José salió a las tantas del trabajo, molido como un zurrón, con las manos llenas de astillas y varios cortes superficiales. En la puerta de casa, se sopló el serrín que se acumulaba en sus cejas y entró en silencio. Por eso escuchó tan nítidos los gemidos de Maria. Asido al formón, se lanzó hacia el dormitorio. Cuando abrió la puerta, allí no había ninguna paloma.
(Adaptación mía de un microcuento escrito por Hiperbreves titulado Mariam y Yosefyah y leido en esas interneses de Dios)
Real como la vida misma, je je je
