruta que yo conozco. Si es por dinero que te afliges, olvida tu pesar y alégrate”.

     - No es por negocios ni discusiones que estoy azorado. ¡Es la gente! Me extrañan sus actitudes.

          Y sin más, Aziz me dejó a solas con mis cavilaciones, se fue por un rato y yo me dormí por unos minutos. Pero no sentí haber descansado ni un segundo, pues a poco de dormirme comencé a soñar con las cuatro jóvenes que había visto y me saludaron. En sueños las vi que se elevaban muy alto en el aire, pero no volando como lo hacen las aves, sino simplemente flotando tal como lo hacen los peces en el Nilo. Y de tal manera llegaron más allá de las nubes, donde comenzaron a reír en coro, perseguirse unas a otras, y hacer mil juegos distintos; hasta que al fin aparecieron cuatro puntos blancos muy brillantes por el lado opuesto al Sol. Entonces ellas se pusieron muy serias y tiesas, miraron a esos elementos, y vieron que cada uno tomaba un aspecto diferente: el primero se convirtió en una especie de flecha de fuego sumamente delgada, atravesó a una de las jóvenes, y se transformó en una especie de llamita azul—amarillenta.
     El segundo objeto cobró la forma de la espuma que corona las olas marinas, chocó contra otra de las muchachas, y se vio convertida en una gota de agua pura y cristalina.
     El tercer punto de luz no tardó en convertirse en un grueso bloque de piedra gris que rozó a la tercera joven y ésta se esfumó, quedando en su lugar una ligera traza de tierra suave y negra.
     Por último, el cuarto elemento cambió su estructura hasta presentarse como un invisible soplo de aire fresco que ascendió delicado y sutil desde los pies de la última muchacha que aún conservaba su aspecto humano, hasta llegar a su cabellera, que agitó y acarició de la mejor y más hermosa manera imaginable. Entonces desapareció ella y en su lugar quedó una especie de esfera de aire más opaco que el resto, aunque sin perder parte de su transparencia.
     Sucedido esto, el globo de aire se unió a la llamita azul—amarillenta que ardió intensamente, inflamó luego la traza de tierra negra, y chocó la gotita de agua. Al ocurrir esto se produjo un estallido inmenso y no pude saber más nada, pues Aziz había vuelto acompañado de un médico y en ese momento ingresaron a la habitación en que me encontraba. Entonces quedamos solos éste y yo, él me hizo varias preguntas sobre mi trabajo, alimentación y mi vida en general. Luego tomó un papel y escribió algunas cosas sin hacer comentarios, le pagué y se fue luego de la zalema.

(continuará...)
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« Respuesta #2 : 13 de Febrero 2005, 05:50:45 »

(continuación...)


     Así es que Aziz entró nuevamente a la habitación, preguntándome: “¿Qué hay de nuevo Kassem? ¿Qué te dijo el médico?” “No me dijo nada en concreto. Solamente hacía preguntas. ¡No paraba de hacerlas! Luego escribió algo en esta hoja de papel y se retiró. Toma, léela tú”. Entonces él la leyó en silencio y exclamó:

   - ¡Ah, mi amigo! Estás enfermo de amor y no me habías dicho nada. Escucha lo que aquí dice.

     “Receta para quien esté enfermo de amor: ¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos; además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento; además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación; hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dado en los dientes y en el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos medidas iguales de movimientos de Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lengua en la boca y fuera de la boca, bien mezcladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto, adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas durante tres días. Y al cuarto día, en la comida del mediodía, se tomará una raja de melón del deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de buena maniobra de muslos. Y terminar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!”

     Finalmente, cuando terminó de leer todo, no tuve otra solución que explicarle lo que sucedía, a lo cual respondió:

   - Está bien, pero ten cuidado; no sea que te veas envuelto en una red de intrigas de la cual no puedas soltarte. Tu aventura puede derivar en una espiral de la que tal vez ignores cómo salir.

   - Sí, lo sé –contesté yo-. Estaba empezando a vislumbrarlo.

     Y de esta manera la noche fue cubriendo la ciudad, hasta que llegó el nuevo día. Y con él, otras cavilaciones. Así es como pasaron ocho días, unos iguales a otros, diciendo ellas la misma frase y sintiendo yo el mismo azoramiento.
     Pero al llegar la hora consabida del noveno día, y luego de haber cumplido mis deberes en la mezquita, pasé una vez más por esa calle y vi que las cuatro hermosas jóvenes no estaban observando desde la ventana, sino que estaban en la acera, unas sentadas y otras de pie recostadas a la pared, hablando. Y cuando yo estaba casi por pasar ya, ellas se interpusieron en mi camino obstruyendo mi paso, tomándose de las manos desde un costado al otro de la calle. Y mi cabalgadura se vio en la necesidad de detenerse, en vista del obstáculo.
     Y una de ellas, la que había visto el primer día y que era la más hermosa de las cuatro, me habló en estas palabras:

   - Baja de tu montura, lindo. Queremos hablarte de algo.

     Pronunció estas palabras con una sensualidad y con unos gestos y miradas tales que yo pensé: “Cualquier cosa puede pasarte, Kassem. Permanece con los ojos bien abiertos”. Porque realmente parecían dispuestas a todo esas jóvenes.

   - Acompáñanos por aquí –dijo ella. Y me condujo a mí y al caballo hasta la esquina, desviándonos hacia la izquierda y entramos en una caballeriza muy iluminada y prolijamente limpia, donde mi cabalgadura fue dejada pastando tranquilamente. Y de allí pasamos a un patio inmenso, lleno de árboles decorativos, frutales, plantas florales y fuentes de agua pura y cristalina; de una de las cuales estuve a punto de beber un sorbo, cosa que vivamente me disuadió de hacer otra de las muchachas, que me tomó de la mano diciéndome:

   - Aún no es el momento de beberla. Ya tendrás sobrado tiempo de hacerlo. Ahora ven con nosotras, que te daremos el agua de otro manantial, muy distinto de éstos.

