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Autor Tema: La última noche. James Salter  (Leído 1145 veces)
Elis
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Aupa PeterPaulXXX.com


« : 11 de Febrero 2007, 18:15:01 »

Es lo primero que leo de James Salter (New York, 1925), pero no va a ser lo último, porque con este libro que (su de momento último libro) ha publicado Salamandra, Salter pasa a ser uno de mis autores preferidos. Y voy a intentar abrir las ganas de quienes no le conozcan.

En mi opinión, la lectura de estos diez relatos es capaz de dar al traste con la actual relación sentimental de sus lectores, porque Salter te pone delante de los ojos esas verdades que como gusanos horadan la médula, en personajes que ya no tienen una vida de verdad aunque la tuvieron, o pudieron haberla tenido, son vidas afectivamente arruinadas. Personajes que perdieron lo que tenían porque no sabían que era eso precisamente lo más importante de sus vidas, como el relato titulado ‘Bangkok’, en el que Carol, pasa por la librería de Hollis –casado ahora con Pam y con la que tiene una joven de seis años– para despedirse de él, pues se marcha con una amiga, una conversación tensa, de dos antiguos amantes: Hollis, a la defensiva, intenta expulsarla de su tienda y definitivamente de su vida, pero iremos percibiendo que todavía sigue atrapado en el tacto de la piel de Carol. El hombre le reprocha una antigua infidelidad. La mujer responde:

   –…No sabía que la verdadera felicidad consiste en tener lo mismo todo el tiempo.
   Se miró las manos. Él reparó de nuevo en sus pulgares largos, flexibles.
   –¿No opinas lo mismo? –preguntó ella fríamente.
   –No seas antipática. Además, ¿qué sabes tú de la verdadera felicidad?
   –Oh, la tuve.
   –¿En serio?
   –Sí –dijo ella–. Contigo.
   Él la miró. Ella no le devolvió la mirada, tampoco sonreía.
   –Me marcho a Bangkok –dijo–. Bueno, primero a Hong Kong. ¿Has estado alguna vez en el hotel Península?

Unas pocas frases después:

   –Me marcho a Bangkok con otra persona.
   Él notó un sutil vuelco en el corazón, apenas perceptible.
   –Estupendo –dijo.
   –Molly. Te caería bien.
   (…)
   –…Molly tiene mucho estilo. Fue bailarina. ¿Qué era Pam, no me dijiste maestra o algo así? Si te gusta Pam, te gustaría Molly. No la conoces, pero te gustaría. –Hizo una pausa–. ¿Por qué no vienes con nosotras? –dijo.

   Y poco después Carol le dice cuáles son los dos términos entre los que debería elegir Hollis:
   –La vida y una especie de vida fingida. No pongas cara de no entender.

   Pero no es este el final del relato, aún faltan dos páginas para acabarlo y, por lo que he visto en algún otro relato, Salter, en dos páginas, es capaz de darle la vuelta tres o cuatro veces.

En dos de los cuentos se toma caviar con cucharillas de plata. Hay, en dos relatos, una mujer con cáncer Terminal, una en el que da título a la colección, y otra no os diré en cuál porque el asunto se revela en las últimas líneas. Dos personajes destacados son poetas. Uno es Brennan (‘Contigo, Mi Señor’), a quien Ardis, la protagonista, conoce en casa de Deems y su novia Irene, una cena en la que “Todo había ido muy bien salvo una cosa: Brennan”, que irrumpe rompiendo la armonía de la noche: “un hombre borracho con americana y un sucio pantalón blanco salpicado de sangre”, y que reparando en Ardis la intimida. Poco después ambos están en la cocina: “A la luz de la cocina se lo veía simplemente desaliñado, como el periodista que ha pasado toda la noche trabajando. Lo inquietante era su falta de lógica, su mirada feroz. Una ventana de su nariz era más pequeña que la otra. Estaba acostumbrado a ser ingobernable. Ardis confió en que no volviera a fijarse en ella. Su frente, la de Brennan, tenía dos puntos brillantes, como cuernos nacientes. ¿Los hombres sentían atracción por una mujer cuando sabían que le daban miedo?” ¿No hace pensar esta frase en los perros? Pues Ardis, que está en la cena con su marido, comienza a sentir una atracción morbosa por Brennan, acude primero a la biblioteca municipal en busca de alguno de sus libros, y después penetra en su casa que permanece abierta, como abandonada, y con quien entabla una curiosa relación es con el perro de Brennan, un relato maravilloso como los demás.

El otro poeta aparece en ‘El don’, se llama Des, y el narrador nos cuenta: “Yo lo leí, o al menos una tercera parte, totalmente pasmado en una librería del Village. Recuerdo aquella tarde nubosa y tranquila, y recuerdo también casi abandonarme a mí mismo, la persona que yo era, cómo enfocaba normalmente las cosas, mi percepción de –no hay otra palabra para ello– la hondura de la vida, y sobre todo recuerdo la emoción de los sucesivos versos. (…) Por eso parecía tan puro: había dado todo cuanto tenía. Todo el mundo miente sobre sí mismo, pero él no había mentido. Había hecho de su vida un noble lamento, siempre recorrido por esa cosa que tuviste, que tendrás siempre, que ya no puedes tener”. Des vive ahora en la casa del narrador, con la mujer de éste y su hijo de seis años. Nada voy a revelar de la trama, o mejor dicho lo que voy a revelar, aun siendo central, no va a dar pistas. El matrimonio comparte lo siguiente: “Teníamos una manera de solventar las pequeñas cosas que al principio pasábamos por alto pero que con el tiempo resultaban molestas. Lo llamábamos «el don» y estábamos de acuerdo en que tenía que ser un compromiso duradero. La frase usada con exceso, cierto hábito al comer, incluso esa prenda de ropa favorita… un don era el resultado de un ruego para que el otro renunciara a esa cosa en concreto. No podías pedirle que hiciera algo, sólo que dejara de hacerlo. El estante debajo del lavabo estaba siempre perfectamente seco gracias a un don. Anna ya no extendía el dedo meñique cuando bebía en taza gracias a otro don. Podía ser que hubiera más de una cosa conflictiva, y a veces resultaba difícil escoger, pero estaba la satisfacción de saber que, una vez al año, sin provocar rencores, podías pedirle a u marido o a tu esposa que dejara de hacer esa o aquella cosa en concreto”.

Es un libro que no te permite continuar disimulando, fingiéndote afortunado. Sí, te puede provocar una crisis, quizá es como una prueba a la solidez de tus relaciones. Por supuesto, es a la vez un libro sobre el que alguien podrá pasar de puntillas, sin que ‘casi nada’ le traspase el caparazón. Para el primer tipo de lectura es un libro arriesgado pero imprescindible, para el segundo será sólo un buen libro. Que tengáis una buena lectura. Besitos.

Ah, es ideal para los trayectos en metro, porque rapta tu pensamiento.

« Última modificación: 12 de Febrero 2007, 05:29:16 por Elis » En línea
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