HACE ALGUN TIEMPO SUGERI A UN COMPAÑERO de trabajo que la auténtica igualdad entre hombres y mujeres en el mundo profesional llegaría el día en que charlar de trapos en la oficina fuera tan respetable como hablar de fútbol. Por su expresión de contrariedad, inmediatamente comprendí que la comparación le había parecido del todo impertinente, que la equiparación del honorable interés masculino con el insustancial pasatiempo femenino de las tiendas era una grosera afrenta.
FUE UNA MUESTRA DE QUE LAS NORMAS MASCULINAS aún imperan en el mundo del trabajo también en los códigos informales, en los hábitos cotidianos aparentemente alejados de las relaciones de jerarquía y poder. Pero que no lo están. Quien tiene el poder formal también define las reglas del espacio informal. Y de la misma forma que las frivolidades futbolísticas ocupan un lugar de honor en los telediarios junto a la política nacional e internacional, las huecas disquisiciones sobre el falso penalti del día anterior se adueñan sin rubor del tiempo de los más atareados ejecutivos.
COMO NO ME PARECE MAL el cultivo de un poco de frivolidad en medio de las cotidianas penalidades laborales, tampoco tengo el menor interés en sacar el fútbol de las oficinas. Cada uno ejercita el pensamiento cero como mejor le parece. Y, además, estoy segura de que es psicológicamente muy recomendable. Se trata de relax, de placer, de evasión. Pero me gustaría que las técnicas femeninas para paralizar el cerebro fueran igual de admitidas. Por una cuestión de mera justicia laboral y por el significado del cambio. El día en que las reuniones de trabajo comiencen con un apasionado cruce de valoraciones sobre el largo de faldas de la moda privamera- verano y los hombres escuchen respetuosos e incluso participen con tímidas apreciaciones nosotras habremos conquistado todos los espacios del mundo laboral. El formal y el informal.
Y NOS ESTAMOS ACERCANDO. En un reciente número del suplemento de empleo de Vocento, Infoempleo, una ejecutiva de una multinacional que era interrogada sobre su vida cotidiana, sus gustos y sus costumbres, afirmaba que su mejor terapia era ir de tiendas. No recuerdo una incorrección pública tan atrevida en boca de otra ejecutiva. Se trata de una mujer audaz, sin duda. Y de la llegada de nuevos tiempos en los que las mujeres comenzamos también a definir las frivolidades laboralmente respetables.
por "Edurne Uriarte"