     Y entre los trinos de las aves y los aromas de las flores y los frutos maduros, alcanzamos una puerta de madera labrada tan ancha como cuatro personas y alta como dos, que atravesaba un grueso muro de ladrillos esmaltados.
     Del otro lado había una gran sala con una mesa circular negra y varios lugares donde sentarse. Esta habitación estaba tenuemente iluminada por unas lámparas de petróleo, y pude divisar que las paredes estaban recubiertas, al igual que el techo y el piso, por grandes alfombras ricamente adornadas y tejidas, que daban una singular calidez al ambiente, a la vez que amortiguaban extrañamente los sonidos más fuertes.
     Así es que, luego de adaptados nuestros ojos a la penumbra del lugar, nos ubicamos en torno de la mesa y nos dispusimos a comer las frutas que alguien había traído en una bandeja toda labrada. Y como bebida consumimos un almíbar muy fresco y dulce, que dilataba los abanicos del corazón y estimulaba a la actividad y a la conversación. De forma tal que el diálogo entre mis desconocidas amigas y yo fue haciéndose más y más fluido a cada minuto.
     Y de esta manera, no sabría decir cuánto rato transcurrió desde mi llegada, pues esa habitación carecía de ventanales –o estaban cubiertos— y la puerta estaba cerrada. Así es como hablamos de mi vida, de mi trabajo, y mis distracciones preferidas. Y cuando preguntaron mi edad y respondí que tenía veintitrés años y cinco meses, a coro exclamaron: “¡Ah, qué hermoso! ¡Qué bien!” Y el ardor interno que las consumía parecía aumentar intensamente a cada momento, a decir por sus risitas cada vez más frecuentes y prolongadas.
     Y mi asombro crecía con mis reflexiones, pues no sabía a qué respondía la actitud, tan extraña a la par que escandalosa, de estas lindas jóvenes.
     Así es que, luego de esta demostración de euforia, tres de ellas se retiraron a una habitación contigua a través de una puertecita más bien pequeña pero excelentemente disimulada en la pared. Y nos quedamos solos la joven vista el primer día y yo. Entonces ella me tomó de la mano y me condujo hasta un diván muy mullido, ubicado cerca de un rincón y que yo no había percibido aún. Y allí mismo de pie, comenzó a acariciarme las manos, me las llevó hasta sus hombros, y luego me hizo colocárselas sobre la cintura. Así es que yo ceñí una cintura que adivinaba perfecta en su constitución juvenil. En esta situación, verdaderamente curiosa, comenzó ella a acariciar suavemente mi barba, mis pómulos, para pasar luego a quitarme el turbante y todo el resto de mi vestimenta.
     Y mientras aquello hacía, ningún gesto asomaba a su rostro, ni era posible escrutar lo que sucedía en su ánima pues nada dejaba traslucir. Sin embargo, no cesaba de frotar, con la punta de su lengua, su labio superior.   
     Y yo la miraba con ojos cada vez más desorbitados, a causa del asombro que me producía ver semejante consumación en una mujer tan joven.


(continuará...)
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« Respuesta #3 : 13 de Febrero 2005, 05:51:56 »

(continuación...)

     Terminada su tarea de desvestirme, hizo lo propio consigo misma, se reclinó en el diván, tentación de soñolientos cuerpos o de felices parejas de amantes, y me invitó a hacer lo mismo, diciéndome:

   - Ven, acompáñame; y quiero que entres.

     Yo sabía muy bien a qué se refería, y entré feliz y contento ante tal bienvenida, tan bien organizada y estructurada. Y gocé de ese segundo agasajo, tan distinto del primero. Y lo que a continuación sucedió, constituye un misterio de la fe musulmana.

     Y aquella vez no hubo en toda la ciudad de Alejandría, ni en todo el país de Egipto, un grupo más hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno al otro como las dos mitades de una misma almendra.

     Pero cuando consideré satisfechos mis deseos, me levanté y vestí, diciendo que había llegado el momento de irme. Así es que mi joven amante hizo lo mismo y fue en busca de sus amigas, que aparecieron una a una y me saludaron con sus labios en los míos. Luego de lo cual me acompañaron hasta la titánica puerta que da al jardín, donde quedé más tieso que una columna: el Sol había desaparecido tras el horizonte, y eran visibles las estrellas más brillantes. Evidentemente, habían transcurrido más de cuatro horas, casi sin notarlas pasar. Al menos esa fue mi primera sensación, pues luego de pasar por la caballeriza a retirar mi montura y salir a la calle, descubrí algo que me dejó más petrificado aún: unos tenues y sonrosados rayos de Sol iluminaban las palmeras más altas y los minaretes de las mezquitas; la respuesta, demasiado clara para ser considerada desde el primer momento, me había encandilado con su evidencia y no me permitía llegar a ella: las estrellas no estaban apareciendo: desaparecían; y el Sol no se estaba ocultando: ya se levantaba nuevamente. En otras palabras,  estaba amaneciendo un nuevo día, y yo había pasado, sin darme cuenta ni sentirlo, toda la noche con esas cuatro muchachas de ojos babilónicos y miradas lánguidas. Es decir, más de doce horas en total.
     Así es que, y ya estando cerca de la mezquita, fui derecho hacia allí y realicé la plegaria matinal de acuerdo a las prescripciones del Libro Noble, luego de lo cual retorné a la caza de Aziz. Como es de imaginar, cualquiera que posea un mínimo de cordura y sentimiento hacia los demás, estaría realmente desesperado por tal desaparición de un familiar; y nada menos que a plena luz del día.
     Y como no pudo ser de otra forma, encontré a Aziz convertido en un temporal cuando entré en la casa. ¡Estaba transformado en una fiera! Primero quiso golpearme con sus puños, y me persiguió por toda la casa. Ya en el jardín, tomó una pequeña maceta y la arrojó a lo lejos. Tras esto, pareció tranquilizarse un tanto, atinando a preguntarme dónde había estado durante la noche.
     Yo solamente acerté a decir:

   - No sé; estuve en una casa con unas muchachas. Ignoro quiénes son, pero me atendieron bien.

     Tras de lo cual le expliqué lo más detalladamente que pude la ubicación de la vivienda, el jardín, y todo lo demás. Pero no hay utilidad en repetirlo. Con esto, creo que terminó por serenarse del todo, y comentó:

   - Bueno, mientras no pase de eso no es problema grave. Pero que no se te haga costumbre.

     Así es que al día siguiente, y al otro, y por toda una semana, evité pasar por esa calle y hasta por esas esquinas, debiendo dar un gran rodeo si en mi camino quedaba esa parte de la ciudad.
     Transcurridos ocho días, tomé nuevamente el valor necesario para pasar por esa calleja y encontré, como antes, a mi primera amiga pero acompañada esta vez por dos compañeras suyas que no conocía yo. Y como esta vez viajaba a pie, ella me hizo seña que esperase, me abrió la puerta y entré a la casa, una construcción bellamente enriquecida con decoraciones delicadísimas en sus paredes y adornos valiosísimos distribuidos muy ordenada y discretamente.
     Me hizo pasar por una primera sala muy pequeñita, luego por otra bastante más amplia, y finalmente llegamos a una tercera, verdaderamente inmensa, con las paredes cubiertas de estanterías con libros, cuadernos de notas, y un sin fin de mapas y otras cosas más.
     Esta sala estaba hermosamente iluminada por una gran bóveda de cristal de roca, por la cual se filtraba la luz de una manera muy suave y homogénea. En el centro, y rodeada de varios asientos enriquecidos como tronos, había una mesa de madera rosada con incrustaciones de maderas de otros colores en dibujos de una geometría fantástica. Y sin tardanza quise mantener relaciones con ella. Y para no quedar por tonto ni por idiota le dije: “Aquí le tienes, mi señora”. Pero ella me miró con aire despectivo y me dijo: “Guárdale, porque se va a resfriar”. “Bueno, ya que lo que te tienta no es esto, ¿para qué me deseas?”
     Entonces me asignó un lugar para que me sentara, y luego desapareció por unos instantes, para volver con una bandeja, de todo punto similar a la de hacía unos días, igualmente repleta de frutas y bebidas. Venía también acompañada de sus dos compañeras, que me saludaron muy simpáticamente, como si me conociesen de toda la vida.
     Entonces, mi amiga me interrogó diciéndome si conocía alguna historia simpática y digna de ser contada.

   - Sí, efectivamente, conozco muchas de ese tipo.

   - Entonces, ¡oh jeique!, te rogamos que nos favorezcas con esa historia. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta abajo las vestiduras –dijo otra joven, que evidentemente creyó ver en mí a un hombre de ya cierta edad.

     Aunque generalmente no consiento en narrar historias más que a fuerza de ruegos y súplicas, tomé entre mis manos una fruta de la bandeja y comencé diciendo:

     “En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la tradición, que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia, había un joven tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar, y tenía un fondo sin igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el individuo más instruido y más ingenioso de su tiempo.


