Aquí teneis mi primera contribución a este rincón tan sugerente de la lírica.
Biblioteca de la facultad, más allá de las cinco de la tarde. Pechos jugosos y pantalones estrechos.
Miradas traviesas, ¿juegan? No, solo evalúan. O estudian.
Libros, cientos de libros de colores,
sillas vacías, cajas que bostezan,
el cortinaje que a veces se agita, al paso de un
estudiante joven, tímido, virgen de barba, carpeta
en mano, dejando pasar lascivos rayos de luz sobre
los rostros aún blanquecinos del invierno.
Pechos jugosos, y meritorios.
Y de entre todos, ese pecho menudo vestido de lana,
sugerente a través del aire,
ese pecho que me parece suave y tan lejano,
de una joven que lo esconde con la carpeta de sus héroes,
de las fotos de adolescencia que la hacen enrojecer
a solas, sueños que quiere esconder a cualquier
precio. Y que saben a pecado.
El tiempo pasa en la biblioteca.
chicos y niñas se enamoran y desenamoran con la fragilidad
de la hoja nueva en marzo,
algunos hechan raíces entre los libros de Bécquer y los de
posguerra, con el recuerdo de una última mirada en
forma de espina,
y otros, simplemente, como vinieron
se fueron.
Pero mi joven y su pecho, perennes,
año tras año vienen a visitarme en la biblioteca.
Angelillo
