¿Aun lo recuerdas?
Nos decían que era pecado,
y tú y yo decidimos pecar
y olvidarnos del confesionario.
Hemos pecado tanto
que ni todos los Santos,
ni los mismísimos Angeles
lograrían tal proeza.
Pecamos por la mañana,
cuando el beso de buenos días
nos despierta y hace felices
para el resto de la jornada.
Pecamos también cuando
preparamos el desayuno a nuestros hijos
y nos van saliendo canas,
las canas del amor progenitor.
Pecamos cuando nos despedimos
antes de salir corriendo a la oficina
y aun a riesgo de llegar tarde,
tú y yo pecamos, volvemos a pecar.
Y también pecamos cuando
vemos un plato caliente en la mesa,
¡que más da cual sea su sabor!
lo hicieron tus manos, o las mías.
En la hora del café, pecamos,
al escuchar música, pecamos,
al contemplar la chimenea, pecamos,
incluso al rezar por el mundo, pecamos.
Cuando llevamos a la cuna a los chicos
también nos dicen que pecamos,
y al hablarle de las estrellas para dormirlos
pecamos por hablarles de las que más brillan.
Y al caer tu ropa por el suelo, balanceándose,
incurrimos en el pecado mayor, el abominable,
una mujer y un hombre han decidido amarse eternamente
a sabiendas de que todo es un gran pecado.
No puedo mirar tus ojos
y no pecar de amor.
No puedo mirar tu boca
sin ver el pecado en los te quiero.
No puedo acariciar tu pelo
sin que me seduzca la tentación del pecado.
No puedo acostarme a tu lado
sin decirte que te amo..... pecando.
En este mundo puro tú y yo
no tenemos cabida, no.
Nuestro mundo es de quien peca,
de quien convierte el amor en pecado.
En el vagón que viajamos
hay tantos asientos libres para pecar,
tantos viajes sin querer retornar,
tanto espacio para más viajeros.
Pasad, acomodaos, sois bienvenidos,
pecad, pecad, la humanidad necesita el pecado.
( Para ti, vida mía 27/02/07)

(JF&DA ILY)