La senda está mojada y llena de hojas secas, entre el verdor lustroso de los evónimos y el bronce empolvado de la yedra. Una primavera de rosas nuevas de color rosa, se abre bajo la oscuridad del abandono y la penumbra de las ramas viejas; luego, un ruido de agua de fuente, que lo moja todo con su temblor de garganta sollozante... Al fondo, entre la fronda cárdena, la piedra vieja del palacio mira al poniente; y son ventanas cerradas desde hace muchos años y puertas tapiadas de campanillas azules... Quizá se ve un malva de cielo de crepúsculo; quizá brilla doradamente alguna cristalería... Entonces es cuando canta el ruiseñor junto al agua de la fuente. Desde el fondo silencioso y umbrío, la queja dulce del pájaro resuena como dentro de una bóveda con eco, llena de rosas otoñales. Es el ruiseñor, que tiene los ojos brillantes y abiertos, que anda de rama en rama, frente a unos cristales dorados, junto a una fuente que llora, a la caída de la tarde romántica.
Y alguien ha dicho: "Es un ruiseñor que no teme la muerte repentina".
Autor: Juan Ramón Jiménez