(continuará...)
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« Respuesta #4 : 13 de Febrero 2005, 05:53:28 »

(continuación...)

     “Tenía por nombre Kassem , y por oficio mercader de artesanías en porcelana, por lo que eventualmente se veía obligado a viajar de una ciudad a otra en busca de nuevos mercados.
     “Así es que un día, y hallándose en casa de Maabad, familiar suyo, en la ciudad de Damieta, fue a la mezquita a mediodía, y al regresar de ella acertó a pasar a pie junto a una casa en una de cuyas ventanas había una joven sola, quien invitó a Kassem a pasar.
     “Y tras entrar y haberle ella colmado de caricias, le hizo seña de que se dedicara a su oficio de gallo. Y él se prestó a ello con diligencia y celeridad. Y he aquí que, al día siguiente, tras de haber jugado con su amante una partida de ajedrez en siete asaltos, el visitante se fue por su camino, satisfecho y chasqueando la lengua de contento.
     “Así es que, al día siguiente, repitió la visita a esa casa y a la misma hora, esperando ser recibido con las mismas pruebas de la pasión desplegada la víspera. Pero la única respuesta que recibió a la frase “Aquí me tienes de nuevo, vida mía” que dijo a su amante, fue un gesto de indiferencia al cual siguió un portazo, quedando él en la calle tan perplejo y tieso como una torre. Y su estado se tornó en un estado lamentable, marchándose cariacontecido y sintiendo que se le rompía de despecho la bolsa de la hiel.
     “Así es como por tres días seguidos no salió Kassem de casa de Maabad. Pero al cuarto sí lo hizo, aunque evitando pasar por la calle de la amante que lo había repudiado sin mediar palabra alguna.
     “Sin embargo, diez días después ya no pudo evitar la tentación de transitar por ahí y vio que estaba esta muchacha en la ventana, la cual le habló diciéndole que le haría pasar.
“Así que luego de cerrar la puerta a su espalda, ella golpeó las manos y aparecieron cinco hombres, uno de los cuales era un kadí, y los otros restantes eran los cuatro testigos requeridos para realizar un casamiento como corresponde. Y entonces, quedaron unidos por contrato legítimo ante Alah y su Profeta (¡sean con Él la plegaria y la paz!). Y entonces la joven se echó el velo por la cara, según se acostumbra, y se envolvió en el izar .
     “Consumado, pues, el matrimonio, y recogiéndose la orla del traje, Kassem echó a correr con una carrera más rápida que si le persiguiese la hora de su destino, hasta llegar a la casa de Maabad a quien comunicó la extraordinaria aventura que acababa de sucederle; pero lejos de reaccionar positivamente, el dueño de casa se puso a recriminarle, diciendo que él no hospedaba gente para que éstos consiguieran amantes ni cónyuges. Él sólo lo hacía cuando su visita estaba por trabajo. Pero como la cólera es mala consejera, y hace perder a las gentes bien educadas el sentimiento de su dignidad, allí mismo se pusieron a armar querella y a dirigirse invectivas de un modo ostensible, lanzándose mutuamente, contra su costumbre, las imprecaciones más violentas, y amenazándose, a vuelta de muchos gestos y ojos inyectados, con matarse, o por lo menos con ensartarse. Y así fue como se trataron mutuamente de maricas y de hijos de .
     “Tras esta discusión, donde además Maabad expulsó de su casa a Kassem, aquél le dijo que “Es desde entonces que tu cabeza no estará segura sobre tus hombros, porque buscaré hacerte morir con la muerte peor y te daré a gustar la defunción más negra”.
     “Y luego de dichas tales palabras, Kassem se retiró con paso lento hasta la mezquita, en cuyo patio se sentó a esperar que llegase la hora de la plegaria del anochecer. Tras de lo cual, y ya serenado su ánimo al llegar al palacio en que él habitaba a la sazón, su esposa le recibió con transportes indecibles, y él respondió como el yunque responde al martillo. Y no cesó la lucha hasta que su contrincante hubo pedido gracia, dándose por vencida.
     “Y pasados que fueron quince días, Kassem ya no tuvo más objetos que vender, sino solamente el capital necesario para costearse el regreso con su esposa a la ciudad de El Cairo. Pero no contaba con la desaprobación de su esposa, que por ningún motivo quiso abandonar su amada ciudad de Damieta, donde se había criado ella y las generaciones de sus padres y abuelos.
     “Y como Kassem era un hombre serio y responsable, incapaz de dejar su trabajo y su familia por el amor de una joven mujer sin experiencia en la vida, le dijo: “¡Quedas divorciada por tres veces!” Esta es la fórmula más grave del divorcio, y la más solemne. Y el que la pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no consume un nuevo matrimonio con otro marido que, a su vez, la repudie. Así lo especifica el Libro Noble, y así debe ser cumplido. Luego de este episodio, volvió a retomar su vida sosegada de trabajo en paz.
     “Tal es, pues, la historia de Kassem y su fugaz matrimonio con la muchacha de Damieta”.

     Y luego de decir yo estas palabras, las tres muchachas suspiraron de puro gusto y placer. 
     De tal forma, pues, transcurría el tiempo, trabajando y hospedándome en casa de Aziz durante el día, y visitando a mi amiga por las noches. Siempre me recibía ella con mucho entusiasmo y con mucha expansión; y nada escatimaba para darme gusto. Yo seguía comiendo, bebiendo, narrando, besando y amándola; vistiendo cada día los trajes más hermosos unos que otros, y las camisas más finas unas que otras, hasta que me puse muy gordo y llegué al límite de la gordura. No sentía ni penas ni preocupaciones. En tal estado, verdaderamente delicioso, permanecí todo un año.
     Pero he aquí que un día, a principios del año nuevo, había ido al hammam , y me había puesto el traje mejor entre los mejores trajes. Y al salir del hammam, me había tomado un sorbete y había aspirado voluptuosamente los finos aromas que se despedían de mi ropón impregnado de perfumes. Me sentía más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de embriaguez, que me aligeraba de mi peso, haciéndome correr como un hombre ebrio de vino. Y en tal estado me acudió el deseo de ir a derramar el alma de mi alma en el seno de mi amiga. Así es que, y como nada me impedía hacerlo, encaminé mis pasos hacia su mansión. Porque no sospechaba lo que me reservaba el Destino desde el fondo de la Eternidad: al pasar por una casa, había una señora muy anciana sentada en un escalón y recostada contra la pared, y me preguntó si yo sabía leer. Respondí que sí, y le pregunté en qué podía servirle. Cuando le dije esto, su rostro pareció iluminarse por una fuerza súbita e inexplicable, pareciendo rejuvenecer instantáneamente como cincuenta años; porque realmente que era una mujer muy anciana y de piel muy curtida por una vida de trabajos y de soles.
     Así es que, y antes de que me diera lo que tenía para leer, tomó mi mano con la suya y me hizo entrar, apoyándose un poco sobre mi hombro para subir los dos o tres escalones que la separaban del interior de la mansión. Llegados adentro, pues, me invitó a sentarme, diciendo que llamaría a otra persona para que leyéramos juntos una carta y no hubiera posibilidad de engaño. Aparentemente, esta anciana sentía algo de desconfianza respecto de mi honradez, producto de sus largos años en la experiencia de la vida.


