Jorge58 (sin comentarios)
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« Respuesta #4 : 22 de Junio 2009, 00:13:17 » |
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(del diario Olé)
Es, por excelencia, el torneo más antiguo y más prestigioso de la historia del deporte blanco, como lo llaman los ingleses. Ahí, en esas tierras del Reino Unido, se crió y desarrolló el tenis. Como el fútbol, sí, siempre ellos adelantados al resto... En fin, Wimbledon fue, es y será único. Por su edad e importancia como dijimos, en primer lugar, por ser el único de la categoría que se juega sobre el verde pastito, por su negación a la publicidad en las canchas, por su prolijidad (imagine que si está sentado en la platea zarandeando su cabeza hacia ambos lados y necesita levantarse para ir al ñoba tiene que avisarle antes, por obligación, a todos los que están a su alrededor) en todo sentido, en cada detalle, y por sobre todo por sus costumbres. Ésas que ni un techito movedizo puede opacar...
La nueva cubierta de la Pista Central es la estrella del momento en el All England. Retráctil ella, traslúcida y de 1.000 toneladas, nació para espantar viejos karmas relacionados con las precipitaciones molestas, siempre dando la nota en momentos inadecuados (inoportunas, interrumpieron dos veces la final entre Nadal y Federer de la edición 2008, como último antecedente). Sólo en diez minutos se habilita (igual habría que interrumpirlos, vio), pero tarda otros 20 o 30 en regular la humedad y evitar la condensación, para que no le caigan gotitas a Roger en los ojos (por pensar alguna situación, claro) cuando esté ahí de sacarle el número uno a Rafa. Y tiene 120 farolitos para brindar luz artificial en el caso de que la natural se despida por completo. Completita y necesaria, sí, pero no le llega ni a los talones a las verdaderas estrellas del certamen: el color no color, las fresas con nata, el famoso middle Sunday y las entradas casi imposibles de conseguir.
Si hay un rasgo que caracteriza a Wimbledon es el color blanco. O el no color, como habíamos dicho, o la superposición de todos ellos, como dicen los especialistas en el tema... Lo cierto es que, junto con los clásicos púrpura y verde que resaltan en el lugar, el de la nieve es el obligatorio en las pilchas de todos los players, de pies a cabeza, sin discusiones ni permisiones especiales (como pidió en vano Andre Agassi en su época hippie de los ochenta, ¿se acuerda?).
Las fresas con nata (frutillas con crema, para que entienda) son un clásico inglés y no habría Wimbledon real sin ellas. Es casi una obligación comerse una buena cantidad de éstas en algún momento, si se anda de paseo por allá, aunque en los puestitos de arafue las vendan casi un 80% más caritas que en la calle. El célebre middle sunday, o domingo intermedio, es otro punto que lo distingue del resto: el primer domingo de juego se descansa, sí o sí, históricamente. A pesar de varias discusiones en el tiempo para bajarlo.
Por último, conseguir un boleto para ver a los mejores del mundo hacer lo que mejor saben hacer en césped es casi una odisea que muy pocos logran, convertidos en héroes. Todas las noches que dura el torneo, más de 600 fanáticos hacen cola en la calle para cumplir el sueño de adquirir las entradas, que se dan sólo una por persona. Imagínese entonces...
Con toldo o sin toldo, con hippies o sin éstos, Wimbledon fue y será siempre el mismo. 'El gentlemen's tournament', o torneo de los verdaderos caballeros.
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