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El pacto sexual
Hormonas, tendencias genéticas, sentimientos, deseos... ¿Somos juguetes de un plan biológico? ¿Es la monogamia para nosotros?
Como la mayoría de los mamíferos, los humanos no somos naturalmente monógamos. De hecho, algunos antropólogos creen que estamos físicamente programados para permanecer con nuestra pareja durante unos cuatro años antes de que los cambios neuroquímicos nos hagan sentir el deseo de cambiar. Esto se debe a que este diseño habría evolucionado en direcciones que aseguren el máximo nivel de hijos y una gran diversidad genética (a través del cambio de parejas), algo que la monogamia no puede cumplir.
Aun así, la monogamia puede ser sorprendentemente beneficiosa: la unión armoniosa es un poderosa defensa contra la enfermedad y la muerte prematura. En un estudio científico se halló que la depresión y el alcoholismo eran significativamente menores en las personas casadas: las parejas de hecho también sufrían menos trastornos psicológicos que aquellas que vivían solas.
Pero no es tanto la unión como la armonía lo que realmente nos beneficia. Otro estudio sobre cientos de parejas mayores mostró que los esposos que eran capaces de hacer sentir amada a su pareja tenían una vida más larga que aquellos que no recibían apoyo afectivo. ¿Entonces, de qué manera la biología logra sus objetivos a expensas de nuestras uniones saludables? Asegurándose la liberación de ciertos neuroquímicos que provocan altos y bajos en nuestras relaciones. La dopamina por ejemplo, puede hacer que nos sintamos locos de pasión (para alentar la fertilización) e incluso hacernos adictos al sexo. Sin embargo, la "resaca" de tan intensa estimulación también puede hacernos sentir que queremos alejarnos de nuestra pareja cuando sentimos que necesitamos recuperarnos. En pocas palabras, si queremos permanecer armoniosamente monógamos, debemos resistir la marea biológica.
Algunas claves para lograrlo tienen miles de años: en textos taoístas, tántricos e incluso del catolicismo preromano se mencionan formas de hacer el amor que "engañan" a la biología. En general, recomiendan un acercamiento más relajado en el cual los esfuerzos de fertilización (los orgasmos convencionales que sobrecalientan la química cerebral) no tienen lugar. En cambio, las parejas entran en un éxtasis basado en el corazón y en la producción constante del neuroquímico oxitocina. En el fondo, los textos antiguos coinciden en la idea de que la iluminación, sea lo que sea, está relacionada con esta fascinante danza de la reproducción.
Más cerca de nosotros, la ciencia revela que una de las claves de esta estrategia de la fertilización está en los altos niveles de dopamina, la "molécula de la adicción". En niveles moderados, la dopamina motiva un apetito saludable y un sentimiento alegre de anticipación, pero, cuando es liberada en grandes cantidades, este mismo neurotransmisor está relacionado con la esquizofrenia, daño a las células nerviosas (en los consumidores de cocaína) y todas las adicciones. El ansia intensa de gratificación sexual a instancias de un químico que termina siendo más adictivo que gratificante es seguida por una "resaca", ya que el cuerpo busca auto regularse para recuperar el equilibrio. Lamentablemente, este "apagado automático" que nos protege puede molestarnos durante días o semanas. Puede incluso ser contraproducente y dejarnos con un ansia intensa de cualquier cosa que nos vuelva a subir a ese estado, y en ocasiones desarrollar adicciones secundarias. Tal vez sea esta una de las razones por la que las tradiciones espirituales defendían el celibato como la única alternativa.
Una posibilidad es aprender a hacer el amor como los antiguos, y elegir comportamientos que fortalezcan nuestra unión íntima y aumenten nuestra conciencia espiritual. Los besos, las caricias suaves, los masajes, todo esto aumenta los niveles de oxitocina. El secreto está en evitar la búsqueda de los orgasmos tradicionales en favor de un placer más centrado en el corazón, una unión que a la larga resulta más satisfactoria.