(continuará...)
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« Respuesta #5 : 13 de Febrero 2005, 05:54:49 »

(continuación...)


     Cuando por fin volvió, lo hizo acompañada de una joven mujer, que contaría unos veinte años, dándome simultáneamente una nota perfectamente sellada y precintada. Me ordenó abrirla, y entonces la joven se sentó a mi derecha. Leí en voz alta para que ambas se enteraran del contenido, y resultó se una carta del padre de la muchacha, donde se la autorizaba a contraer matrimonio con el primer joven que leyese dicha misiva. Por eso, pues, había estado la anciana sentada en los escalones de su casa y me preguntó por mi instrucción. Es de suponer que a muchos les preguntaría, aunque deduzco que yo fui el primero en responderle de manera afirmativa.
     Así pues, de la manera más curiosa y menos pensada, me hallaba ya casado con una atractiva joven, cuya cintura daba envidia a la rama del árbol “ban” cuando se mueve al viento, de tan flexible y agradable como era su movimiento.
     Y me dijo ella:

   - Si tienes que despedirte de algún conocido, familiar o amigo, aprovecha a hacerlo ahora y regresar antes del anochecer. Porque si no lo haces, me perderás irremisiblemente.

     Entonces yo marché tan rápido como podían hacerlo mis piernas, y llegué a casa de Aziz, diciéndole que me marchaba nuevamente para El Cairo, mientras tomaba mis escasas pertenencias. No podía decirle que me habían desposado imprevistamente con una desconocida, pues sabía que armaría otra ostentosa demostración de su cólera. Yo sabía que esos escándalos pasaban pronto y no constituían más que una máscara que cubría un espíritu tolerante y bien dispuesto, pero de todas maneras quería evitar cualquier tipo de enfrentamiento que desembocara en algo grave. Así es que me vi obligado a decirle esa mentira, a pesar de que seguiríamos viviendo en la misma ciudad, con el riesgo permanente de volver a vernos y se descubriese la verdad.
     Tras la despedida con Aziz fui a la casa de mi amiga soltera y le comuniqué mis intenciones de marcharme antes del atardecer, por lo que me negué a pasar más allá del vestíbulo y aceptar cualquier tipo de alimentos y bebidas, sabiendo que la ingestión de estos alimentos traía, como único efecto, la pérdida de la noción del tiempo por mi parte. Aún así, ella se desvistió en parte y me ordenó tener relaciones íntimas, cosa que yo acepté a regañadientes, pues también debería hacerlo luego con mi sorpresiva nueva esposa. No pude resistirme ante ese cuerpo tan bien modelado, ni negarme “... porque será la ultima vez, antes de la despedida y del adiós”, según sus palabras.

     Cuando por fin llegué a casa de mi esposa, el Sol estaba casi rozando ya el horizonte, y ella pudo respirar con alivio. Apenas hube traspuesto el umbral, la anciana lo cerró con tal ímpetu que hizo retemblar todas las demás puertas y ventanas, haciéndome dar media vuelta por la sorpresa. Y pasando veinte cerrojos, cadenas y llaves, a cuál más ruidoso, me anunció que “... desde ahora en adelante, y por seis meses, deberás abandonar toda ocupación y toda actividad relacionada con el exterior de esta casa, para ocuparte únicamente de ejercer tu oficio de gallo”. Yo no sabía lo que eso significaba, y cuando se lo pregunté me respondió, sin más: “Pues comer, dormir y amar a tu cónyuge. Y ahora, ve con tu esposa, que te espera”. Así fue como me hallé raptado y arrastrado, un poco en contra de mi voluntad, hasta la habitación de aquella con quien me habían casado, donde me explicaron que los grilletes de la puerta de entrada no serían retirados hasta luego de seis meses. Así es que, y como es de suponer, me sentí naufragar en un mar de conjeturas y desesperación, porque pensaba: “Jamás habré faltado tanto tiempo de mi casa natal ni de mi ciudad. Y menos sin dar noticias a mis familiares, que ya me darían por muerto desde hace tiempo”. Porque ya hacía más de un año que no recibían noticias de mí.
     Sin embargo, no tardé mucho tiempo en adaptarme a mi nueva vida sin preocupaciones y sin trabajo, hasta que terminó mi reclusión forzada y oí caer los grilletes de la puerta de calle. Y con una felicidad que colmaba mis sentidos, pude ver de nuevo brillar el Sol en la calle. Pero no mucho tiempo duró mi alegría, porque la anciana me anunció que al amanecer del día siguiente la puerta de entrada sería clausurada nuevamente por otros seis meses.
     Así es que, viéndome en posesión de la libertad ansiada durante tantos días, comencé por visitar a Aziz, que me recibió con grandes muestras de alegría. Y como no pudo ser de otra forma, la pregunta funesta, que jamás debió salir de labios de él, surgió en toda su retumbante magnitud: “¿Cómo están de salud nuestros familiares de El Cairo?” Tal pregunta me resultó tan sorpresiva, aunque en sí resultaba tan obvio que fuese preguntada luego de tanto tiempo sin vernos, que me dejó algo desorientado; pero tuve la suficiente presencia de ánimo para reponerme rápidamente de mi perplejidad momentánea al no saber qué responder por ignorar la verdad, y contesté:

   - No he tenido noticias, pues hace tiempo que no voy por allá. Mi ocupación me ha mantenido alejado todos estos meses.

     Y luego de conversar algo más, me retiré a visitar a mi amiga de la callejuela, aquella joven misteriosa que conocí con sus amigas, si es que aún existían esa casa y esas muchachitas.
     Cuando pasé, pues, junto a la ventana consabida, vi ¡por Alah! a mi amiga, a ella misma, con su persona y con sus ojos, que me miraba riendo de alegría. Así es que me llamó y pasé, luego de lo cual hablamos algo de mí y algo de ella. Y más tarde aún, hicimos todo lo que hace un hombre con una mujer. Terminada esta tarea, salí nuevamente a la calle, descubriendo que ya la noche había cubierto la ciudad con su manto de estrellas. Y las tinieblas de Alah me protegieron hasta por la mañana; porque ya los almuédanos estaban convocando a la plegaria de la mañana, minutos antes del amanecer, cuando llegué de nuevo a mi casa. Y las puertas fueron cerradas a mis espaldas por otros seis meses más. Así es como dio comienzo el segundo ciclo de seis meses de encierro, período en el que no tardé en perder el peso que me sobraba y recuperar mi aspecto normal.
     Y como nuestra convivencia se hiciera algo monótona a pesar de nuestras divertidas actividades –que, dicho sea, no podían llenar todas las horas ni todos los días—, comenzamos a organizar paulatinamente, y al principio como una broma y sin darnos mucha cuenta del hecho, una especie de competencia intelectual en la que nos narrábamos, uno a otro, historias, leyendas y cuentos, a cuál más original por lo novedoso, o por ser breve pero muy consistente, o lo extenso, o por la serie de sucesos asombrosos e increíbles.
     Así es que un día, y tratando de hacer acopio de bastante creatividad y memoria, le dije a ella:

     En tiempos en que yo recorrí el Maghreb a la búsqueda de nuevos mercados donde colocar mis producciones, una mañana, entre la ciudad de Xauén donde tan buenos tapices hay y Marrakesh, puede entablar una conversación con un fellah que araba sus tierras con un arado rústico formado por una horquilla de hierro, tirado por un buey y un forzudo caballo.
     En el campo que el hombre labraba había varios bloques grandes de piedra casi gigantes, pero no lo suficiente para que no pudiesen ser desplazados entre varias personas mediante un poco de esfuerzo.


