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PeterPaulistic@
   
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Soy Celta, estoy feliz.
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« Respuesta #10 : 29 de Julio 2004, 05:48:17 » |
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ALGUNOS CASOS Y COSAS VIVIDAS EN PUNTA DEL ESTE:
Relataré aquí, bajo un solo título, dos conversaciones tenidas de manera independiente con respectivas personas en nuestro principal balneario uruguayo, la hermosa ciudad de Punta del Este. La primera tuvo lugar en Semana de Turismo del año 2.000 en la Cachimba del Rey, plazoneta ubicada en el barrio de igual designación, y al cual da su nombre. Habiéndome enterado, unos meses antes, de la existencia de tal parque en la ciudad de Maldonado, con la cual Punta del Este forma un conurbano, me decidí localizarle para así conocer ese sitio que forma parte del acervo histórico del departamento durante la época colonial. Así es que, un día, de la citada Semana Santa, me dediqué a recorrer las avenidas hasta que llegué al sitio buscado. Allí, entre los setos de arbustos y enramadas de glisinas, hay una bella fuente octogonal con un pilar central y, encima, una pareja de nativos: el hombre, erguido, mantiene su mano izquierda apoyada en la espalda de la mujer, quien se inclina para beber el agua que aquél le ofrece en la concavidad de la mano derecha. Algo más lejos, un pozo con brocal y, junto a éste, un enorme pozo con tapa y una inscripción en letras azules realizada sobre azulejos blancos, en que se lee “Leyenda que acuña sueños / entre médanos dorados./ Aquél que bebe en la cachimba / siempre vuelve a Maldonado”. Esto no tendría mayor sentido, si no fuese porque el cuidador del lugar, un hombre de cierta edad ya, me explicase que el monumento representa a una pareja de indígenas que habitaba en la zona de Maldonado en la época de la colonia, y que fueron llevados a la vecina ciudad de San Carlos. Poco tiempo después del traslado, la nativa, de nombre Dos Lunas, enfermó, y su esposo Arbol Fuerte la trasladó de nuevo a su zona natal, dándole de beber el agua de ese manantial con supuestas propiedades curativas. El cuidador no me aclaró si la mujer finalmente recobró la salud o no, pero el hecho es que a partir de ese incidente es que se labró la leyenda que se refiere al retorno a Maldonado de los que beben de su agua. Por supuesto, tomé algunas fotografías del sitio.
La otra historia que quiero referir se desarrolló también en Semana Santa pero del año 2.002. Sin embargo el sitio es la Isla Gorriti, y la persona con quien hablé era una señora muy mayor, tal vez de 80 años, pero con una maravillosa lucidez física y rapidez de pensamiento. Había viajado en la misma lancha que yo, en compañía de su hijo y su nuera, esposa de éste. Luego de arribar a la ínsula, ellos tomaron su rumbo y yo el mío, hasta que luego de dos horas volvimos a reunirnos cerca del muelle donde llegaría la lancha para regresarnos a tierra firme. Minutos antes de embarcarnos de regreso, estuvimos un rato sentados en torno de una de las tantas mesas que allí se encuentran, contemplando el bello paisaje de la bahía y toda la ciudad, que es posible apreciar desde allí, y observando la mansa paz de las diferentes aves que andaban de rama en rama o caminando de aquí para allá entre la hojarasca y la arena del suelo. Entonces, la señora mayor recordó un incidente de su niñez, que recordaba con particular intensidad. Al ver un hornero (ave que recibe su nombre a raíz de la peculiar forma de su nido, en forma de horno de pan), me explicó que cuando ella era joven y vivía en el campo, una vez, como inocente juego infantil, trepó a un árbol y logró desprender entero uno de tales nidos, lo bajó, y lo llevó hasta su casa. Al ver su madre tal cosa, le rezongó tremendamente y le quitó el nido de las manos, sólo para llevarlo de nuevo al mismo sitio donde estaba y reponerlo en su lugar, pegándole luego con barro recién preparado. A continuación, le explicó a la entonces joven que eso de remover nidos de hormero acarreaba, tarde o temprano, mala suerte para quien cometía esa tropelía. Y la señora que ahora me relataba lo sucedido se reía, diciéndome “En esa época lo tomé como cosas de gente mayor e ignorante, nunca había sentido tal cosa, y tampoco estaba dispuesta a creerla”. Pero continuó contándome que, sin embargo, muchos años después conoció una vecina que, en el living de su casa, tenía uno de tales nidos muy adornado con cintas y guías multicolores “... y podrás creer que, después, a esa mujer le ocurrieron varias desgracias. Quedó viuda, se le quemó la casa, tuvo un accidente... “. Lo que no me quedó muy claro es qué tipo de “barbaridad” habrá cometido la gente que nunca ha tocado un nido de hornero e igualmente le ha ocurrido cualquier clase de tragedias. Obviamente que no me puse a objetarle nada, ya que no era momento ni lugar para ponerme a contrariar a alguien a quien no conocía; no valía la pena amargarme y amargarle el día a la señora. Además, el caso no merecía el menor análisis ya que no resiste la lógica más elemental; sin embargo, pasé un rato entretenidísimo y hasta me moría de la risa por dentro, viendo la seriedad con que me contaba la enseñanza de la historia: sacar de su lugar los nidos de horneros, trae mala suerte a la gente. Yo diría, más bien, que en esos casos la mala suerte se la lleva el casal de aves, que se ven en la triste necesidad de recomenzar la labor de construir todo el nido nuevamente.
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