CUANDO yo vivía,
me dolía el canto;
doliérame el hierro
de su amor ingrato.
Le mandé una dádiva,
le mandé un recado,
le mandé… ¡mi vida!
Pero todo en vano.
Ni acudió a la cita,
ni estaba en el campo
donde aquella tarde
los dos lo dejáramos.
Pasaron los días,
murieron los años...
Y al morirme, muerto,
me encontré en sus brazos.
(Vicente Núñez)