
Con sus críticas y sus detractores, sus ventajas y sus defensores, la globalización abrió las fronteras del mundo y extendió también los límites de nuestros propios horizontes. El mundo, con sus tragedias y sus comedias, sus infiernos y sus paraísos, sus grandezas y sus miserias, se nos hizo a todos más amplio y también más cercano. Nada, le ocurra a quien le ocurra y suceda donde suceda, nos parece ajeno ni distante.
Sin embargo, el mismo Hombre que suprime las distancias, acorta los tiempos y acerca las voluntades, es el que establece nuevos motivos de alejamiento y reinventa las barreras que lo separan de una humanidad cada día más vecina. La discriminación, en todas sus formas, es el lastre que detiene a los hombres en el camino de la universidad. Cada foco de dicriminación que surge, en cualquier rincón de la Tierra, significa un retroceso o un desvío en el camino hacia la convivencia pacífica de las personas y los pueblos.
Ignorar las actitudes discriminatorias, tolerarlas, omitirlas o buscarles alguna justificación racional, es condenar al proceso de globalización al fracaso. O, lo que es peor, es admitir que la golobalización no es un camino hacia la hermandad, sino un indeseable propósito de uniformidad mundial basado en la intolerancia.
fuente: CILSA
