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Autor Tema: Opiniones sobre mis Relatos  (Leído 3720 veces)
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« : 29 de Julio 2004, 05:32:18 »

Bueno, como no encuentro un foro de literatura (sólo de poesía), aquí me dispongo a iniciar el envío de una serie de relatos breves compuestos por mí; o, mejor dicho, que me relataron a mí, y yo me ocupo de pasarlos por escrito y compartirlos con todos quienes deseen leerlos.
     El primero de mi pequeña colección lleva por título:

"UN PICAFLOR (COLIBRÍ)"

     Un día de Otoño de 1.996, sobre las once de la mañana, llegaron a nuestro taller de carpintería dos chicos vecinos que son hermanos. Ella, de nueve años, se llama Micaela; y él, de siete, Ezequiel. La joven traía envuelto, en una gran hoja seca de un árbol de esos llamados Plátano, el cuerpo de un colibrí, o picaflor, como le llamamos por estas latitudes; porque verdaderamente parece que pican las flores para surtirse del polen que éstas producen. Entraron, pues, hasta donde yo estaba, y Micaela me dijo:

  - Mira lo que encontramos en el jardín de casa; un picaflor muerto.

  - Estaba entre un montón de cenizas –agregó su hermano—, con muchas hormigas coloradas alrededor.

  - Se lo vamos a mostrar a tu mamá –dijo la joven.

     Ya que nuestra casa se encuentra lindera con el taller, al minuto estaban de regreso, y propusieron sepultarlo. Entonces yo tomé una pala de dientes para remover un poco la tierra, fuimos al patio de la carpintería, Ezequiel me dijo "Sepultémoslo aquí", y yo levanté parte de la gramilla y el suelo. Entonces Micaela colocó la avecilla en el fondo de esa improvisada tumba, amortajándole con la misma hoja seca. Luego volví a colocar con suavidad la tierra que había retirado, y entonces a Ezequiel se le ocurrió preguntarme:

  -¿Y después qué pasa?

  - Bueno... comienza a crecer la gramilla y vienen las lombrices.

     Me parecía que resultaría un tanto desagradable para ellos decirles "Se lo comerán los gusanos cuando la carne se pudra".

  -¿Y se va a la Luna? –volvió a preguntarme el niño.

     En primer momento esa idea me desorientó un poco, pero luego atiné a responderle: "Sí, como los pájaros son buenos, se van al Cielo". Y luego continué diciéndoles que, luego de muerta un ave, bajaba desde el firmamento un ángel, y le preguntaba si había tenido buena conducta y había sido buena en la Tierra. Naturalmente la respuesta sería "Sí, así es". Entonces el ángel regresaba a la bóveda estrellada y volvía acompañado de otro ser celestial. Así, ambos se llevaban el alma del pajarillo hasta la Luna. En el viaje, y para demostrarle a los humanos que el mismo es efectivamente realizado, es posible ver un trazo luminoso sobre el fondo de estrellas que dura un instante. Los que ignoran esta explicación dicen que es una "estrella fugaz", pero los conocedores de la verdad saben interpretarlo correctamente, y saben ver en ello un acto de piedad de Dios hacia sus criaturas. En el viaje, el alma del ave obsequia una pluma a cada ángel, para que así estos puedan adornarse las alas y el cuerpo, cumpliendo con gran alegría la tarea encomendada por el Creador.
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« Respuesta #1 : 29 de Julio 2004, 05:35:12 »

Aquí va mi segundo relato.

UNA CHARLA DE BIBLIOTECA:

