Suben los gitanillos de mi barrio la cuesta al caer la tarde
cantando contentos con los recuerdos vanos que la ciudad abandonó
cargados sobre sus espaldas de chicos sin infancia.
Suenan las campanas de la parroquia de alguien
llamando a réquiem por algún muerto que ya nadie recuerda
porque ya no moverá un dedo por nadie.
Resuenan en mis oídos tus palabras y tu risa,
tan frescas como si las acabase de escuchar ahora mismo,
tal vez será porque no las podré olvidar nunca.
Seremos los hombres y mujeres de hoy los ancianos del mañana
cargados del vacío del ayer en los ojos vacíos
con las espaldas dobladas por los años
y el peso de los recuerdos que acarreamos desde siempre.
DF
C/2007
