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Autor Tema: Caceroladas argentinas  (Leído 1055 veces)
Tanger
Nuestro Tetófilo
Asidu@
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Mensajes: 382

Viva la república...aunque me cueste mil karmas!!


« : 16 de Marzo 2004, 00:20:34 »

Aquí os dejo algo que escribí hace algún tiempo cuando hubo los problemas tan graves argentinos.  Agradezco a los países hermanos de Sudamérica todo el amor que nos están dando en estos momentos. Ahí va:

Martín era un bonaerense de 52 años que vivía en el distinguido barrio de Recoleta. Poseía una lustrosa tienda de zapatos y complementos, de moda ya hacía unos años, que le ocasionaba alegres beneficios que le hacían ver la pobreza, que había engullido a su otrora rica y siempre amada patria, desde un segundo o tercer plano.

A él no le afecta el corralito porque es de los que guardan sus aceptables ahorros (en dólares) debajo de la loza suelta del dormitorio. Él no destroza cacerolas porque si él tuviera el problema nadie acudiría en solidaridad suya. No le importa mucho porque su mujer y sus hijos podrán seguir viviendo bien unos pocos de años más por mucho que le cambiara la economía. Pregonaba a los ricos que le daban de comer que la crisis no le había salpicado a él. Sus clientes tienen de sobra para comprarse un par de zapatos al día o para tapar las sospechas de sus cornudas esposas con un buen bolso de marca. Su vida sigue y si la de los demás está parada alguien la echará a andar de nuevo.

Andrés era también porteño pero vivía en San Isidro. Trabajaba en lo que le salía. Trabajaba. Prácticamente, no tenía ahorros y los que tenía eran en pesos y, además, confiaba en los bancos. Confiaba. La crisis no le salpicaba; directamente le ahogaba. Él iba a las caceloradas porque era lo único que podía hacer y porque le hacía sentir mejor ver(aunque ya lo sabía) que no era el único que estaba pasándolas putas.

Un martes 5 de febrero, Martín iba al trabajo en su carraca azul pisando el acelerador, como siempre. No le dio tiempo a esquivar a un pobre chaval que escapaba, cegado, de los gases lacrimógenos que difuminó la policía incapaz de detener la avalancha que pedía la cabeza del enésimo pseudo-presidente. Supo al instante había jodido bien a quien sea. Cuando tuvo fuerzas para preguntar, dos días después, se enteró de que Andrés no logró superar el golpe y que aquélla fue su última cacerolada.

Martín seguía presumiendo de que la crisis no le había salpicado. Pero lo cierto, es que nunca volvió a ser el mismo.
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