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Autor Tema: EL MISTERIOSO CASO DEL JOYERO  (Leído 1322 veces)
Raskolnikof
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« : 9 de Abril 2006, 14:11:20 »



Su oficina estaba sucia y la luz era casi penumbra, siempre con un flexo encendido y las persianas a medio bajar. Era un pequeño apartamento que hace tiempo compró a una anciana en el viejo barrio cordobés de Santa Marina. Ricardo (al que llamaban “ojos rotos” por la forma peculiar  que tenían los extremos de sus párpados) desde hace tiempo dejó la práctica de la abogacía para dedicarse a la Investigación Privada; casos de poca monta: infidelidades, espionaje industrial y algún que otro asunto de chicas adolescentes ricas a las que sus puritanos padres les interesaba saber con quienes follaba (como si ellos hubiesen sido toda la vida ejemplos de castidad y por sus fosas nasales no hubiese pasado otra sustancia que descongestionantes nasales).

   Aunque su trabajo no era como para tener un buen “caché social” o retribuido como para veranear cada año en la Costa Azul, le daba para vivir cómodamente e incluso permitirse de vez en cuando una juerga que otra, incluso ir de putas. Era la única relación “seria” que mantenía con mujeres, porque él tenía el corazón partido por la mitad desde hacía muchos años, y no por una sola mujer, aunque una de ellas, Teresa, daría como para escribir otro libro completo de una relación de amor y pasión, que en este caso no procede.

   Aquel día Ricardo se despertó temprano, y después de desperezarse en el sillón de la oficina donde últimamente dormía (algunas veces acompañado de furcias que más de una vez le dejaron sin blanca aprovechando el nivel etílico de Ricardo) se tomó un café solo, bien cargado, de la cafetera con filtro de papel que tenía en la oficina. Se dirigió al pequeño aseo que tenía aquella habitación, se mojó la cara repetidas veces con agua muy fría, se lavó los dientes, y se mojó el pelo (siempre salía a la calle con el cabello muy húmedo, peinado hacia atrás). Se puso la gabardina y se dirigió, como cada mañana, al estanco que había junto a una fuente en un lugar que en Córdoba conocían como “La piedra escrita”. Su oficina concretamente se encontraba en la calle Moriscos, lugar que también era muy conocido y que tenía fama de que allí si dieran usuales trapicheos con drogas.

   Se acercaba a la fuente que hay junto al estanco, cuando pudo ver un tumulto de personas que se arremolinaban formando un círculo y mirando hacia el suelo, ante lo que parecía ser el cuerpo de un hombre. Las mujeres se alejaban del lugar (tras echar una miradita por supuesto) santiguándose y rezando no se que cosa dedicada a San Rafael.

   Ricardo se acercó al grupo, y pudo ver el cuerpo del hombre en el suelo, boca abajo. Parecía estar muerto. Él, con su aspecto de investigador trasnochado pidió que le dejaran acercarse al supuesto cadáver. Saludó a algún conocido que otro y se agachó para comprobar si ese hombre estaba realmente muerto. A él, al primer vistazo no le cabía duda alguna de que ese hombre fuese ya un fiambre, tenía el cuello roto y la nuca hundida. Ricardo se giró hacia la gente que le rodeaba y dijo “Señores, este seguramente ya no pague sus deudas; los siento por sus acreedores y por los Bancos”, e inmediatamente sujetó al cuerpo por los hombros para girarlo e intentar reconocer al individuo.

   Al girarlo, los ojos de Ricardo se volvieron rojos, como cuando entra jabón en ellos, agachó la cabeza para disimular una pequeña lágrima que de sus ojos de tipo duro y sin escrúpulos se había escapado, y exhaló con fuerza una bocanada de aire a modo de suspiro. El hombre que yacía en el suelo era Toni. O mejor dicho, Antonio Ruiz, compañero de colegio y de universidad, y era de esos amigos que aun sabiendo que son algo cabrones, en un momento dado se cortarían un brazo por un buen amigo si es que hiciera falta. Y este era el caso de Toni y Ricardo.

   Habían sido muchos años y muchas aventuras vividas juntos, sobre todo en la universidad, donde las chicas siempre deseaban tenerlos a los dos al mismo tiempo en la cama. Compartieron penas, apuros económicos, borracheras, un piso de mala muerte en San Agustín y muchas horas de amistad entre risas y confesiones íntimas. Casi una vida.

   A lo lejos, una chica morena, con los ojos verdes, delgada, pero con una figura y una boca que volvería loco a cualquier mortal, se acercaba a toda prisa, con la cara blanca por el espanto, corriendo hacia el lugar donde se encontraba el cuerpo de Toni.

 Ella era Clara; Clara fue el motivo del distanciamiento entre Toni y Ricardo. Toni siempre ganaba en mujeres (era guapo, fuerte, apuesto, y con un pico de oro) mientras que Ricardo era un bohemio sentimental, un sin tierra de esos que espantaría a cualquier mujer con románticas propuestas (aunque en el fondo Clara realmente siempre le amó a él, pero la vida de Ricardo no era la vida que Clara quería)

   Al verla llegar, Ricardo corrió a su encuentro para impedir que se acercara a Toni y quedara destrozada por aquella imagen. Aun le quedaban escrúpulos como para actuar con algo de humanidad, a pesar de las cosas que por su profesión hubiese visto, en el fondo no estaba totalmente deshumanizado (aunque él quisiera aparentar lo contrario). “Clara, no vayas, por favor..” le dijo mientras sujetaba con fuerza el brazo derecho de ese ángel de ojos verdes, mientras ella tornaba sus ojos hacia él. Esos preciosos ojos estaban llenos de dolor y le interrogaban en cada parpadeo. “No, princesa, no vayas…es mejor”.

   Ella comenzó a llorar y él abrigó su delicado y sensual cuerpo entre sus brazos, al tiempo que intentaba consolar el desgarrado llanto de Clara con besos en la suave y perfumada frente de la chica. Hacía tiempo que no abrazaba a Clara con tanta fuerza, con tanto sentimiento, aunque él intentaba disimular (como siempre) las emociones que en ese momento le invadían. Siempre llevaba la procesión dentro. Y Ricardo comenzó a recordar muchas escenas vividas con Clara que nunca se habían marchado de su testaruda memoria.


(continuará;  Rask 09/04/06)
« Última modificación: 9 de Abril 2006, 16:27:29 por Raskolnikof » En línea

"Todo lo necesario para que el mal triunfe, es que los hombres de bien no hagan nada." (E.Burke)
Dirty Face
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Muchas gracias por estar ahi cuando te necesité...


« Respuesta #1 : 9 de Abril 2006, 15:38:21 »

WUAUUUUUHHH Cordobés loco... que nos traes aqui.. que engancha... un relato policíaco...uhmmmm la policía no es tonta.. je je JuasJuas Aplaudir Pistola
...sabes que las máquinas de escribir (hoy lease PC, por favor... ) y tu debeis ser hermanos o parientes cercanos.. estáis hechos el uno para el otro... bueno nos apuntamos al segundo capítulo o entrega..  ok
y marchando un karmita.. amigo mío, se te quiere por estos suburbios... un abrazo¡¡¡¡ Besito Gracias I Love You Cervecitas
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Si lloro porque te pierdo
quizá no lloraré cuando te haya perdido.
Lloro si tu, mi amor te vas sin motivo,
será cierto que el amor es de desvalidos…
Llorar es de cuerdos que se sienten locos perdidos... DF
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