     Todo aquél que me conoce sabe muy bien que soy un lector entusiasta, y que no pierdo la ocasión de leer algún libro cuyo tema me resulte interesante, aunque sea medianamente. Tampoco ignoran que soy socio de la Biblioteca Popular José Pedro Varela, de mi ciudad, con la cual me gusta colaborar frecuentemente donando alguno que otro trabajo de investigación, especialmente de Astronomía y sobre las grandes culturas precolombinas, a saber: Incas, Mayas y Aztecas; también acostumbro ir a leer un rato o solicitar en préstamo algún libro, así que casi no pasa semana sin que llegue a este local de estudio. Por lo tanto, es frecuente encontrarme con otras personas, y uno termina haciéndose muy conocido de la bibliotecaria, de otros lectores también asiduos, y de algún miembro de la comisión directiva.
     Así es como un día del mes de Junio o Julio de 1.996, a última hora de la tarde, llegué por allí, pero la bibliotecaria ya había terminado su horario hacía pocos minutos y se había retirado. Pero no estaba vacío ni cerrado el edificio, pues en el hall estaba sentado un hombre como de ochenta años, leyendo un librillo. Nos saludamos con un breve "Buenas tardes", y le dije "Ah, veo que la sala de lectura ya está cerrada y la funcionaria se fue. Yo traía estos libros como donación... Bueno, volveré mañana". El hombre me dijo "Sí, recién se fue"; había dado yo media vuelta para irme, cuando el señor continuó diciéndome: "¿Qué libros estabas por dejar? Yo puedo dárselos a ella mañana". "Ah, no se preocupe –respondí yo—. Regresaré mañana y se los entregaré". Lo que sucedía es que él era, y sigue siendo aún hoy, integrante de la comisión directiva, cosa que me comentó rato después.
     Le mostré el material que llevaba, él lo miró brevemente, hizo algún comentario que no recuerdo, se puso a hablar de un tema y de otro, y al rato me preguntó quién era yo. Me nombré, pero como no dio indicios de conocerme, nombré a mi padre y a mi abuelo paterno; entonces dijo "Ah, si, con tu abuelo fuimos muy camaradas de política. Don Álvaro... Sí, lo recuerdo...". Y se puso a hacerme algunas historias de familia. Luego la conversación cambió de tema, y se puso a hablar de la ciudad de Piriápolis, sus orígenes, su fundador el alquimista Francisco Piria, y me nombró muchos sitios especialmente seleccionados por éste como lugares fuera de lo común por sus características magnéticas, aunque no como entendemos hoy día el magnetismo, sino como lo entienden los místicos, es decir puntos de la geografía terrestre por donde corre alguna veta de agua especialmente benéfica para la salud, o donde es posible tener alguna experiencia de tipo espiritual, etcétera. En total me nombró siete sitios, entre ellos el Cerro del Toro, "donde, a pocos metros de la estatua en bronce del toro, hay una base de hormigón sobre la cual había la estatua de un león, actualmente desaparecida, ya que fue destruída cuando le cayó encima un árbol"; la fuente de Venus, "donde me paso horas extasiado contemplando la fuente. Antes de saber que este es un punto magnético, yo no me explicaba por qué ejercía en mí una atracción tan especial; ahora sé". También mencionó el Argentino Hotel, "cuya planta arquitectónica reproduce el símbolo astrológico del planeta Neptuno, dios del Agua, y en cuya escalinata exterior, junto a la vereda, pueden apreciarse dos estatuas; son dos leones alados, se llaman grifos, y tienen simbología alquímica". Otros sitios son el Cerro San Antonio y el Cerro Pan de Azúcar. Los sitios restantes no los recuerdo exactamente, pero sé que uno de ellos se halla en las inmediaciones de una iglesia abandonada, ruinosa y sin techo, junto a la carretera.
     Yo también conozco la ciudad de Piriápolis, y cada zona mencionada por él enseguida era reconocida por mí. Lo único que no reconocía era la base sobre la cual había estado ubicado el león del Cerro del Toro, que vine a conocer casi tres años después. Dicho felino había sido sustituido por otro, una burda representación de un puma, o algo así, "algo que no tiene nada que ver con el original, además de estar mal diseñado y mal hecho", según lo que me comentó tiempo después de esta primera charla.
     Parece ser que estos puntos magnéticos representan, en la geografía de la zona, a la constelación zodiacal de Acuario; de ahí que el agua estuviese tan presente en varios de dichos sitios: la Fuente de Venus, el Cerro San Antonio (frente a la costa), el Cerro del Toro, cuya estatua del animal taurino lanza un chorro de agua por su hocico.

     En total, estuvimos conversando por un lapso de aproximadamente una hora y media, tiempo que realmente pasó sin que me diera cuenta de ello, tan entretenida estuvo la charla. Lamenté en el alma tener que regresar a casa y no poder seguir escuchando a este hombre tan culto, tan entretenido en su forma de hablar, tan parecido a mí en su forma de pensar. Me había comentado, muy al pasar, su apellido, y también que era jubilado de odontólogo. Cuando llegué a casa y comenté el motivo de haber tardado tanto, y dije con quién había estado haciendo sociabilidad, me dijeron “Pero si, es el dentista Conde, concuñado del maestro Rolando; lo conocemos bien". El "maestro" es un cliente nuestro desde hace muchos años, y actualmente está jubilado. Fue maestro, y profesor de liceo y en el Instituto de Formación Docente.
     Después de ese primer encuentro con don G. Conde, he vuelto a encontrarlo varias veces más, siempre en la Biblioteca, y no puedo resistir la tentación de quedarme aunque sea unos minutos allí para saludarle y conversar con él. ¿Qué fuerza sobrehumana me hizo quedarme a charlar la primera vez con este hombre a quien yo no conocía, cuando tuve la posibilidad de retirarme inmediatamente al ver que la bibliotecaria ya había terminado con su trabajo y no regresaría ese día? Siempre me preguntaré lo mismo, dado que, desde ese día, mi enfoque de muchos hechos ha cambiado enormemente, y mi interés por algunas cosas ha aumentado grandemente, o simplemente surgió un amor especial (por ejemplo hacia la ciudad de Piriápolis) donde antes no había más que una sencilla simpatía. A veces, parece que una fuerza superior a todos nosotros (¿Dios?) nos pone a alguien enfrente nuestro, lo cruza en nuestra vida, para que dejemos de ser lo que somos y comencemos a ser "otro".
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« Respuesta #2 : 29 de Julio 2004, 05:38:16 »

OTRO ENCUENTRO MUY DIVERTIDO:

