Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que le iban a decir al otro lado del hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de la madrugada y Jaime estaba en la mina... pero lo levantó.
—Marisa, oye mira que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a mi muyer, no estes sola, ye que mira... Marisa oye dime algo...
Marisa colgó el teléfono sin decir nada, arropó a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco tiempo, sonó el timbre. Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.
Microcuento de Aitana Castaño
