Afiebrado, erguido y con la mirada perdida. Así, pensativo y ausente, escuchaba voces que le repetían, una y otra vez, ¡escribe! ¡no dejes la literatura! ¡escribe! Le hablaban sus profesores, su madre, aquella novia que tanto leía en la cama, aquel amigo bienintencionado, aquellas voces desconocidas... ¡Escribe! ¡Escribe! ¡Escribe! Luego vino el dedo índice en el pecho, la llamada (¡eh!) y la petición plena de hartazgo:
-De pollo, le he dicho de pollo.
(Microcuento de esos que me gustan a mi, escrito por Hiperbreves y leido en esas interneses de Dios)
