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Autor Tema: Nuevos relatos míos.  (Leído 1572 veces)
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PeterPaulistic@
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Soy Celta, estoy feliz.


« : 29 de Enero 2006, 04:36:25 »

Amig@s, acabo de escribir este viernes 27 tres nuevos relatos, que desearía compartir con Uds. hoy. Son totalmente auténticos, y me salieron así. Quedaría muy contento si me dijeran qué les pareció cada uno de ellos.

01 ¿UNA GITANITA O QUÉ?

Resumen: curioso encuentro con una presunta gitanita.

     Bien, creo que me llegó el turno de presentar mi relato. Primero que nada, debo presentarme: mi nombre es Roy, aunque mis amigos y demás allegados suelen llamarme “Pati” porque me dejo crecer las patillas y me afeito el resto de la barba. También creo importante destacar que soy rubio y de ojos celestes, hombros anchos más bien musculosos así como piernas naturalmente fuertes y robustas. Debo reconocer que siempre tuve cierta fama de hombre apuesto. Ahora cuento 34 años de edad.
     Este caso que me dispongo a relatarles ocurrió hace tal vez 10 años, cierta vez que en Semana de Turismo iba de camino a Punta del Este con mi padre y mi madre, y decidimos pasar por la ciudad de Piriápolis con el fin de comprar alguna que otra provisión y hacer mediodía en “La Cascada”, un conocido parque de la misma ciudad. El caso es que habíamos terminado por llegar al supermercado “Jopito”, sobre la hermosa rambla, y luego de estacionar el automóvil nos dedicamos a recorrer despreocupadamente el súper, hasta que pasamos por la sección de comidas hechas, donde nos decidimos por una bandeja de ensalada hecha y un pollo al spiedo en la rotisería, más alguna gaseosa bien fría. A continuación pasamos por la sección panadería, y luego pagamos todo en las cajas.
     Pues bien, el caso es que cuando salíamos cargados con las bolsas de las compras rumbo a nuesto Ford Falcon, coche que por entonces teníamos, se me acerca una chica de unos 18 o 20 años, ataviada con pantalones vaqueros color azul oscuro, remera color negro muy ajustada y sin mangas, y una carterita pequeña pero de correa larga colgada sobre uno de sus hombros y cruzada hacia su otro costado. Era de piel clara pero cabellos muy negros peinados en una coleta hacia atrás, y creo que un cerquillo. Cuando estuvo muy próxima a mí, me dice ser gitana y que me adivinaría la suerte. Acto seguido, extiende sus manos y me toma mi diestra.
     Personalmente, no tenía ningún interés en que nadie me adivinase la fortuna, y menos en ese momento, en que simplemente deseaba seguir con mi viane. Hay que ver que era Sábado casi a mediodía, y honestamente sólo deseaba almorzar cuanto antes. Por lo tanto, hice el ademán de retirar mi mano de entre las suyas para dar media vuelta, a lo cual ella, con una inusitada rapidez que verdaderamente me sorprendió, volvió a tomar mi diestra, para volver a hablar de esta manera:

 - Oye, no te vayas, vuelve aquí. No tengas miedo, solamente deseo leerte la suerte en las líneas de tu diestra.
 - No, no me interesa. Ya me voy -respondí con brusquedad, mientras fruncía el ceño.
 - Anda, vuelve aquí –insistió ella.

     Mi siguiente respuesta fue el silencio más absoluto y, dándole la espalda definitivamente, hacerle ver la anchura de mis hombros. A todo eso, mi madre y mi padre ya habían terminado de cargar todo, y me esperaban sentados dentro del coche. Cuando ascendí, mamá me pregunta con voz sorprendida y cara de no poder creer lo que estaba viendo:
 - ¿Qué quería la chiquilina ESA?
 - Dijo ser una gitanita que me adivinaría la suerte... Vaya menuda suerte la mía.
 - Bue... –fue la única acotación que pronunció mi madre.

     Siempre me quedó la duda de si esa muchacha sería verdaderamente una gitana, o si sería alguna pobre chica obligada a trabajar de prostituta y rebajada a peregrinar por las calles a la pesca de algún cliente, porque fíjense ustedes: no vestía ninguna de las prendas que habitualmente acostumbran usar las gitanas que clásicamente conocemos; andaba muy sola por allí, y no integrando un grupo de cuatro o cinco, como normalmente lo hacen; y lo más curioso... ¡¡en el estacionamiento de un supermercado!! Además, ese desmedido interés en tomarme una mano, poco habitual entre las auténticas gitanas viejas, más experimentadas en el arte de acometer a los incautos con la conversación, me llenó de extrañeza. Son todas cosas que me sorprendieron verdaderamente, y me hicieron pensar desde un comienzo que tal vez no era una joven gitana.
     Bajo esta perspectiva, ¿no les resulta extraño también a ustedes? ¿Qué opinan al respecto?

