Canela
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PeterPaulistic@
   
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Saber que existes me llena de vida.
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« : 20 de Enero 2007, 01:07:32 » |
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Dos números menos |Jorge Bucay|
Un hombre entra en una zapatería, y un amable vendedor se le acerca: - ¿En qué puedo servirle, señor? - Quisiera un par de zapatos negros como los del escaparate. - Cómo no, señor. Veamos: el número que busca debe ser... el cuarenta y uno. ¿Verdad? - No. Quiero un treinta y nueve, por favor. - Disculpe, señor. Hace veinte años que trabajo en esto y su número debe ser un cuarenta y uno. Quizás un cuarenta, pero no un treinta y nueve. - Un treinta y nueve, por favor. - Disculpe, ¿me permite que le mida el pie? - Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos del treinta y nueve. El vendedor saca del cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y, con satisfacción, proclama «¿Lo ve? Lo que yo decía: ¡un cuarenta y uno!». - Dígame: ¿quién va a pagar los zapatos, usted o yo? - Usted. - Bien. Entonces, ¿me trae un treinta y nueve? El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos del número treinta y nueve. Por el camino se da cuenta de lo que ocurre: los zapatos no son para el hombre, sino que seguramente son para hacer un regalo. - Señor, aquí los tiene: del treinta y nueve, y negros. - ¿Me da un calzador? - ¿Se los va a poner? - Sí, claro. - ¿Son para usted? - ¡Sí! ¿Me trae un calzador? El calzador es imprescindible para conseguir que ese pie entre en ese zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato. Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos sobre la alfombra, con creciente dificultad. - Está bien. Me los llevo. Al vendedor le duelen sus propios pies sólo de imaginar los dedos del cliente aplastados dentro de los zapatos del treinta y nueve. - ¿Se los envuelvo? - No, gracias. Me los llevo puestos. El cliente sale de la tienda y camina, como puede, las tres manzanas que le separan de su trabajo. Trabaja como cajero en un banco. A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas de pie dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene los ojos enrojecidos y las lágrimas caen copiosamente de sus ojos. Su compañero de la caja de al lado lo ha estado observando toda la tarde y está preocupado por él. - ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? - No. Son los zapatos. - ¿Qué les pasa a los zapatos? - Me aprietan. - ¿Qué les ha pasado? ¿Se han mojado? - No. Son dos números más pequeños que mi pie. - ¿De quién son? - Míos. - No te entiendo. ¿No te duelen los pies? - Me están matando, los pies. - ¿Y entonces? - Te explico -dice, tragando saliva-. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones. En realidad, en los últimos tiempos, tengo muy pocos momentos agradables. - ¿Y? - Me estoy matando con estos zapatos. Sufro terriblemente, es cierto... Pero, dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los quite, ¿imaginas el placer que sentiré? ¡Qué placer, tío! ¡Qué placer!
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