Alarma e indignación en Japón tras el asesinato de dos niñas de 7 añosEl asesinato de dos niñas de siete años por aparentes maniacos sexuales, en apenas un intervalo de diez días, ha trastocado la imagen que los japoneses tenían de este país como un paraíso para la seguridad personal.
"Hay una auténtica sensación de pánico entre las madres. Quienes trabajan piden a las vecinas que recojan a los chicos aunque la escuela esté a 200 metros de la casa", señala Rumi Kawazoe, que vive con sus cuatro hijos pequeños en Saitama, provincia vecina de Tokio.
Rumi, cuyo marido es ruso y vivió hace años la "ley de la jungla" de las calles de Moscú, subraya que sólo ahora, tras los salvajes crímenes ocurridos en Hiroshima e Ibaraki, cuyas víctimas fueron dos niñas de 7 años, comienza a ver cuán ilusa era la sensación de paz que marcaba la vida en Japón con respecto a otros países.
Nuevo crimen
La noticia más temida para una mujer de la edad de Rumi, la señora Yoko Yoshida, llegó ayer tarde, cuando la policía de Ibaraki la condujo a reconocer el cuerpo de una joven acuchillada hallado en un bosque de esa provincia al norte de Tokio.
La señora Yoshida, de 38 años, había denunciado el pasado jueves la desaparición de su hija Yuki, que no volvió a su casa a primera hora de la tarde tras terminar sus clases en la ciudad de Imaichi, en la provincia de Tochigi, que linda con Ibaraki.
Al día siguiente, tres cazadores hallaban el cadáver cosido a puñaladas de una joven desnuda, a diez metros de una senda forestal.
Avanzada la tarde del viernes, Yoko Yoshida identificaba el cuerpo como el de su segunda hija.
La policía de Ibarachi ha indicado que algunos testigos vieron a un hombre de mediana edad hablando con una joven cerca de donde Yuki se separó de sus compañeros de clase, en un camino flanqueado por forestas de cedros.
Según dijeron hoy los forenses, Yuki murió desangrada y al menos una de las cuchilladas le alcanzó el corazón.
Indignación
La consternación por este suceso seguía a la ola de indignación que levantó esta misma semana la detención y captura del presunto asesino de otra joven, también de siete años.
Airi Kinoshita desapareció el 22 de noviembre en su barrio de Hiroshima, suroeste de Japón, y su cuerpo fue hallado pocas horas después estrangulado dentro de una caja de cartón en un descampado.
En una impresionante operación policial (semejante a la que ahora busca al asesino o asesinos de Yuki), el miércoles era detenido el peruano Juan Carlos Pizarro Yagi, de 30 años.
Al día siguiente, Pizarro confesó a su abogado que había matado a la joven, aunque aseguró que lo había hecho bajo una influencia diabólica.
"El diablo entró y controló mi cuerpo. No me acuerdo de haberla estrangulado. Tampoco la lleve a mi apartamento", dijo Pizarro, que residía muy cerca de donde se halló el cuerpo de Airi.
Pizarro confesó el crimen después de que la policía de Hiroshima indicara que las trazas genéticas del análisis del sudor descubierto en la ropa de la joven coincidían con el ADN del presunto asesino.
Aunque se sabe que Pizarro llegó a Japón en abril pasado procedente de Perú, donde dejó a su mujer y dos hijos, aún hay confusión sobre su identidad verdadera.
Las primeras averiguaciones apuntaron a que Pizarro Yagi es de ascendencia japonesa, pero el Ministerio de Exteriores peruano adelantó poco después que aparece registrado en Perú con dos nombres diferentes, lo que ha puesto en duda ese origen nipón.