(fin del primer relato)
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« Respuesta #1 : 29 de Enero 2006, 04:38:28 »

02 CONFUSIÓN SOBRE CURIOSIDAD

Resumen: cuando a la curiosidad se le suma la confusión, pueden generarse situaciones insospechadas y divertidas en grado superlativo.

     Este caso que me dispongo a relatarles sucedió hace cuatro años, en el invierno del año 2.002. Resulta que en Febrero me había reglamentado en un curso de Auxiliar de Servicio en un Instituto privado, si bien dependiente del Ministerio de Salud Pública. En el mismo Instituto también se dictaban clases de Enfermería, y cuando luego de siete semanas de clases teóricas mi grupo pasó a realizar prácticas en el hospital local, nos encontramos con que simultáneamente también estaban realizando su práctica algunos chicos de uno de los grupos de Enfermería, entre los que se encontraba una linda chica muy rubia, de nombre Marcela, según supe con el paso de los días.
     El caso es que durante la semana comenzada el Lunes 17 de Junio, nos tocó trabajar en la cocina a los dos varones del grupo, ayudando en las labores correspondientes a la cocinera. Pues bien; el día jueves 20 mi amigo faltó, y debimos arreglárnoslas la cocinera y yo solos para todo, con lo que nos vimos un poco recargados en las tareas habitualmente repartidas entre tres. Nuestro horario durante esa semana era de 8 de la mañana a 12 del mediodía, con una breve pausa a eso de las 10, momento que empleábamos bien fuese para ir al baño, bien para tomarnos un café, o simplemente sentarnos un instante a descansar. Como el grupo de Enfermería realizaba un horario de 6 a 12, la larga mañana también era interrumpida brevemente a esa hora, y el día mencionado una de las chicas, concretamente Marcela, llegó con la intención de beberse un posillo de café caliente, habida cuenta de la época en que estábamos y el frío reinante.
     Ahora, imagínense ustedes esta situación: mi ubicación era estar sentado sobre un pequeño banquito, a la cabecera de una mesa rectangular en el centro de la cocina. Sobre uno de los lados de la misma, en una silla, la cocinera tomaba mate. Entonces Marcela, con el café ya caliente en su taza, va y se ubica en un tercer asiento en la otra cabecera, es decir frente a mí. Charlamos alguna que otra cosilla sin importancia, hasta que en un momento, sin mediar transición de un tema a otro, esta chica me encara y me pregunta:
 - ¿Y vos de qué país sos?

     A mí la cuestión me dejó de piedra y como clavado al asiento. Recuerdo que en ese momento la puerta del local estaba abierta y yo recostado al filo de la misma, con la cabeza un poco hacia atrás hasta tocar el filo con la nuca, mientras me movía suavemente de lado a lado, pero cuando Marcela dejó caer tan pesadamente sobre mí su interrogante, este vaivén mío desapareció. Literalmente, quedé plasmado sobre el asiento, y tan solo atiné a mover los ojos para mirarla a la cara. Y sí, no cabía duda, me lo preguntaba a mí, me estaba mirando directamente al rostro; no había entrado nadie más al recinto. Y sin embargo, aún así no atinaba a dar crédito a mis oídos. ¿Qué había visto en mí esta rubia, como para dar por descontado mi origen extranjero? ¿Por qué suponía que yo no podía ser tan uruguayo como la cocinera o ella misma? No es que nunca hubiese visto Marcela a alguien rubio, puesto que ella lo es tanto como yo, o incluso más, dado que mi cabello es rubio ceniza, y el suyo es de un hermoso color dorado que reluce como el oro, el sol y los campos de trigo. Paralelamente, sus ojos y los míos son azules cual la turquesa iránica cuando aún conserva la humedad de la roca Y mirándole con rostro embobado por la sorpresa, abriendo más mis ojos y levantando un tanto las cejas, no pude menos que responderle con otra breve pregunta:

 - ¿Cómo?
 - Sí, ¿de qué país sos?
 - Soy uruguayo... –respondí, levantando los hombros y sonriendo-. Nací aquí en esta ciudad, en este mismo hospital... Siempre viví aquí... ¿Por qué?
 - No sé... es que siempre te veo así, como callado... Recuerdo que hace años, cuando nos cruzábamos y yo te saludaba, vos te apocabas y te quedabas así, como cortado...

