Canela
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PeterPaulistic@
   
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Saber que existes me llena de vida.
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« : 21 de Mayo 2004, 00:32:48 » |
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Ni libertad espero del recuerdo, ni clemencia. Tampoco las deseo. Saqueo sábados, estreno semanas y deshabito meses bajo la misma negra astronomía de tu falta, y no hay luna que suplante aquella que tu voz me ofrecía, cuando el deseo te subía de lo más hondo de la garganta a la mirada. Pues amé, otra fui, y a su dictado convalezco culpable. Escribo esclava de dolientes cielos y entre verso y verso bebo los avaros vinos del ayer que por patria el alma quisiera para siempre. Ni guardo piedad de la nostalgia, ni la pretendo. En el privilegio vivo de saberme inconsolable.
Nunca tuvieron más alto destino mis días que añorar en cada hombre tu imaginado aroma, ni cumplí yo mayor singladura que saber tigre mi sangre por la alcoba del deseo, ese combate, esa embriaguez que nos libera al fin de ser siempre víspera y de ser promesa. Jamás hubo mejor camino en el que extraviarme, ni me alcanzó sueño más dulce que descubrirme aún despierta, al alba, dando nombre de piélago a la curva de tus labios serenos. Cuanto amé lo fecha a diario tu falta. Preciosos azares perdidos a los que hoy adeudo al pretenderte en tantos espejos, en cada caricia y en toda espera.
Cuesta una vida creer que sí pronunciaré una tarde, casi remota, tu nombre. Cuesta creer que, una noche, ni lo pronunciaré siquiera, cuando sólo me viene nutriendo el hambre de verte en sueños y la vigilia, por deshoras, tan solo depara tregua para volver al más proceloso combate perdido de anhelarte. Cuesta aceptar, que acaso vendrá, con los días, el consuelo, si ya cumplo eternidades maradentro del llanto, y ningún litoral vislumbro donde dormir al sol el ciego corazón aciago.
Di, confortame y dime, cuántos hombres, en una sola noche, o qué único individuo, durante cuántas noches, bastarán para que yo al fin no sufra en cada rostro tus ojos centinelas de los columpios, los filos y otras cosas que también vienen doliendo desde la infancia. Para que en todo sonido jamás aparezca un asomo de aquel timbal de tu voz con el que dijiste “te quiero” sobre la sábana de un sábado al alba y para que el aire no me traiga el aroma de tu cruel manera indecisa de irte sin anunciarlo.
No hay nada tuyo más allá de lo perdido. El mayor fervor reclama, al cabo, el mayor olvido. Cómo deseo ahora otra noche de más dulce suerte para este corazón sin ti desnortado, cómo otra hora, ojalá inacabable, y nunca ésta, confín de lo tan huérfano, por donde acaba cercándome en círculo el eco de tu nombre, que no cesa. Naufraga me veo de cuanto amé contigo, rehén de aquel desvarío. Todo y siempre, en la vana huida, me lleva a la emboscada que soy por no lograr olvidarte.
Bien sé que sólo lo amado puede dañarme. Así fue y así será. Si temblé ante todo mar o me estremecí con músicas que viví abrazada o frecuenté sin mesura la mansa maravilla de un desnudo, lo hice aceptando también el milagro de cada pérdida, que colma la memoria, esa vasta geografía misteriosa que nos hace únicos e innumerables, como el sueño. Jamás me arrepentí, ni lo haré. Sé, acaso sin ira, que no es tal el paraíso que no acaba, y que nada existe si luego no nos ahoga su nostalgia.
Sin premio te perdí, sin queja he de recordarte. Tu falta es el imperio de verme sola y en la adversa noche que asoma no sorprende el silencio a ésta que por tu ausencia se mortifica sino a ésta otra, la más dichosa que se celebra por haberte encontrado. Con el adiós que me dieras, mío te condenaste para siempre. Me pregunto, dónde, en qué delirio o destierro, vagan hoy los enamorados que aún pudimos ser, dónde, al fin ajenos al tiempo y a esa otra tiranía, la tristeza, de cuyos hondos alcoholes han acabado haciéndose nuestras almas las más ebrias frecuentadoras. Y en qué fiesta o blanca resaca de fiesta, los dichosos que antaño sí nos sentimos, perseverantes en el beso como si éste no fuera el mismo dios que con la misma soberbia medida ofrece caricias y da venenos. Cuando por ti me preguntan, respondo como si aún no te hubiera perdido y así borro la insospechada noche en que tu boca diera un último adiós a mi desconsuelo. De esa ilusión se alegra el paso, mientras a casa regreso, y la mano que busca la llave no padece la pereza de los solitarios sino el ansia de hacerse de nueve caricia errante por tu cuerpo a través del teléfono. Hasta creo oír, tras la puerta, el alboroto de tu risa alejando la oscura hermandad de las penitentes cosas solas que me esperan en silencio.
De cualquier forma podías haberte llamado, Antonio, Paco o José. Ya poco importa. Tu amor, por el que de nuevo viví, promovió la memoria que hoy me mata. En otras horas podrías haber aparecido, más umbrío tal vez, o quizá menos dulce, y mi corazón, ese suicida, del mismo desatado modo te habría consentido su dueño. Fuiste todos durante seis meses, mas uno eres, al que debo el olvido. Mejor venganza no me queda. Ni peor infierno.
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