Historias del baúl
Abrió el baúl como si quisiera encontrar de un sólo golpe la niñez y la juventud ya pasadas. Encontró durmiendo a la que fuera su mejor amiga de la infancia. La muñeca de cabellos de oro, de ojos azules, de vestido corto y sin zapatos, que el Niño Jesús le había escondido debajo su almohada la noche del veinticuatro de diciembre cuando tenía apenas cinco años. La tomó en sus brazos y la llevó lentamente a su pecho. Dos lágrimas brotaron silenciosas, por las que anteriormente fueran mejillas rosadas. Cerró los ojos y regresó con ella al mismo lugar. Al lugar de antaño. A aquellos momentos felices que juntas compartieron y que hoy por más que quisiera, le es imposible recuperar.
Después del viaje silencioso y desalentador con su muñeca, quiso seguir escudriñando en el fondo. Allí encontró los calcetines, la bufanda, la falda de florecitas rojas y un mantel todos ajados, no por el uso, sino por el encierro al que estaban sometidos y que habían sido tejidos con lana fina por su abuela. Ella quería hacerse inmortal o más bien que toda la familia y las futuras generaciones la recordaran, no sólo por ser la abuela consentida por todos, sino por las maravillas que hacía cuando tejía con amor y destejía con desilusión las figuras que inventaba.
Recuerdo que me decía: Nunca olvides que la mejor tejedora de croché soy yo. Espero que algún día aprendas este arte. Esto será lo mejor que heredes. Esas palabras no hicieron eco en mi ser. Hoy lamento no haber aprendido los secretos para tejer. Mi abuela se los ha llevado feliz a su tumba. Le gustaba tanto, que creo que en este momento debe estar tejiendo los mantos para la Virgen de los Dolores, que vive reinante en los cielos. ¡Ahh! y el álbum.
El álbum de los recuerdos más tristes, pues él, aún conservaba intacta las imágenes de las personas que ya no están presentes, pero que viven no sólo en los recuerdos de aquellos que los amamos tanto, sino, aquí en este cúmulo de hojas que se ven amarillentas y desgastadas de tanto ir y venir. !Ahí! !Ahí también estaba ella como recién plasmada dando los primeros albores de la vida. Las primeras risas, los primeros pasos, pero lo que no salió en las fotografías fueron las ilusiones, las fantasías, y todos los sueños que apenas comenzaban a soñar y que más tarde el fin de la existencia truncaría. Observó detenidamente la foto de su abuelo y en la mirada cálida y serena dilucidó que tenía el mismo temple del padre de su madre, pero apenas lo había comprobado. Lloró arrepentida de no haber disfrutado más tiempo con él. De haber sido egoísta y nunca haber aceptado que la vida es una y que lentamente se va esfumando de las manos. Bueno, allí estaba todo el mundo: los tíos, los primos, los abuelos, los padres, los sobrinos, los nietos, hasta había reservado un pequeño espacio, para los amigos. !Qué álbum tan generoso!. Es que los amigos hacen parte de la familia. Si no creen pregúntenselo a sí mismos; cada quien obtendrá la respuesta deseada.
Qué viejos nos hemos vuelto!. Los más viejos ya no están. Los más chicos ya nos hemos vuelto adultos. El reloj que guía a la vida no detiene su marcha. Continúa incansable, para decirnos que cada segundo que transcurre es efímero. !Sencillamente volátil y escurridizo!.
¿Cuántos de nosotros quisiéramos atrapar los segundos que dejamos pasar en vano, para vivir lo que en ése momento el destino nos deparaba?. Es demasiado tarde y no es oportuno perder más segundos de la vida, para querer vivir lo que dejó de ser.
Tantos recuerdos, tantas alegrías, tantas formas de ver la vida están aquí plasmadas y esculpidas por el tiempo. ¿Pero y que es el tiempo? El recorrido lento y silencioso contra una avalancha que a pasos de elefante cada día que pasa más cerca la tenemos.
Por: Maria Luz Correa Cano.