Pues desgraciadamente, aunque hace muchos años que suelo escribir, la poesía no es mi fuerte, solo soy un contador de historias, pequeños textos o reflexiones, casi siempre con una cierta intención de mover alguna conciencia o tratar de llegar a tocar el corazón de quien lo pueda llegar a leer.
En fin, como de algo erótico se trata, para muestra un botón que se dice. Esto lo escribí ya hace años, espero que les guste, esta dedicado sobre todo a los hombres, para que se pongan las pilas y no olviden nunca hacer de un sentimiento mágico, algo mucho mas especial.
M E R O C O T O NHoy he decidido que quiero sentirte, llegar a conocerte de otra forma, más intensa y real que como se suele conocer todo en la vida. Para ello, primero he de prescindir del más traicionero de mis sentidos, y al mismo tiempo, del menos importante de todos. Si, me refiero a la vista. Ella siempre viene cargada de prejuicios y falsedades. Evidentemente, el tacto, es el más importante, es imposible dejar de sentir con cualquier parte del cuerpo, incluso con el corazón. Haga lo que haga, el tacto siempre estará allí, para reconocer a su manera, lo que la vista no llega a descubrir. Los otros tres restantes, me ayudarán a sentirte como nunca he llegado a conseguirlo.
Entre en la habitación, no importaba si había luz o no. Era evidente que estábamos a oscuras aunque no podía ver nada, el tacto reconocía que la temperatura era constante y agradable, lo cual evidenciaba que ninguna bombilla estaba encendida. De haber sido así, inmediatamente, el oído hubiera percibido el fino vibrar de un filamento incandescente en el más absoluto de los silencios.
En ese mismo instante, en la oscuridad más absoluta, mi olfato supo que estabas allí. A él no se le puede engañar, su destreza es increíble, y tu aroma, fresco, suave y ligeramente afrutado te delataron de inmediato. Muy despacio, sin romper ese instante mágico, me situé frente a ti. Lentamente, sin tocarte, y como premio, mi nariz, instrumento infalible de mi olfato, comenzó a explorarte, recreándose en todas aquellas fragancias que jugueteaban en el ambiente. Poco a poco, fui recorriendo todo tu ser, mientras el gusto intentaba contener un deseo irrefrenable de pasar a la acción.
No pudo contener más su deseo, y el gusto se lanzó a probarte. Para ello se sirvió de mi lengua, un instrumento hábil y endemoniadamente preciso. Tímidamente, casi sin rozarte, mi lengua comenzó a recorrer todo tu cuerpo. Trataba de imaginarte, de saber como eras, casi cómplice de la vista, que había quedado relegada fuera del juego. Primero acarició tu forma, y más tarde, pasó a disfrutar de tu sabor.
Una vez que la lengua dibujó perfectamente toda tu silueta, se concentró en tus sabores, ligeramente salados en algunos casos, pero con una dulzura contenida en tu interior. Mientras disfrutaba con tu sabor, inocentemente la lengua jugueteaba con tu vello, moviéndolo de todas aquellas maneras posibles que se podía imaginar, poniendo aún más énfasis en aquellas partes que tus redondeces ocultaban y a las que le era mucho más difícil acceder.
En ese momento fui consciente de comenzar a sentirte como nunca te había sentido antes. Estábamos disfrutando de un juego maravilloso en el cual los sentidos dejaban paso a una vorágine de pasiones interiores que nunca antes había llegado a sentir. El tiempo comenzó a carecer de importancia, el instante por sí mismo era lo más importante. A medida que aprendía a sentirte, mis sentidos se fueron haciendo cada vez más y más perceptores, aumentando sus capacidades hasta límites insospechados. Eran un ejército, al mando del tacto, la lengua y la nariz, te estaban ganando una batalla a la que te rendías sin poner ninguna oposición.
Como un arma secreta, en la última oleada del combate, el tacto ordenó a mis manos que se lanzasen a por ti. Ellas, inocentes a veces y otras más obedientes, fueron contorneando poco a poco una figura que ya tenía forma, olor y sabor en mi cerebro. No era más que un juego, las manos comenzaron a sentirte, rozándote muy lentamente, imaginando en mi cabeza cada parte de ti, algo que simplemente confirmaba aquello que la vista recordaba, y aunque ella no estaba presente, las manos, como si fueran mis ojos, te fueron dando forma.
Una vez que ya no tenías secretos para mis dedos, que conocían cada parte de ti, se concentraron en jugar con aquellas partes más íntimas de tu ser, aquellas que requerían de una exploración mucho más lenta e intensa, una labor que el tacto dirigía magistralmente mediante mis manos y mi lengua. Poco a poco fueron sacando todo aquello que guardabas en tu interior, y que era un premio revelador a una situación incontenible de deseo. Un premio que sólo guardas para aquellos elegidos a los que finalmente te vas a entregar totalmente.
Mi boca, que hasta ese momento se limitaba a seguir los movimientos de mi lengua, pasó a ayudarse con los labios, intentando percibir con más fuerza, ese sabor inconfundible de tus jugos, que invitaban a sentirte con más intensidad. Casi sin darte cuenta, mi boca y mi lengua correteaba por todo tu ser en un movimiento casi diabólico, al que te entregabas sin resistencia. La nariz comenzó a limitarse a percibir tu fragancia y a redoblar la fuerza de los otros sentidos, aumentando el caudal de oxigeno.
Ajeno a todo esto, el oído simplemente escuchaba atónito el trabajo de sus hermanos, cerciorándose de que todo pasaba correctamente, sin fallos ajenos. Cuando la excitación de los sentidos llegó a su punto culminante, llegó el inequívoco momento de fundirnos el uno en el otro. Todo indicaba que los dos estábamos a punto, y un sexto sentido, mucho más poderoso que los otros, nos entregó a gozarnos mutuamente. Lo hicimos con extremo cuidado, muy lento, disfrutando de cada momento, de cada milímetro. Estabas a punto, no había ninguna duda, y mágicamente, como dirigidos por una fuerza interior, tus jugos comenzaron a desbordarse en mi boca, con un paladar indescriptible, un momento de fuegos artificiales al que sucumbí inmediatamente. Ese fue el punto máximo, el momento en que llegué a sentirte como no lo había hecho jamás.
No hay nada comparable al primer mordisco que sé da a una fruta madura. No eras más que un simple melocotón, uno más, igual que otros que había comido en otras ocasiones. Pero nadie puede negar lo maravilloso que pueden resultar las cosas más normales, insignificantes e inadvertidas, si somos capaces de poner todos nuestros sentidos y nuestra imaginación para disfrutarlas como se merecen.
Una vez mas, Feliz Año a tod@s. Un saludo. Casanova