     Este caso ocurrió el Viernes 28 de Mayo de 1.999, también en la Biblioteca Popular José Pedro Varela, y tiene como protagonistas principales al mismo Conde, la bibliotecaria, y el autor. Eran aproximadamente las 18 y 30 horas cuando yo había llegado, para retirar unos libros dados en préstamo a la bibliotecaria, Lilián, para que buscara unos temas de su interés personal; estuvimos conversando por espacio de cinco minutos, a lo sumo, sobre estos libros, cuando llega este hombre, y lo primero que hace, después de saludarnos, es decirle a la Lilián "¿Y? ¿Cómo va esto?". Y se agacha para mirar un estante bajo el cual había una lámpara portátil encendida con una bombilla muy potente. Unos días antes, cuando estuve, vi que esa lamparilla estaba encendida dentro del armario, bajo el mismo estante. No recuerdo exactamente la respuesta de ella, pero a continuación don Conde le dice, con el modo más cómico que he visto y oído: "Si alguien te pregunta para qué es esto, le decís nomás que prendés esta luz para que el duende de la Biblioteca tenga buena iluminación para leer ahí adentro, porque no le gusta que lo vean cuando estudia. A la gente hay que decirle eso, porque le gustan los misterios, entonces hay que fomentárselos". Luego de esto, Lilián y yo no pudimos evitar largar una sonora carcajada, porque no nos habíamos imaginado la originalidad con que iba a salir hablando este hombre. Resultó muy divertido, sobre todo porque ni bien llegó ya dijo eso; se ve que el hecho lo tenía inquieto y no traía ningún interés en comentar por qué estaba esa luz encendida. Yo no pregunté nada  porque "a buen entendedor pocas palabras bastan", como dice el refrán. Parecía que don Conde me hubiera dicho "Si no has preguntado hasta ahora, entonces ya perdiste la oportunidad de averiguar".
     Luego vio los libros míos, y que estaba por llevarme de regreso a casa, y me dice "¿Y esos libros de qué son?". Le expliqué que eran los dos tomos del "Esquema de la Historia Universal" del escritor británico H. G. Wells, famoso por sus obras de ciencia-ficción. No podía creer él que este autor hubiera compuesto una obra de historia, así que los observó con avidez por unos minutos. El volumen número uno está bastante deteriorado, porque a la persona que me los regaló se le había humedecido; lo había tenido guardado en un armario al cual le entró humedad, y el libro en cuestión tenía manchas de hongos.
     "Estos libros deben tener más de cien años", me dice. "No, porque la obra termina comentando los últimos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial", le comento yo. Él seguía examinando el tomo primero, y me insiste: "¿Estás seguro? Pero mirá como está... Parece que hubiera estado metido en un gallinero...". Entonces le expliqué lo del mueble con humedad. "Ah, entonces sí". Cuando se fijó bien en la fecha de impresión y el país de origen, viendo que decía "1.949, Argentina", me explicó que en aquella época gobernaba J. D. Perón en aquel país, no permitía la importación de muchas cosas, y el papel fabricado debía ser "industria argentina". "¿Te das cuenta? Es papel de diario, el más barato. Por eso está tan deteriorado".
     Luego se puso a hablar de una cosa y de otra, pues tiene la entretenida costumbre de charlar mucho. Le gusta. Y resulta gracioso oírlo conversar, porque siempre son temas lindos; y aunque no lo sean, se hacen muy llevaderos por el modo con que trata cada caso. Como es un hombre alto y más bien grandote, y acostumbra hacer muchos ademanes con los brazos y moverse de acá para allá, a fin de cuentas resulta divertida cualquier cosa que diga. Más que oírlo, también es necesario verlo hablar. Sus gestos son una parte esencial de la conversación.
     A continuación se puso a comentar sobre los derechos humanos, de qué manera han sido pisoteados durante toda la historia de la Humanidad, y a este tema lo enlazó con las religiones, criticando a izquierda y derecha a los libros, profetas y religiosos, siempre con su manera tan amena que obliga a reír aún a aquél que profese una cierta simpatía por el tema criticado. Yo, para no contrariarlo ni cortar aquél discurso tan cómico, tuve la precaución de asentir en todo momento y mostrarme propicio y partidario de sus afirmaciones, aunque en algunos puntos discrepara con su opinión. "Más vale mal amigo que enemigo", pensaba, aunque no me sentía herido ni por lejos con lo que él decía. "Total –consideraba yo en ese momento— no gano nada discutiéndole, y si le llevo la contra corro el riesgo de que deje de hablar sobre eso, con lo cual me estoy divirtiendo de todos modos".
     A esa altura de la conversación ya eran casi las siete de la tarde, la bibliotecaria había comenzado a guardar los libros y otras cosas (porque la Biblioteca cierra a las siete en punto), y yo me había desplazado unos pasos para tomar un libro que me interesaba ojear. De esta forma, Lilián había quedado a la izquierda de don Conde, y yo a la derecha de él; así que cuando se dirigía a ella me daba la espalda a mí, y viceversa. Cuando le hablaba a Lilián, yo aprovechaba a sonreír, divertido con el caso, con lo que ella también se reía.
     Finalmente, pasados cinco minutos de las siete, la bibliotecaria se retiró a su casa, yo me despedí de nuestro amigo, que quedó encargado de la Biblioteca no sé por cuanto rato ni por qué motivo, y retorné a mi casa con mi madre y mi padre, a ver televisión junto a la estufa. Una divertida jornada laboral tocaba a su fin.
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« Respuesta #3 : 29 de Julio 2004, 05:39:22 »

