Cuando Austria aún no se ha recuperado del impacto que supuso el caso Kampusch, la habitualmente tranquila república alpina se enfrenta a otra espeluznante historia de maltrato y encierro de chicos.

En el Estado federal de Alta Austria, una abogada mantuvo aisladas del mundo a sus tres hijas durante siete años. Las tres chicas, que hoy tienen 14, 18 y 21 años, vivieron durante todo ese tiempo sin apenas contacto con el exterior, ocultas en la casa familiar en las cercanías de Linz, a unos 200 kilómetros de Viena. El caso, revelado hace unos días por el diario «Österreich», fue descubierto hace más de un año por las autoridades. Desde entonces, Viktoria, Katharina y Elisabeth, como se llaman las tres hermanas, están sometidas a una intensiva terapia para ayudarlas a superar el trauma. La madre, que pronto será sometida a juicio, se encuentra en prisión preventiva acusada de haber torturado y causado graves lesiones a las tres menores. La casa sólo disponía de una lámpara, no tenía agua corriente y la suciedad y los excrementos se acumulaban por todas partes. Las hermanas jugaban con los ratones que pululaban por la vivienda y los psicólogos que las atienden han calificado que su desarrollo es «catastrófico». Aunque las tres sufren graves carencias emocionales, a la mayor se le ha diagnosticado una invalidez sicosocial permanente. La joven tenía un índice de masa corporal del 17,5, en la frontera de la anorexia. Las otras dos se recuperan con más rapidez y parece que la más joven irá pronto a vivir con el padre.
La tragedia de esta familia comienza en 1999, cuando el matrimonio formado por dos juristas se divorcia. La mujer no supera la separación y se encierra en casa con sus hijas. El aislamiento se hace más y más severo. Al principio, las hijas más jóvenes aún tienen algún contacto con el exterior (la mediana acudió a clase 22 veces durante un semestre en 2002) no así la mayor, que en 2000 apenas si acudía ya al colegio. Luego, la madre las saca de la escuela argumentando que se encargará personalmente de su educación. Los reiterados intentos del padre por visitar a sus hijas son impedidos por su ex mujer, que argumenta siempre que están enfermas o visitando a la abuela materna.
Finalmente, ya en octubre de 2005, el deterioro de la vivienda era tal que se produjeron denuncias de los vecinos y la Policía y los servicios sociales realizaron una inspección en la que se encontraron el desolador panorama: muebles rotos, restos de alimentos y basura por todas partes. En su aislamiento, las hermanas desarrollaron un lenguaje propio, con una entonación muy peculiar, plagado de gestos y ruidos, y con la palabra «pero» siempre al final de las frases.
Ahora, aparte de la preocupación por las chicas, todo el país se pregunta cómo es posible que ni las autoridades escolares ni los servicios sociales se percataran del asunto cuando ya en 2000 hubo denuncias sobre el absentismo escolar de las niñas. La Fiscalía y el Ministerio de Educación han abierto una investigación para depurar responsabilidades.
PD.Esto ya no tiene nombre
