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« : 24 de Febrero 2008, 13:49:06 » |
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ETA busca la conmoción
La banda terrorista confirma su intento a la desesperada de influir en el resultado electoral y el PSOE no duda de que persigue desalojar del poder a Zapatero
OLATZ BARRIUSO BILBAO
Resulta una teoría comúnmente aceptada que la devastadora conmoción que provocó la masacre del 11-M en la sociedad española -y antes la del 11-S a escala mundial- alentaron a su vez un potente efecto deslegitimador del terrorismo que, según se decía en tiempos de tregua, habría arrastrado a ETA a las puertas de una muerte por inanición sin posible vuelta atrás. No deja de ser paradójico que, cuatro años después del más cruento atentado de la historia reciente, nadie dude de que la banda intentará, si puede, dejar su sangrienta huella en campaña para tratar así de influir en el resultado electoral. Como si esta contienda fuese el reverso de la moneda de aquella y ETA pudiese aprovechar en beneficio propio el acreditado impacto de las bombas en las urnas.
Ayer mismo, los terroristas confirmaron los temores que había verbalizado sólo dos días antes el ministro de Interior y, efectivamente, intentaron matar. En concreto, a los artificieros de la Ertzaintza a los que tendieron una trampa -de nuevo- en el bilbaíno monte Arnotegi. La precaución de los agentes evitó la sacudida que habrían supuesto uno o más asesinatos en plena carrera hacia las urnas. Y dejó patente también que, tal como sostienen los expertos policiales y el Gobierno, ETA está fuertemente condicionada por la falta de recursos. Que sigue teniendo capacidad para asesinar, pero menos. Esa debilidad que le atribuyen induce a los socialistas a pensar que, en una suerte de macabro canto del cisne antes de su definitiva «derrota», la banda necesita y busca una demostración de fuerza, un golpe de efecto a la desesperada con un objetivo claro: desalojar a José Luis Rodríguez Zapatero del poder. O, como sostienen en privado, ETA «quiere objetivamente que perdamos las elecciones».
De hecho, la sombra de un posible gran atentado en campaña planea ya desde hace meses sobre el ánimo de los partidos vascos, convencidos de que ETA intentará consumar a su estilo la «venganza» sobre Zapatero por el fracaso del proceso de paz. Pero en el espejo de aquellos trágicos días de marzo de 2004 no sólo se refleja ETA, sino también los contendientes en liza -socialistas, populares y nacionalistas- , cuyas interpretaciones y reproches al adversario parten de la convicción de que los etarras intentarán hacer saltar la campaña por los aires. Eso, a pesar de que analistas y candidatos coinciden en que las derivadas de la lucha antiterrorista, en las actuales circunstancias, tienen un peso electoral relativo. Apuntan, por ejemplo, que las operaciones policiales contra ETA no arrojan réditos, aunque sí podrían restarlos si las detenciones brillaran por su ausencia. No es descabellado pensar que un hipotético atentado de la banda pudiera inclinar la balanza en caso de máxima igualdad o que, a la inversa, también lo hiciera la caída de dirigentes simbólicos de la cúpula etarra como Txeroki.
Pero Alfredo Pérez Rubalcaba se negó ayer a aceptar que ETA tenga el más mínimo ascendiente sobre el cómputo final del voto. La sociedad es madura, dijo. Los etarras podrán causar dolor pero no influir. Para el PP, su actitud al poner la venda antes que la herida persigue únicamente evitar una hipotética fuga de votos. También los peneuvistas creen que el PSOE intenta reducir un posible 'shock' con sus advertencias y protegerse de la «onda expansiva».
En todo caso, como en un 'deja vu', son los populares quienes cifran ahora uno de sus mensajes en la «colosal mentira» del Gobierno sobre sus negociaciones con ETA. Están decididos a mantener la dureza en el tono convencidos de que los hechos y el propio Zapatero al admitir contactos tras la bomba de la T4 les dan la razón. Los socialistas creen que las ilegalizaciones y encarcelamientos en la órbita de la izquierda abertzale les garantizan el marchamo de firmeza necesario para que el terrorismo no les pase factura. El candidato a la reelección lo dejó claro ayer, y no precisamente en Euskadi -donde ese mensaje siempre ha calado- sino en Valencia. «No tengo que pedir disculpas por haber intentado la paz, era mi obligación».
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