UNA PICARDÍA ESTUDIANTIL

     Pocos días después del comienzo de las clases, una tarde del mes de Abril de 1.991, cuando estaba en segundo año del curso de Instalador Eléctrico en U.T.U., de mi ciudad, un Viernes, todos mis compañeros de estudios y yo estábamos esperando que llegara la profesora de dibujo, que debía viajar en ómnibus desde la ciudad de Juan L. Lacaze. Habíamos tenido un recreo de 10 minutos hasta las 18 horas, momento en que debía dar comienzo esta materia, pero por lo general el ómnibus llegaba a la agencia, distante una cuadra del centro de estudios, unos cuatro o cinco minutos después de esta hora.
     Entonces, con toda picardía, todos los compañeros, en total ocho, acudimos a la secretaría y con cara de inocentes dijimos "La profesora de dibuja parece que ya no viene, ¿podemos retirarnos cada cual a nuestra casa?" Esto fue dicho con toda mala intención, porque sabíamos de sobra que la profesora llegaría de un minuto a otro. Como la respuesta fue afirmativa, tomamos nuestros cuadernos y salimos "volando" de allí.
     Al Martes siguiente, cuando nuevamente tuvimos clase de dibujo, junto con la profesora entra al salón de clase el director (que había sido profesor nuestro el año anterior), y con una sonrisa nos dice "Muchachos, ¿qué pasó el Viernes?" "Y... que nos fuimos, nomás", contestó un compañero. Todos largamos la risa. ¡Ya éramos mayores, todos teníamos alrededor de 18 o 19 años, y no teníamos por qué darle explicaciones a nadie de lo que hacíamos o dejábamos de hacer; menos aún al director. Otro compañero continuó diciendo "Teníamos ganas de irnos, y nos borramos; sólo eso". Como el rector vio qué simpleza había en todo eso, decidió no seguir profundizando más, porque ya había llegado al fondo del asunto. Entonces, se retiró. Luego, la profesora, de nombre Sandra, nos dijo: "A mí me vino bien lo que hicieron, porque yo llegué al salón, vi que ustedes no estaban, les puse inasistencia a todos, firmé el cuaderno de asistencia de los profesores y me tomé el ómnibus de regreso a mi ciudad. Total, esa clase que debería haberles dado, la cobro igual, sin haber trabajado. No me acordaba bien del nombre del curso en el que tenía que dar clase, pero recordaba que en el grupo había un alumno de patillas, así que fue ese el detalle que di para que el director lo recordara". Dicho esto último, mis compañeros me miraron todos como "con cara de matarme" pues era yo el alumno de patillas que ella había recordado, y se burlaron un poco de mí, pero el incidente no pasó de eso.
     En definitiva, todos terminamos contentos: la profesora cobró sin trabajar ese día, nos puso una sola inasistencia, nosotros nos divertimos sanamente (no rompimos nada ni nos pusieron sanción disciplinaria alguna), y llegamos a casa un rato antes de lo común.
     Son cosas que uno hace cuando es adolescente y estudiante...
     Picardías de muchachos...
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« Respuesta #4 : 29 de Julio 2004, 05:40:18 »

UN ENCUENTRO FUGAZ CON EL DIABLO:

     Esta que voy a presentar ahora es una de esas tantas historias sin fecha, sin ubicación, sin edad, de las que nadie puede saber gran cosa más allá del incidente mismo, cuyos protagonistas no puede imaginarse uno si son reales o si son encarnación de uno de esos tantos ideales o arquetipos, que representan no se sabe qué cosas o personalidades. Cada sujeto puede encarnar en realidad a muchos otros hombres y mujeres, pequeños héroes de la vida cotidiana en la medida de sus posibilidades.
     Pasamos, pues, a la historia medular, que en esencia dice así:

