.... cuando él dice....

... cuando él dice:
“ya no eres la misma”.

De pronto echaba humo como la olla a presión. No era el vapor de otras veces. Era bastante más. Ha explotado. Y me ha dicho que ya no soy la misma. No intento seducirlo. No me arreglo los sábados. No le llevo el desayuno a la cama ni le pinto corazones en la servilleta de papel. No lo beso de aquella manera. Soy otra. Y al decirme esto he pensado: “¡Qué más quisiera yo que seguir siendo la misma! ¡Y tú el mismo! Y que dentro y fuera de nosotros todo siguiera siendo igual que antes. Me refiero al deseo que nos une, las ideas que nos separan y los gustos (y disgustos) que compartimos. Pero ya no es así”.

Lo presentía. Y cuando él lo ha anunciado como si fueran las rebajas, aún lo he visto más claro. Soy irremisiblemente otra. ¿Cómo dejar de ser otra sin saber si puedo volver a ser la misma? ¿Qué pasa? ¿Seré otra con él pero podría seguir siendo la misma con otro? Porque en el fondo esa es la cuestión. Nos ha oxidado el tiempo. Porque es verdad que antes se me caía la baba nada más verlo, oírlo y no digamos tocarlo. Y ahora ya no se me cae la baba. ¿Qué cosa se me cae a su lado? No se me cae absolutamente nada. Ni el alma a los pies ni la cara de vergüenza. Y esto es lo peor.

Luego está el asunto de la voz. Ya no te importa hablar fuerte. Como cualquier otra. Eso es muy vulgar. Y tú antes no eras cualquier otra. Eras tú. Y ahora ya no eres la misma. Has ido perdiendo tu sensualidad al hablar, me dice. Aquella sensualidad que me recordaba mucho a Judy Garland en "Ha nacido una estrella". ¡Vaya por Dios! ¡Cuánto lo siento! ¡No sólo he dejado de ser yo misma, sino que también he perdido a Judy Garland! Sin embargo, me pregunto si he dejado de ser yo quien era o también él ha dejado de ser quien yo creía que era, y en este caso ambos somos lo que somos sin habernos enterado todavía. Porque antes yo lo telefoneaba cada dos por tres para decirle: “Te quiero, te echo de menos, volveré pronto”. Y él también lo hacia: “Necesito verte, te espero.” Mientras que ahora sólo llama para decirme que compre más cerveza porque hay partido y vienen sus amigos a casa.

Cuando me cuenta algo dice que no le presto atención. Antes era todo oídos. Entonces es humillante, porque me pregunta: “¿A que no te has enterado de lo que te estoy diciendo?”. Es cierto. No me he enterado de lo que me estaba diciendo.

“Antes te ponías muy celosa cuando salía con mis amigos. Ahora apenas dices nada. Parece que te alegres. Antes me veías a medio vestir y tu corazón galopaba...” ¿Ahora? Olvídate. Cuando lo veo medio desnudo, que es lo mismo que haberlo visto a medio vestir, no es que mire para otro lado, pero debo reconocer que no hay galope aunque me clave las espuelas.

“¡Esto sí que me da muy mala espina! ¿No habrá otro hombre por ahí? ¡Júramelo!”.

Juro que no. No hay otro. Juro que yo soy la misma sin querer ser esa otra, pero que sin otro que no seas tú no soy nada, aunque a ratos tú ya no me parezcas tú y empieces a parecerme un hombre distinto, lo cual tampoco sería tan grave.