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« Respuesta #6 : 13 de Febrero 2005, 05:56:20 »

(continuación...)

     Me había detenido al borde del camino a contemplar el trabajo, asombrándome de los esfuerzos redoblados que hacía el hombre para guiar su instrumento entre las rocas. Como vio que lo observaba, vino a saludarme, y nos hicimos las zalemas rituales.
     Con la gentil y delicada amabilidad beréber me preguntó si todo estaba bien para mí. Y así era. Le pregunté si para él también lo estaba, y efectivamente así fue. Convinimos, pues, en que el Creador debía ser alabado por ello, y lo hicimos.
     Entonces nos sentamos, reunimos nuestras provisiones, y con arreglo a las costumbres del desierto tomamos juntos nuestra comida. Y hablamos del cultivo, de los suelos, del calor, y de todo lo que hablan dos personas de distintos países que recién se conocen. Así es que le pregunté por qué no sacaba aquellas piedras de su campo. Me miró entonces como si Alah me hubiese negado la facultad de comprender; y, en efecto, me la había negado. ¿Es que yo ignoraba acaso que cuando Alah enviaba el agua, tanto la del Cielo, así como la de la Luna (el rocío), eran esas piedras las que la conservaban, y que sin ellas su campo quedaría tan seco como el camino? Aquellas rocas las había puesto el Eterno para que la tierra fuese buena y para que las cosechas fuesen abundantes. No vendería sus campos a nadie, ni por ningún concepto. La exuberancia de su producción era algo muy gratificante. Él no era ningún letrado, pero sabía ver la verdad de las cosas prácticas. Existían algunas piedras que alejaban el mal, y aquellas lo eran.
     Y entonces, pregunté yo, ¿por qué no ponía otras piedras más? Me respondió que quizás un santón lo sabría, pero él ignoraba qué piedras poner, ni dónde.
     Por lo tanto, cuando se trata de sus tierras, jamás hay que tomar a la ligera los dichos de los agricultores.
     Y luego este campesino me narró la historia de otro hombre, que también tenía otra piedra en uno de sus prados, una roca que era un menhir soberbio, plantado erecto, de cerca de cuatro metros; y a ese campesino mi amigo le había oído decir: “Quizás no sea a causa de esa piedra, pero desde luego el mío es el mejor prado. Y el que más excelentemente alimenta a las bestias. Y, si supiese cómo, también pondría otras piedras en otros prados. Después de todo, esos antiguos que las pusieron allí ya tenían buenas ideas en la cabeza. Esos antiguos eran más listos de lo que se cree”.
     Y luego de decirme esta anécdota, mi amigo me deseó buen camino.
     Estos dos hombres, que sabían de qué hablaban cuando se trataba de su tierra y de su oficio, estaban de acuerdo sobre este punto: las piedras de Alah y las piedras de los antiguos eran, agronómicamente, benéficas.

     Esta fue, sin más, una de las primeras historias serias y formales que le narré a mi esposa. Y para no quedar atrás, ella contó lo siguiente:

     Desde muy antiguo cuentan las crónicas que en una villa del reino de Aragón, muy al occidente de nuestro Egipto, hay un templo cuya campana tienen los aragoneses por cosa muy cierta y averiguada el tañerse por sí misma cuando ha de fallecer algún rey o príncipe de dicho reino, o cuando ha de acontecer alguna cosa notable, aunque sea muy lejos de Aragón. Y esto tengo entendido de personas muy serias y dignas de fe, fuera de la fama muy divulgada por todo el reino de Aragón y Cataluña. Dicen que cuando se tañe por sí es en cruz, y tan lamentablemente que quiebra los corazones de los que la oyen en dolor y tristeza. Quieren decir también que fue dada a los primeros reyes de Aragón por privilegio especial, para aviso de su muerte.
     La iglesia donde está esta campana me dijeron que tiene un altar donde está pintado un obispo con una campana delante, la cual está bendiciendo.
     Cierta vez, luego de sonar de esta manera, estando todos en Aragón y Cataluña suspensos, esperando por la muerte de algún rey o príncipe (porque, como se tañe, luego corre la fama de eso), dice que no pasaron más de veinte días sin que se siguieran las prisiones de muchos cardenales y obispos que entonces se hicieron, como por los robos que muchos hicieron en las iglesias y reliquias de los santos.
     Tal es, pues, lo que se cuenta de esta misteriosa campana de la muerte. Y nada más sé sobre ello.

     Pasaron luego tres días en  que ninguno de los dos retomó el tema de las historias, pues nos dedicamos totalmente a darnos mutuamente muestras de expansión y de gozo. Tras de lo cual retomamos el ritmo de nuestras narraciones, haciendo una ella y otra yo alternadamente, separadas pos dos noches de holgorio.
     Entonces ella tomó la palabra primero, diciendo así:

     Cuentan las crónicas que en la India vivía, en una época unos años posterior a la Hégira, un hombre a quien Alah había dotado de una extraordinaria cultura, dominando de manera especial la lingüística y la historia antigua, lo que le había dado el privilegio de participar de los beneficios de la corte imperial, rica en todos los lujos al alcance de un mortal.
     De su carácter se podría decir que era bastante huraño y poco comunicativo, aspecto que se vio especialmente acentuado en los últimos años. Lo visitaban personajes de diversas partes del imperio esperando conseguir de sus labios el relato de alguna grandiosa historia, pero apenas recibía a nadie. Tenía un temperamento fuerte y no dudaba en recurrir a su daga, de la que siempre iba acompañado, cuando alguien no respetaba sus derechos.
     Habiendo salido de su país siendo aún joven, cuando éste fue ocupado por los ejércitos musulmanes, llegó a Nepal y allí entró en contacto con un misterioso anciano que le habló de la historia del mítico rey Maruf y su tesoro, así como de la legendaria Godihán, ciudad que según las tradiciones más antiguas se encuentra entre las montañas del Tíbet. Fue buscada a lo largo de los años por soñadores y amantes de lo esotérico, y hasta hubo expediciones oficiales con tal fin.


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« Respuesta #7 : 13 de Febrero 2005, 05:57:40 »

(continuación...)