     En una época difícil de precisar, pero que se cree cercana al año 1.750, en una estancia del norte de la Banda Oriental, en lo que actualmente podría ser el departamento de Artigas o Salto, aunque bien podría ser también la zona de la margen derecha del Cuareim, ya en actual territorio brasileño, había ocurrido una gran mortandad de ganado lanar, ocasionado sin duda alguna por unos de los últimos pumas que todavía quedaban en la región. Es sabido, y nuestro inmortal escritor Horacio Quiroga así nos lo dice en el relato "Los bebedores de sangre" de su obra "Cartas de un Cazador", que los pumas dejan cualquier alimento por beberle la sangre a las cabras o las ovejas. Eso último parecía haber ocurrido en esta ocasión.
     Así es como salieron en su búsqueda Jesús Malacre y dos hombres más: Américo Benedetti y otro del que se ha olvidado el nombre, pero sabemos que era de apellido González. Con esta forma de vida, no es de extrañar que pasaran la mayor parte de los días y las noches, como camperos que eran, acampando en cualquier sitio, ya a campo abierto, ya en el monte cerrado, o entre las serranías pobladas de "chilcas" y "yerba de las piedras". Don Jesús Malacre en especial, estaba acostumbrado a vivir en ese mundo de asombrosos parajes y personajes sobrenaturales, y era lógico que un día terminara visitándolo el diablo o el "maligno", como él le decía. Y esa ocasión se presentó cuando andaban en busca de los pumas en el norte de la Banda Oriental.
     Lo curioso de este hecho es que hubo testigos; no es conveniente abrir opinión sobre lo acontecido, pero el hecho es éste: González Sosaya, un hombre oriundo del actual departamento de Río Negro, y Américo Benedetti, un veterano montaraz que monteaba allá donde lo llamaran, corroboraban, ante quien quisiera oírles, el relato de Malacre.
     ¿Quién era y cómo era el "maligno" que visitó a Malacre? Un hombre alto, vestido con andrajos y una melena que le tapaba prácticamente la totalidad de la cara. Apareció súbitamente una noche en el campamento junto a las edificaciones de la estancia, sin que ninguno de los tres paisanos, de oído muy fino y gente muy "advertida" como se dice en campaña, hubiera sentido su aproximación. Los perros tampoco ladraron ¿Por qué? Nadie lo sabe.
     Los tres hombres estaban junto al fogón. El extraño se acercó y no dijo nada. Malacre le preguntó qué deseaba y el individuo miró el fogón, lo señaló y dijo "Agua caliente". Malacre reflexionó un poco y llegó a la conclusión de que el visitante quería un té. Agarró una lata vacía, la llenó de agua y la puso a calentar mientras buscaba algo de té. Lloviznaba y empezó a hacer frío, cosas que generalmente suelen ocurrir en el caso de las misteriosas apariciones, según después averiguó.
     Al rato, el agua hierve y Malacre, protegiéndose las manos con un trapo, aparta la lata del fuego y la pone a enfriar un poco mientras le agrega azúcar y revuelve. Pero el visitante, sin esperar y sin ninguna precaución, la toma en sus manos, y llevándola a la boca de un sorbo tras otro consumió todo el contenido hirviente.
     Los tres paisanos quedaron despavoridos. El hombre seguía callado. Malacre le preguntó si quería "repararse" de la lluvia, es decir protegerse del aguacero que se avecinaba; a lo que el visitante asintió con un movimiento de la cabeza, sin hablar. Se le condujo a un galpón lleno de bolsas de papas y de cebollas y junto a unos cajones donde el hombre se "sucuchó".
     Junto al fogón, los tres paisanos comentaban que no había garganta humana que pudiera ingerir ese té a esas temperaturas. Llegaron a conjeturar que sólo el "maligno" era capaz de ello. Esta presencia diabólica se vio confirmada de alguna manera cuando al otro día los tres fueron al galpón antes de la mateada, entre dos luces (es decir antes del amanecer) y allí no había nadie. Había lloviznado toda la noche, y todo era barro en la zona. Los tres eran veteranos hombres de monte y Malacre el mejor rastreador desde el "Río das Mortes" hasta acá. No podían estar equivocados.
     Nadie pudo ver ningún rastro de salida del galpón para parte alguna.
     Entonces... ¿era el diablo... no?
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« Respuesta #5 : 29 de Julio 2004, 05:41:43 »

UN CUENTO DE GITANAS, TOTALMENTE VERÍDICO:

     Esta historia me la contó el mismo protagonista hace unos años, en 1.997. Un año antes de que ocurrieran los hechos, el dueño del campo, don Enrique, había encargado que le hiciéramos unos trabajos de carpintería para su casa, específicamente unos cajones para cortinas de enrollar. El día que fuimos a realizar la instalación, le ponderamos un par de acacias que tenía como decoración en el frente de la casa, y con las que él se mostraba especialmente contento. Eran dos árboles que amaba.
     Tiempo después, en el año mencionado al principio, debimos regresar para hacerle otros trabajos, y vimos que faltaba una de las acacias. No necesitamos preguntarle nada. Él mismo nos contó, diciéndonos "¿Vio? Falta uno de los árboles". "Sí, qué lástima. ¿Qué pasó?, le preguntamos. "Lo más insólito. Al comienzo de la primavera del año pasado, cuando habían empezado a brotar –se refería a 1.996—, cayeron tres gitanas ofreciendo lo que venden siempre: cacerolas esmaltadas, joyas baratas, y todo eso. Como no les compramos nada, quisieron adivinarnos la suerte. Les dijimos que no, y pidieron alguna monedita 'Pa'l nene, que quiere caramelitos'. Como le dije que se dejara de molestar y que se fuera, me contestó 'Ya te voy a secar ese árbol que tenés ahí'. Yo no le hice caso y reanudé mis actividades, porque enseguida se fue después de eso. Pues bien, antes de que pasara un mes a ese árbol se le empezó a secar una rama, y a los quince días otra. Yo lo podé para que no perdiera el vigor, pero no hubo caso. Cada semana se le moría una rama distinta. Al final, lo tuve que cortar todo, y allá tengo el tronco secándose para hacer leña".
     Parecía cosa de "Mandinga". ¿Cómo es posible que una persona pueda hacer que un árbol muera con sólo mirarlo y decirlo así nomás? Y que es cierto, es; porque el hombre no es un tipo de andar con mentiras ni exageraciones ni pavadas. No le gusta andar mintiendo, ni le sirve, de la misma manera que no le conviene a nadie, realmente. Pero el hecho ocurrió así como yo lo cuento ahora ¡y que no es cuento ninguno!
     Y este señor termina diciendo: "Yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay. Siempre me costó mucho creer en las famosas 'maldiciones gitanas', pero esto va más allá de una explicación lógica para mí. Realmente no lo entiendo si no es por medio de que hubo alguna agüería gitana. ¿No les parece?"
     Creo que tiene mucha razón, don Enrique.
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« Respuesta #6 : 29 de Julio 2004, 05:42:38 »

