"No huyas si te digo que te quiero. No me rechaces si te abrazo. No quisiera
morirme sin tener algo contigo. A fin de cuentas todo lo que hayamos vivido
juntos, es el mejor regalo que puedo hacerte..."
(No es una frase que aluda exclusivamente a las pasiones...¡¡¡¡Importante
matizarlo!!!... este cuento me llegó por mail, desconozco el autor, pero me gusta su moraleja y deseo compartirlo con vosotros)

La visita de tu vida
Había una vez un señor que estaba haciendo una gira turística . Al
llegar al Reino Unido compró en el aeropuerto una especie de guía de los
castillos de las islas. Algunos tenían días de visita y otros horarios muy
estrictos. Pero el más llamativo era el que se presentaba como «La visita de
tu vida».
En las fotos, por lo menos, parecía un castillo ni más ni menos
espectacular que otros, pero se lo recomendaba muy especialmente... Se
explicaba allí que, por razones que después se comprenderían, las visitas no
se pagaban por anticipado, pero era imprescindible pactar anticipadamente
una cita, es decir, día y hora. Intrigado por lo diferente de la propuesta,
el hombre llamó desde su hotel esa misma tarde y acordó un horario.
Las cosas han sido siempre iguales en el mundo, basta que uno tenga
una cita importante, con hora precisa y necesidad de ser puntual para que
todo se complique. Ésta no fue una excepción y diez minutos más tarde de la
hora pactada el turista llegó al palacio.
Se presentó ante un hombre con falda a cuadros que lo esperaba y que
le dio la bienvenida.
-¿Los demás ya pasaron con el guía? -preguntó, sin ver a ningún otro
visitante.
-¿Los demás? -repreguntó el hombre-. No. Las visitas son individuales y no
tenemos guías que ofrecer.
Sin hacerle mención al horario, le explicó un poco de la historia
del castillo y le mencionó algunas cosas sobre las que debía prestar
especial atención. Las pinturas en los muros. Las armaduras del altillo. Las
máquinas de guerra del salón norte, debajo de la escalera, las catacumbas y
la sala de torturas en la mazmorra. Dicho esto, le dio una cuchara y le
pidió que la sostuviera horizontalmente con la parte cóncava hacia el techo.
-¿Y esto? -preguntó el visitante.
-Nosotros no cobramos un derecho de visita. Para evaluar el coste de su
paseo recurrimos a este mecanismo. Cada visitante lleva una cuchara como
ésta llena hasta el borde de arena fina. Aquí caben exactamente 100 gramos.
Después de recorrer el castillo pesamos la arena que ha quedado en la
cuchara y le cobramos una libra por cada gramo que haya perdido... Una
manera de evaluar el coste de la limpieza- explicó.
-¿Y si no pierdo ni un gramo?
-Ah, mi querido señor, entonces su visita al castillo será gratuita.
Entre divertido y sorprendido por la propuesta, el hombre vio cómo
el anfitrión colmaba de arena la cuchara y luego comenzó su viaje. Confiando
en su pulso, subió las escaleras muy despacio y con la vista fija en la
cuchara. Al llegar arriba, a la sala de armaduras, prefirió no entrar porque
le pareció que el viento haría volar la arena y decidió bajar
cuidadosamente. Al pasar junto al salón que exhibía las máquinas de guerra,
debajo de la escalera, se dio cuenta de que para verlas con detenimiento era
necesario inclinarse forzadamente sosteniéndose de la barandilla. No era
peligroso para su integridad, pero hacerlo implicaba la certeza de derramar
algo del contenido de su cuchara, así que se conformó con mirarlas desde
lejos. Otro tanto le pasó con la más que empinada escalera que conducía a
las mazmorras. Por el pasillo de regreso al punto de partida, caminó
contento hacia el hombre de la falda escocesa que lo aguardaba con una
balanza. Allí vació el contenido de su cuchara y esperó el dictamen del
hombre.
Asombroso, ha perdido menos de medio gramo -anunció-, lo felicito,
tal como usted predijo esta visita le ha salido gratis.
-Gracias...
-¿Ha disfrutado de la visita? -preguntó finalmente el de la recepción.
El turista dudó y por último decidió ser sincero.
-La verdad en que no mucho. Estaba tan ocupado tratando de cuidar de la
arena que no tuve oportunidad de mirar lo que usted me señaló.
-Pero... ¡Qué barbaridad! Mire, voy a hacer una excepción. Le voy a llenar
otra vez la cuchara, porque en la norma, pero ahora olvídese de cuánto
derrama, faltan 12 minutos para que llegue el próximo visitante. Vaya y
regrese antes de que él llegue.
Sin perder tiempo, el hombre tomó la cuchara y corrió hacia el
altillo, al llegar allí dio una mirada rápida a lo que había y bajó más que
corriendo a las mazmorras llenando las escaleras de arena. No se quedó casi
ni un momento porque los minutos pasaban y prácticamente voló hacia el
pasaje debajo de la escalera, donde al inclinarse tratando de entrar se le
cayó la cuchara y derramó todo el contenido. Miró su reloj, habían pasado 11
minutos. Dejó otra vez sin ver las máquinas y corrió hasta el hombre de la
entrada a quien le entregó la cuchara vacía.
-Bueno, esta vez sin arena, pero no se preocupe, tenemos un trato. ¿Qué tal?
¿Disfrutó la visita?
Otra vez el visitante dudó unos momentos.
-La verdad es que no -contentó al fin-. Estuve tan ocupado en llegar antes
que el otro, que perdí toda la arena pero igual no disfruté nada.
El hombre de la falda encendió su pipa y le dijo:
-Hay quienes recorren el castillo de su vida tratando de que no les cueste
nada, y no lo pueden disfrutar. Hay otros tan apresurados en llegar pronto,
que lo pierden todo sin disfrutarlo. Unos pocos aprenden esta lección y se
toman su tiempo para cada recorrido. Descubren y disfrutan cada rincón, cada
paso. Saben que no será gratuito, pero entienden que los costes de vivir
valen la pena.
La vida exige sus costes a cambio de la fidelidad, la perseverancia
y la felicidad.