Curuxa
Heidi Astur
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cada vez q abres la puerta y desempañas el cristal
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« : 1 de Noviembre 2007, 16:53:53 » |
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Estás en el balcón de una de esas casas sentada en una mecedora y tocas tu mariposa con los ojos cerrados, la que está mas cerca del ombligo. Me paso por debajo de tú balcón y te miro, te asomas y sonrío. Te enseño un bote que llevo en la mano y entonces te ríes tú también; nos quedamos frente a frente: tú arriba y yo abajo. –¿Me invitas a subir?– tiras la llave… Entro en la habitación es todo muy blanco, hay muchos ventanales con cortinas de hilo que se mueven con el viento, no hay muebles, subo por una escalera que está al fondo de la sala. Hay arena porque acabas de llegar a esta casa después del invierno y no has limpiado nada. Al llegar a la habitación del piso superior me doy cuenta de que gusta la invasión del tiempo, porque hay una ventana abierta rizando el polvo del suelo. Detrás de las cortinas semitransparentes estás aunque apenas te veo con el sol de frente. Acercas tu mano para coger el bote: –adelante, anímate– te susurro; mientras te observo lo posas al lado de un trocito del suelo donde hay sombra Aún estas de espaldas mirando el bote, me acerco por detrás y toco un hombro, te sorprendes, te giras y te quedas frente a mí, cerca, demasiado cerca, tanto que noto como respiro en tu frente. Miras al suelo con cierto rubor pero apoyo mi mano en tu mentón y hago que me mires a los ojos. Me dices: –me gustan las mariposas– y sonríes tímidamente. Lo he notado porque llevas dos dibujadas al lado de tu ombligo, te cojo un dedo y empiezo a dibujar con él el vuelo de las alas, miro tu cara y me doy cuenta de que no apartas tu vista de la mano que juega con tus mariposas. Con mi otra mano te tomo del cuello y acaricio tu cara mientras me miras, se te cae un tirante y aunque despacio acercas tu mano para subirlo no te dejo: –déjalo así–. Me llevas a la cama con una inocencia dibujada en tu andar y tus gestos, me dices al oído: -hazme el amor- y hechizado por tus palabras te hago mía, o tú me haces tuyo, nos hicimos uno. Finalmente nos dormimos. Al despertar no te encuentro en la cama y una punzada de nostalgia y soledad se aferra a mi estómago, sin embargo cuando mis ojos se hacen a la oscuridad te percibo de pie junto a la ventana, un perfil desnudo mirando al vacío con algo entre las manos. Sin interrumpir tu imagen y quietud me acerco despacio por la espalda, coges el bote y lo abres: dos mariposas plateadas salen volando; te abrazo fuertemente, te aferras a mi cuello y te oigo decirme casi como un susurro –no vuelvas a marcharte–.
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