     Personalmente, no recordaba haberla visto nunca antes, pero no me puse a aclarar mucho el asunto. Para mí era algo inexplicable, y por lo tanto pienso que no tiene caso darle muchas vueltas a ese tipo de cuestiones. Al momento terminó su café y se retiró de la cocina, retomando su actividad del día. Con la cocinera nos quedamos comentando brevemente lo extraño del caso, preguntándonos por qué me habría hecho tan curiosa pregunta.
 - Tal vez sea porque siempre vienes en alguna bicicleta de hechura poco común para la zona, muy moderna y poco vista...
 - Pues no, mire qué curioso. Simplemente es una bicicleta montaña color granate, aquella que se ve desde aquí, por la ventana –y se la indiqué.

     Y sí, convinimos en que mi birrodado no tenía nada de extraño. A continuación, retomamos también nosotros nuestra labor. Probablemente, la cocinera haya sepultado en el olvido la anécdota, pero no fue ese mi caso; no estaba dispuesto a olvidar tan fácilmente este divertido incidente, y por eso estoy ahora contándoselo a todos ustedes.
     Desde ese día, cada vez que veo a Marcela y nos saludamos, no puedo dejar de recordar el asunto, y muy divertido sonrío para mis adentros, pensando que ella no se imajina ni por asomo cuánto me divirtió lo sucedido, ni que todavía hoy, luego de casi cuatro años, recuerdo perfectamente el diálogo, la situación, y la cara de asombro que debí haber puesto ante su pregunta.
     Cuando la confusión va de la mano de la curiosidad... esto es la locura total. ¿No les parece?
     Por un lado me alegro de haberle sido tan sincero, pero por otra parte me lamento un poco el no haber seguido la conversación hacia su lado, habida cuenta de cuán convencida estaba ella de mi origen extranjero. Hubiera sido lindo poder comprobar hasta qué extremos podía llevar adelante una mentira si tenía bien cuidado de darle visos de realidad. ¿Qué opinan ustedes?

(fin del segundo relato)
« Última modificación: 29 de Enero 2006, 04:44:06 por Roy Pati » En línea
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« Respuesta #2 : 29 de Enero 2006, 04:42:35 »

03 HISTORIAS DE CAMPAMENTOS

Resumen: lo que puede ocurrir cuando menos te lo esperas, y aún sin proponértelo.

