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PeterPaulistic@
   
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Soy Celta, estoy feliz.
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« Respuesta #2 : 29 de Enero 2006, 04:42:35 » |
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03 HISTORIAS DE CAMPAMENTOS
Resumen: lo que puede ocurrir cuando menos te lo esperas, y aún sin proponértelo.
Hola de nuevo. Bueno, aquí les presento otro de mis casos narrables. Es el tercero de mi colección, aunque en realidad debería ir el primero, porque sucedió cuando aún faltaban tres meses para cumplir yo mis 19 años. Resulta que aquí en mi país es muy común que, en el Verano, los chicos y chicas aprovechen las vacaciones para salir de campamentistas a diversos camping que, por una módica suma de dinero, brindan cama y las cuatro comidas diarias. Uno muy popular en el ámbito nacional e internacional se encuentra a 25 kilómetros de mi ciudad y en el mismo departamento, y depende de la Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata, si bien es abierto a todas las personas de cualquier edad, sin importar a qué confesión religiosa pertenezcan, o si profesan alguna religión particular o si son agnósticos o ateos. Es, más que nada, un sitio de esparcimiento a orillas del Río de la Plata. La cuestión es que un día, encontrándome con una cierta suma de dinero extra, decidí inscribirme en uno de esos campamentos de Verano, a realizarse en la última semana de Enero. No olviden que aquí en el Hemisferio Sur las estaciones son opuestas a las del Norte. El comienzo era a las 10 a. m. de un Domingo, hasta las 10 a. m. del Domingo siguiente, o sea siete días. Como era un grupo enorme de varones y otro grande de mujeres, todos adolescentes, debieron ubicarnos a los chicos en dos dormitorios amplios y a las muchachas en tres, si bien un tanto más pequeños. Total que yo era el más mayor de la totalidad de varones y chicas, a tal punto que había quienes me confundían con un líder más, generándose diversas situaciones de lo más graciosas, que por ahora no viene al caso relatar. Casi todos los días y noches transcurrieron dentro de la más absoluta normalidad, si bien con el paso de las jornadas, y bajo el influjo del calor y la poca ropa, ya que los varones nos pasábamos casi siempre de bañador y sin remera, y las chicas con bikini o malla de baño, o pantalón cortito y remeras tipo top, entonces comenzamos a recrear la vista mutuamente los varones con las mujeres, y viceversa ellas con nosotros. Y así, paulatinamente, unas y otros comenzamos a gustarnos, aunque en varias ocasiones se dio la graciosa circunstancia de que alguna chica se fijara en algún muchacho en especial, el cual sin embargo estaba particularmente interesado en tal otra compañera de grupo, la cual a su vez trataba de conquistar la atención de aquel otro chico a su entender “tan especial”. Sin embargo, en mi caso no fue de esta manera, produciéndose la singular situación de que dos chicas se disputaran mi corazón y a las cuales yo estaba interesado en corresponder, dado que me había fijado en ellas con cierto interés ya desde el segundo día. Una de estas jovencitas llevaba por nombre Cecilia, siendo una encantadora rubia de cabellos suavemente rizados, que le llegaban hasta la espalda entre los hombros, ojos azul claro, tez muy blanca más bien sonrosada, labios algo gruesos y encantadoramente bien formados, pechos de tamaño normal muy levantados y un cuerpo de adolescente adorablemente bien formado, con una cola redonda y unos muslos más bien gruesos para su edad; en total, una preciosura maravillosa. La otra era Sandra, de piel bien blanca pero no así rosada como la de Cecilia; cabellos negrísimos hasta media espalda, ojos marrones oscurísimos casi negros, rostro común y corriente sin nada de particular, y cuerpo delgado que la hacía parecer más alta de lo que era en realidad. No era lo que podría decirse una maravilla de mujer, físicamente hablando, pero de todos modos se hacía mirar, principalmente cuando se metía en su malla de baño de lycra negra. En algunas ocasiones tuve oportunidad de conversar distraídamente con ellas, por separado con una y con otra, aunque siempre haciéndome el interesante y no dándoles a entender que también yo me sentía entusiasmado ante la proximidad física de sus cuerpos al mío, con lo que ellas ardían aún más de amor hacia mí. Estaba especialmente interesado en hacer subir de nivel ese interés, hasta hacerlo pasar a una intensa pasión por mí, ya que una de las virtudes de mi temperamento, según lo dicen mis conocidos más allegados, es la de la paciencia y el disimulo en mi proceder y mis acciones, características que he procurado acentuar aún más con el paso de los años. Por otra parte, también me gusta “actuar” como parte del cortejo y conquista hacia las mujeres, actitud ésta que, debo reconocerlo, me ha valido muy buenos momentos. No tenía trazado ningún plan en particular de cómo acometer la labor de seducción hacia ellas, sino que simplemente lo veía como una situación lejana porque en una semana consideraba que sería poco lo que podría adelantar; y que, luego de terminado el tiempo de campamento, probablemente nunca volvería a verlas en mi vida. Pero ¡cuántas veces nos equivocamos! Y ¡cuántas veces el Destino nos depara algo muy distinto de lo que podemos imaginar! Una mañana, casi seguro el Miércoles, sobre las 7.30 a. m., nos despertamos con la llamativa novedad de que cuatro chicas estaban