     Así es como este hombre, que llevaba por nombre Sauab, quedó tan impresionado por las fantásticas historias del viejo sabio que decidió dedicar su vida a la búsqueda del nuevo tesoro.
     A pie, a través de montañas y valles selváticos, con todos los peligros que esto implica, atravesó parte del Tíbet hasta llegar al triángulo donde se sospecha que, según la leyenda, los pobladores hicieron desaparecer el cuantioso tesoro, al enterarse de que su rey, Maruf, había sido traicionado por el conquistador Alawiah. Parece ser que dicho invasor había exigido a Maruf, como precio al perdón de su vida, la entrega de treinta caravanas de veinte camellos cada una, y cada camello cargado con diez bolsas de oro y dos de plata. Habiendo reunido tal tesoro y hecho el anuncio correspondiente, Alawiah faltó a su palabra, decapitando al rey derrocado. Por ese motivo es que el tesoro desapareció, y ahora Sauab quería rescatarlo.
     Una vez instalado en el marco adecuado, emprendió su búsqueda; pero su aventura le tenía preparada una sorpresa a Sauab: en lugar del tesoro del rey Maruf, hizo dos hallazgos de suma importancia: por una parte, minas de oro; y por otra, túneles y galerías subterráneas excavadas a una gran profundidad y construidas con una atractiva perfección.
     Sauab se había instruido con toda la literatura sobre el tema que se puso a su alcance, lo que, unido a las tradiciones orales, lo había convertido en un verdadero experto en la materia.
     En sus primeras exploraciones en la selva nepalesa entró en contacto con una tribu de caníbales. Estos salvajes comedores de humanos eran tremendamente feroces y no solían tener relaciones con gente extraña. Sin embargo, con Sauab pasó todo lo contrario, al comprobar que podía entenderse perfectamente con ellos hablando sánscrito. Esto le abrió todas las puertas, pues comenzaron a tratarlo como a un ser excepcional, gracias a lo cual pudo sobrevivir pasando a formar parte de la tribu durante el tiempo que duraron sus indagaciones.
     Los miembros de esta tribu de caníbales tenían en la cara un tatuaje que a Sauab le interesó desde su llegada. Eran una especie de lunares situados en las mejillas, frente, mentón, nariz y cuello. Cuando cierto día se adentraron en la selva y llevaban varias horas de camino, encontraron a otros dos nativos sentados sobre una gran roca lisa; y ahí se enfrentó con una gran sorpresa: en la roca había un dibujo idéntico al tatuaje de los nativos. Unos pasos más adelante, y cubierta por la selva, se encontraba la entrada de la gruta. Allí mismo, Sauab decidió proveerse de los medios básicos de supervivencia para la exploración y regresaría a ese punto. Su sueño de tantos años estaba a punto de cumplirse.
     Los caníbales no sabían exactamente lo que custodiaban, pero desde tiempo inmemorial, y generación tras generación, su tribu había guardado el secreto, el lugar sagrado al que no tenían acceso más que algunos seres excepcionales. Y Sauab lo era; por eso, si bien ninguno quiso acompañarlo en su aventura por temor a no regresar jamás, al igual que algunos que lo habían intentado, sí le facilitaron su labor exploradora, no sin antes oír del jefe de la tribu las siguientes palabras: “La gente que vive ahí abajo, en las profundidades de las cavernas, son dioses. Poseen un rayo que mata, y con él pueden cortar rocas y montañas. Mis antepasados y yo mismo hemos visto abrirse la tierra y salir de ella una estrella brillante que se elevó hacia el cielo”. Le dijo también que nunca llegaría al lugar sagrado si los seres que lo habitan no están de su parte.
     A pesar de todas las advertencias, Sauab tenía sólo un objetivo: conocer el reino subterráneo, aunque ello le costase la vida.
     Provisto de cuerdas, lámparas de petróleo y algunos utensilios indispensables, así como de víveres para veinte días, inició su aventura hasta llegar a la roca custodiada por los dos guardianes. Una vez en la gruta, descendió por una especie de chimenea que desembocó en una galería cortada en ángulo recto, con las piedras tan bien ajustadas que no pasaba entre ellas una hoja de papel.
     Fueron muchos días los que Sauab pasó en el interior de los túneles, que ascendían y descendían alternativamente, hasta que un día llegó a la intersección de uno transversal tomando a la izquierda y, después de caminar una treintena de pasos, se encontró en una estancia perfectamente iluminada sin que la luz viniera del exterior, con una gran columna de cuarzo azul en el centro. De esta estancia partían varios pasadizos, con otras muchas orientaciones. Tras decidirse por uno de ellos y caminar unos cuantos pasos, arribó a otra sala con una gran mesa redonda de piedra pulida, en el centro, rodeada de ocho sillones también de piedra, a espaldas de los cuales se abrían ocho puertas, una en cada dirección. Las paredes también estaban tan perfectamente pulidas que hacían el efecto de espejos.
     Luego caminó por pasadizos de no más de un metro de altura por medio de ancho, con paredes viscosas y suelo resbaladizo. Era como si se tratara de dos mundos diferentes, como dos caminos, como si lo suntuoso y lo absolutamente mísero se entrelazaran de manera natural e inseparable, y desde siempre.
     Cuando comenzaba a hacer mella en él la fatiga de tanto caminar por una galería, se encontró con una fresca cortina de agua cristalina verde—azulada, como si estuviera iluminada. ¡Cuánta belleza... y cuánta desolación! Era el final del túnel. Como volver sobre sus pasos le tomaría muchas horas, finalmente decidió atravesar la cascada de agua, y su audacia se vio premiada con la luz del Sol después de unos cuantos días en total oscuridad. Se encontraba ahora en una especie de cráter excavado muy profundamente en plena roca, a muchos cientos de metros por encima del valle. Siempre parecía el fin, pero siempre hallaba una solución, una salida.
     Esta vez, igual que las anteriores, el camino parecía no tener continuidad. Luego de descansar un rato, su intuición le indicó escarbar en el suelo bajo sus pies, y tras haber removido parte de la tierra se encontró con una losa.
     Después de varios intentos logró levantarla, apareciendo en su lugar un hueco negro en el que se vislumbraba una amplia escalinata. Sin vacilar inició el descenso hasta que, transcurrido largo tiempo y habiendo bajado cientos de peldaños, se sintió empujado a una especie de tobogán por el que se deslizó a una gran velocidad, desembocando en una caverna húmeda y resbaladiza de olor nauseabundo, con un gran lago sobre uno de sus lados.
     Repentinamente, una sensación de cansancio fue invadiendo su cuerpo, ya casi sin fuerza, mientras cientos de pensamientos angustiosos asaltaban su mente. Sentía que era el fin y que, viniera lo que viniera, lo esperaría allí sin dar un paso más. Poco a poco se dejó llevar por el cansancio, y transcurridas varias horas salió de su trance, ya restablecido y dispuesto a seguir afrontando dificultades cuando, una vez más, una nueva etapa de tan excitante viaje estaba a punto de ser iniciada. Para su sorpresa, el agua del lago había bajado considerablemente de nivel, dejando ver en una pared una puerta que daba a un pasadizo. Esto le hizo pensar a Sauab que el nivel del agua era controlado a voluntad; pero ¿por quién? Desde luego, él estaba dispuesto a averiguarlo, por lo que inició la marcha a lo largo del pasadizo que, como en las etapas anteriores, tan pronto ascendía como descendía.


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« Respuesta #8 : 13 de Febrero 2005, 05:59:14 »

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     A estas alturas de la expedición ya escaseaban los alimentos y el combustible de la lámpara estaba dando sus últimas luces. De nuevo aparecieron el desasosiego, la duda; pero como si alguien hubiese captado su pensamiento de preocupación y, a la vez, hubiera querido darle una respuesta, una tenue luz empezó a vislumbrarse a lo lejos, haciéndose más intensa a medida que se iba acercando al final del pasadizo. Parecía la luz del Sol, pero... imposible, no podía ser... ¡a tantos metros de profundidad!
     En efecto, no era la luz del Sol. Era una luz artificial que iluminaba toda la sala, la más impresionante de cuantas había visto hasta ese momento. Todo estaba estático, en perfecto orden. Por un lado montones de oro, más lejos cofres repletos de piedras preciosas, al otro lado armaduras del precioso metal y, en el centro, lo más impresionante: sobre una mesa rectangular de enormes dimensiones, montones de libros con hojas de oro parecían esperar su turno para revelar su secreto, tan bien guardado por siglos. Repentinamente, notó que la intensidad de la luz disminuía hasta convertirse en penumbra. Tras esto, sobre un pedestal al fondo de la estancia, vio a cinco seres  cuya altura le llegaría al pecho a Sauab, vestidos con capas metálicas hasta los pies, con ojos oscuros y achinados, y cabeza ovalada, con una banda en el pecho y una esmeralda en la frente. Aún no había reaccionado ante lo que tenía frente a sí, cuando oyó una voz que le decía:

