Me esforcé desde el primer día. Leí y escribí hasta desfallecer. Deseché, pulí y perfeccioné cada frase, cada párrafo, cada relato. Me convertí en un orfebre de la palabra, en un tallador de cuentos, en un miniaturista de la gran literatura. A pesar de mi innegable vocación y mi denodado sacrificio, nunca mis libros han cosechado ni premios ni el elogio de la crítica. Jamás me han reseñado en los lugares importantes ni me han abierto las puertas de los clubes de escritores. Aún me miran por debajo del sobaco, me ignoran y me desconocen. Frustrado, he barajado el suicidio y el asesinato múltiple; pero al final he optado, no sin dudarlo, por la paciencia. Dentro de tres meses cumplo diecisiete años y me paso a la novela.
(Microcuento de esos que me gustan a mi, escrito por Hiperbreves y leido en esas interneses de Dios)