     Hola de nuevo. Bueno, aquí les presento otro de mis casos narrables. Es el tercero de mi colección, aunque en realidad debería ir el primero, porque sucedió cuando aún faltaban tres meses para cumplir yo mis 19 años.
     Resulta que aquí en mi país es muy común que, en el Verano, los chicos y chicas aprovechen las vacaciones para salir de campamentistas a diversos camping que, por una módica suma de dinero, brindan cama y las cuatro comidas diarias. Uno muy popular en el ámbito nacional e internacional se encuentra a 25 kilómetros de mi ciudad y en el mismo departamento, y depende de la Iglesia Evangélica Valdense del Río de la Plata, si bien es abierto a todas las personas de cualquier edad, sin importar a qué confesión religiosa pertenezcan, o si profesan alguna religión particular o si son agnósticos o ateos. Es, más que nada, un sitio de esparcimiento a orillas del Río de la Plata.
     La cuestión es que un día, encontrándome con una cierta suma de dinero extra, decidí inscribirme en uno de esos campamentos de Verano, a realizarse en la última semana de Enero. No olviden que aquí en el Hemisferio Sur las estaciones son opuestas a las del Norte. El comienzo era a las 10 a. m. de un Domingo, hasta las 10 a. m. del Domingo siguiente, o sea siete días. Como era un grupo enorme de varones y otro grande de mujeres, todos adolescentes, debieron ubicarnos a los chicos en dos dormitorios amplios y a las muchachas en tres, si bien un tanto más pequeños.
     Total que yo era el más mayor de la totalidad de varones y chicas, a tal punto que había quienes me confundían con un líder más, generándose diversas situaciones de lo más graciosas, que por ahora no viene al caso relatar. Casi todos los días y noches transcurrieron dentro de la más absoluta normalidad, si bien con el paso de las jornadas, y bajo el influjo del calor y la poca ropa, ya que los varones nos pasábamos casi siempre de bañador y sin remera, y las chicas con bikini o malla de baño, o pantalón cortito y remeras tipo top, entonces comenzamos a recrear la vista mutuamente los varones con las mujeres, y viceversa ellas con nosotros. Y así, paulatinamente, unas y otros comenzamos a gustarnos, aunque en varias ocasiones se dio la graciosa circunstancia de que alguna chica se fijara en algún muchacho en especial, el cual sin embargo estaba particularmente interesado en tal otra compañera de grupo, la cual a su vez trataba de conquistar la atención de aquel otro chico a su entender “tan especial”. Sin embargo, en mi caso no fue de esta manera, produciéndose la singular situación de que dos chicas se disputaran mi corazón y a las cuales yo estaba interesado en corresponder, dado que me había fijado en ellas con cierto interés ya desde el segundo día.
     Una de estas jovencitas llevaba por nombre Cecilia, siendo una encantadora rubia de cabellos suavemente rizados, que le llegaban hasta la espalda entre los hombros, ojos azul claro, tez muy blanca más bien sonrosada, labios algo gruesos y encantadoramente bien formados, pechos de tamaño normal muy levantados y un cuerpo de adolescente adorablemente bien formado, con una cola redonda y unos muslos más bien gruesos para su edad; en total, una preciosura maravillosa.
     La otra era Sandra, de piel bien blanca pero no así rosada como la de Cecilia; cabellos negrísimos hasta media espalda, ojos marrones oscurísimos casi negros, rostro común y corriente sin nada de particular, y cuerpo delgado que la hacía parecer más alta de lo que era en realidad. No era lo que podría decirse una maravilla de mujer, físicamente hablando, pero de todos modos se hacía mirar, principalmente cuando se metía en su malla de baño de lycra negra.
     En algunas ocasiones tuve oportunidad de conversar distraídamente con ellas, por separado con una y con otra, aunque siempre haciéndome el interesante y no dándoles a entender que también yo me sentía entusiasmado ante la proximidad física de sus cuerpos al mío, con lo que ellas ardían aún más de amor hacia mí. Estaba especialmente interesado en hacer subir de nivel ese interés, hasta hacerlo pasar a una intensa pasión por mí, ya que una de las virtudes de mi temperamento, según lo dicen mis conocidos más allegados, es la de la paciencia y el disimulo en mi proceder y mis acciones, características que he procurado acentuar aún más con el paso de los años. Por otra parte, también me gusta “actuar” como parte del cortejo y conquista hacia las mujeres, actitud ésta que, debo reconocerlo, me ha valido muy buenos momentos. No tenía trazado ningún plan en particular de cómo acometer la labor de seducción hacia ellas, sino que simplemente lo veía como una situación lejana porque en una semana consideraba que sería poco lo que podría adelantar; y que, luego de terminado el tiempo de campamento, probablemente nunca volvería a verlas en mi vida. Pero ¡cuántas veces nos equivocamos! Y ¡cuántas veces el Destino nos depara algo muy distinto de lo que podemos imaginar!