golpeando la puerta del dormitorio donde me había tocado en suerte pasar las noches, y entre ellas se encontraba Sandra. Si bien no ingresaron al recinto, llamaron reiteradamente hasta que despertaron a algunos, los cuales hicieron reaccionar a los demás. Uno de los compañeros saltó de la cama vestido solamente de calzoncillos, entreabrió la puerta asomando el rostro, y ante la pregunta que ellas hicieron, de si podían pasar, nuestro amigo y casual portero les respondió que estábamos todos impresentables. Cumplidos sus deseos de despertarnos, aquellas cuatro angelicales jovencitas se retiraron. Luego nos vestimos, y fuimos al comedor general para tomar nuestro desayuno correspondiente. Al día siguiente, la mañana del Jueves, las cuatro mismas amigas regresaron a la misma hora, si bien ese día ya estábamos esperando su aparición, por lo que no nos tomó totalmente desprevenidos que se nos presentaran. Lo que sí nos tomó totalmente de sorpresa fue que, en lugar de tocar a la puerta y esperar, directamente ingresaron al hábitat de descanso. Claro, también nosotros habíamos tenido la inteligente previsión de dejar la puerta sin llave como para facilitar las cosas por si acaso, calculando que tal vez ellas querrían repetir la experiencia de la víspera. En total, allí dormíamos nueve chicos más uno de los líderes. Las mismas cuatro del día anterior entraron, pues, como digo, sólo que con paso sigiloso con el fin de no despertarnos con anticipación, y así darnos la sorpresa. También yo estaba dormido, y cuando al fin reaccioné estaban ellas cuatro junto a mi lecho, mirándome sonrientes, mientras una de ellas jalaba hacia el costado, suavemente, de la sábana que me cubría, tomándola desde una altura que coincidía con mis caderas, produciéndome así una sensación rarísima entorno de mi cuerpo a esa altura. ¿Y quién era la que movía con tanta maestría la sábana? Ya podrán imaginarlo: Sandra. Pues bien, charlamos un poquitín sobre el hecho, y se marcharon. Evidentemente, la tenían conmigo. El Sábado a la noche, antes de acostarnos, los líderes anunciaron que se daría una pequeña fiestita en celebración del hermoso campamento vivido, y del compañerismo que se había creado entre todos. Hubo abundantes gaseosas, una torta decorada y música incluida. Terminada la cena en el comedor general del Parque, nos retiramos nuevamente a nuestro sector, donde procedimos a ducharnos y vestirnos para la ocasión, y a medida que estábamos listos pues simplemente pasábamos al salón donde charlaríamos y estaríamos todos juntos por última vez. Para eso de las 11 de la noche se me acerca una de las chicas para invitarme a bailar, y ¡oh sorpresa!, era Sandra, la mismísima Sandra, con su agradable figura espigada, que deseaba de una buena vez tenerme en sus brazos, y mostrarle a todas las demás, especialmente a Cecilia su “rival” evidente y más manifiesta, que yo la estrechaba con mis brazos, a despecho de todos los varones. Otra vez más, se daba el caso de que era una mujer la que me sacaba a bailar. Curioso, ¿no? Y creí tener contra mi corazón a todas las huríes del Paraíso. Y no sabía si era ella de pasta de almendras o alguna otra sustancia maravillosa, de tan tierna y frágil como la sentía por doquiera. ¡Bendito sea Quien la ha formado! Mis brazos no osaban oprimir aquel cuerpo juvenil. Y por fin, al abrazarla a pedido suyo, fue como si entrase en mí una nueva vida de cien años. En ese momento me sentía más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de felicidad, que me aligeraba de mi peso como por arte de magia. Así estuvimos no sé cuanto rato, hasta que finalmente terminamos haciendo una pausa en nuestro embelesamiento para comer algo y completar de nuevo con gaseosa nuestros vasos. La celebración duró en su máximo hasta la 1 a. m. Del Domingo, momento en que se fueron a dormir la mayoría de los chicos y chicas, quedando sólo unas pocas personas, co lo cual la conversación se volvió muy lánguida, con largas pausas en silencio. Salimos un rato afuera a seguir comiendo los últimos restos de torta, y una hora después tan solo quedabamos seis personas, entre quienes se contaban, además de quien esto escribe... ¡¡Cecilia!! Sí, señores, la mismísima Cecilia, con sus cabellos dorados y su dulce mirar, seguía allí junto a mí con sus ojos lánguidos y su tierna sonrisa, como haciéndome un silencioso reproche cargado de tristeza, en el cual parecía reclamarme que yo me había dejado arrastrar como un trapo hasta la pista de baile en las manos de otra, en vez de haberle dado la preferencia y el privilegio a ella. No pude menos que sonreírle con dulzura y bajar la vista, un tanto avergonzado ante lo sucedido. Fue recién entonces que me di cuenta que su amor hacia mí era sincero y profundo. Desde aquél día, siempre recito este poema en recuerdo de Cecilia:
Todas las noches, en mis tristes sueños, Sonriendo te miro, Y caigo, amante, suspirando loco Ante tus pies queridos. Me miras con tristeza, sacudiendo Tu cabecita rubia, Y por tus ojos de tu amargo llanto Corren las perlas húmedas. Y me dices muy bajo una palabra, Y de rosas me entregas blanco ramo, Y al despertar el ramo ya no existe Y la palabra aquella he olvidado.
Y tampoco puedo dejar de recordar este otro:
¡Abandono este jardín llevando en mi corazón, como el tulipán sangriento, la herida del amor! ¡Desgraciado el que sale del mundo sin llevarse ninguna flor en la orla de su traje!
(fin del tercer relado de este post)
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