 - Tu audacia te ha hecho estar aquí después de haber superado las difíciles pruebas a las que fuiste sometido. Tienes el privilegio de ser el primer humano que ha llegado hasta nosotros. Nosotros te hemos permitido llegar. Conocemos bien vuestra civilización. En muchas ocasiones les hemos ayudado, pero cada vez que hemos querido provocar un acercamiento entre ustedes y nosotros, los resultados han sido nefastos. No nos interesa, de momento, una relación con ustedes, pues no están preparados mentalmente y podrían recibir daños irreparables. Toda la historia de ustedes y nuestra, pasada y futura, está en esos libros de la mesa. El planeta ha sentido grandes catástrofes provocadas por la codicia y la soberbia de los humanos. Nosotros tuvimos que exiliarnos, pero no estamos dispuestos a consentir que esto suceda una vez más. Algunos humanos privilegiados, por tener la mente despierta, conocen el secreto de nuestra existencia, aún sin haber descendido a las profundidades... Vuelve con los tuyos. Encontrarás un camino de salida mucho más corto... No toques nada de lo que encuentres a tu paso, o de lo contrario nunca regresarás a la superficie.

     De repente, los seres se esfumaron dejando a Sauab sumido en una paz incomparable. Siguiendo una estela luminosa bajo sus pies se encontró con la tan añorada luz del Sol, casi en un abrir y cerrar de ojos.

     Hasta aquí –continuó diciendo mi esposa— llega el relato que hacen las crónicas sobre el aventurado viaje de Sauab. Un relato increíble para el común de la gente por lo fantástico, pero que los “conocedores del secreto” no dudan en admitir, como si de una historia cotidiana se tratara.

     Luego de lo cual, y durante dos días y dos noches consecutivas, nos dedicamos a nuestras actividades particulares, intercalando una noche de narraciones antes de otras dos de holgorios. De tal forma que completamos cincuenta y nueve jornadas intelectuales con ciento dieciocho de expansiones. Pero no nos adelantemos a los hechos.

     Así es como, luego de que ella narrara lo suyo, hice yo mi historia, diciendo:

     Hablan las crónicas de los tiempos antiguos, que en cierta ocasión un ermitaño del Sudán se encontró en el desierto con una hermosa mujer que le pidió quedarse a pasar la noche en su cabaña, con la disculpa de que se había extraviado y tenía miedo de los animales salvajes.
     Éste, muy seguro de sí mismo, accedió a que la bella joven permaneciera en sus aposentos. Nada más entrar, comenzó a seducirlo hasta que el monje no pudo resistir la tentación y sucumbió a sus encantos. Pero, en el momento en que se iba a llevar a cabo la unión, la joven desapareció inundando el aire con una horrible y estruendosa carcajada.

     También hacen referencia las mismas crónicas, y a continuación de aquella, a otra leyenda asimismo relacionada con apariciones sobrenaturales. Cuentan que en Abisinia vivía una mujer entre tantas, dedicada a las tareas habituales de su hogar. Había estado sometida a cierta presión nerviosa durante cierto tiempo, a causa de la repentina muerte de su hermana con quien vivía; pero aparte de eso su vida transcurría con normalidad. Jamás fue devota del ocultismo, aunque siempre le interesó de manera superficial. Una noche se fue a la cama, y cuando se durmió empezó a soñar que estaba despierta. Tenía la costumbre de dormir con una lámpara encendida. Soñó que abría rápidamente los ojos y veía a un hombre joven, alto, delgado y moreno, de pie al lado de su cama. La visión le pareció tan real que le preguntó: “¿Quién es usted, y qué está haciendo aquí?” El personaje le respondió que era el Maligno y que estaba allí para hacer un pacto con ella por las almas de dos mujeres que la habían injuriado cierto tiempo antes y que ahora estaban, espiritualmente hablando, en sus manos. Ella le contestó: “Yo estoy soñando y usted es sólo una criatura de mi imaginación. No hay Diablo, y ningún espíritu puede hacer trato con las almas”. “Está usted confundida –contestó el Lapidado- y puedo adoptar la apariencia de un ser humano”.
     Después le pareció que se sumergía otra vez en el sueño normal y a la mañana siguiente recordó los hechos como un incidente curioso. El Sábado se volvió a repetir la experiencia y ella quiso convencerse, repitiendo las mismas palabras que la vez anterior, es decir, que lo que estaba viendo era un sueño y que el Cheitán no existía. El hombre la miró fijamente e inclinándose sobre su cama le dijo: “Yo estoy aquí, y mañana creerás en mi existencia”. Como el día anterior, tuvo la sensación de sumirse en un profundo sueño. A la mañana siguiente, cuando al levantarse su sirvienta le dio el izar, exclamó: “Señora, ¿qué le ha sucedido en la espalda?” En su espalda estaba grabada la mano de un hombre. La piel estaba como quemada, y esa marca le duró varios días.
     Sin embargo, las crónicas no registran qué final tuvieron las relaciones entre el Maligno y esta mujer, ni si cerraron el trato que él proponía.


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« Respuesta #9 : 13 de Febrero 2005, 06:01:18 »

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     Así es como ella me contó, a su vez, lo suyo:

     Hace pocos días se cumplieron 20 años en que Amín, entonces con 25 años, se casara en Damasco con Aziza, de 23 años.
     Como toda pareja tras la boda, salieron de paseo por una semana, pero al otro día Amín dijo a su esposa que se iba a ver a unos amigos con quienes seguir celebrando. No apareció nunca más. La joven mujer, desesperada, acudió primero a su mamá, luego a los familiares de Amín, y por último a la policía. El esposo de veinticuatro horas nunca más apareció. Se le creyó muerto, y la Justicia así lo aceptó, por lo que Aziza volvió a casarse y actualmente tiene tres hijos y es feliz. Sin embargo, cuando nada lo hacía prever, obviamente, Amín apareció en escena y, lo que es más, cuando Aziza le dio que era casada por segundas nupcias y tenía tres chicos, montó en cólera y vociferó: “Ya no se puede confiar en nadie”. Ante semejante reacción, Aziza no se amilanó y preguntó con valentía: “¿Pero dónde estuviste estos veinte años?” La respuesta no mereció más réplicas: “Estuve raptado por los genn malhechores”.

     Y a la tercera noche llegó mi turno, en el que conté mi historia correspondiente:

     Vengativo como pocos resultó el maghrebí Torkash, que aguardó nada menos que veinte años para tomar revancha del hombre que en su juventud le arrebató a su querida pretendiente. Víctima de los amigos de Torkash resultó ser Rustem, que se despertó meses atrás con su casa envuelta en llamas.
     Tras el lógico susto, Rustem escapó y en la puerta lo aguardaba el despechado Torkash, de treinta y siete años, que no conforme con incendiarle la vivienda a su rival, lo tomó a golpes de puño hasta que un vecino los separó, no sin que antes llegara a romperle algunos huesos. Según se supo, el vengador dedicó dos décadas para buscar a Rustem, y finalmente lo encontró.