     Una mañana, casi seguro el Miércoles, sobre las 7.30 a. m., nos despertamos con la llamativa novedad de que cuatro chicas estaban golpeando la puerta del dormitorio donde me había tocado en suerte pasar las noches, y entre ellas se encontraba Sandra. Si bien no ingresaron al recinto, llamaron reiteradamente hasta que despertaron a algunos, los cuales hicieron reaccionar a los demás. Uno de los compañeros saltó de la cama vestido solamente de calzoncillos, entreabrió la puerta asomando el rostro, y ante la pregunta que ellas hicieron, de si podían pasar, nuestro amigo y casual portero les respondió que estábamos todos impresentables. Cumplidos sus deseos de despertarnos, aquellas cuatro angelicales jovencitas se retiraron. Luego nos vestimos, y fuimos al comedor general para tomar nuestro desayuno correspondiente.
     Al día siguiente, la mañana del Jueves, las cuatro mismas amigas regresaron a la misma hora, si bien ese día ya estábamos esperando su aparición, por lo que no nos tomó totalmente desprevenidos que se nos presentaran. Lo que sí nos tomó totalmente de sorpresa fue que, en lugar de tocar a la puerta y esperar, directamente ingresaron al hábitat de descanso. Claro, también nosotros habíamos tenido la inteligente previsión de dejar la puerta sin llave como para facilitar las cosas por si acaso, calculando que tal vez ellas querrían repetir la experiencia de la víspera. En total, allí dormíamos nueve chicos más uno de los líderes. Las mismas cuatro del día anterior entraron, pues, como digo, sólo que con paso sigiloso con el fin de no despertarnos con anticipación, y así darnos la sorpresa. También yo estaba dormido, y cuando al fin reaccioné estaban ellas cuatro junto a mi lecho, mirándome sonrientes, mientras una de ellas jalaba hacia el costado, suavemente, de la sábana que me cubría, tomándola desde una altura que coincidía con mis caderas, produciéndome así una sensación rarísima entorno de mi cuerpo a esa altura. ¿Y quién era la que movía con tanta maestría la sábana? Ya podrán imaginarlo: Sandra. Pues bien, charlamos un poquitín sobre el hecho, y se marcharon. Evidentemente, la tenían conmigo.
     El Sábado a la noche, antes de acostarnos, los líderes anunciaron que se daría una pequeña fiestita en celebración del hermoso campamento vivido, y del compañerismo que se había creado entre todos. Hubo abundantes gaseosas, una torta decorada y música incluida. Terminada la cena en el comedor general del Parque, nos retiramos nuevamente a nuestro sector, donde procedimos a ducharnos y vestirnos para la ocasión, y a medida que estábamos listos pues simplemente pasábamos al salón donde charlaríamos y estaríamos todos juntos por última vez. Para eso de las 11 de la noche se me acerca una de las chicas para invitarme a bailar, y ¡oh sorpresa!, era Sandra, la mismísima Sandra, con su agradable figura espigada, que deseaba de una buena vez tenerme en sus brazos, y mostrarle a todas las demás, especialmente a Cecilia su “rival” evidente y más manifiesta, que yo la estrechaba con mis brazos, a despecho de todos los varones. Otra vez más, se daba el caso de que era una mujer la que me sacaba a bailar. Curioso, ¿no? Y creí tener contra mi corazón a todas las huríes del Paraíso. Y no sabía si era ella de pasta de almendras o alguna otra sustancia maravillosa, de tan tierna y frágil como la sentía por doquiera. ¡Bendito sea Quien la ha formado! Mis brazos no osaban oprimir aquel cuerpo juvenil. Y por fin, al abrazarla a pedido suyo, fue como si entrase en mí una nueva vida de cien años. En ese momento me sentía más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de felicidad, que me aligeraba de mi peso como por arte de magia.
     Así estuvimos no sé cuanto rato, hasta que finalmente terminamos haciendo una pausa en nuestro embelesamiento para comer algo y completar de nuevo con gaseosa nuestros vasos. La celebración duró en su máximo hasta la 1 a. m. Del Domingo, momento en que se fueron a dormir la mayoría de los chicos y chicas, quedando sólo unas pocas personas, co lo cual la conversación se volvió muy lánguida, con largas pausas en silencio. Salimos un rato afuera a seguir comiendo los últimos restos de torta, y una hora después tan solo quedabamos seis personas, entre quienes se contaban, además de quien esto escribe... ¡¡Cecilia!! Sí, señores, la mismísima Cecilia, con sus cabellos dorados y su dulce mirar, seguía allí junto a mí con sus ojos lánguidos y su tierna sonrisa, como haciéndome un silencioso reproche cargado de tristeza, en el cual parecía reclamarme que yo me había dejado arrastrar como un trapo hasta la pista de baile en las manos de otra, en vez de haberle dado la preferencia y el privilegio a ella. No pude menos que sonreírle con dulzura y bajar la vista, un tanto avergonzado ante lo sucedido. Fue recién entonces que me di cuenta que su amor hacia mí era sincero y profundo. Desde aquél día, siempre recito este poema en recuerdo de Cecilia:

Todas las noches, en mis tristes sueños,
Sonriendo te miro,
Y caigo, amante, suspirando loco
Ante tus pies queridos.
Me miras con tristeza, sacudiendo
Tu cabecita rubia,
Y por tus ojos de tu amargo llanto
Corren las perlas húmedas.
Y me dices muy bajo una palabra,
Y de rosas me entregas blanco ramo,
Y al despertar el ramo ya no existe
Y la palabra aquella he olvidado.


     Y tampoco puedo dejar de recordar este otro:

¡Abandono este jardín llevando en mi corazón,
como el tulipán sangriento, la herida del amor!
¡Desgraciado el que sale del mundo
sin llevarse ninguna flor en la orla de su traje!


(fin del tercer relado de este post)
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