El náufrago, abrumado por la soledad, arrojó al océano una botella con su nombre escrito en un papel. Muchos, muchos años más tarde, las corrientes marinas trajeron la botella de vuelta a la isla... El náufrago recogió el mensaje con alegría, porque después de tanto tiempo se había olvidado de su nombre.
(Anónimo, leido en esas interneses de Dios)