UNOS CASOS RARÍSIMOS:

     Estos hechos, según he podido averiguar por varias maneras, y a través de muchas personas, han ocurrido muy a principios de siglo, cuando aún la gente era muy supersticiosa de las cosas más sencillas y de explicación más simple. Parece ser que en una estancia de lo que actualmente es el departamento de Cerro Largo vivía una señora de muchos años, tal vez ochenta u ochenta y cinco. Ni siquiera ella misma sabía su edad exacta, pues no conocía el año ni la fecha de su nacimiento. Únicamente tenía la certeza de haber nacido "en el verano", como le habían dicho dos o tres veces en su niñez. Pues bien, esta anciana vivía con sus siete hijos, todos varones, aunque sus vecinos más ancianos recuerdan haberla visto embarazada más de siete veces. ¿Qué había ocurrido en esas ocasiones? Nunca se supo, y no creo que llegue a saberse jamás, pero supongo, y creo no estar muy errado en mi idea, que los otros nacimientos ocurridos habían traído niñas al mundo, y ella sólo desearía varones para que le ayudaran en las tareas rurales.
     Porque un hecho está bien comprobado y sobradamente documentado: nunca se casó ni se le conoció esposo o concubino alguno. Jamás, al menos que se supiera, pasó por aquella casa hombre joven alguno capaz de tener descendencia con aquella mujer. Los únicos que ocasionalmente se veían eran tres ancianos mayores que ella, presumiblemente tíos o primos lejanos; o algún que otro niño, que no se volvía a ver cuando alcanzaban los diez o doce años. Pero adultos jóvenes jamás, excepto sus propios hijos. Y mujeres, mucho menos.
     ¿Qué ocurría, pues, con aquellas criaturas que nacían y nunca más volvían a ser vistas? Posiblemente las daba a algún matrimonio sin hijos; o tal vez algo peor... Esto nunca se sabrá, y lo mío no es más que una triste hipótesis. Pero ¿quién propone algo mejor?
     Cuando esos hijos crecieron y se hicieron hombres, permanecieron siempre en la casa materna, viviendo juntos con esa madre tan ruda, tan poco dada al trato con otras personas que no fuesen exclusivamente de su familia. Un día, por allá cerca de fines de Agosto, uno de tantos, mientras se desataba con todo furor el temporal de Santa Rosa, que acostumbra durar una semana o diez días, y siempre viene "seis meses antes o seis meses después", según señala el dicho popular, ocurrió que se les terminó la galleta para acompañar la clásica mateada matinal. Como no podían vivir sin ese alimento esencial, considerado "básicamente básico" por todos ellos, mandaron a uno, el más joven, que le saliera a buscar por donde pudiera encontrarle.
     La cuestión es que estuvo tres días recorriendo la campiña, de pulpería en pulpería, de casa en casa y de una estancia en otra, hasta que logró hallar alguna que otra hogaza. Luego, desde ese instante hasta el momento del regreso a su vivienda junto a los hermanos y la madre, tardó tan solo un día y medio, nadie supo por qué. Pero de nuevo aquí la respuesta es clarísima, y demuestra la ignorancia de todos ellos: la distancia que separaba el comercio donde compró los panes hasta su casa era, efectivamente, de un día y medio. Pero como él estuvo recorriendo la zona de un lado a otro, debió invertir mucho más tiempo que el necesario para el regreso.
     Cuando, finalmente, estaba ya a la vista de su familia, que le esperaba con gran nerviosismo cada hora que pasaba –no se imaginaban cuánto había tenido que andar para conseguir tan poco— otro gran vendaval de agua, viento y relámpagos se desató sobre la zona, extendiendo un gran telón de lluvia en la región. Y para colmar el espectáculo, un certero rayo vino a caer justo al lado del hermano viajero, que lo arrojó, por la fuerza del choque contra la roca, a varios metros del caballo en que viajaba. Sólo se salvó por haber caído sobre un grueso colchón de barro y gramillas mullidas, que amortiguaron el golpe. El caballo, desbocado por semejante cosa, salió disparado directamente hasta la casa, donde todos daban por muerto al jinete, que terminó apareciendo, al cabo de unos cuantos minutos de angustiosa espera, luego de recuperarse del desmayo que, sin embargo, había alcanzado a sufrir tras la caída.
     Con las experiencias recibidas, al año siguiente, y por muchos más, ya no  volvió a faltarles el pan para esa época del año.
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« Respuesta #7 : 29 de Julio 2004, 05:43:38 »

