
Hoy creo que me he levantado romántico, y quizás por ello me paro a reflexionar sobre este tipo de polvo, sólo accesible para aquellos con pareja estable. Y es verdad, ya que este y sólo este polvo es único y exclusivo de dos personas con confianza y como no, con discusiones. ¿Cuántas veces discute una pareja? Miles y miles. ¿Y cuantas de esas discusiones acaban en un polvo? Otras miles y miles. Por ponerlo en plan matemático, este polvo es el resultado directo de una discusión (generalmente estúpida) que va in crescendo, hasta llegar a un punto en el que se pierden los papeles. Justo en ese momento, cuando te has “cagado en los muertos” de cada uno, salta un maldito resorte en tu cabeza y…toma, te pones cariños@. En ese momento empiezan las caricias, los perdón (generalmente del género masculino), los pequeños besos y en ocasiones como no…la semiresistencia femenina con la frase: “Ahora no me apetece que estoy enfadada”. Cuidado, puede ser cierto, pero por lo general es una autoafirmación del “ahora, vas a suplicar cabronazo”. Sin embargo, en el 90 por ciento de los casos acaba igual: en el catre.
Este tipo de polvo no sabe bien, sabe muchísimo mejor: las caricias, los muerdos, los chupetones, los jadeos… Quizás esa adrenalina acumulada por la discusión se descarga mutuamente en un polvazo exquisito en el que en ocasiones sobran hasta las palabras y el salvajismo y la pasión desbordan cualquier sentimiento de enfado. Encima después de hacerlo se siente un desahogo muchísimo mayor que el de un polvo normal. Con lo cual, llego a la conclusión de que las discusiones en general tienen que existir, aunque sólo sea por echar un polvo reconciliador, así que vos discutí todo los querás................................