Los chicos jugaban a atrapar la luz, dejándome de lado como siempre, agarrado a mis zapatillas negras. Qué contentos se les veía persiguiendo el reflejo por la pared. A veces de casualidad se fijaban en mí, y yo me apresuraba en esconder mi joya tras la espalda, y les observaba muy serio mientras se burlaban. Gafitas tontorrón tiene cara de melón. Pero pronto me olvidaban y regresaban a su juego, que al acercarse el final del recreo se volvía más exigente. Arriba de un salto, a pillarlo, venga. Y de nuevo abajo, chavales, de rodillas. Algún día se enterarían de quién era el que movía el espejito.
(Microcuento de esos que me gustan a mi, escrito por José Delclaux Abady leido en esas interneses de Dios)