     Tal fue mi narración, luego de la cual oí la que surgió de labios de mi esposa, aquella hermosa raptora que tanto gusto me estaba haciendo sentir junto a ella. Dijo:

     Cuentan las crónicas, y nos ha sido transmitido a través de la tradición durante años, que en un país entre los países, en la época del surgimiento del Islam, vivía un hombre a quien Alah, siempre atento y bien dispuesto hacia sus criaturas, había dotado de un afán insaciable hacia los viajes, haciéndole sentir una curiosidad irrefrenable por las costumbres exóticas a su país y las historias por demás curiosas o anecdóticas de las regiones que visitaba.
     Fue así como cierto día, a poco de partir de su ciudad natal, arribó al país del Níger, cuyo modo de vida estudió con tanto detalle. Así es como hizo notar muy claramente, y de manera explícita lo manifestó y repitió en sus anotaciones, el hábito que tenían tanto los campesinos en sus haciendas, como los pobladores de las ciudades en la plaza o algún lugar similar, de reunirse por las noches luego de terminadas las tareas de la jornada, a narrar historias junto a una hoguera. Narraciones de todas las épocas y que explicaban muchos de los temores y las inquietudes, a la par que hábitos y costumbres de esa gente. La mayoría de tales leyendas se referían a tiempos muy remotos y sus protagonistas habían ya perdido hace mucho tiempo su identidad real, pasando a ser unos seres mitad legendarios, mitad reales, en la oscura nebulosa de la noche de los tiempos.
     Otras narraciones por el contrario, tenían su origen en tiempos muy recientes, unos veinte o treinta años atrás, o eran un hecho totalmente actual, cuyos protagonistas eran los mismos que noche tras noche las iban narrando.
     Sus notas en esta etapa de su viaje dicen lo siguiente:

     “Viajaba por la zona del río Níger cuando hice pie, en una de mis etapas, en la ciudad de Gao, la cual me ha resultado my curiosa sobre todo en lo referente a sus construcciones, que realizan enteramente con adobe, y alguna rama para darle mayor firmeza al total. Tienen como muy arraigada costumbre los habitantes de este país el reunirse junto a una hoguera, por las noches, a narrar cuentos y leyendas. Cuando yo arribé a esta ciudad y me invitaron a integrarme a la reunión nocturna acepté de muy buena gana, sabiendo que el no hacerlo me acarrearía el desprecio general, además de que el hecho de oír historias distintas y originales ha sido siempre una de mis mayores debilidades.
     “La primera noche en que me integré, estaba hablando un hombre muy anciano, de cabellos largos y rostro muy arrugado por los soles y los esfuerzos. Contaba una historia a la que había dado inicio justamente esa noche. Decía así:

     “Mi historia se refiere a una ciudad a la que la leyenda ha asignado el nombre de Xanadú. Parece ser que esta aldea, al igual que tantas como ella, se encuentra bastante lejana con respecto a las demás, y unida a éstas por muy malos caminos. Por lo tanto, es frecuente ver en ella el casamiento de personas estrechamente emparentadas entre sí, y cuyos hijos pueden heredar muchos de los mismos rasgos y características de ambos progenitores.
     “Uno de los hechos, tal vez el más notable, y por el cual se ha hecho famosa hasta llegar a nosotros, narra que varios médicos han identificado a muchos de sus actuales habitantes como poseedores de ambas naturalezas humanas, es decir la femenina y la masculina, tan mezclada que resulta imposible definirlos con certeza como hombres o mujeres. En total suman cuarenta actualmente, y son todos descendientes, al menos por un lado, de una misma mujer ahora fallecida, y muchos de ellos pasibles de ser rastreados hasta ella tanto del lado materno como del paterno. Evidentemente, la señora en cuestión tenía en su ser “algo” distinto a la generalidad, y lo transmitió a muchos de sus descendientes. Con el tiempo, los descendientes fueron tantos que en algunos matrimonios celebrados dentro de la aldea ambos miembros de la pareja portaban ese “algo”, lo cual aumentaba cada vez más las probabilidades de que sus hijos se desarrollaran con ambigüedad en su naturaleza. De hecho, de los bisnietos originarios de esa mujer, uno resultó ambiguo; entre sus tataranietos hubo seis; entre los hijos de éstos, catorce; y en la generación siguiente, diecinueve.
     “Durante varias décadas, todos los individuos ambiguos nacidos en Xanadú eran identificados como niñas al nacer y educados en consecuencia. Pero hace unos ochenta años había ya tantos casos de “niñas” que se convirtieron en muchachos llegada la juventud, que los pobladores comenzaron a prestar mayor atención a los órganos de los recién nacidos. Desde esta época la mayoría de los individuos ambiguos fueron reconocidos como varones al nacer o durante la infancia, y criados como tales. Entre los de mayor edad, aún quedaban dieciocho educados como niñas.
     “Al llegar a la edad adulta, sólo uno de esos dieciocho mantenía su identidad como mujer. De joven se había casado con un hombre, que le abandonó al año. Los otros diecisiete gradualmente se fueron convenciendo de su masculinidad a causa de los cambios aparecidos en el cuerpo durante su juventud. Al principio objeto de burlas, sus confundidas familias finalmente los aceptaron como varones. Quince de ellos se casaron, en uniones donde los roles de pareja son los tradicionales y en general alcanzaron una buena aceptación. No diré que el cambio fue fácil o que no dejó mella emocionalmente, pero en Xanadú fue más completo y halló menos resistencia, por parte de familiares y amigos, que en otros confines del mundo”.

     “Al terminar esta historia –sigue escribiendo el viajero Odis—, ya nadie más habló esa noche, pues la mañana hizo su aparición por el horizonte de Levante y la reunión se disolvió hasta la noche siguiente, en que otro hombre habló, diciendo estas palabras:

     “Cuenta el ilustre Al-Sabbak que: “Una vez que Alah hubo creado el intelecto, le preguntó: ‘¿Quién soy?’ El intelecto permaneció mudo. Entonces, dios aplicó sobre su vista el colirio de la luz de Su unicidad. El intelecto abrió entonces los ojos y dijo: ‘Tú eres Alah, y no existe otra divinidad más que Tú’; ya que el intelecto no estaba capacitado para conocer al Todopoderoso, y sólo podía hacerlo por intermedio del Todopoderoso”.

     “Por otra parte, el insigne Al-Kharraz cuenta que cuando Alí accedió al poder, se compró una camisola y una faja de cinco dirhams. Como la encontrara muy larga de mangas, fue a pedirle a un zapatero remendón que le cortase la parte de tela que excedía el largo de su brazo. Y, concluye Al-Kharraz, no obstante el mismo hombre dividía el mundo en derecha e izquierda, es decir que el hombre más poderoso de su época era al mismo tiempo el más pobre y el más humilde.

     “Luego, un tercer hombre –escribe Odis— tomó la palabra esa noche, acaparando la atención de su público y hablando así:

     “Desde muy antiguo, el discípulo está unido a su maestro por un lazo doble de afecto y obligación. Esto es de todos sabido; pero lo que casi nadie conoce es una historia relacionada con esta norma, que implica que el discípulo obedezca todo aquello que le dicta el maestro, aún aquello que parece imposible o desatinado. Si el maestro lo pide, existe alguna razón. Y el discípulo debe aceptarlo, así como debe aceptar cualquier prueba y cualquier verdad.


(continuará...)
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