UN HECHO INEXPLICABLE:

     En 1.996, en un diario capitalino de la mañana, leímos una misteriosa noticia: un extraño ser de apariencia humana, con el cuerpo totalmente cubierto de pelo espeso, sin ropa, de estatura en torno a un metro y medio o algo menos, merodeaba una región boscosa de la zona sur del departamento de Canelones. El informe resultaba tanto más extraño en cuanto que esa región dista tan sólo 50 kilómetros de la ciudad de Montevideo.
     Causa sorpresa, también, que a tan corta distancia de dicho centro urbano, tan densamente poblado, puedan existir lugares tan absolutamente vírgenes, desde el punto de vista de su exploración, como para que puedan dar alojamiento a criaturas extrañas al extremo de no saber qué pueden ser. ¿De qué se trataba realmente? Algunos llegaron a decir, pasados treinta o treinta y cinco días, que sería algún adolescente bromista que se había disfrazado, o incluso un hombre muy pequeño que habría tenido la desgracia de nacer con el cuerpo cubierto de vellosidad, por lo cual siempre hubo de vivir escondido del resto de los mortales, por vergüenza de sus familiares; lo cual, a entender de muchos, no justifica que se viera desplazado a vivir (sobrevivir, podría decirse) sin el más mínimo vestigio de vestimenta y en medio del bosque, como un verdadero animal de monte.
     Para otros muchos, la absoluta mayoría de los que se interesaron por el caso y dieron una opinión al respecto, se trataría de una especie de criatura aún sin clasificar por parte de la Biología, o incluso un ser proveniente de otra dimensión del espacio o del tiempo.
     Parece que este "fenómeno" (¿de qué otra manera clasificarlo?) fue observado por varios testigos en diversas ocasiones, e incluso llegaron a hacerse algunos bocetos un tanto rústicos del mismo, pero no llegó a ser fotografiado ni filmado, así como tampoco pudieron obtenerse copias de sus huellas ni restos de su pelambrera o heces, como para poder ubicarlo, de alguna manera, en algún sitio de la clasificación biológica.

     Sin embargo, si bien este es el único caso del  que he llegado a tener noticia aquí en Uruguay, han ocurrido otros similares en Puerto Rico, donde es muy común ver criaturas como la descrita anteriormente. También tengo noticias que en Estados Unidos ocurrió algo similar. ¿Qué misterio esconde este tipo de seres? ¿De dónde viene? ¿Qué orígenes tiene?
     Estos son nuevos elementos, muy contundentes, que están demostrando que nuestro mundo es mucho más complejo, y difícil de entender, de lo que estamos acostumbrados a ver en líneas a veces descriptivas de la vida en el antiguo territorio de la Banda Oriental; o mejor, deberíamos decir de la riqueza biológica de nuestro país. Quizás los árboles nos hablan un idioma que no entendemos. Por ahora, podemos decir que reina y gobierna el silencio, y que aún, sin quererlo, hay un secreto oculto.
     Este relato, que tan bien huele a leyenda, a cuento ficticio con visos de fábula que se relata en las frías noches de invierno junto a la estufa antes de ir a dormir, sin embargo no tiene el más mínimo punto de falsedad. De todos modos, nadie está obligado a creerlo.
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« Respuesta #8 : 29 de Julio 2004, 05:44:42 »

¿UN TRIÁNGULO DE LAS BERMUDAS EN LA COSTA DE ROCHA?

          Hace algunos años, en 1.995, mientras estaba con mi madre y mi padre haciendo turismo en Punta del Este, una mañana andábamos paseando por la rambla portuaria y decidimos descansar un rato sobre el muro de la escollera, cuando acertó a sentarse junto a nosotros un hombre bastante mayor, como de 70 años, que se puso a conversarnos de lo que siempre hablan las personas que no se conocen: que el día lindo, que dónde vivimos, que si hacía días que estábamos, etcétera. Se ve que el tipo tenía ganas de conversar, porque a continuación nos relató algo que, si bien me asombró, no me resultó demasiada novedad. Comentó que él había sido marino y ahora estaba jubilado de dicha actividad. Y una vez, frente a las costas de Rocha, habían hecho la experiencia de dejar el barco (de casco metálico) a la deriva, para ver qué sucedía. Evidentemente ya tenían oídas de que algo fuera de lo común ocurría en esa zona, y entonces estaban preparados para obrar de acuerdo a ello. Ocurrió que, en contra de lo que comúnmente sería de esperar de acuerdo al viento del momento, las corrientes marinas o el oleaje, el buque comenzó a derivar hacia la costa, hasta que en determinado momento, cuando consideraron que se acercaba peligrosamente a las rocas, pusieron en marcha los motores y se alejaron hasta una distancia segura.
          Varias veces el hombre nos hizo mención de la "costa magnética", y las "rocas magnéticas" de ese tramo de la costa rochense. Yo ya sabía algo de eso, puesto que en el libro "El Triángulo de las Bermudas", del investigador Charles Berlitz, se hace mención a 12 sitios con aberraciones magnéticas, repartidos de modo equidistante sobre la superficie terrestre. Uno de esos lugares es el famoso Triángulo de las Bermudas. Otra zona estaba señalada justamente en la desembocadura del Río de la Plata y sur de Brasil. La lectura de ese estudio en el libro me había llenado de asombro, ya que nunca antes, ni después, había vuelto a encontrar, leer u oír algo similar; incluso llegué a considerar que el investigador estaba en un error al señalar nuestra costa atlántica como sitio de alteraciones de esta clase. Sólo cuando este marino nos contó lo sucedido a él, experiencia que convivió con otros compañeros suyos, me convencí de la veracidad del libro. Es un testimonio excepcional, de primera mano. No creo que este hombre mintiera, no tenía razones para hacerlo, y en cambio se veía respaldado sin saberlo por dos investigadores de la talla de Charles Berlitz e Iván Sanderson. La teoría se veía respaldada así por un hecho práctico de primera calidad.

          Sorprendente, pero verdadero. No sería nada extraño que muchos naufragios hayan tenido como causa este tipo de alteraciones geomagnéticas. ¿Por qué no? Donde esta predisposición haya sido ayudada por algún factor climático y/o humano, ya no se necesita más para que ocurra un desastre marítimo.
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« Respuesta #9 : 29 de Julio 2004, 05:45:59 »

UN ITALIANO MAGNÍFICO

     Hace unos cuatro años, creo que en 1.998, le hicimos una puerta de calle (zaguán) a un anciano de origen italiano. Esto no tendría nada de novedoso ya que se trata de nuestro oficio, si no fuese por el hecho de que fue combatiente en el frente ruso durante la 2ª Guerra Mundial. Entonces me relató que, siendo nacido y criado en Siracusa, Sicilia, durante el reclutamiento de soldados se les preguntaba qué oficio conocían. Con tal de salvarse de ir a combatir al frente de batalla, él respondió "Soy carpintero"; entonces lo llevaron a un taller para que confeccionara un trabajo de ensamble entre dos maderas. Estuvo allí algunas horas, hasta que se dirigió a su capataz y le dijo "Mire, yo no sé hacer esto, no soy carpintero".
     Conclusión: terminó combatiendo en el frente ruso, no como militar sino como ayudante en los aviones. Luego de la guerra se vino a nuestro país, donde formó su familia. En sus posteriores años como emigrado italiano en nuestra tierra, conoció a un tal Álvaro Rodriguez Arroqui, ¡quien sería mi abuelo paterno!
     Sorprende ver cómo hay veces en que la vida parece que uniera a una persona con una familia durante varias generaciones. Este señor, de nombre Giuseppe (José) después conoció a mi padre, y con el paso de los años llegó a conocerme a mí, y me narró esta historia de su vida.
     Entonces él me decía: "Si no fuese por esta pensión de guerra que cobro de Italia, y me llega por medio de un giro bancario de 900 dólares americanos cada dos meses, no habría podido más que hacer una reparación muy económica de esta puerta". Porque, en tiempos de paz, su ocupación era la de camarero en un bar, si bien no recuerdo en qué ciudad o país.
     También recuerdo sus palabras narrándome la manera en que mi abuelo Álvaro le aconsejó bien sobre el sitio donde construir su vivienda, y la manera de edificar la casa. Y no me olvido su alegría y emoción al comentarle yo mi ascendencia puramente italiana por parte de mi madre (Olgiatti). Cuando, después, conversó con mi padre, don Giuseppe le decía “Ah, no se imagina la alegría que me dio su hijo al comentarme que es descendiente de italianos, qué alegría, qué buena noticia...” Se notaba su emoción sincera.
     Era un hombre muy lector, apasionado admirador de Dante Alighieri, de quien poseía la colección completa de sus obras, entre ellas "La Divina Comedia". Como mamá también la tiene y en esa época yo la tenía casi toda leída, pudimos conversar al mismo nivel sobre los distintos casos y cosas que allí se refieren. En la conversación también estaban la esposa y uno de los nietos de ambos, que nos escuchaban asombrados de vernos tan entusiasmados con la charla, bajo el verde parral, en plena Primavera.
     Recuerdos que no se borran de mi memoria, recuerdos hermosos que a uno a veces se le escapan del recuento diario y del balance anual que se hace para ciertas fechas, pero que es preciso no olvidar. Así, ¿quién no se convierte en escritor, cuando la principal protagonista es la vida misma?
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